domingo, 6 de diciembre de 2015

Palabras de Quirós a Bichilani

Me encanta traer de regreso la palabra de los muertos. Disfruto de los descubrimientos, de las suertes del destino que, a través de amigos, me permiten trabajar en el rescate de esas palabras, de las ideas, las pasiones, de personas que ya no están, pero que sin embargo, a través de sus manifestaciones, artísticas o no, porque la simple historia de vida transitada a conciencia justifica la maravilla de la memoria, siguen dando su presente.
En este rescate me encontré con una joya. Agradezco a la amiga Zélika Alarcón por el material entregado sobre el artista plástico Asef Bichilani. Entre esos materiales, hay cartas que Cesáreo Bernaldo de Quirós escribió a Bichilani. La carta elegida para esta nota fue escrita en Buenos Aires, el 13 de febrero de 1946.
Hay en el documento escrito a máquina dos disertaciones de Quirós que considero muy valiosas. En Quirós se mezcla la mirada, la reflexión, la constante búsqueda de la palabra que defina mejor el arte y sus aledaños; creo que busca la mejor de las palabras, como lo hace con la pincelada y el color. Hay en su relato seguridad de concepto, su decir se apoya siempre en la poética apasionada de sus sentidos. Quirós es real, camina a conciencia.
Cesáreo Bernaldo de Quirós
La carta incluye esta primera disertación para el joven Bichilani: “Joven artista y amigo: Vuelvo del Delta donde fuera a refugiar mis afanes, a estar más conmigo mismo en la convivencia de ese paisaje auspicioso, de río y verdor; fuente pura de la cual no puede prescindir mi espíritu y a la cual retorno llevado por mi fe, al igual que el creyente acude al recogimiento del oratorio. Recién ahora, al volver a mi casa de Buenos Aires, me entero del acontecimiento que ha significado para nuestro pueblo esa exposición de conjunto de su obra. Nada podía haber estado más a tono con mi estado espiritual que esa noticia, pues regreso pleno de optimismo y de verdad traída del contacto con esa naturaleza donde habían quedado rezagadas mis pesadumbres provocadas por ese estado nefasto en que se halla sumido nuestro país.
Dos piezas de ese conjunto expuesto, me aguardaban también en mi casa de Buenos Aires: el dibujo del malogrado amigo Miguel Lescá, y una pintura representando la cabeza de un anciano. Y lo llamo acontecimiento porque lo es en verdad y muy cabal por el alma que revela ese pueblo al auspiciar tan elevada manifestación. Dulce impresión ha causado tal hecho en mi corazón de artista y de entrerriano, haciéndome sentir cómo perdura en ese pueblo la misma mística de admiración y de amor por todo gesto superior o bello que en años lejanos se produjera con igual espontaneidad y el mismo generoso anhelo alrededor de otro joven de aspiraciones gemelas a las suyas. Eran entonces otros tiempos; regían en esa sociedad otras formas de vida, más sencillas, más diáfanas. Sus costumbres, típicamente lugareñas, eran regidas por principios inflexibles de moral. Gualeguay era como una gran familia de muchos hermanos, donde penas y alegrías eran comunes, donde los ancianos notables se consideraban como patriarcas y cuyas virtudes eran razón de rivalidad entre distintas localidades de la provincia.
Pero es el caso que hoy, después de una evolución de cuarenta largos años, se repite en ese pueblo el mismo prodigio de entendimiento y amor. Compruebo que arde la misma llama inextinguible de entrerrianas enjundias. No comparto, empero, la opinión de aquellos apologistas que verían en ese acontecimiento un exponente de alto y depurado nivel cultural; nivel cultural este que solo se puede aspirar a través de una larga evolución. Considero con todo, que no hay el menor desmedro en mi objeción hacia esa sociedad, ya que debo reconocer en ella dotes superiores de sensibilidad, secreto este que debemos atribuir a la influencia de nuestra magnífica naturaleza, a sus fuerzas telúricas que en su función plasmadora ponen excelsitudes y pureza en el alma de nuestro pueblo, a ese abolengo que a través de corrientes sanguíneas irriga en él sus pasiones, su romanticismo, su bizarría y sus cantares; características estas de razas mediterráneas que alcanzaran también a la tierra que los albergara, mezclando a su savia, sudores y sangre, dejando en su atmósfera ecos de legendarias proezas, evocadas por sus brisas del mismo modo que se hizo aroma en sus flores la esencia de su espíritu. Manes hoy de nuestro pueblo; manes sagrados de nuestra originaria estirpe; ángeles tutelares de nuestra entrerrianía. A todo ello debemos ese corazón, esa sensibilidad y ese nuestro gran señorío de espíritu. A su conjuro vivimos gestas magnas, inspiraciones redentoras y humildes y heroicos sacrificios. A su conjuro nos elevamos hoy, en lírico vuelo espiritual, frente al florecer de un alma de artista. (…)”.
