domingo, 3 de noviembre de 2013

Lisandro Ziperovich: un laburante del arte

Hace un tiempo compartí una cena con Lisandro Ziperovich en Buenos Aires. Antes había espiado su quehacer artístico en la web, y en casa decía presente uno de sus trabajos. Por su manera de expresarse, y de hacer referencia a determinados temas de la vida y el arte, “Lichi” me dio pista de ser un apasionado. Desde aquella noche del pasado que conservo el impulso de preguntar por su trabajo en los alrededores del arte. Creo que sólo el tiempo dice qué vida dedicada a un oficio se abre a la esencia propia del arte. Sucede cuando de manera inevitable, por condiciones y sensibilidades varias, se sobrepasa la línea de sombra que cobija el “mientras tanto” de innumerables intentos, como siempre, realizados con las mejores intenciones. El intento sostenido sólo certifica la búsqueda. El arte comienza cuando el hacedor se encuentra consigo mismo entre los vaivenes del oficio. Y esta manera de llegar al arte, nada tiene que ver con las falsas consideraciones del mercado. Hablo de arte, y no de negocios, cuando digo que a Ziperovich le va muy bien con el trajinar interno de su sangre asociada al pincel.
Pregunto por el laborar de cada día: “Mi quehacer en el arte es mantenerme alerta en el proceso de construcción. Nace una idea, fluye y va formando un espacio donde lo demás, casi todo, se detiene. Empiezo a trabajar y aparece. Yo no sé si soy un artista (y vaya uno a saber qué es un artista). Sí puedo afirmarte que soy un laburante del arte que se toma muy en serio lo que hace, porque antes que nada, amo lo que hago. Hay momentos de buscar o perseguir un concepto. Tratar de denunciar algo a través de lo que uno tiene para expresarse. Hay momentos en que realmente ignoro de dónde vienen algunas cosas que hago, pero las disfruto. ¿Quehacer en el arte?, es una buena pregunta. Mi respuesta es: trabajar. Perseguir lo que se quiere identificándolo bien antes, y no desesperar porque tarde o temprano llega”.
Llevo al laburante a los orígenes de su oficio: “Hay una línea familiar de artistas, bailarinas, escritores... se respiraba algo de ese olor a libro viejo en mi infancia. La historia que marca un poco el comienzo del asunto, a manera de ‘acá empezó todo’, es a los ocho años cuando, viniendo de una familia numerosa y para evitar contagiar a mis hermanos de una hepatitis fulera, me mandaron a vivir a lo de mi abuela, que es donde empecé literalmente a soltar los primeros caballos. Muchísimos blocks de dibujo, muchísimas historias. Mientras dibujaba iba relatando las acciones en el papel (animación es una deuda pendiente). Desde ahí cuento mi comienzo en esta carrera”.
El caldo de cultivo primigenio es muchas veces beneficioso, pero luego hay que salir a formar y perfeccionar la herramienta: “Cursé la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón, donde adquirí algunos conocimientos que no tenía. Encontré gente (amigos aún) muy rica que enseñaba y compartía sin esa cosa turbia de dar y esperar, que hoy noto bastante en este ambiente. Antes de la Pueyrredón hice un taller, o nos hicimos amigos, con un artista a quien aprecié mucho, y era mutuo. Luis Budnik, que era de esos ‘laburantes’ cero postura, que saben un poco de todo esto del arte, y que son seres sorprendentes, mucho más elevados que los que por tierra persiguen cosas a las que la felicidad no llega a sincronizar. Un gran artista. Aprendí mucho de él y de mis compañeros de bellas artes. También de mis profesores”.
Lichi nació en Paraná en 1976, y a los dos años la familia se mudó a Gualeguay. Pido pista de sus recuerdos gualeyos: “Me fui de Gualeguay a los dieciocho años, habiendo terminado el secundario. Recuerdos tengo miles. Muchísimos y muy buenos. Recuerdo el olor especial que tiene la libertad de andar en patas pisando tierra y pasto, lavando los pies en zanjas en el río. Recuerdo el sabor único de la mandarina robada de los árboles (miles) que estaban en cada camino que explorábamos cada día. Recuerdo la tribu del 3 de Caballería con cariño. Recuerdo amigos de la infancia. Gente que aún veo, gente con la que no nos podemos ver, y gente con la que nos queremos ver. Recuerdo maestras malas y buenas. Recuerdo sobre todas las cosas, y esto lo uno al concepto de protesta escondido en mi laburo, el costo de todas las cosas. Hasta en el afecto, en la libertad prematura, en la mano que suelta. Irme como muchos, sí, fue esencial para mi crecimiento (paradójicamente uno se sentiría hecho si volviese a su origen a disfrutar de sus logros, pero aún no es el momento, tal vez no crecí lo suficiente). Hoy vivo en Buenos Aires. No me gusta del todo. Nunca me gustó del todo. De hecho extraño la montaña donde viví un par de años, en Jujuy. Podría estar tranquilamente en Gualeguay, ya se verá”.
