domingo, 3 de julio de 2016

Rafael Vásquez en Gualeguay

Hace unas semanas publiqué la nota “Puente a la vista”. En ella planteaba que en esta vida que llevo en la zona de chacras gualeya, quedaba, de cotidiano, muy a la vista, el puente principal que propone la naturaleza: el que va de la vida a la muerte. La vida misma nos lleva hasta ese puente y puerto. La vida y la muerte del ser vivo más pequeño queda a la vista en el paisaje donde está mi casa, donde se desarrolla mi vida y la de mi familia. El paisaje del puente, o desde el puente, se presenta en directo para todo aquel que esté interesado en ver. Decía también que la muerte puede ser un motor válido para la vida; el hecho de saber, de tener presente que en un mañana sin dirección postal precisa, no vamos a estar sobre esta tierra, es toda una invitación indeclinable, por lo tanto muy bueno sería que los habitantes de los paisajes posibles: barrio, pueblo, chacra, ciudad, no dejaran la vida para mañana, porque muy bien ese mañana, una de las mayores ficciones de la inconsciencia cotidiana del hombre, puede no llegar nunca. ¿Entonces?, ¿cómo es que podríamos encontrar otra sintonía de existencia?, pues, se me ocurre que estando atento a los estímulos, al menos eso trato de hacer en mis días, y para ello vivir siempre a consciencia despierta, libre de barullo, y practicando a diario, esencial que esta práctica no se deje para mañana, el sincero ejercicio de la memoria.
Desde que vivo en Gualeguay recibo de dos maneras los libros que publican mis amigos. Reviví la poética del libro por correo, y mantengo un tránsito amigo a través de mis viajeros, mis contactos con el afuera de la zona de chacras. Sucedió que mi amigo Mario Bellocchio trajo hasta mi casa el libro “Pequeñas muertes, provisorios olvidos” de mi amigo el poeta Rafael Vásquez. Leí el libro en dos o tres felices sesiones frente al hogar. El fuego fue compañía, también el silencio en la casa durante esa primera parte de la noche, y unos cinco tragos de whisky con hielo por cada encuentro. Era cuestión de saborear el paisaje, la presencia mediúmnica de las llamas, la palabra y el trago corto, ese que tanto ayuda a la reflexión. En este paisaje, íntimo y gualeyo, encontré, en el hacer de Rafael, sintonías cercanas a los temas tratados, es decir, la vida, la muerte, los recuerdos, los amigos, la conciencia: la eternidad limitada de los hombres. Porque todos nos sentimos, alguna vez, inmortales; claro, después transcurren los días.
En una entrevista que le hice a Vásquez (1930) en 2011 a propósito de su libro anterior “Explicaciones y retratos”, decía: “Estoy jugado por las cosas que he hecho y por el paso del tiempo, soy un hombre viejo. Creo que sí, en este libro la muerte está mucho más presente, y en él se entrecruzan los amigos muertos. Hay un poema ‘Disposiciones últimas’ que lo encontré un poco duro, y si bien mi mujer, mis hijos, lo conocen, nunca quise leerlo en público, pero en concreto ese es mi pedido, quiero que me cremen y esparzan las cenizas en algún lugar donde hemos estado, basta un buen recuerdo. No voy al cementerio, los afectos, los muertos familiares, los amigos, están en mí, en los recuerdos, en lo que tengo, si fueron poetas, también en los libros. No están en la tumba”.
Podría afirmarse que Rafael Vásquez ha ensayado en sus dos últimos libros, sobre la vida, el tiempo y la muerte, sobre los amores, los amigos, la memoria y el olvido. Luego de la lectura de “Pequeñas muertes…” seguí el impulso: tratar de acercarme a su poética. Anoté como primer apunte: sensibilidad y lucidez, tranquilidad y firmeza. Así transita su trabajo, tanto en las ideas como en su concreción estética. El lector se queda pensando luego de recorrer el universo propuesto, porque Vásquez tiene esa manera cristalina de proponer temas y reflexiones; quizás este sea uno de los mayores desafíos de la escritura, el encuentro con la palabra simple, la herramienta que mejor visita las profundidades. El poeta juega una carta fundacional cuando abre el libro con el notable poema “Duda”: ¿De dónde viene ese rumor secreto / vestido de palabras? ¿De qué oculta / razón o sinsentido, de qué infancia? / ¿Cómo fue que llegamos a entendernos / y a indagar la raíz de la poesía? / Yo no lo sé. Todo es tal vez o acaso, / desde atrás del recuerdo y la distancia, / desde el dolor y desde la alegría. / Lo cierto es que aquí estoy entre papeles / y no sé a dónde voy. Porque la duda / pesa menos que todo lo seguro. / Quiero abrir la sorpresa a la mañana / y cerrar la cortina de la noche. / En el medio la voz, el tiempo justo / de que alguno se encuentre en lo que digo. / Que dure lo que dure. Y que se entienda. / La pregunta más fiel, no la respuesta. / No sé si es una búsqueda la mía / o un encuentro casual y lo que ignoro / me impulsa a continuar: ésa es la vida”.
Rafael Vásquez