En la segunda disertación, hay consejos para el joven Bichilani. A la manera de “Cartas a un joven poeta” de Rainer Maria Rilke, Quirós, ante todo, busca estimular la fe del artista, uno de los elementos necesarios para tener la valentía de adentrarse en la búsqueda del arte: “(…) Así es, amigo mío; es el corazón el que rige en el mundo del arte, con esa ‘prístina pureza’ en que se sustenta el inmutable ritmo de toda verdad y de toda belleza. Cuidemos, pues, el corazón; hagamos que viva al margen de lo rutinario y lo torpe de nuestra vida. No lo usemos sino en la hora matutina y en la mortecina del crepúsculo. Que esa energía sea para nutrir nuestros sueños y nuestros ideales en juegos puros y cristalinos.
Para los hombres que vamos por la vida a través de un ensueño, nos es dado mantener el corazón en sus inmaculadas expresiones. ¡Qué bello es, en la altura de los años, cuando todo declina y se carcome, dejar nuestra envoltura a la vera del camino y remontarnos en pos de un inmortal anhelo, solos, en alas de nuestro corazón!
Está llena la vida de ejemplos de grandes figuras, ancianas en años, en las cuales sorprendemos nimbos de niñez. Para ellos no cuenta el espacio ni el tiempo, y les encontramos proyectando empresas y exigiéndose superaciones cuyo desarrollo solo cabría en una vida que se inicia. Mantengamos siempre joven nuestro corazón para que, de esa fusión con la naturaleza, sea nuestra obra una eterna renovación.
Muy grato me es saber que desde temprano Ud. descubre el misterio de que toda fuerza creadora está en uno mismo. Ello le evitará divagaciones perniciosas, consultas en las obras de aquellos artistas que por afinidad de temperamento o por la admiración que le profesamos, se antepongan a nuestras búsquedas, influyendo de manera de hacernos mirar a través de sus ojos y hasta de sentir a través de su temperamento.
Sé que todo ello significará períodos de innumerables desaciertos y vacilaciones, pero en esa lucha, en esa búsqueda, está el camino para encontrarse a Ud. mismo, y donde hallará también sus mejores alientos, pues a cada crepúsculo de desfallecimiento le sucederá una aurora de radiantes promesas.
Es en la naturaleza donde está la fuente y el secreto, y es con el corazón lleno de pasión que debemos llegar reverentes a ella, reverentes y humildes a escuchar y confiar, pues en ella está el secreto de toda sabiduría. A su contacto se enriquecerá nuestro verbo, se ahondará nuestra sensibilidad. De nuestro respetuoso ahínco en aprender, en compenetrarnos en su secreto, nacerá ese ritmo ascendente de entendimiento que se hará vuelo de poderosa ala en nuestro espíritu. Sí, todo el misterio, todo el secreto de lo que podamos ser, por excelso y extendido que sea nuestro panorama, todo está en nosotros mismos. Todo irá trasponiendo el límite que separa el mundo físico del mundo interior nuestro en sus infinitas formas y expresiones, desde la más íntima y sensitiva línea o el más fugaz matiz hasta el raudo vuelo en amplitudes de océanos y mundos, todo, recibirá nuestra luz en forma opulenta o crepuscular; luz de nuestra propia verdad que creará perfiles propios y propias masas de claridad y sombras. Vivir de nosotros y para nosotros mismos, en una trasmutación constante, de amor y de espíritu en belleza. (…) Mi palabra de aliento y de consejo, mi palabra leal de hombre de luchas en el arte, debe ir más allá y llegar a su fe, estimulándola. Fe, fe en uno mismo, fe en ese mundo interior, y aún indefinido a sus años, pero que está en Ud. latente, que reside en su propia alma de artista. A ello responde mi advertencia de que no dé mayor trascendencia a esos baches de que está lleno el camino. Marche erguido en su convicción, con sus ojos plenos de confianza, hacia ese punto que aparece luminoso en el horizonte lejano. En el arte no existen tramos; es solo finalidad. Y cuanto más distante aparezca el horizonte de sus ambiciones, cuanto más eleve Ud. la cima de su fe, menos engañarán a su marcha los obstáculos. (…)”.

La palabra y el pensamiento de Quirós vuelven a sorprenderme. Es que tanta riqueza puede refugiarse en la vida de ciertos hombres. Pienso en el valor que habrán tenido para el muchacho Bichilani. Una carta dirigida a él. Pienso en ello, porque la lectura me llevó a la emoción y a hacer míos los consejos que da el maestro. A lo largo de la vida es necesario repetir los pensamientos, volver a las ideas sobre las que creció nuestro árbol. En la búsqueda del arte, en el “mientras tanto” que nos toque en suerte, la primera patria interna es ser uno mismo, nunca hay que dormirse en otra historia que no sea nuestra búsqueda y encuentro sincero con la identidad.

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