Me encanta traer de regreso la palabra de los muertos. Disfruto de los
descubrimientos, de las suertes del destino que, a través de amigos, me
permiten trabajar en el rescate de esas palabras, de las ideas, las pasiones,
de personas que ya no están, pero que sin embargo, a través de sus
manifestaciones, artísticas o no, porque la simple historia de vida transitada
a conciencia justifica la maravilla de la memoria, siguen dando su presente.
En este rescate me encontré con una joya. Agradezco a la amiga Zélika
Alarcón por el material entregado sobre el artista plástico Asef Bichilani.
Entre esos materiales, hay cartas que Cesáreo Bernaldo de Quirós escribió a
Bichilani. La carta elegida para esta nota fue escrita en Buenos Aires, el 13
de febrero de 1946.
Hay en el documento escrito a máquina dos disertaciones de Quirós que
considero muy valiosas. En Quirós se mezcla la mirada, la reflexión, la
constante búsqueda de la palabra que defina mejor el arte y sus aledaños; creo
que busca la mejor de las palabras, como lo hace con la pincelada y el color.
Hay en su relato seguridad de concepto, su decir se apoya siempre en la poética
apasionada de sus sentidos. Quirós es real, camina a conciencia.
Cesáreo Bernaldo de Quirós |
La carta incluye esta primera disertación para el joven Bichilani: “Joven
artista y amigo: Vuelvo del Delta donde fuera a refugiar mis afanes, a estar
más conmigo mismo en la convivencia de ese paisaje auspicioso, de río y verdor;
fuente pura de la cual no puede prescindir mi espíritu y a la cual retorno
llevado por mi fe, al igual que el creyente acude al recogimiento del oratorio.
Recién ahora, al volver a mi casa de Buenos Aires, me entero del acontecimiento
que ha significado para nuestro pueblo esa exposición de conjunto de su obra.
Nada podía haber estado más a tono con mi estado espiritual que esa noticia,
pues regreso pleno de optimismo y de verdad traída del contacto con esa
naturaleza donde habían quedado rezagadas mis pesadumbres provocadas por ese
estado nefasto en que se halla sumido nuestro país.
Dos piezas de ese conjunto expuesto, me aguardaban también en mi casa de
Buenos Aires: el dibujo del malogrado amigo Miguel Lescá, y una pintura
representando la cabeza de un anciano. Y lo llamo acontecimiento porque lo es
en verdad y muy cabal por el alma que revela ese pueblo al auspiciar tan
elevada manifestación. Dulce impresión ha causado tal hecho en mi corazón de
artista y de entrerriano, haciéndome sentir cómo perdura en ese pueblo la misma
mística de admiración y de amor por todo gesto superior o bello que en años
lejanos se produjera con igual espontaneidad y el mismo generoso anhelo
alrededor de otro joven de aspiraciones gemelas a las suyas. Eran entonces
otros tiempos; regían en esa sociedad otras formas de vida, más sencillas, más
diáfanas. Sus costumbres, típicamente lugareñas, eran regidas por principios
inflexibles de moral. Gualeguay era como una gran familia de muchos hermanos,
donde penas y alegrías eran comunes, donde los ancianos notables se
consideraban como patriarcas y cuyas virtudes eran razón de rivalidad entre
distintas localidades de la provincia.
Pero es el caso que hoy, después de una evolución de cuarenta largos
años, se repite en ese pueblo el mismo prodigio de entendimiento y amor.
Compruebo que arde la misma llama inextinguible de entrerrianas enjundias. No
comparto, empero, la opinión de aquellos apologistas que verían en ese
acontecimiento un exponente de alto y depurado nivel cultural; nivel cultural
este que solo se puede aspirar a través de una larga evolución. Considero con
todo, que no hay el menor desmedro en mi objeción hacia esa sociedad, ya que
debo reconocer en ella dotes superiores de sensibilidad, secreto este que
debemos atribuir a la influencia de nuestra magnífica naturaleza, a sus fuerzas
telúricas que en su función plasmadora ponen excelsitudes y pureza en el alma
de nuestro pueblo, a ese abolengo que a través de corrientes sanguíneas irriga
en él sus pasiones, su romanticismo, su bizarría y sus cantares;
características estas de razas mediterráneas que alcanzaran también a la tierra
que los albergara, mezclando a su savia, sudores y sangre, dejando en su
atmósfera ecos de legendarias proezas, evocadas por sus brisas del mismo modo
que se hizo aroma en sus flores la esencia de su espíritu. Manes hoy de nuestro
pueblo; manes sagrados de nuestra originaria estirpe; ángeles tutelares de
nuestra entrerrianía. A todo ello debemos ese corazón, esa sensibilidad y ese
nuestro gran señorío de espíritu. A su conjuro vivimos gestas magnas,
inspiraciones redentoras y humildes y heroicos sacrificios. A su conjuro nos
elevamos hoy, en lírico vuelo espiritual, frente al florecer de un alma de
artista. (…)”.
