El corazón de la zona de chacras gualeya es un lugar, un tiempo/espacio
que presenta algunas señales propias del territorio de lo fantástico. Por
ejemplo, a cinco minutos de camino desde mi refugio, un vecino construyó su
casa flotante en el parque de la casa; dicha construcción podía haber tenido
muchas formas, pero la elegida es la de un barco, pero no la de cualquier
artilugio flotante; Daniel Guillén recreó la forma de un galeón español, ¿por
qué?, porque este señor figura en la historia grande y ha descubierto varios
naufragios, el más importante: la nao Santiago de la flota de Magallanes
(1520). Otro ejemplo de lo fantástico en la chacra es aquello que se me ocurre pensar
como una vuelta de tuerca sobre la historia de Pinocho, sí, el muñeco de
madera. Puede parecer exagerada mi asociación, pero paso a explicar. En mi
biblioteca hay una edición de las “Aventuras de Pinocho” de Collodi, edición de
José J. de Olañeta de 1992, que reproduce texto y dibujos de la edición
española de 1901. Julia, mi hija, descubrió el libro, y ofrecí leerle unos
fragmentos. De esta manera volví a tener contacto con aquel trozo de madera que
se quejaba de los golpes que le propinaba el carpintero, que luego le daría
forma al muñeco que terminaría siendo como un hijo.
¿Acaso en la chacra gualeya camina un muchacho de madera?, no lo sé,
pero de lo que sí puedo dar fe es del efecto que la voz de un pedazo de madera
puede producir en las personas que se permiten un tiempo para la observación
total del paisaje.
A media cuadra de mi casa hay un pequeño almacén. Nos hemos hecho amigos
de Roxy Meoniz y Luis Curvale, los anfitriones. Compartir un almuerzo, una
cena, charlar, darnos una mano, en especial ellos a nosotros: pistas comunes en
la vida entre vecinos. Creo que desde hace aproximadamente un año, el negocio,
o mejor, la casa y el negocio, exhibe al frente un cartel de madera de forma
irregular y plantado en tierra sobre dos patas. En el susodicho cartel se lee
una frase: “Es lo que hay”.
Dicha expresión empezó a hacerse un lugar, a hacer nido en el cotidiano.
Empecé a notar que la cita aparecía entre las palabras de Roxy y de Luis, pero
luego de alguna utilización de mi parte como juego, me di cuenta de que, a
medida que pasaban los meses, la frase se iba afirmando en mi vocabulario, en
nuestro quehacer diario. De esta manera es que digo que la voz nacida en ese
pedazo de madera, nuestro muñeco afecto al pensamiento, se ha instalado en la
chacra gualeya, donde repito, pasan cosas un tanto diferentes. Por ejemplo la
escritura de este cronista, esta nota, desde el lugar de los hechos, en la
ciudad/río donde, es sabido, nos conocemos todos y entonces “Mejor no hablar de
ciertas cosas” (gracias, Luca).
En este proceso de crecimiento de la voz de nuestro Pinocho que solo
dijo una frase, es que me descubro pensando una y otra vez la cita. Ciertamente
lo que señala no es ninguna pavada. Los muy identificados con la mecánica del
éxito a cualquier precio podrían tildarla de conformista, cuando en su aldea se
suspira por todo lo contrario. En cambio, aquellos que viven teniendo en cuenta
bondades y sinsabores de la vida, aquellos que se interesan por el valor de los
pequeños momentos y acciones, y no hablo de moneda, puede significar una clara
advertencia, un cable a tierra que tiende, que ayuda a encontrar cierto
equilibrio en el camino. Porque es sabido: hay carreteras y caminos.
Me digo “Es lo que hay” y nunca pienso en que no hay nada, nunca tiene
un aroma negativo. Siempre “hay”, y aquello de lo que se señala su presencia
pide al testigo, al que ve y oye, el compromiso de esa “mirada”. “Es lo que
hay”, y entonces me pasa que trato de no perder detalle de lo que contemplo, me
alejo de todo tipo de deseo que apunte a una mayor perfección. El hecho
señalado está sucediendo, consta de los elementos necesarios para ser
percibido, y si nos agrada, nos importa o impresiona, será guardado en la
memoria. Aquello que “hay” alcanza.
Y ocurre que con la misma frase procedo a eliminar basuritas sin
importancia; frente a los pequeños problemas que se presentan en el costado
chato del cotidiano, la frase actúa como goma que borra intrascendencias. O
sea, todo gira alrededor de la mirada de la persona, de las claves sobre las
que se fundan sus almas. Esos pilares son los que ayudan a decidir por dónde
entrarle al destino: si por la carretera o el camino.
Una tarde pasada nos sentamos, Julia y yo, en la galería del fondo.
