El hilo se ovillaba sobre un palito hecho de imágenes. La piola me
remontó hasta un cielo/barrilete de música, y en su mismo cuerpo, porque apenas
pude pensar en la altura de los colores, estallé yo mismo en imágenes. Volví a
mi casa: de regreso a mis días.
El corto filmado por Mauricio Echegaray, gualeyo de cámara en mano andar:
“Serenata por los bares de Gualeguay” (2015, 1er. Premio en el concurso “Entre
Ríos en una mirada”), fue el palito donde vivía el hilo que me llevó hasta el
barrilete o pandorga: la música del Chango Ibarra. El corto refleja, en un
puñado de minutos, la salida del músico y su grupo por algunos bares de la
noche gualeya. El objetivo, pedir permiso para compartir con los habitués de
los lugares: la copa, la charla, y ofrendar un poco de música.
La noticia sobre el corto de Echegaray me llegó a través de una página
en El Debate Pregón. El resto lo hizo posible el ciberespacio, la feliz
utilización de las redes sociales. Pedí amistad y el Chango, que me había
intrigado como actor principal del corto: sus palabras y música, aceptó. Y
entonces el barrilete comenzó a ganar altura. La primera publicación que leí y
escuché fue: “Regreso”. Un texto corto en música: un poema que avisaba en su
voz, y que comienza con esta maravilla: “Todo es un regreso a lo que
definitivamente somos, la infancia…”. Después la música que, en efecto, lo llevó,
primero al Chango, el primer viajero, el primer espectador de la obra, y
después a este cronista. Él, yo, y estoy casi seguro, a todo aquel que escuche
este “Regreso”: muchachos, todos hasta la infancia, la primera patria interna,
el primer barrio del alma.
Hace unos días, el 19 de marzo, el Chango Ibarra publicaba su “Regreso”
precedido por estas líneas: “Hoy que es el cumpleaños de ‘Villa de San Antonio
de Gualeguay Grande’ y que para mí se podría llamar ‘mi familia’, mi abuela
Teresa y mi abuelo Pascual, y sus padres y los padres de sus padres, y mi madre
Raquel, y mis hermanos, y mis tíos y sus hijos y los hijos de sus hijos. Y
también se podría llamar ‘mis amigos’, los del campo, los del pueblo, los del
barrio, los de la cuadra. También se podría llamar ‘río’, el que corre y se va,
el que está siempre ahí y el que está siempre en mí. De tantas formas se podría
llamar mi pueblo”. Este comienzo de aniversario fue seguido de un poema escrito
por Ibarra en un día del ayer, que dice: “Pueblo de gurises en pata / Siestas
asoliadas, ardidas / Tardecitas sonoras con redoblantes de lata / Y bombos de
cartón que saben a dulce de leche… / (la infancia se amasa) / Pueblo de casas
bajas / Como agarrándose al suelo… / Pueblo de gurises en pata color tierra /
es como si la tierra pariera sus patas para sentirse pueblo. / Y si hoy soy ese
gurí que corre junto al Martín, al Cabeza, a los hnos. Bonazola, los hnos.
Mayer, los hnos. Romero, al Damián y en ellos todos los gurises del 9 de julio
y en ellos todos los gurises…, / hoy soy un hombre barrio, un hombre pueblo, un
hombre terruño”. Dice el poema, y dicen las palabras todavía más sobre el autor
que recuerda, que funda, a cada paso, memoria.
El Chango Ibarra, en nuestro intercambio me dijo sobre su quehacer de poeta
y guitarrero: “Yo estoy contento con esto de poder nombrar a los que hay que
nombrar”. Queda claro, entonces -así pensé-, por la vereda que elige caminar este
hombre. Porque elige, la vida toda es elección, y es una parada ética cuando se
trabaja tratando de “encontrarnos” con el ayer, de “ser” entre los buenos
fantasmas que son parte de nuestra fundación. No por exceso melanco, no por
saudade acentuada, sino como la única manera de intentar una mirada a
conciencia sobre la construcción de cualquier futuro.
Iniciamos el cambio de figuritas, sustancioso, feliz; diría que a cambio
de mi interés, recibí figuritas, todas ellas, de las difíciles. Hay un texto de
Ibarra que me pareció fundamental en su quehacer, profundamente emotivo y a la
vez con la información necesaria para quien se pregunte por la identidad e
intenciones de este músico: “Mi repertorio tiene aires de todas esas músicas
que me han tocado vivir.
Desde mi lugar de origen aparecen esos chamamecitos, como aparece el
rocío en las mañanas rurales; el sol se lo lleva en sus ancas y la noche lo
vuelve a traer, como un capricho de la naturaleza.
Y también a veces uno se va. Y en ese ir por ahí aparecen las músicas de
otras geografías: la chacarera, la vidala, la zamba. La vidala y la zamba son
dos géneros que me permiten expresarme con comodidad. En mi encuentro con la
zamba descubrí un potencial de expresión musical múltiple, que permite
transitar múltiples dinámicas y múltiples caracteres sin salir por eso de la
cadencia propia de la zamba. La vidala encierra una fuerza contenida que al
caer estalla en la tierra y desparrama todo lo que hay que decir.