En la segunda disertación, hay consejos para el joven Bichilani. A la
manera de “Cartas a un joven poeta” de Rainer Maria Rilke, Quirós, ante todo,
busca estimular la fe del artista, uno de los elementos necesarios para tener
la valentía de adentrarse en la búsqueda del arte: “(…) Así es, amigo mío; es
el corazón el que rige en el mundo del arte, con esa ‘prístina pureza’ en que
se sustenta el inmutable ritmo de toda verdad y de toda belleza. Cuidemos,
pues, el corazón; hagamos que viva al margen de lo rutinario y lo torpe de
nuestra vida. No lo usemos sino en la hora matutina y en la mortecina del
crepúsculo. Que esa energía sea para nutrir nuestros sueños y nuestros ideales
en juegos puros y cristalinos.
Para los hombres que vamos por la vida a través de un ensueño, nos es
dado mantener el corazón en sus inmaculadas expresiones. ¡Qué bello es, en la
altura de los años, cuando todo declina y se carcome, dejar nuestra envoltura a
la vera del camino y remontarnos en pos de un inmortal anhelo, solos, en alas
de nuestro corazón!
Está llena la vida de ejemplos de grandes figuras, ancianas en años, en
las cuales sorprendemos nimbos de niñez. Para ellos no cuenta el espacio ni el
tiempo, y les encontramos proyectando empresas y exigiéndose superaciones cuyo
desarrollo solo cabría en una vida que se inicia. Mantengamos siempre joven
nuestro corazón para que, de esa fusión con la naturaleza, sea nuestra obra una
eterna renovación.
Muy grato me es saber que desde temprano Ud. descubre el misterio de que
toda fuerza creadora está en uno mismo. Ello le evitará divagaciones perniciosas,
consultas en las obras de aquellos artistas que por afinidad de temperamento o
por la admiración que le profesamos, se antepongan a nuestras búsquedas,
influyendo de manera de hacernos mirar a través de sus ojos y hasta de sentir a
través de su temperamento.
Sé que todo ello significará períodos de innumerables desaciertos y
vacilaciones, pero en esa lucha, en esa búsqueda, está el camino para
encontrarse a Ud. mismo, y donde hallará también sus mejores alientos, pues a
cada crepúsculo de desfallecimiento le sucederá una aurora de radiantes
promesas.
Es en la naturaleza donde está la fuente y el secreto, y es con el
corazón lleno de pasión que debemos llegar reverentes a ella, reverentes y
humildes a escuchar y confiar, pues en ella está el secreto de toda sabiduría.
A su contacto se enriquecerá nuestro verbo, se ahondará nuestra sensibilidad.
De nuestro respetuoso ahínco en aprender, en compenetrarnos en su secreto,
nacerá ese ritmo ascendente de entendimiento que se hará vuelo de poderosa ala
en nuestro espíritu. Sí, todo el misterio, todo el secreto de lo que podamos
ser, por excelso y extendido que sea nuestro panorama, todo está en nosotros
mismos. Todo irá trasponiendo el límite que separa el mundo físico del mundo
interior nuestro en sus infinitas formas y expresiones, desde la más íntima y
sensitiva línea o el más fugaz matiz hasta el raudo vuelo en amplitudes de
océanos y mundos, todo, recibirá nuestra luz en forma opulenta o crepuscular;
luz de nuestra propia verdad que creará perfiles propios y propias masas de
claridad y sombras. Vivir de nosotros y para nosotros mismos, en una
trasmutación constante, de amor y de espíritu en belleza. (…) Mi palabra de
aliento y de consejo, mi palabra leal de hombre de luchas en el arte, debe ir
más allá y llegar a su fe, estimulándola. Fe, fe en uno mismo, fe en ese mundo
interior, y aún indefinido a sus años, pero que está en Ud. latente, que reside
en su propia alma de artista. A ello responde mi advertencia de que no dé mayor
trascendencia a esos baches de que está lleno el camino. Marche erguido en su
convicción, con sus ojos plenos de confianza, hacia ese punto que aparece
luminoso en el horizonte lejano. En el arte no existen tramos; es solo
finalidad. Y cuanto más distante aparezca el horizonte de sus ambiciones,
cuanto más eleve Ud. la cima de su fe, menos engañarán a su marcha los
obstáculos. (…)”.
La palabra y el pensamiento de Quirós vuelven a sorprenderme. Es que
tanta riqueza puede refugiarse en la vida de ciertos hombres. Pienso en el
valor que habrán tenido para el muchacho Bichilani. Una carta dirigida a él.
Pienso en ello, porque la lectura me llevó a la emoción y a hacer míos los
consejos que da el maestro. A lo largo de la vida es necesario repetir los
pensamientos, volver a las ideas sobre las que creció nuestro árbol. En la
búsqueda del arte, en el “mientras tanto” que nos toque en suerte, la primera
patria interna es ser uno mismo, nunca hay que dormirse en otra historia que no
sea nuestra búsqueda y encuentro sincero con la identidad.
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