Digo que Rafael Vásquez, como le sucede a todos aquellos que llegaron al amor, escribe muchas veces borrando las fronteras de sus queridas, la mujer y la palabra, ambas compañeras fieles, humanas, verdaderas. Apenas doblando la esquina de la “Duda”, aparece el poema siguiente: “Otra interrogación”: “Era el amor / que no se enseña ni se aprende. / El amor en la voz de algún poeta. / Y / la sombra de la muerte que venía / también hecha misterio, necesaria. / Pero la muerte entonces era literatura. / Después nos encontramos con el mundo: / su alrededor y el mío, / testigos y partícipes. / Una historia de vida que se escribe. / ¿Qué me preguntarán? / ¿Cómo fue la razón por la que supe / tanteando otras palabras y las mías / inventar el camino que nos une? / Parece simple. / Acaso no se entienda. / Así nació mi amor por la palabra”.
Vásquez sigue el impulso, necesita volver a los paisajes de ayer, lo prueba el poema “La casa de mi abuela”: “El patio y sus canteros / ¿plantas o flores?, / las baldosas seguras después de la cancel / y un triciclo tan fuerte que sabía / mandar los recorridos de la infancia en el patio. / Macetones con flores, / algún perro en el fondo, / seguramente un árbol. / La casa de mi abuela con un piano y dos tías / todavía solteras / para cuidar ausencias primerizas / hasta el regreso de mi madre. / En las fotografías / que nunca vuelvo a ver están los rostros / que la muerte dejó para la pena. / Viejas anotaciones / o cartas / o recuerdos / dan ese tinte sepia, borroso, del pasado. / Ya no quedan testigos / ni el lugar / y la sombra / me crece desde adentro como una despedida”.
El amor tiene varias sintonías, y el poeta las frecuenta, aquí y allá sus palabras fundan el paisaje, como el poema “Fotos”, quizás uno de esos poemas de amor dedicados a la compañera, que muchos habitantes del mundo de la palabrería quisieran haber escrito: “Miro una serie de viejas fotos de una nena. / Son pruebas de retratos, actitudes distintas y sonrisas. / El fondo oscuro, algún objeto a mano, / una sombrilla, un libro, / poses sencillas que el fotógrafo guiaba / para encontrar la toma exacta / que complaciera a toda la familia. / Tiene cinco años esa nena. O cuatro. / Sólo una vez reconozco sus rasgos, / apenas, / aquel gesto que durará en su cara / para enamorarme. / Nada del futuro entonces / nada del misterio que hará venir su vida / hasta mi encuentro. / Todavía / los años la embellecerían hasta la madurez. / Pérdidas y ganancias, hijos, un nieto, / cuántas expectativas imposibles de discernir. / Algo puede nublarse en mis ojos: / la culpa de no hacerla más feliz”.
Los años pasaron, al poeta no hace falta que nadie le avise que es un hombre mayor. Sabe entonces Rafael que implica un riesgo andar por las grandes alturas de la vida, y entonces (esto ocurre en los dos libros citados) asume los presentes sucesivos. No deja de agradecer la felicidad en esta vida, aunque a la vez no deja de marcar los límites. Vásquez dice con la tranquilidad de haber vivido a consciencia, la tranquilidad que da el haber entendido de qué se trata la vida cuando se la acompaña con el pensamiento y el compromiso con la escritura. Rafael está, sigue estando atento mientras, por ejemplo, se despide/encuentra con tanto amigo poeta que ya no está, como es el caso del poeta Roberto Santoro, desaparecido hace 35 años por la última dictadura cívico/militar.
Cuando llegué al último poema del libro, me quedé pensando, unos minutos de silencio conmigo mismo. Es de una gran ternura. Me dije: ¡qué clara que la tiene!: “Telón”: “Será para cerrar estos poemas. / Libro de despedida sin adioses. / Libro de la sorpresa y de la duda. / Trascurrida la infancia / nunca supe llorar. / No hay lágrimas entonces / para hacer este cómputo de ausencias / mezclada la amistad con la poesía. / La vida que viví fue suficiente. / Lo que siga escribiendo / puede quedar inédito. No soy indispensable. / Tengo que ir al final / para cerrar la puerta silenciosa / según la vieja broma mil veces repetida: / ser el último / para apagar la luz”. Anoto: correrse sobre su costado, saber y poder decir hasta acá; después de este libro apago este costado de la luz, y esto no quiere decir que yo no siga escribiendo, viviendo mi vida como siempre, como mejor la entendí.
Entiendo a Rafael, entenderlo me hace feliz, y en esta felicidad nacida de hombre y palabra, entiendo aún más “Explicaciones y retratos” y “Pequeñas muertes, provisorios olvidos”, los libros poema, los libros ensayo, como final decidido en la continuidad del trabajo.

Me digo que Rafael Vásquez se hizo una escapadita hasta esta zona de chacras gualeya, que estuvo frente al fuego, que pisó mi ciudad de Gualeguay, que vino con ganas de cambiar figuritas desde el pensamiento y la amistad, desde la duda que a cada paso nos alumbra el día, para que no nos confiemos en que todas las cartas están establecidas. La poesía de Vásquez sigue adelante, en estado de duda creativa, como debe ser, aunque haya optado por el latido en la privacidad.

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