Mi repertorio, entonces, transita recuerdos y encuentros. Lo que yo soy.
Que sea instrumental en su mayoría puede ser un capricho.
Pero la música instrumental es muchas veces una invitación a la
reflexión. Siempre me llamó la atención un tema de Isaco Abitbo y Tránsito
Cocomarola, ‘La suerte’, que sin pretensiones nos induce a descubrir la
profundidad y la riqueza de lo sonoro y lo musical. Uno podría escribir muchas
cosas sobre la suerte, pero hacer una música, hablar sonoramente de algo no
concreto como la suerte, me parece una invitación íntima a pensar la música y
pensar el mundo.
Y esa es mi invitación.
Músicas originadas en la intuición de las sensaciones que me han
movilizado, y la circunstancia de vivir este momento en este mundo”.
Sucede en la música del Chango Ibarra, muchas veces las palabras no
hacen falta. Aquello que lo maravilló le abre la puerta para crear su propia
maravilla.
Anota sobre su pasado: “Yo crecí en el primer distrito, camino de la
costa, hasta los cuatro años viví con mi madre, mis abuelos, mis muchas tías y
dos tíos en unos ranchos de adobe y paja, con cocina a leña y un farol a
kerosene. Era una vida rural para mi familia, trabajaban la tierra, criaban
animales y tenían algunos otros oficios como el de ladrillero o el de
alambrador. Yo vivía todo ese mundo, todo ese encanto para mí hoy en día, con
horizonte al ras de la tierra, con monte petiso, pinchudo, monte donde el
silencio descansa el silbido de una calandria, un zorzal, un cardenal… Siempre
volví después de habernos mudado a la ciudad, tal vez encontraba con unos tíos
y unos primos que seguían viviendo ahí (aparte del cariño que siempre me han
dado) lo que ya no era mío y no sabía que añoraba. Tal vez ahí empezó mi
formación de músico”.
Edgardo Chango Ibarra es músico, guitarrista, compositor de formación
principalmente autodidacta. Otro hombre en libertad, me digo, un hombre que
aprendió la herramienta necesaria, porque estudió flauta traversa y lenguaje
musical en el Conservatorio Municipal Manuel de Falla, y estudió guitarra con
Julio Faggiana y Germán Vela, y armonía con Gustavo Correa, y después se hizo
en el ruedo que se funda entre el instrumento, el oficio y sus almas. Otro
hombre en libertad mientras camina por la vereda de los autodidactas.
De 2004 a 2006 fue guitarrista estable de Los Calandria; en 2008
acompañó a la cantante Mónica Abraham; desde 2006 es guitarrista estable de
Yamila Cafrune. Además lleva adelante presentaciones didácticas en escuelas
públicas de la provincia de Buenos Aires (proyecto “El folklore va a la
escuela”).
A finales del 2015 el Chango Ibarra parió su primer trabajo solista:
“Asoliáu”, afirma: “Ya un poco más crecido en edad descubro, hoy, que la calle
en esos tiempos fue mi escuela sagrada, más allá de haber ido a la Marcos Sastre,
jardín, primaria y hasta la secundaria, yo rendía pruebas en el taller del
Daniel Pavón con toda la gurisada. La guitarra me seguía desde siempre, desde
lejos sin saber por qué…, y un día llegó
para no irse más.
Hasta que me fui de ese mi pueblo buscando anda a saber qué se yo…
Y en ese irme aparece ‘Asoliáu’, que es como volver, y es mi primer
disco solista con todas músicas mías, menos una que es del ‘Japo’ Vela. ‘Asoliáu’
es una explosión que viene desde esa infancia rural hasta este preciso instante,
sin detenerse, pasando por cada detalle de todo lo vivido, es el antes, el
ahora y lo que vendrá”.
El viernes 8 de abril a las 22 hs. el Chango Ibarra se presenta en
Cooparte, Remedios de Escalada de San Martín 82, Gualeguay. Regresa el hombre
barrio, el hombre pueblo, el hombre terruño con su arte: con “Asoliáu” su
primer trabajo solista bajo el brazo.
Hace días que escucho el disco de Edgardo Chango Ibarra, me acompaña la
escritura, el pensamiento, y una y otra vez, me tienta con el recreo del
regreso. Escucho “La casa de la abuela Teresa”: “Carmen Gadea 614, la casa de
la abuela Teresa, mi abuelo se fue cuando yo era bien gurisito, por eso le
quedó la casa de la abuela Teresa, fue la casa que sentí mía, (…) ahí construí
mi memoria (…)”, y entonces detengo las palabras de escribir, y me quedo con la
mirada de la sangre puesta en los nombres, en las imágenes de mis abuelas:
Ángela y Eufemia.
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