domingo, 26 de febrero de 2017

Leer a Eise Osman

Leer a conciencia abierta la escritura de Eise Osman, significa para el lector la posibilidad de pasar a otro plano, digamos, de subir un escalón más en el día de la vida, y con esta acción lograr que el pensamiento tome un poco más de altura y claridad, para que entonces los nubarrones, paridos por la velocidad, la bulla y la confusión, en la criatura y la sociedad, vuelen bajos, más a la mano; nada de perderles el rastro, es la posibilidad de tener la tormenta a una distancia que nos permita descifrarle la careta a través de la mirada atenta.
Eise Osman
Leer a Eise Osman, pensador, escritor y poeta, es una invitación a abrir la puerta para salir a jugar con las ideas que hablan de una vida transitada con espíritu atento. Su palabra en construcción, la herramienta, el oficio, lo lleva por los caminos de la filosofía. Eise mismo, me digo, es una especie de artefacto mágico que, urgido por el llamado vital, no se detiene en la búsqueda, en los hallazgos, en las dudas, en la construcción de su mirada. Un universo late en la escritura de Eise Osman y, como corresponde, su sustancia vive en constante expansión, mientras sabe que llegará un día en que todas las cuerdas llamarán a silencio.
En el texto “La Soledad” del libro “Oasis para la meditación” leo: “(…) La soledad no es estar solo, es estar incomunicado. Tampoco es recibir información, pues esa información no nos comunica. Como decía Maritain, la poesía es la comunicación profunda entre el hombre y el ser profundo de las cosas. Por lo tanto, comunicarse es intentar llegar a la profundidad del hombre y de las cosas. Y el mundo moderno es la promiscuidad superficial de los hombres entre sí, que asemeja a líneas que se entrecruzan, pero no tienen más contacto que un punto superficial de choque. Por eso expreso en un aforismo ‘La soledad es el espejo de la muerte’, un espejo que no nos muestra nuestra imagen, sino que nos niega a nosotros mismos.
Yo diría que el drama del hombre moderno es la soledad, pero desgraciadamente con el espejismo de estar acompañado. (…)”.
Eise, el Beduino Errante que propone pensamiento y meditación, abre su mejor juego sobre la mesa de paño verde; en un movimiento rápido inventa su sistema de baraja: escribe, dice, alumbra: uno, dos, tres, un puñado de aforismos para contar del mundo de las criaturas; su palabra se ocupa de las dos caras de la moneda: el paisaje de adentro, sangre a fondo, y el de afuera, techo y parte del Revuelto Gramajo de quien elige preguntarse, conocerse.
“Hay personas que entienden casi todo y no comprenden casi nada.
Entender es para uno, comprender es con el otro”.
“La caridad está tan cerca del desprecio, como la compasión de la soberbia”.
“Todos somos Pedro, todos somos Judas, todos somos Cristo. Salvo que nadie es sólo Pedro, sólo Judas, o sólo Cristo”.
“El mayor triunfo del hombre moderno es haber demorado la muerte. Su mayor derrota es no saber qué hacer con la vida”.
“El hombre sin trascendencia, tiene solamente el día y la angustia de la noche”.
“Sólo los necios se enorgullecen de ser lo que no son”.
“Los triunfos económicos suelen ser derrotas éticas”.
“Es tan ancho el camino de la duda, y tan estrecho el de la certeza, que a veces no permite el paso de la verdad”.
El mismo Beduino Errante, Eise Osman, el egregio ciudadano gualeyo, reflexiona sobre la esencia del aforismo. En “Aforismo, pensamiento y poesía” del libro citado anota: “(…) Pensamiento, diríamos, que trata de sintetizar una situación, que va más allá del hecho observado, dejando abierto un interrogante para una conclusión personal del lector. Pues el buen lector es el que lee una página diferente a la que ha escrito el autor, pero con la complicidad del mismo. Se ha dicho que el ser del espíritu es el lenguaje. Y un conocido existencialista dijo: ‘La morada del ser es la poesía’. (…)”.
La relación entre el autor y el lector, recuerdo cuando el poeta Marcos Silber se detuvo en ella. Dijo que el lector terminaba la escritura del poema, jugando así el rol de coautor. Eise lo señala, y una vez más en su escritura aparece el término “poesía”. En estos días leí “Oasis para la meditación. El Beduino Errante” (1993) y “Aprender desaprendiendo. Pensamientos del Beduino Errante” (1996). En una ocasión tuve la oportunidad de hojear en la biblioteca un libro de poesía de Osman, y hace pocos días leí otros poemas que fueron incluidos en “Antología del viento. Herencia de agua” de autores entrerrianos. Hay en Eise Osman el registro del poeta: sabe de sacarle con la mirada una punta muy fina al lápiz. Pienso que llegar a poeta es haber alcanzado la última llave en la escritura, la que abre todo el cielo de lo humano para que la palabra alumbre nacimientos, verdades y emociones otras. Este trabajo, esta identidad de Eise, es la que acompaña su quehacer en los territorios del aforismo. Al leer sus aforismos el lector confirma que detrás del pensamiento, la observación del paisaje todo, y de aquello que se quiere señalar, hay un poeta trabajando con la palabra para que el estilete de la idea llegue a profundidad, entre las almas.
