Hubo
una primera vez para este lector en tantos tragos sustanciosos, hallazgos de
hermano beso corto -que tan bien invita a la reflexión- en buen tinto, en buena
tinta tomada desde la forma libro, porque de los libros también se bebe. Hubo
una primera vez, decía entonces, que leí: “alzaprima”; una palabra nueva, un
presente me llegaba desde este, mi nuevo paisaje entrerriano orbitando la
ciudad/río de Gualeguay; una palabra desconocida que me sugería un lugar: una
música tranquila, amigable, profunda, y otra vez la profundidad, esta vez la de
una jarra sustanciada en la más sugerente arcilla del paisaje por donde vuelan
las palabras. Pregunté al poeta: ¿alzaprima?, y el poeta dijo sí: “Alzaprima”,
así se llama mi último libro. Dijo seguro y feliz, el poeta; ¿su nombre?:
Ricardo Maldonado. Entonces supe del significado de dicho término, y de los
sueños que encierran las sintonías de su libro.
Me
cuenta el diccionario, desde distintas ventanas, sobre “alzaprima”: un pedazo
de madera o metal que se usa como cuña para realzar algo. Me cuenta también del
puente, la tablilla en los instrumentos de arco. También aprendo que así se
llama a la cadena o cadenilla que sirve para levantar y fijar al talón las
espuelas pesadas. Fijar entonces la cuña, construir el puente, un tensar de
eslabones para levantar ideas fundamentales.
“Alzaprima.
Décimas del trovero y otros poemas” (2017) de Ricardo Maldonado es otro de sus
libros para afianzar memorias y emociones; otro libro donde resguardar
sustancias: vastedades del espíritu, una defensa férrea, porque así lo exigen
estos tiempos del barullo y la velocidad. Y “Alzaprima” se planta desde su
mínima presencia. Sabido es que la sustancia del libro se guarda en su
interior, pero digo que también es necesaria su estética, un costado decisivo
para presentar una mirada. La forma libro es el viento necesario, el nexo, que
debe acomodarse de manera amigable en la mano del lector. Esto ocurre de manera
explícita con el último libro de Maldonado; sigue la línea estética ya
reconocida como marca inconfundible de Ediciones del Clé, pero agrego que la
presentación, casi etérea, de “Alzaprima”, de apenas 12x22 cm., no más de 70
páginas, más la disposición de la susodicha y decisiva sustancia, hacen que
desde su fragilidad se abra fuerte al desafío.
“Alzaprima”
tiene distintas sintonías, diferentes maneras de presentarse, y por lo tanto
puede ser leído de distintas manera. El mapa avisa que los tesoros a hallar
están entre las: “Décimas que trajeron aquellos de la ‘intemperie sin fin’, y
que en la poesía siguen brindando sus alzaprimas de sostén y apertura, sus
cadenas de plata en cada pie, sus difíciles baquías” (anota Maldonado en la
contratapa); estas décimas aparecen en letra redonda y en negro, se sujetan así
también a una tradición fundacional en la forma libro; pero entre las décimas
se mece otro cauce, otro registro musical representado en letra cursiva y en
azul, el color que siempre señala los sueños de las almas en la escritura; es
en este “azul cursivo” donde viven tres vibraciones, diferentes en forma, pero
con los mismos intereses humanos y estéticos; ellas son: “Maderas de abril”:
donde el autor hace gala de una prosa poética notable, fundando una mirada
maravillosa sobre el mes de abril, y en relación a él, las emociones vitales en
torno al guitarrero y su compañera, la guitarra nacida desde la madera; “La
rebelión de lo distinto”: una manera de acentuar la mirada sobre la sociedad
que nos toca en suerte, la misma que nosotros hacemos, y entonces a no
distraerse; y “Nuevas empuñaduras”: Maldonado acuñó la forma “empuñadura”, ya
había publicado un buen número en “Voz varia” (2015), y ahora agrega otro
puñado generoso; es esta forma una vuelta de tuerca sobre el aforismo, llevan
estas empuñaduras un giro personal que las alejan de lo explícitamente
autorreferencial; el pensamiento llega desde la totalidad del paisaje.
Ricardo Maldonado |
Transitan
entonces por “Alzaprima”: poemas, décimas, prosa poética, pensamientos, pistas
de ayer y de nuestro presente; las cartas se mezclan: pasa el poema, sigue la
prosa, vuelta el poema, llega la rebelión, nuevo poema y una página de
empuñaduras; me digo, como si fuera la calesita de mi infancia, diferentes
presencias. Se puede leer “Alzaprima” mezclando sus colores y formas; se puede
ir solo de décimas hasta el final, solo de empuñaduras al frente, o solo
sabiendo de la notable: “Maderas de abril”.
Nada
mejor de leer al poeta, elijo de “Maderas de abril” cuatro estoques:
I:
“Abril, te sentaste sobre qué proeza, escondido de quién maduraste el cobre
para corresponderte de pronto con mi rostro ya desempañado por tu mano; y así
nítido y frágil me he quedado esperando una respuesta a la medida de unas
maderas con forma de guitarra, provecho de madera para una voz ya en el otoño
inexorable de estas lomas que sufren de arrebatos de sol y palpitaciones de
aves en dormidera, y estás aquí comprendiéndome con tu aire, tu exhalación de
levantar caídos en esta marcha”.
III:
“Abril predica claridades desde el puente de una encordada, muestra su
gallardía, afina y se precipita con esa luz que es un motivo a fondo blanco, se
vale de una caja llamadora de ángeles, madera de guarda, sazonado tablón con
seis décadas de espera. Una niña tan niña que en cada cuerda canta: ‘estaba la
blanca paloma / sentada en el verde limón’, todo un desagravio de antiguos
abriles, cuando las ‘Barbies’ de los supermercados todavía no esterilizaban la
infancia. Se expresa a medida de su valía y a la hora de asomarse encantada
bate plumas por doquier. Por eso suenan del mismo modo diapasón y pájaro,
escala de otoño y clavijero; por eso rotan las cuerdas sus molinillos, se
acomodan a mejor pasaje y sucede entonces la natural restauración del
sentimiento”.
V:
“Abril se toca en el fresco mural de un pétalo que acaba de pintar, y es una
saludable altura la frescolera que lo cruza llevando el gorro frigio de la
estación. Graves bandadas se despiden con dignidad. Parte abril con la mano en
alto, como quien saluda a dos cuadras antes de perderse para siempre. Acontece
un desmoronamiento y hay exequias dulces y pavorosas. Abril es un vado por
donde se puede cruzar el año, se explaya entre dos orillas: el verano tardío y
el otoño reciente. Apenas sucede el instante de su nombre una canción se dora a
fuego lento bajo las estrellas. Olor a carpinterías solícitas tiene, mientras
se desnuda en la nuda mirada y afuera pasa, ajeno, como carroza de aparecidos”.
XI:
“Abril lo sabe, son estas las últimas maderas que cantan, las que tiemblan en
el amanecer de los ausentes pájaros, las que son prendas de resistencia, las
salvadas del fuego, las de radiante alma para la música; las que dieron boca,
cintura y espejo a una guitarra y en ella se trascendieron. Costillas del monte
que antes se multiplicaban hasta dar con un jacarandá, criatura de fábula para
el labrado de una celeste luthería, el sustain de una nota que nos persigue
hasta dormidos, fibra de retornos imposibles para afinar con las esferas.
Dalbergia nigra que en beso último se despide de esta época. Luego despertará
su carne de campana, de ‘tristes trópicos’ restaurada”.
Atravieso
el vado de abril y abro un poema que dice de a diez versos: “Partió sin partir
la Nona”: “Están cumplidos los soles / de una abuela allá en Mantero, / después
de acopiar luceros / en su viva brasa de antes, / después de tejer constante /
con hebras de su persona, / donde el pasado se entona / y vuelve a cruzar la
historia, / con sus prendas de memoria / partió sin partir la Nona. // Supo del
sulky en el barro, / del fuego a tientas con ramas, / del ave que al cuento
llama, / del malvón cuidado en tarro; / del destino de guijarro / en su vida
que ahora dona / un motivo a la bordona / para que suba en estilo; con
desvelado pabilo / partió sin partir la Nona. // Saberes que son de antaño, /
diente de perro y carqueja, / si hay torta criolla hay conseja / y dichos para
afilar; / si habrá visto trajinar / trilla en chiripá de lona / y en el alba
remolona / cuando hay niebla en el Gená / la décima es quien dirá: / partió sin
partir la Nona. // ‘Ansina es la vida ansina / vivir soñando de gozo / y
después del alborozo / jorobarse y tomar quina…’. / La copla que en la cocina /
se jugó su redoblona; / sólo el tiempo es quien perdona / tanta luz
desamparada. / Con ramos de suerte echada / partió sin partir la Nona”.
En
“La rebelión de lo distinto I”, el poeta hace esquina: “La rebelión de lo
distinto / empieza por esa bandera que no se entrega, / ni se deja arrebatar
por el consumo a ciegas / o la usurpación del acto de vivir. / La rebelión de
lo distinto / sucede cuando dan ganas de salir corriendo / de las redes
sociales, / de las manos esclavas en los celulares, / del clima nocivo del
jardín virtual, / de la pantalla encarnizada del facebook. / Entonces una
piedra del espacio interior / irrumpe, vence la narcótica gravedad / de estos
días, brilla a su albedrío. / Se incendia como roca del cielo / al entrar en la
atmósfera cotidiana, / se hace presente con su razón de ser; / desde lo más
profundo de cada uno / desbarata en ondas excéntricas / el orden establecido, /
la dormidera colectiva, / la concéntrica dependencia. / Así se reinstaura el
tiempo nonato, / el potencial perfecto. / La rebelión de lo distinto / urge,
para el que se anima, / despertar con todos los sentidos”.
“Entonces
una piedra del espacio interior / irrumpe, vence la narcótica gravedad (…)”, la
repetición de un hallazgo, antes de hundir la mano en algunas empuñaduras:
“Hojas
de olvido a merced del tiempo; / hay quienes de chicos se preparan / para ser
solo eso, y pasan”.
“El
ángel de la brisa insiste en despertar / al niño detrás de la frente”.
“Escribir
es encontrar a veces la superación / a pesar de uno, fuera de uno”.
“Alegrías
pasadas que se alambican, / maduran en guarda para cuando / haya celebraciones
o convalecencias”.
“Un
libro con lejanías es el mejor libro”.
“Alzaprima”
con sintonías de alta en el cielo para las patrias internas de las humanas
criaturas en su paisaje. Un libro para ir descubriendo en el tiempo, un libro
de regresos mientras las lecturas se suman, y se completan las ideas.
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