Julia me pidió que le contara una historia. Soplaba un lindo viento fresco. Qué
contarle, fue el pensamiento. Miré hacia un grupo de árboles bastante cercano,
y señalé el más alto. Le dije que arriba de ese árbol vivía un bichito que no
era muy grande, mezcla de humano, perro y gato (Un bosquejo rápido del hombre
actual, o sea pelea adentro y pelea afuera, más un puñado de buenas intenciones
que a veces sí, y otras, no (línea fuera del relato a mi hija)). Julia me
preguntó por la historia. Tenía el personaje, pero me faltaba algún hecho. Le
conté entonces que el bichito se había hecho una casa en el árbol con palitos,
y que después le había pedido a los caseritos amigos que la cubrieran de barro.
La casa parecía bañada en chocolate. Pero el bichito quería vivir cerca del
río, entonces le pidió a cuatro teros, también amigos, que llevaran la casa
hasta otro árbol. Julia escuchaba maravillada mientras miraba el grupo de
árboles. Los teros buscaron cuatro hilos que ataron a las puntas de la casa y la
llevaron con bichito y todo. El bichito les indicó dónde apoyarla, y de esta
manera vivió cerca del río. Julia me preguntó: ¿Se puede ver la casa? Contesté
que: No, porque está en el árbol más alto del Parque. En ese instante
fantástico Julia, que estaba de pie, me miró, y explicó que cuando le crecieran
las alas de hada iba a poder ir a ver la casa del bichito. En ese momento de
mirada y palabra no había lugar para nada más. Luego: “Es lo que hay”, y el valor de haberlo visto.
Julia dice desde hace un tiempo, tiene casi 5 años, que cuando sea
grande va a ser pintora, como el abuelo Rolando, y ahora hizo un agregado: hada
pintora, y además quiere ser sirena.
En otra tardecita y en el mismo lugar, mirando hacia el fondo con
jacarandá joven y espinillo, y ya no en una tarde de viento apacible, sino en
una donde las ráfagas anunciaban tormenta, Julia se pone de pie y me pregunta
si quiero que ella haga soplar más fuerte al viento. Como si estuviera parada
en la cubierta de un barco a velas, como si estuviera en la torre de un
castillo, empezó a ejecutar movimientos mágicos con sus brazos. Manos al aire
de la tarde noche, llamando, atrayendo al señor viento. Mientras duró la
conjura de la joven hechicera, soplaba un viento a velocidad estable, pero para
mi sorpresa, la velocidad fue en aumento, tanto que Julia misma me miraba
asombrada. Cuando consideró terminada la invocación a los dioses otros, bajó
los brazos, giró hacia su derecha y me dijo: Papá, tengo poderes. No me
quedaron dudas, y otra vez: “Es lo que hay”. Dónde buscar otra respuesta, cómo
comprar confusión, ansiedad, velocidad, y perder de vista mundos como estos,
mundos que están (que “hay”) a la mano cuando se puede mirar con cierta calma.
Claro que la susodicha calma de la que hablo hasta aquí, no entra en
juego cuando un trabajador afirma: “Es lo que hay” y la frase en cuestión
enfoca directamente sobre la condición económica y su reflejo sobre la
cantidad, por ejemplo, de comida que hay
sobre la mesa. Ahí la expresión juega el rol de resistencia ante la situación
impuesta por los que históricamente han pateado los números de los que menos
tienen hacia las bolsas de los que más tienen. No todos los viejos sonrientes
que cargan bolsa deberían guardar un lugar en el imaginario popular. Sin
embargo, se sigue escuchando por ahí: qué educado, como ya tiene plata no va a
robar, es partidario de la unidad y felicidad de los argentinos.
Porque todo bien con la necesaria mirada sobre el estado de desenfoque
en el que vive esta civilización globalizada, mundo en el que se globalizaron
las miserias y no las riquezas, hablo de moneda y espíritu; y todo bien con la
necesaria visita al mundo poético que cualquiera puede encontrar, mirando con
atención, hasta en el último rincón del paisaje; pero no por ello hay que
descuidar el mundillo político-económico que puede decretar la condena de
millones a vivir sin las necesidades básicas cubiertas. “Es lo que hay” vale en
este mundo, en esta región, y en este país donde hay ideas, con desarrollo bien
ilustrado en la historia argentina, que definitivamente conducen al hambre y la
desesperación.
En el almacén “Es lo que hay” de Roxy y Luis hablamos de muchos temas, y
como dije, aparece la cita, la frase, la línea, y desde ella, desde la palabra
dicha por esta especie particular de voz salida desde la madera, es que siempre
le estamos dando vueltas a las cuestiones de la vida y los días.
Recuerdo que hace un tiempo Luis me dijo: “La felicidad se come a
pedacitos, como las rodajas finas de salame”. Y es cierto, la felicidad
verdadera respira así, y por lo tanto hay que estar atentos a esos recreos. La
felicidad pasa también por estar bien ubicado en relación a la frase: “Es lo
que hay”. Me encontré con ella en la chacra gualeya, me hice su amigo; la
pienso, y cada vez que paso frente al negocio miro y escucho la voz que obsequia
un pedazo de madera que hace pie sobre esta tierra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario