domingo, 3 de abril de 2016

Chango Ibarra: barrio, pueblo, terruño

El hilo se ovillaba sobre un palito hecho de imágenes. La piola me remontó hasta un cielo/barrilete de música, y en su mismo cuerpo, porque apenas pude pensar en la altura de los colores, estallé yo mismo en imágenes. Volví a mi casa: de regreso a mis días.
El corto filmado por Mauricio Echegaray, gualeyo de cámara en mano andar: “Serenata por los bares de Gualeguay” (2015, 1er. Premio en el concurso “Entre Ríos en una mirada”), fue el palito donde vivía el hilo que me llevó hasta el barrilete o pandorga: la música del Chango Ibarra. El corto refleja, en un puñado de minutos, la salida del músico y su grupo por algunos bares de la noche gualeya. El objetivo, pedir permiso para compartir con los habitués de los lugares: la copa, la charla, y ofrendar un poco de música.
La noticia sobre el corto de Echegaray me llegó a través de una página en El Debate Pregón. El resto lo hizo posible el ciberespacio, la feliz utilización de las redes sociales. Pedí amistad y el Chango, que me había intrigado como actor principal del corto: sus palabras y música, aceptó. Y entonces el barrilete comenzó a ganar altura. La primera publicación que leí y escuché fue: “Regreso”. Un texto corto en música: un poema que avisaba en su voz, y que comienza con esta maravilla: “Todo es un regreso a lo que definitivamente somos, la infancia…”. Después la música que, en efecto, lo llevó, primero al Chango, el primer viajero, el primer espectador de la obra, y después a este cronista. Él, yo, y estoy casi seguro, a todo aquel que escuche este “Regreso”: muchachos, todos hasta la infancia, la primera patria interna, el primer barrio del alma.
Hace unos días, el 19 de marzo, el Chango Ibarra publicaba su “Regreso” precedido por estas líneas: “Hoy que es el cumpleaños de ‘Villa de San Antonio de Gualeguay Grande’ y que para mí se podría llamar ‘mi familia’, mi abuela Teresa y mi abuelo Pascual, y sus padres y los padres de sus padres, y mi madre Raquel, y mis hermanos, y mis tíos y sus hijos y los hijos de sus hijos. Y también se podría llamar ‘mis amigos’, los del campo, los del pueblo, los del barrio, los de la cuadra. También se podría llamar ‘río’, el que corre y se va, el que está siempre ahí y el que está siempre en mí. De tantas formas se podría llamar mi pueblo”. Este comienzo de aniversario fue seguido de un poema escrito por Ibarra en un día del ayer, que dice: “Pueblo de gurises en pata / Siestas asoliadas, ardidas / Tardecitas sonoras con redoblantes de lata / Y bombos de cartón que saben a dulce de leche… / (la infancia se amasa) / Pueblo de casas bajas / Como agarrándose al suelo… / Pueblo de gurises en pata color tierra / es como si la tierra pariera sus patas para sentirse pueblo. / Y si hoy soy ese gurí que corre junto al Martín, al Cabeza, a los hnos. Bonazola, los hnos. Mayer, los hnos. Romero, al Damián y en ellos todos los gurises del 9 de julio y en ellos todos los gurises…, / hoy soy un hombre barrio, un hombre pueblo, un hombre terruño”. Dice el poema, y dicen las palabras todavía más sobre el autor que recuerda, que funda, a cada paso, memoria.
El Chango Ibarra, en nuestro intercambio me dijo sobre su quehacer de poeta y guitarrero: “Yo estoy contento con esto de poder nombrar a los que hay que nombrar”. Queda claro, entonces -así pensé-, por la vereda que elige caminar este hombre. Porque elige, la vida toda es elección, y es una parada ética cuando se trabaja tratando de “encontrarnos” con el ayer, de “ser” entre los buenos fantasmas que son parte de nuestra fundación. No por exceso melanco, no por saudade acentuada, sino como la única manera de intentar una mirada a conciencia sobre la construcción de cualquier futuro.
Iniciamos el cambio de figuritas, sustancioso, feliz; diría que a cambio de mi interés, recibí figuritas, todas ellas, de las difíciles. Hay un texto de Ibarra que me pareció fundamental en su quehacer, profundamente emotivo y a la vez con la información necesaria para quien se pregunte por la identidad e intenciones de este músico: “Mi repertorio tiene aires de todas esas músicas que me han tocado vivir.
Desde mi lugar de origen aparecen esos chamamecitos, como aparece el rocío en las mañanas rurales; el sol se lo lleva en sus ancas y la noche lo vuelve a traer, como un capricho de la naturaleza.