En referencia a Gualeguay, le pregunto cómo juega en él, el hecho de saber que su ciudad dio nombres notables en las artes plásticas: “¡Claro!, ¿cómo no ser conciente?, bueno, se puede no serlo teniendo en cuenta cómo se han tratado algunos casos... en fin. Sí. Claro que sí aprendí en este orden a admirar a los que tenía cerca. Sin acercarme. Quirós, enorme. Cachete González era más a lo que yo apuntaba. Maddonni es genial, me parece excelente, es tinta que para mí es sangre. Así como González, también entraban a mi mundo (más del dibujo de chico) enormes artistas como Vicente Cúneo (gran persona humilde) de quien me colgaba de los trazos y tomaba como referentes por alcanzar. Como un pequeño Olimpo privado en los límites de mi infancia y mi pueblo. Lo de Castro es enorme, también puedo leerlo y creo que él me leería también… o me putearía. En este circo a veces no alcanzan las caras a maquillar. En espera primero está Raúl Gastaldi. Mi primer encontronazo cara a cara y de forma violenta con su pintura, fue ver un galpón del puerto lleno de cuadros de Raúl. Me congelé y ya no dudé de qué quería hacer con mi vida. Y está Pepe Quintana, quien tiene una sensibilidad bien tripera, de las que a mí me gustan. Hay muchos artistas y habrá más, espero”.
El trabajo de Ziperovich puede ser tomado por figurativo, por surrealista, pero elegí preguntarle su esencia y denominación al propio autor: “Es un paseo por el exorcismo del ‘malpasar’ cotidiano. La disconformidad o el cuestionamiento, asumo, deben salir o te pudren por dentro. Esto me lleva a una constante cada vez que expongo mi laburo. Mucha gente, entre sonrisas (como si uno aparte de artista, en los ratos libres fuera un ‘serial killer’), te dicen ‘Me encanta lo que hacés pero es muy ‘oscurito’’, y confieso que al principio tal apreciación me molestaba un poco por el hecho de que no estaban empatados mi esfuerzo por dejar ahí todo y el compromiso por ‘dejarse’ del espectador... con el tiempo aprendí a dejar en remojo los relojes y contestar que si ‘usted ve lo oscuro en mi trabajo está en lo cierto, usted lo ve porque yo ya lo saqué. Está ahí plasmado y listo para que usted, tan oscuro como yo, se reconozca como tal’. Los dejo con el compromiso. Yo ya exorcicé y me voy a tomar un vino... y la gente te quiere un poco más, o cree que sos un ‘serial killer’. Mi trabajo es amplio, tal vez algún día su nombre y yo nos encontremos. Lo dejo para quien trabaja en esas cuestiones”.
La obra de Lichi es sorprendente: composición, colores, temas, no se sale con la mirada ilesa. Me llamó la atención la cantidad de retratos, de cabezas, caras intervenidas con distintos elementos, cabezas de extrañas apariencias. Pregunté además por los materiales que utiliza: “Sospecho que de la cabeza sale y a la cabeza apunta. En el rostro y en los abrazos está la verdad de cada uno de nosotros. No puedo ni puede todo el mundo abrazarme y viceversa. Pinto muchos rostros, entonces. Y utilizo mucho el acrílico. Amo lo noble de la madera y el metal. El óleo es para cuando sea más viejo y menos frenético. Laburo con todo lo que tenga a mano. Son temporadas en que te enamorás de diferentes materiales”.
Lisandro Ziperovich desarrolla otras actividades dentro del ámbito de su “quehacer artístico”: “Como ilustrador siento que en parte es lo que quería como ‘trabajo’. También laburo como diseñador grafico. La ilustración es una tarea muy grata y a la vez un poco cruel, ya que los tiempos editoriales son muy acelerados. Entonces pasa que vos sabés que podrías estar entregando mejor calidad, pero prima el tiempo y si bien abrazás la idea, no siempre uno se queda conforme. Los editores, asumo que sí. Está también el costado donde surgen más los límites que se imponen, y eso es una forma (depende de cómo se mire) de aprender más de la tolerancia, que ‘no’ significa ser dócil. Así es que me he quedado afuera de varios medios. Es interesante. Vas saltando de rubro en rubro. Podés estar haciendo algo para un magazine cultural, tratando de no bastardear el existencialismo, y de ahí pasar al Merval y sus amigos (no siempre siendo un entendido en la materia), o a un americano que da por sentado que vos sabés qué pasó en Wichita porque está convencido de que el editor ya te explicó porque vos estás en el otro polo, y porque posiblemente no tengas ni idea de qué es Wichita. Trabajo para algunos medios nacionales y algunos de afuera”.
A Lichi le molesta “la hipocresía instaurada en la sociedad como un bien común y totalmente aceptado”, así se consigna en la biografía que aparece en https://www.facebook.com/ZIPERART/photos_albums. Consulto por su rechazo: “Sí, básicamente es eso. No solo ponerse en el lugar de denunciante de lo que a uno mismo no le cierra, también utilizar lo que se tiene para expresar el descontento. Yo soy más de alejarme cuando el nivel de hipocresía (post confrontación) supera cualquier entendimiento o idea de construcción. Me alejo, pero no a dolerme (o sí, depende el caso), sino siempre a crear... es como que me alimenta un costado el verme en estados, tanto de contradicciones como en lugares falsos, no reales y fingidos del otro”.
Todo artista tiene sus luceros esenciales: artistas admirados, por su obra, por su manera de ser. ¿Tus pintores admirados?, Lichi responde y va un poco más allá con sus consideraciones: “Miles. Primero que nada y por la persona que era (a través de sus propias palabras): Van Gogh. Después muchos más. Encuentro en todos algo donde parar y apreciar. Leer lo que pasó ahí. Me gusta Velásquez, Caravaggio, Rembrandt. Me gusta mucho Carpani (tengo un original que guardo con orgullo). Hay muchísimos pintores. Pero más me gustan esos que ‘son’. Nunca me gustaron los que ‘juegan a ser’, o los que pretenden montarse a un delirio y justificar cualquier crimen en el nombre del arte, que por cierto ampara en su ilimitado concepto tanto al que se toma en serio lo que hace, como para el que está en la búsqueda. Es buenito el arte, tiene una casa para cada uno”.

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