Llevo en la memoria un espacio de poéticas coordenadas en el que solo
anoté, y anoto, encuentros especiales entre personas (amigas o que se conocieron
el día mismo del encuentro) que guardan entre sus patrias internas distintas
sintonías de fuego apasionado en sus oficios (maneras de dar calor, vida, y de
quemar, cuando la situación lo exige) en el quehacer cotidiano: ese
espacio-tiempo en que el trabajo y la identidad abren la puerta que lleva hasta
el costado mágico de los días (lo mágico señalado no refiere a una condición no
humana, por el contrario: vida eterna a la magia nacida desde los hombres).
Estos encuentros son “suertes” de vida en la memoria de este cronista.
Pienso en el encuentro citado en una nota hace unas semanas. Fui testigo,
estuve como escucha, traté de intervenir solo cuando lo consideré acertado;
siempre me gustó ocupar -lugar que tanto agradezco- mi posición de testigo
aplicado, de escucha atento, para así poder aprender, y saber quién es el otro,
y aún más cuando me encuentro delante de personas de labor destacada. Aquella
vez el encuentro fue de amigos: José Saramago, su compañera: Pilar del Río, y mi
amigo y maestro: el poeta Hugo Ditaranto. Fui testigo del encuentro/abrazo
entre Jaime Torres y el Tata Cedrón; sucedió en un cumpleaños del Tata, cuando
todavía estábamos cerca y compartíamos mucho de los días. Fui testigo del
encuentro, de la charla de ideas y recuerdos entre el Tata, y el poeta y editor
José Luis Mangieri en el departamento de calle Colombres, en Boedo. Fui testigo
del encuentro en una mesa del café Margot de Boedo entre poetas como Nira
Etchenique y Rubén Derlis. Fui testigo del encuentro, inolvidable, en que la
compañera del poeta desaparecido: Roberto Santoro, Dolores, le llevó a Hugo
Ditaranto la carpeta con los poemas del Tano que Santoro no pudo terminar de
armar porque se lo llevaron los asesinos allá por el 77. Esa carpeta llegaba a
las manos de Ditaranto en el 2005. Fui testigo del encuentro entre el escritor
Osvaldo Bayer y los hacedores de la agrupación cultural Baires Popular. Fui
testigo del encuentro de los poetas Marcos Silber y Leopoldo “Teuco” Castilla
en la previa de la presentación de un libro de Castilla, en la Peña del
Colorado en Palermo. Y fui testigo del encuentro en un café de mi Buenos Aires
entre quienes fueron mis maestros en el oficio de la escritura: Hugo Ditaranto,
poeta, y Gabriel Montergous, novelista; ninguno de ellos me enseñó cómo colocar
una coma, pero sí me transmitieron mucha sustancia alrededor de una cuestión
fundamental para quien quiere llegar a ser un escritor: me refiero al
compromiso ético con el oficio.
Mario Bellocchio |
Todo este recorrido mínimo sobre encuentros que guardo en la memoria
tiene la siguiente razón de ser. Durante la visita de Mario Bellocchio a
Gualeguay, sobre la que informara la semana pasada, hubo un momento de
excepción, momento que refiere a uno de esos cruces que muchas veces se dan entre
las cuestiones fundamentales de la vida y los puertos de contacto con aquello
que se entiende como territorio cultural, en este caso el trabajo periodístico,
de escritura y creación, y entre personas que saben de andar por un mismo
desafío. Mi propuesta fue una reunión para presentar amigos: aprovechando la
presencia de Bellocchio en mi casa, hice el convite y fue aceptado por el poeta
Ricardo Maldonado. Desde Nogoyá el poeta traía el nuevo número de su revista “El
Tren Zonal. Por la integración de los pueblos”, y desde Buenos Aires Bellocchio
me acercaba los últimos cuatro números del periódico “Desde Boedo”. Dos hombres
con historia se juntaban en la chacra gualeya. Dos publicaciones llegaban hasta
mis manos: El Tren Zonal con 27 años de existencia, y Desde Boedo con 15 años
de rodaje.
Ricardo Maldonado |
Fue tiempo del abrazo, fue el tiempo de intercambio de sus
publicaciones. El Tren Zonal número 182 en manos de Mario Bellocchio y con
destino en su casa de calle Somellera; en las de Maldonado los meses de Desde
Boedo y un ejemplar de “Luminoso Boedo. La aventura de Antonio Zamora y su
Editorial Claridad. El Grupo de Boedo y las contiendas culturales”, con destino
lector en Nogoyá. Maldonado luego agregaría a la revista su plaqueta:
“Reverberaciones del Gualeguay” y su libro: “Que tan lejos llega”.
La charla se fue dando a paso tranquilo y certero durante el almuerzo y
la sobremesa, que duró toda la tarde. Mario Bellocchio habló sobre la idea
origen del nombre del periódico: desde un barrio con historia de
artistas-obreros se tiende el puente hacia los otros barrios de la ciudad de
Buenos Aires. Ricardo Maldonado habló de las bondades del tren en su tarea de
ir enhebrando pueblos con las vías, y ahí la imagen primera para nombrar a su
revista.