Y también a veces uno se va. Y en ese ir por ahí aparecen las músicas de otras geografías: la chacarera, la vidala, la zamba. La vidala y la zamba son dos géneros que me permiten expresarme con comodidad. En mi encuentro con la zamba descubrí un potencial de expresión musical múltiple, que permite transitar múltiples dinámicas y múltiples caracteres sin salir por eso de la cadencia propia de la zamba. La vidala encierra una fuerza contenida que al caer estalla en la tierra y desparrama todo lo que hay que decir.
Mi repertorio, entonces, transita recuerdos y encuentros. Lo que yo soy.
Que sea instrumental en su mayoría puede ser un capricho.
Pero la música instrumental es muchas veces una invitación a la reflexión. Siempre me llamó la atención un tema de Isaco Abitbo y Tránsito Cocomarola, ‘La suerte’, que sin pretensiones nos induce a descubrir la profundidad y la riqueza de lo sonoro y lo musical. Uno podría escribir muchas cosas sobre la suerte, pero hacer una música, hablar sonoramente de algo no concreto como la suerte, me parece una invitación íntima a pensar la música y pensar el mundo.
Y esa es mi invitación.
Músicas originadas en la intuición de las sensaciones que me han movilizado, y la circunstancia de vivir este momento en este mundo”.
Sucede en la música del Chango Ibarra, muchas veces las palabras no hacen falta. Aquello que lo maravilló le abre la puerta para crear su propia maravilla.
Anota sobre su pasado: “Yo crecí en el primer distrito, camino de la costa, hasta los cuatro años viví con mi madre, mis abuelos, mis muchas tías y dos tíos en unos ranchos de adobe y paja, con cocina a leña y un farol a kerosene. Era una vida rural para mi familia, trabajaban la tierra, criaban animales y tenían algunos otros oficios como el de ladrillero o el de alambrador. Yo vivía todo ese mundo, todo ese encanto para mí hoy en día, con horizonte al ras de la tierra, con monte petiso, pinchudo, monte donde el silencio descansa el silbido de una calandria, un zorzal, un cardenal… Siempre volví después de habernos mudado a la ciudad, tal vez encontraba con unos tíos y unos primos que seguían viviendo ahí (aparte del cariño que siempre me han dado) lo que ya no era mío y no sabía que añoraba. Tal vez ahí empezó mi formación de músico”.
Edgardo Chango Ibarra es músico, guitarrista, compositor de formación principalmente autodidacta. Otro hombre en libertad, me digo, un hombre que aprendió la herramienta necesaria, porque estudió flauta traversa y lenguaje musical en el Conservatorio Municipal Manuel de Falla, y estudió guitarra con Julio Faggiana y Germán Vela, y armonía con Gustavo Correa, y después se hizo en el ruedo que se funda entre el instrumento, el oficio y sus almas. Otro hombre en libertad mientras camina por la vereda de los autodidactas.
De 2004 a 2006 fue guitarrista estable de Los Calandria; en 2008 acompañó a la cantante Mónica Abraham; desde 2006 es guitarrista estable de Yamila Cafrune. Además lleva adelante presentaciones didácticas en escuelas públicas de la provincia de Buenos Aires (proyecto “El folklore va a la escuela”).
A finales del 2015 el Chango Ibarra parió su primer trabajo solista: “Asoliáu”, afirma: “Ya un poco más crecido en edad descubro, hoy, que la calle en esos tiempos fue mi escuela sagrada, más allá de haber ido a la Marcos Sastre, jardín, primaria y hasta la secundaria, yo rendía pruebas en el taller del Daniel Pavón con toda la gurisada. La guitarra me seguía desde siempre, desde lejos sin saber por qué…,  y un día llegó para no irse más.
Hasta que me fui de ese mi pueblo buscando anda a saber qué se yo…
Y en ese irme aparece ‘Asoliáu’, que es como volver, y es mi primer disco solista con todas músicas mías, menos una que es del ‘Japo’ Vela. ‘Asoliáu’ es una explosión que viene desde esa infancia rural hasta este preciso instante, sin detenerse, pasando por cada detalle de todo lo vivido, es el antes, el ahora y lo que vendrá”.
El viernes 8 de abril a las 22 hs. el Chango Ibarra se presenta en Cooparte, Remedios de Escalada de San Martín 82, Gualeguay. Regresa el hombre barrio, el hombre pueblo, el hombre terruño con su arte: con “Asoliáu” su primer trabajo solista bajo el brazo.

Hace días que escucho el disco de Edgardo Chango Ibarra, me acompaña la escritura, el pensamiento, y una y otra vez, me tienta con el recreo del regreso. Escucho “La casa de la abuela Teresa”: “Carmen Gadea 614, la casa de la abuela Teresa, mi abuelo se fue cuando yo era bien gurisito, por eso le quedó la casa de la abuela Teresa, fue la casa que sentí mía, (…) ahí construí mi memoria (…)”, y entonces detengo las palabras de escribir, y me quedo con la mirada de la sangre puesta en los nombres, en las imágenes de mis abuelas: Ángela y Eufemia.

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