martes, 20 de agosto de 2013

Juan José Manauta de regreso al barrio

En el inicio de mi relación con la ciudad entrerriana de Gualeguay, recibí una primera señal cuando un camino de luz, después de una lluvia, rebotó sobre uno de los tantos adoquines, que gozan de muy buena salud en sus calles, e hizo centro en mi mirada. Recibí entonces una señal para reactivar algunos nombres en mi memoria literaria: Juan Laurentino Ortiz, Juan José Manauta, Carlos Mastronardi, ellos caminaron este paisaje. En mi acercamiento previo a Gualeguay había agregado dos nombres a mi memoria pictórica: Roberto “Cachete” González y Derlis Maddonni. Ellos también caminaron este paisaje en el que hoy trato de andar la vida.
En los primeros tiempos de dicha mirada, de visita en el Club Náutico Gualeguay, identifiqué a no mucha distancia un viejo puente que había caído sobre el río. Se lo nombra como el viejo puente Carlos Pellegrini, detrás de él, se ve el puente nuevo que lleva el mismo nombre. Desde el puente viejo se esparcieron las cenizas del escritor gualeyo Juan José Manauta, fallecido el 24 de abril. Veo la ceremonia sin haber estado presente. Me enteré tarde.
Desde la orilla del río me voy con la mirada mientras me pregunto: ¿Quién fue Manauta?, sí, claro, el autor de “Las tierras blancas”, pero ¿quién?, ¿cuáles eran algunos de sus pensamientos?, ¿qué anécdotas contaba?
En una entrevista de Horacio R. Palma para el diario “El día” de Gualeguay, en 2007, se le pregunta cómo recuerda su ciudad: “Yo nací el 14 de diciembre de 1919. Los primeros recuerdos que tengo de Gualeguay, son de 1927, 28. Recuerdo el empedrado infernal de sus calles. Unas cuatro o cinco cuadras del granitullo, recuerdo bien la “plaza nueva”, que era la Plaza San Martín. Cerca de esa plaza vivían mis abuelos. Pero el gran recuerdo es el río, el río era un referente, uno aprendía a nadar mientras aprendía a caminar. Nací en el Gualeguay de Juanele. Juan L. Ortiz era muy amigo de papá. Juanele andaba en su bicicleta repartiendo los libros que publicaba, porque como él pagaba las ediciones, las imprentas le fiaban y él tenía que salir a vender sus libros en bicicleta. Era empleado del Registro Civil, y papá le compraba varios libros para después venderlos en el almacén. Pero claro, nosotros no teníamos idea de la dimensión de Juan L. Ortiz. Y creo que el país no la tenía…”.
Juanele tuvo una importancia decisiva en la vida del “Chacho” Manauta, en la misma entrevista cuenta la siguiente historia: “Cuando yo dije en casa que quería estudiar Humanidades en La Plata, mis padres no querían. Entonces yo hablé con Juanele, le mostré los planes de estudio y él me dijo, “Pero sí, vas a ir a estudiar a la mejor universidad del mundo”. Entonces fue él y habló con mis padres y les dijo “Déjenlo a Chacho, déjenlo que vaya. Va a ir a estudiar a una facultad fantástica”. Él me ayudó mucho, él hizo fuerza para que mis viejos me dejaran ir a estudiar a La Plata. Y me fui nomás en el 38. Recuerdo que en el 40 llegó al país el poeta español Rafael Alberti. Anduvo por todo el país dando charlas y conferencias, y después de la gira llega a La Plata y da una charla en el centro de estudiantes donde yo militaba. Y entonces Alberti dice: “He recorrido la Argentina, y estuve en Entre Ríos, y allí he conocido al poeta que me parece el más grande de la lengua española de este siglo”, hizo una pausa Alberti allí, y dijo, “En Gualeguay lo conocí”. Entonces yo le digo, mire, yo soy de Gualeguay, ¿quién es ese señor? “Pues Juan L. Ortiz”, me contesta enseguida. Eso nos dijo Rafael Alberti en 1940, y en Gualeguay no lo sabíamos, nosotros creíamos en aquél entonces que Juanele era sólo un poeta local que hablaba del río, del sol, y de los sauces”. En esa nota nombra a sus amigos de Gualeguay: Cacho Gálligo, Roberto “Cachete” González, Rodríguez Cuenca, Derlis Maddonni. A propósito de la escritura dice: “Yo creo que el recuerdo, no la nostalgia, el recuerdo, favorece más que la confrontación inmediata de la realidad. Favorece la expresividad y esa verdad relativa que nos trae la memoria. Y esa verdad, patinada digamos por el recuerdo, es más auténtica que la de la confrontación inmediata. {…}El 90 % de lo que he escrito se refiere a Entre Ríos. Y de ese 90 %, todo se refiere a Gualeguay. Nunca me fui. Esa es la verdad. Yo soy una especie de hidra de dos cabezas. Una cabeza en Gualeguay, y otra en Buenos Aires”.
Manauta se declara comunista, sostiene que la salida está en el socialismo, se ubica en la línea de José Saramago que afirmaba ser “un comunista hormonal”. De manera obvia, el Chacho no cree en Dios, y sí en el hombre, a quien señala como creador de Dios “por necesidad, por ignorancia”.
En la entrevista realizada por Rodrigo Díaz y Mariano Di Blasi para la revista Sudestada nº 78 de mayo de 2009, Manauta habla del escritor: “El trabajo de un escritor es poder convertirse en otra cosa: una madre, un ladrón, personificar y encarnar. Escribir es el último paso, por eso transformarse en el personaje es lo más difícil”. Cierra el pensamiento con una línea para destacar: “Desde la encarnación, el cuento no es más breve que la novela”.
En la entrevista que figura en la página web de la Universidad Nacional de Entre Ríos realizada por Ángel Berlanga en 2007 (originalmente hecha para Radar de Página 12) con motivo de la aparición de los cuentos completos de Manauta, editados por la misma Universidad, el escritor desliza comentarios que avalan la valiosa existencia de una identidad de pensamiento, una ética, una manera de mirar y de interesarse por el mundo:

