domingo, 16 de abril de 2017

La muerte: un paisaje cercano

El destino en la vida de los hombres se me presenta, cada vez con mayor asiduidad, bajo la apariencia de una gran rueda que, con giro parejo y certero, fue adoptando, a través del tiempo, formas diversas. Me digo que esta rueda viene en avance desde el origen de nuestra especie. La rueda de la vida y de la muerte, la rueda que giraba al lado del camino, acompañando el quehacer de la criatura: sus descubrimientos, los riesgos a los que se iba enfrentando aquel muchacho que había descendido de los árboles para empezar a erguirse y tratar de adivinarle el color al horizonte.
Aquella rueda fue tomando velocidad, de a poco fue incorporando necesidades, y muy especialmente cuando el mundo, las sociedades comenzaron a dividirse entre los dueños de la riqueza y los que viven el día a día. A la rueda de la vida y de la muerte se le agregaron los intereses de los dueños de la pelota.
Pasaron los años y la rueda pisó al fin el tiempo de las velocidades y los desintereses varios, de la furia tras la obtención de la moneda, y de la furia tras la obtención de toda mercancía ofrecida en diversos modelos de vidriera, tiempos de la furia al momento de ignorar la suerte del otro. Dicha rueda acentuó su velocidad y junto con ella, su apariencia. Desde que el hombre comienza a razonar, sabe que está sujeto a las variaciones que dispone el señor destino, algunos lo llaman Dios, y otros: señor suerte; todos, en mayor o menor medida, saben de la existencia de la rueda que determina los tiempos de la vida y de la muerte.
Sucedió que muchos sabían de ella, pero le perdieron la pista, por apurados, por estar muy ocupados en las cuestiones “realmente importantes” de los días.
La rueda del destino mutó su apariencia. Siguió de giro certero hasta que se fundó como rueda, o plato, o corona de una ruleta. Gira que te gira plena de casilleros donde el destino podía embocar la bolita. Y fue cierto, muchos de esos casilleros tenían, guardaban, podían esconder el aroma de la muerte injusta. Es difícil, aunque no imposible, encontrar una muerte justa. Hablo de muerte injusta cuando sucede fuera de toda lógica o previsión, y esto por sobre la esencia sorpresiva que tiene el destino, que a nada está obligado. La mayoría de las muertes son injustas, y entonces esta ruleta de la vida y de la muerte en estos tiempos oscuros de oscuridad poco sana e interesada, fomenta, posibilita, una cantidad inhumana de muertes injustas.
Se me ocurre pensar que como sociedad estamos cada vez más cerca de una nueva mutación de la rueda devenida en ruleta. Estamos a las puertas de la sinrazón última, un paisaje cercano al infierno, el peor de los posibles, porque sucede en esta tierra y en el “mientras tanto” de nuestras vidas. La mutación de la que hablo nos deja en la última piedra antes caer al precipicio. La rueda fue ruleta en manos de los hombres, y la ruleta, homo sapiens mediante, está mutando en ruleta rusa.
El tambor del revólver que sostiene el hombre en sus manos tiene capacidad para embocar solo seis bolillas. Gira como giraba la rueda primera, rueda como la predecesora en el arte de prodigar destinos inciertos, peligrosos, gira y guarda entonces seis lugares nada más, y hoy el hombre, por estupidez nacida en la velocidad, por maldad nacida de su fiebre por la obtención de la moneda, por el desinterés que le despierta la suerte de la persona que trata de hacer la vida a su lado, por la morosidad y falta de compromiso con las actividades que desarrolla, por su desapasionada manera de andar por el mundo, digo, ese hombre acomoda bolitas, balas y miserias en los lugares desde donde “nacen” las desgracias y las muertes injustas. Se prodiga esta sociedad de los hombres en cubrir la mayor cantidad de lugares con posibilidades de muerte.
Escribo en un día triste. Hay una ausencia en la ciudad/río de Gualeguay. Una piba llamada Micaela García: 21 años, militante política, comprometida y solidaria con los necesitados de la sociedad, fue asesinada por un hombre que al menos tenía dos condenas por abuso sexual. El condenado al parecer cumplió los dos tercios de la pena y salió en libertad. El revólver se disparó, y como decía, las oportunidades de que la suerte termine en muerte son muchas. Seis posibilidades en el tambor del arma que carga la sociedad de los hombres. Repito, esta sociedad de las velocidades y los desintereses varios. Como estamos, la cuestión azarosa, destinal, cada vez juega menos en los acontecimientos. Solo seis posibilidades y la mayoría darán pista en el blanco de la madre de las desgracias.
Robert de Niro en "El francotirador" (1978) de Cimino.
Al parecer hubo gente que escuchó el momento en que Micaela resistía a su atacante. ¿Un nuevo “no te metás”?, el miedo ganó el pensamiento. Señalo otro tema que se hace parte de la sustancia con que la sociedad carga los seis casilleros que apuntan a la vida: el circuito de las palabras que originan la presencia de la información. Hubo en la calle, en las muchas veces inhóspitas tierras aéreas de las redes sociales, cantidad de especies nacidas desde la falsedad, el chismerío, y la depravada manera de hacerse cómplices del asesino. Embarullar a la policía en casos como este es también ser el asesino. No sé cuántas veces encontraron a Micaela. Lo decía la gente atrapada en las redes. Y también decían los periodistas que las posibilidades de que Micaela hubiera sido víctima de una organización de trata, o de alguna acción criminal, estaban descartadas, y se señalaba la teoría del suicidio. Los periodistas señalaban al fiscal y su entorno como origen de esta nueva verdad revelada. La teoría suicidio se verificaba en los mensajes de Micaela en el último día. A partir de ellos se empezó a hurgar, con ignorancia y dudosas intenciones, en la vida privada de Micaela, que era la víctima, la desaparecida. Una vez más se apuntaban los seis casilleros sobre la víctima, sobre la dudosa condición moral de ella y su gente. Una mujer caminando sola a las seis de la mañana no está bien vista. Escuché algunos llamados periodistas rondar como buitres alrededor de Micaela. Los periodistas de la velocidad y el interés de nublada estirpe también cargaron el revólver. ¿El juez que permitió la salida del asesino de la cárcel lo hizo utilizando de manera acertada sus herramientas?; parece que el juez podía decir que sí, y lo hizo; por otro lado se dice que el servicio penitenciario desaconsejaba la medida. Luego, en todo este barullo en busca de primicias en el barrio o la radio o la red, se pide la cabeza del juez de la misma manera que se pide la cabeza del asesino, para así poder, como sociedad, ser más asesinos que el asesino. La solución no está en más muerte, y sí en exigir que se revisen las actuaciones y la legislación, está en buscar que más sistemas mejoren su funcionamiento dentro del sistema. Por qué no pensar en que mañana, en la misma situación, la opinión del juez y el servicio penitenciario pueda ser evaluada en otra instancia. Y si se procediera a la libertad, debería haber, dado los casos de reincidencia en el tema abuso sexual, en pleno funcionamiento una red de contralor en torno a quien fue liberado. Hay mucho para hacer antes que alentar la hoguera para los condenados. Ser parte de esta locura, emprenderla contra el respeto por los derechos humanos, las garantías constitucionales, proponiendo distintas maneras de tortura y asesinato, es también colaborar con los seis casilleros del revólver que el hombre tiene en sus manos en estos tiempos de las velocidades y de los intereses que se desentienden de la vida. Se carga el revólver cuando se señala como molesta la presencia de los integrantes de la agrupación donde militaba Micaela. Cómo no iban a estar en la plaza, frente al edificio de la policía, cómo no pedir por la compañera desaparecida. Molesta la manifestación, en esta Gualeguay que también carga el revólver, porque la agrupación lleva el nombre de Evita. Nadie hubiese criticado la presencia de socios, si la ruleta rusa hubiera afectado a un miembro del Club Social o del Jockey Club o el Club Urquiza. El problema está en los que además quieren mostrar a la política como un espantajo despreciable en estos tiempos de regresión histórica. Yen toda esta historia de rueda, ruleta y ruleta rusa, está la imagen de Micaela: sus intereses como persona. Leo en la tapa del diario: Todos Somos Micaela, pero, ¿y entonces?, digo, después del slogan, ¿dónde quedamos parados, en la vereda de la víctima o en la que aglutina a los que juegan como cómplices del asesino? Ser cómplice del asesino es también hacer circular la especie de que la marcha del sábado se suspendía, ¿alguien quería resguardar la pulcritud de ideas en la plaza? ¿Es que tanto molesta la gente en una plaza?
El padre de Micaela, en medio del peor de los dolores, dijo frases como esta:
“Tenía un corazón de oro. Vivía para las otras personas. La veíamos poco porque estaba siempre en el barrio, organizando torneos para los que no tienen nada; haciendo tortas fritas para repartir”.
“Tenemos que hacer posible el país y la sociedad que ella quería. Ella quería cambiar estas cosas de la sociedad. Y el dolor no nos tiene que poner injustos. El dolor no nos sirve para nada. Nos tiene que servir para cambiar la sociedad”.
“Hay que esperar que la Justicia actúe como corresponde, y no que se haga Justicia por mano propia como quieren un grupo selecto de personas, de ese tipo de Justicia que Micaela aborrecía. Pese a todo tengo una tranquilidad rara, la voy a recordar con alegría”.

Si todos somos Micaela bien podríamos esforzarnos en corregir el mapa injusto de esta sociedad de revólver de seis balas con esencia decidida de ruleta rusa. Deberíamos entender que a muchas personas el sistema, primero los invisibiliza, los olvida, y cuando se descorcha la desesperación o la enfermedad, ahí sí, el sistema los vuelve visibles, tan solo para castigarlos por sus delitos. Si todos somos Micaela, deberíamos intentar ser como ella: solidaria, comprendiendo los condicionantes del desierto de donde viene la mayoría de las personas a las que se come la pobreza, esas personas que son las primeras víctimas del revólver de seis casilleros que en mano de la sociedad condena a muerte. El desafío entonces, si en verdad hoy nos sentimos como si fuéramos Micaela, es liberar los seis lugares, es tratar de volver primero a la ruleta y luego a la rueda de la vida y de la muerte, para que, limpia de bajezas e intereses, su giro nos devuelva a lo que pueda marcar el destino, ese muchacho que algunos llaman Dios, y otros: señor suerte. Claro que habrá que tener decisión como Micaela, habrá que abandonar cómodas posiciones de complicidad y cobardía.

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