Los aforismos de Osman son el núcleo, no tuve oportunidad de leer toda su obra, pero creo que es su trabajado pensamiento quien marca la dirección primera. En los libros citados también hay relatos, unos tienen algún personaje, otros son relatos donde se cuentan ideas alrededor de un tema, y donde el relato aparece condimentado con la apoyatura del aforismo. En mi memoria quedará el relato final de “Aprender desaprendiendo”: “El botador”, consecuencia directa de su experiencia como médico en las islas, en él está lo narrativo y la poesía y las ideas: “(…) Miro mi maletín en el fondo de la lancha y me acuerdo de mi tardanza, de mi alejamiento, de mi pequeño pueblo, que es más pequeño a la distancia, más entrañable, más triste, más deseable, como un brasero que llama a su calor en invierno.
Es ese calor íntimo detenido en la permanencia de las cosas, lo que da a los pequeños pueblos la sensación de antigüedad vivida, de historias sentidas, de continuidad casi religiosa de lo humano, de pequeña eternidad detenida en un espacio sin tiempo. (…)”.
La presunción en torno a la obra de Eise: los aforismos como núcleo, fue confirmada por -a esta altura una amiga- Emma Barrandéguy. Hacia fines del año pasado apareció una selección de trabajos periodísticos: “Cronosíntesis” (EDUNER, 2016). Con fecha 14 de enero de 2001, Emma escribió “¿Quién es el ‘Cazador de sombras’? Un médico local”: “Tal vez intencionadamente, el doctor Eise Osman mezcla los aforismos de su último libro de modo que de pronto se nos aparece una nota filosófica, una reflexión sobre su propia vida, una exaltación del amor o un enfoque de la muerte, que es tal vez el tema de su diaria meditación. (…)”. Emma afirma que el Hombre “(…) siempre está presente en Osman como ser solitario, desvalido, angustiado (…)”. Y señala dos aforismos relacionados a su oficio: “(…) No escapan al quehacer literario de Osman ni el arte ni los artistas, pues sabe mirarse dentro y a su alrededor para llegar a decirnos: ‘El poema / es una plaza sitiada / por los profanadores / del lenguaje’ y luego: ‘Los poetas <inválidos> /caminan con la muleta / de la erudición’. (…)”. Espero poder leer “Cazador de sombras”.
Durante los 90 intenté recibirme de librero en Buenos Aires. Quise ser una de esas personas que sabían de todas las materias, que conocían cada estante, cada título o autor. No lo logré, las épocas cambiaron, la cantidad de papel picado que imprimen las editoriales apabulla a cualquiera. La montaña de basura puede asfixiar. Pero de esos años guardo valiosas excepciones, porque en la avalancha siempre se filtraba la literatura, la poesía, y entre las buenas lecturas llegaron los aforismos de Eise Osman. Leí y vendí sus libros.
Cuando ya hacía un tiempo que transitaba la ciudadanía gualeya, la poeta y amiga Tuky Carboni me invitó a un asado en su casa. A mi derecha estaba sentado un señor a quien no conocía. Era Eise Osman. No lo podía creer, era el hombre al que había leído hace años, el escritor que con su obra confirmaba su título. Fue una feliz sorpresa. Le conté de mis lecturas, de mi intento librero, de sus libros. Dije “filósofo” y él me corrigió: “pensador”. Enseguida me di cuenta de que su pulsión vital se manifiesta a través del pensamiento, la mirada, y de que ese “estado de gracia” lo lleva a la escritura y a la emotiva comunicación con el otro. Eise me probaba en cada puente tendido entre distintas materias: política, historia, sociología, teología, de las dimensiones de sus conocimientos. El pensador comunicaba su fiesta. Otro día lo encontré en la cerrajería, la única que conocí atendida por un cerrajero que disfruta de la buena literatura; era de mañana y Eise seguía de pensamiento, de aforismos a flor de piel. Un apasionado.
Hace un tiempito fue a visitar a Elsa Serur y Eise a su casa. Fue un encuentro corto, ellos tenían que salir. Pero los minutos que estuve en el refugio, me alcanzaron para “ver” detalles, presencias, objetos: libros, cuadros, fotos, bibliotecas, todo atesorado en el abrazo maravilloso de la madera. Me dije: este es el lugar, acá la cocina de las ideas. En una esquina de Gualeguay, la ciudad/río que no para de sorprender.

Ahora me resta fijar la fecha de un encuentro. Pienso en una charla con Eise, quiero saber de su historia, desde dónde, desde cuándo funda travesía el Beduino Errante.

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