“El lenguaje entrerriano tiene características particulares: es una especie de isla. Durante décadas no hubo túneles ni puentes, era difícil llegar. A veces un viaje a Gualeguay desde acá duraba doce horas: ahora cuesta tres. Durante mi infancia Buenos Aires estaba lejos, y eso incluía también al lenguaje. En ese sentido, Entre Ríos fue lingüísticamente autosuficiente durante muchos años. Le doy un ejemplo sencillo: a un pan que acá le llamamos felipe, allá le llamamos telera. Es un término que viene de España, directamente. Esa palabra quedó en Gualeguay, nomás. Bueno, yo creo que esa característica geográfica le impuso al entrerriano cierta autonomía, autosuficiencia cultural. Probablemente eso esté patentizado en mis textos: no es algo que yo haya querido evitar. Pese a lo que digo, he escrito muchísimas cosas sobre Buenos Aires, porque amo a esta ciudad”.

“Pocas veces he escrito sobre amores triunfales. Los verdaderos amores son los imposibles. Los más auténticos, entrañables, profundos y sufridos son los amores imposibles. Aunque yo no me puedo quejar. Incluso a esta edad tengo una compañera a la que amo profundamente. Pero eso no deja de suscitar, en la imaginación, amores imposibles”.

“El deseo de lo que no se tiene. El sentirse satisfecho no es un estado recomendable para un escritor o para cualquier artista. No tener excita la imaginación, las ganas de tener, de manotear: a veces así se acierta con la verdad”.

Manauta afirma que su infancia fue feliz, un niño muy mimado por la familia, y con muchos amigos. Vivían en la escuela donde su madre era maestra, dice: “Eso configuró una infancia feliz, no obstante la confrontación con los niños de la escuela que dirigía mi madre, que padecían hambre, marginalidad, exclusión. La comparación surgía naturalmente: si yo tenía diez centavos compraba caramelos, si los tenía mi amigo compraba galleta”. El escritor siempre marca la diferencia entre apetito y hambre, tener hambre significa no saber cuándo se va a volver a comer.
En el noticiero nocturno de Canal 2 de Gualeguay, el periodista dijo que fue una vergüenza que ninguna autoridad de la ciudad haya estado presente en la ceremonia en que se arrojaron las cenizas de Manauta al río. Dijo que le constaba que habían sido anoticiados. En la página web de Noticias Gualeguay 21 se destaca el hecho y recoge las palabras que una de las hijas del escritor, Leticia, dijo a la prensa: “El hecho de tirar las cenizas de mi papá en el río Gualeguay fue un deseo de hace mucho tiempo; él quería descansar en el río Gualeguay y creo que el río, que está absolutamente presente en su obra, es el lugar donde debe estar. Cuando una persona está lúcida, me parece que es dueña de su vida y de su muerte, él no dijo “Quiero ir al Danubio”, él dijo: “Quiero ir a mi tierra”, y me parece que esto es absolutamente coherente con toda su vida y con toda su obra. {…}El río siempre está, pero nunca es el mismo. Como el viejo era como era, él quiso volver al río, que es como volver a la vida. Conocemos este río, veraneábamos siempre en Gualeguay, las vacaciones siempre eran acá, aquí estaban mis abuelos y mis tíos, conocí mi bisabuela, mi papá me enseñó a nadar en el río Gualeguay y el río era una presencia, ya sea por lo dramático cuando se inundaba o por la cosa festiva cuando uno era niño y pasábamos las navidades en Gualeguay”.
Juan José Manauta se recibió de maestro en Gualeguay, y de profesor de letras en La Plata. Escribió novelas: “Los aventados”, “Las tierras blancas”, “Papá José” y “Puro cuento”;  libros de cuentos: “Cuentos para la Dueña Dolorida”, “Los degolladores”, “Disparos en la calle”, “Colinas de octubre” y “El llevador de almas”; poesía: “La mujer de silencio”; y dos guiones para cine: “Las tierras blancas” y “Río abajo”.
Desde mi mirada, en mi orilla, y también desde la orilla del Gualeguay en tierra del Club Náutico, veo el puente recostado sobre el agua, como haciendo una reverencia. Desde la altura de una mañana de mayo un hombre en cenizas garúa, acaricia el agua del río: se mece primero en el viento, por historia, por identidad. “El río siempre está”, en su quehacer cotidiano: el hombre que anotó las palabras del hombre, vuelve a la vida.

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