Tanto Bellocchio como Maldonado dejaron en claro una cuestión
fundamental frente al hecho de fundar y mantener durante tantos años
publicaciones culturales como las que son de su propiedad: saber exactamente
desde qué lugar se mira el paisaje, saber a qué vereda se pertenece; en
definitiva, una parada ética, casos de ideología, una defensa de ideas que los
ubica claramente en la esquina que habita la gente que pertenece y defiende al
pueblo. La defensa de las ideas por sobre todas las necesidades, el trabajo
sincero al momento de revisar la historia que casi siempre cuentan de manera
sesgada los vencedores. Está el rescate de la multitud de voces que “hacen” la
memoria de los hombres en la aldea, la ciudad, la provincia, el país, la
región, el mundo.
Estas publicaciones resistieron a través de los años sin que jamás
alguno de sus directores vendiera su conciencia por conveniencia alguna. Poca
publicidad es la que se ve en El Tren Zonal; y Desde Boedo recibe del gobierno
de la Ciudad Autónoma de la Ciudad de Buenos Aires una publicidad que por ley
está dispuesta para los medios barriales registrados; en sus páginas con
claridad se ve que las ideas que sostiene el periódico nada tienen que ver con
las que transita el gobierno de Larreta y Cambiemos. Decía Bellocchio en el
editorial de enero: “En un retorno a las prácticas de explotación de ‘La
Forestal’, el secretario de Empleo y ex CEO del grupo Techint, Miguel Ángel
Ponte, opinó que ‘Contratar y despedir debería ser tan natural como comer y
descomer’. Tan fino en sus modales provenientes de una educación que privilegia
el bien decir antes que el social proceder, el señor secretario utilizó un
neologismo que va a competir, por el trofeo ‘Eufemismo de Oro’, con la ‘grasa
militante’ de Prat-Gay y el voto ‘no positivo’ de Julio Cobos. Dijo ‘descomer’,
no se animó siquiera al académico ‘defecar’. Y muchísimo menos al que
pronuncian las hipotéticas víctimas de su ‘paleolítica’ propuesta: ‘cagar’.
(…)”.
Por su parte Maldonado en el editorial del número 182 de El Tren Zonal
anota: “(…) siempre pensaron en su bolsillo y en su casta (banqueros, militares
y obispos) así tuvieran que negociar con los enemigos de la patria con tal de
conquistar hegemonía y escribir la historia luego a capricho para que las
futuras generaciones los salvaran en la memoria a fuerza de mentiras. Por eso
uno de los grandes criminales de la guerra contra el indio, el gaucho y el
hermano pueblo de Paraguay, se apuró a escribir el relato de la historia según
él, fundó un diario para limpiarse las manos manchadas con la sangre de tantos
inocentes y que por más que haya procurado amañar los hechos narrados, la
historia no lo ha absuelto, el mismo diario que hasta hoy sigue manipulando la
opinión pública en la estricta defensa de la clase social a la que pertenece,
simpático con toda entrega de aquello que implican los intereses nacionales y
populares, partícipe necesario en todas las dictaduras (Papel Prensa por
medio), asegurándose el poder, no sea que el pueblo se despierte y recupere el
anhelo revolucionario de cuestionar tantas propiedades privadas fruto del
latrocinio y de una justicia que ha santificado cuanta barbarie fuera cometida
por los de arriba contra los de abajo (…)”.
El trabajo cultural desarrollado desde estas dos publicaciones:
literatura, historia, identidad de los barrios/pueblos, es llevado adelante por
un grupo de personas convencidas de sus ideas; se sabe del esfuerzo y el tiempo
que este trabajo de hormiga demanda a los trabajadores de las publicaciones que
transitan en las calles de la periferia de la prensa grande que, en la mayoría
de los casos, defienden intereses empresariales.
Acompaño con mis notas a Desde Boedo desde sus primeros números, esta
historia urbana ya lleva 15 años; y hoy ya sumo casi 3 años como pasajero en El
Tren Zonal que cuenta de la historia de la entrerrianía haciendo pie en los
pueblos. En la vereda del Café Margot, desde la mesa de publicaciones propuesta
por Baires Popular, se reparte en mano el periódico a todo vecino que se acerca
al refugio. Sobre la mesa también hay libros que no entran a las librerías, y
fotos de la Boedo de ayer. Y en Gualeguay, cada vez que aparece la revista de
Maldonado, me coloco el traje de canillita y visito a los amigos que colaboran
comprando la publicación. Camino Gualeguay con El Tren Zonal, y también la
camino llevando los ejemplares de Desde Boedo.
Anoté entonces, como testigo, en mi memoria, el encuentro del periodista
y escritor Mario Bellocchio y el poeta Ricardo Maldonado, amigos con identidad,
dos personajes que se encontraron en la casa de este cronista que, como ellos, es
un trabajador de la cultura que sabe de su vereda.
En la chacra gualeya hubo un día en que se hizo encuentro de ideas y
palabras. Hubo saludos de copas, y la música del poeta guitarrero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario