domingo, 1 de abril de 2018

Cacho González Vedoya


Nada sabía de González Vedoya hasta que llegó el Tren. Llegó a la ciudad/río de Gualeguay despacito, pidiendo tiempo de lectura en cada mano que la recibe. Así sucedió en mi lugar de trabajo. La revista “El tren zonal. Por la integración de los pueblos”, que publica cada dos meses, y hace más de 25 años el poeta Ricardo Maldonado, director de Ediciones del Clé, llega hasta mi escritorio desde hace un tiempo. Este cronista, llegado a Gualeguay desde su Buenos Aires hace 5 años, se encontró con nuevo mundo a descubrir: el Universo Litoral: desde la aldea a la totalidad del paisaje. Y en este quehacer real y fantástico la aparición de El Tren se sumó a fuentes diversas de información, como es la charla con testigos y la lectura de libros de autores pertenecientes a la región.
Cacho González Vedoya
Entonces, por pura ignorancia, por la lejanía en que muchas, demasiadas veces, se mueve la selecta Buenos Aires, el cronista, llegado desde el barrio de Boedo, nada sabía de González Vedoya, una figura destacada dentro del chamamé. Nada sabía hasta, Tren mediante, la lectura del muy buen trabajo de Facundo Binda: “El verso que fluye: claves de la poética de Cacho González Vedoya”, texto presentado en el 1° Congreso de Autores del NEA en julio de 2016. El cronista piensa en la dimensión de su ignorancia, puede señalar, como atenuante, la inmensidad del paño donde se acomodan los autores, pero recurrente en él, se hace la pregunta, ¿cómo no haber tenido noticia de poetas notables como Marcelino Román, Juan Manuel Alfaro o Ricardo Maldonado?, y entonces el traslado del interrogante: ¿cómo no tener noticia de González Vedoya?, pregunta que ilumina la desesperación ante la inmensidad del universo creativo, y a la vez la aparición de la esperanza nacida con cada lectura. Y más allá de esta cuestión de abismal esperanza, habría que preguntarse una vez más sobre las oscuridades donde se mueve la eterna cabeza de Goliat (nuevo saludo a Ezequiel Martínez Estrada): la ciudad/centro de Buenos Aires.
Informa Binda que González Vedoya, nacido en Itatí, Corrientes, en 1940, pertenece a una generación de letristas que renovó el chamamé a través de una mirada social junto al rescate de personajes comunes, historias o anécdotas chicas del cotidiano de la gente: trabajar la memoria de la historia chica de la aldea. Integrante de la Generación de la Canción Nueva, González Vedoya trabajó de manera paralela a las canciones en su obra poética. Anota Binda: “La poesía de González Vedoya avanza no lineal sino circularmente; sus poemas y canciones dialogan entre ellos y expresan una vitalidad que le es propia y que sintetiza los elementos fundantes del paisaje correntino”. En 2008 publicó “Como pan casero”, primera selección entre los poemas publicados en distintos medios. Después publicó “Agua de río”, “Intemperie del alma” y “Gente de mi pueblo”. Dice González Vedoya: “Los que saben dicen que uno tiene una sola poesía toda su vida. Sólo se hacen algunas variaciones. Yo también creo que uno siempre tiene un color de canto, un motivo de canto hasta el final de su vida”.
Anota Facundo Binda: “(…) Tres elementos predominan y se imponen en la poética de González Vedoya: la luna, el río, el viento. A partir de estos tres elementos las canciones y los poemas se abren hacia diferentes rumbos. No es casualidad su aparición reiterada y combinada: los tres son símbolos del constante fluir. El río –la figura preferida de Heráclito- siempre yendo hacia el mar, siempre el mismo y a la vez siempre distinto; el viento que viene desde el norte y pasa por encima de campos y hombres; la luna que camina su eterno ciclo creciente y menguante. El fluir de la vida hacia la muerte se condensa en ellos (…)”.
Parece que la luna de González Vedoya es capaz de muchas proezas. En “Conservo en la memoria” se lee: “Conservo en la memoria / las calles de mi pueblo / la luna era de adobe / y el cielo era un tejido / por donde se entreveía la claridad de Dios”. En el poema “Es sólo un grillo”: “Ese pequeño grillo / desde un rincón del patio / cuelga y descuelga una por una las estrellas / con una luna llena juega a la escondida / pinta un cielo redondo en el aljibe / enciende y pone de fiesta el jazminero”. Su luna se da hasta el permiso de morir; en un poema sin nombre: “Debajo del árbol / vestida de pájaros / se murió la luna”. De todo esto habla González Vedoya, y tan bien señalado por Facundo Binda en su trabajo. Binda asegura que el viento del poeta es solo uno: el viento norte, y que el río es uno solo: el Paraná. En un poema aparece la siguiente referencia al río: “Te siento aparte / sobre un costado mío / sin cauce / quebrado en la mitad / con una sola orilla / pero a la vez te llevo adentro / porque con algo de río / también yo me voy haciendo (‘Paraná’)”.
Otra sintonía de la obra de González Vedoya resaltada por Binda está dada en la presencia, principalmente en sus canciones, de personajes de su aldea natal. La lista es un muestrario de oficios desaparecidos: Sinesio, barrilero, cuando había que traer el agua del río; Miguelito, farolero; Dominga, lavandera; Nati (Natividad Amarilla), campanero; Valdez, carpintero; y Dorico, su oficio quizá sea el único que no ha desaparecido, pero sucede que hay muchos profesionales de la locura en nuestros días; el Dorico de González Vedoya era el loco del pueblo, el que no quería que le pisaran la sombra. Anota Binda que cada uno de ellos estaba fundido con el oficio: “a tal punto que no es posible saber dónde se separan hombre de instrumento: Nati campanero, a tu campanario / le salpica el cielo sobre el corazón, / tus brazos terminan en cuatro campanas, / y a los cuatro vientos le canta su voz. (‘Nati campanero’)”. González Vedoya retrata a la gente simple y pobre en sus canciones, y dice Binda que su mirada es urbana en sus poemas, es decir, la diferencia entra a tallar en el anonimato con que las ciudades revisten a sus habitantes. En “Hay un hombre pequeño: ‘Hay un hombre pequeño sentado en el boliche / bebiéndose de a poco / el gris de su camisa. / Hay un hombre pequeño / que se mira en el vino / como si se estuviera mirando por adentro’”. En “Lo que escuché decir, de un ciruja a otro: ‘Los dos somos un sueño con tanta mala suerte / que un perro nos soñó una siesta / por eso no tenemos dueño / lo que nos tiran o nos dan comemos / y nos gusta dormir en la vereda’”. En “Juan, el changarín del Piso: ‘Murió el changarín del Piso / muerto está como dormido / anda de changa la muerte / murió el changarín del Piso / cruza la calle la muerte caminando despacito’”.
En una nota aparecida en el diario Época, el periodista Carlos Lezcano consigna toda una definición de González Vedoya: “La poesía es un detalle de la vida, por eso para atraparla hay que estar atento a los detalles. El poeta es un vigía”. En la misma nota se hace referencia a lo dicho por el poeta, en la presentación de uno de sus libros, sobre los personajes de pueblo: “Pasan, siempre pasan. Un poco por el paisaje y otro por fuera de la calle”. En 2016 durante la entrevista de Lezcano dijo: “Mientras estuvieron, eran pequeños, pero cuando faltaron fueron gigantes. Cuando estuvieron eran cotidianos y cuando faltaron aparecieron otra vez en forma de canciones. Son pequeñas personas, como los poetas, pero son indispensables porque son la memoria del pueblo”.
Carlos Lezcano consigna el siguiente poema: “Digo desde la piedra / Siglos de silencio. / Digo desde el río / Que el idioma del río no se traduce. / Digo desde el viento / Que el viento es árbol desasido. / Y digo desde lo más pequeño de mí… / El enorme milagro que hay / En un granito de arena”. La nota cierra de esta manera: “En esta charla con diario Época, ‘Cacho’ González Vedoya sostiene que ‘el río me afirma en mi fe de creyente cuando me muestra lo eterno. Aquello que se fue, lo que está y lo que está por venir. El río no tiene puntas. Es un estar y un pasar… uno pasa por el río y el río por nosotros’”. Y agrega: “recuerdo a Alfredo Mariano García (vivía en Nueva York), venía los veranos a Itatí y cuando se metía al río, lo hacía despacito para sentir que ese viejo amigo lo abrazaba”.
Luego del reciente viaje en barca de poeta, este cronista, que ya lamentaba no tener a mano ninguno de los libros de González Vedoya, se entera de que hay un nuevo título aparecido en 2017: “El ángel del baldío”.
Charlando con el poeta Ricardo Maldonado sobre los valores de González Vedoya, al mostrar mi interés por sus libros comentó que si bien las tres provincias integran la región litoral, cada una de ellas funciona de manera autónoma, cerrada, y que entonces es muy difícil llegar hasta el material publicado por editoriales independientes de las otras provincias, en este caso Corrientes. Ni bien terminó de expresar esto, sugirió que bueno sería que, desde la Capital de la Cultura de la provincia de Entre Ríos, la ciudad/río de Gualeguay, se diera inicio a una feria regional de autores y editoriales.
De estas bondades informativas hablo cuando remarco la presencia de una revista como “El tren zonal” sobre mi escritorio. Este Tren, a pesar de los tiempos tristes que corren, circula por toda la provincia de Entre Ríos, las ciudades/estaciones se suman en el tránsito de una historia que necesita pasajeros que viajen a conciencia, con una identidad en la valija que sepa de memorias y pertenencias, que sepa quiénes fueron aquellos que nos precedieron en el viaje.
Días pasados el amigo médico Rodrigo Ayala me contaba que su ejemplar de El Tren había partido hacia Misiones. Gente amiga la había ojeado y la pidió para el viaje de regreso a casa. Pienso en este ejemplo viajero y me detengo en la bajada del título de la revista: “Por la integración de los pueblos”. Y entonces vuelvo a lo dicho por Maldonado sobre la cerrazón editorial de las provincias que hacen La Región Litoral, la cerrazón y la propuesta de una llave que nos libre del candado. Para así encontrarnos dentro del viaje que lleve, por ejemplo, la huella poética de González Vedoya hasta la lectura de aquellos que, como yo, no sabíamos de él. Lo dicho: por la maravillosa inmensidad del universo creador, y por las fauces egoístas en la cabeza de Goliat.

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