Nada
sabía de González Vedoya hasta que llegó el Tren. Llegó a la ciudad/río de
Gualeguay despacito, pidiendo tiempo de lectura en cada mano que la recibe. Así
sucedió en mi lugar de trabajo. La revista “El tren zonal. Por la integración
de los pueblos”, que publica cada dos meses, y hace más de 25 años el poeta
Ricardo Maldonado, director de Ediciones del Clé, llega hasta mi escritorio
desde hace un tiempo. Este cronista, llegado a Gualeguay desde su Buenos Aires
hace 5 años, se encontró con nuevo mundo a descubrir: el Universo Litoral:
desde la aldea a la totalidad del paisaje. Y en este quehacer real y fantástico
la aparición de El Tren se sumó a fuentes diversas de información, como es la
charla con testigos y la lectura de libros de autores pertenecientes a la
región.
Cacho González Vedoya |
Entonces,
por pura ignorancia, por la lejanía en que muchas, demasiadas veces, se mueve
la selecta Buenos Aires, el cronista, llegado desde el barrio de Boedo, nada
sabía de González Vedoya, una figura destacada dentro del chamamé. Nada sabía
hasta, Tren mediante, la lectura del muy buen trabajo de Facundo Binda: “El
verso que fluye: claves de la poética de Cacho González Vedoya”, texto
presentado en el 1° Congreso de Autores del NEA en julio de 2016. El cronista
piensa en la dimensión de su ignorancia, puede señalar, como atenuante, la
inmensidad del paño donde se acomodan los autores, pero recurrente en él, se
hace la pregunta, ¿cómo no haber tenido noticia de poetas notables como
Marcelino Román, Juan Manuel Alfaro o Ricardo Maldonado?, y entonces el
traslado del interrogante: ¿cómo no tener noticia de González Vedoya?, pregunta
que ilumina la desesperación ante la inmensidad del universo creativo, y a la
vez la aparición de la esperanza nacida con cada lectura. Y más allá de esta
cuestión de abismal esperanza, habría que preguntarse una vez más sobre las
oscuridades donde se mueve la eterna cabeza de Goliat (nuevo saludo a Ezequiel
Martínez Estrada): la ciudad/centro de Buenos Aires.
Informa
Binda que González Vedoya, nacido en Itatí, Corrientes, en 1940, pertenece a
una generación de letristas que renovó el chamamé a través de una mirada social
junto al rescate de personajes comunes, historias o anécdotas chicas del
cotidiano de la gente: trabajar la memoria de la historia chica de la aldea.
Integrante de la Generación de la Canción Nueva, González Vedoya trabajó de
manera paralela a las canciones en su obra poética. Anota Binda: “La poesía de
González Vedoya avanza no lineal sino circularmente; sus poemas y canciones
dialogan entre ellos y expresan una vitalidad que le es propia y que sintetiza
los elementos fundantes del paisaje correntino”. En 2008 publicó “Como pan
casero”, primera selección entre los poemas publicados en distintos medios.
Después publicó “Agua de río”, “Intemperie del alma” y “Gente de mi pueblo”.
Dice González Vedoya: “Los que saben dicen que uno tiene una sola poesía toda
su vida. Sólo se hacen algunas variaciones. Yo también creo que uno siempre
tiene un color de canto, un motivo de canto hasta el final de su vida”.
Anota
Facundo Binda: “(…) Tres elementos predominan y se imponen en la poética de
González Vedoya: la luna, el río, el viento. A partir de estos tres elementos
las canciones y los poemas se abren hacia diferentes rumbos. No es casualidad
su aparición reiterada y combinada: los tres son símbolos del constante fluir.
El río –la figura preferida de Heráclito- siempre yendo hacia el mar, siempre
el mismo y a la vez siempre distinto; el viento que viene desde el norte y pasa
por encima de campos y hombres; la luna que camina su eterno ciclo creciente y
menguante. El fluir de la vida hacia la muerte se condensa en ellos (…)”.
Parece
que la luna de González Vedoya es capaz de muchas proezas. En “Conservo en la
memoria” se lee: “Conservo en la memoria / las calles de mi pueblo / la luna
era de adobe / y el cielo era un tejido / por donde se entreveía la claridad de
Dios”. En el poema “Es sólo un grillo”: “Ese pequeño grillo / desde un rincón
del patio / cuelga y descuelga una por una las estrellas / con una luna llena
juega a la escondida / pinta un cielo redondo en el aljibe / enciende y pone de
fiesta el jazminero”. Su luna se da hasta el permiso de morir; en un poema sin
nombre: “Debajo del árbol / vestida de pájaros / se murió la luna”. De todo
esto habla González Vedoya, y tan bien señalado por Facundo Binda en su
trabajo. Binda asegura que el viento del poeta es solo uno: el viento norte, y
que el río es uno solo: el Paraná. En un poema aparece la siguiente referencia
al río: “Te siento aparte / sobre un costado mío / sin cauce / quebrado en la
mitad / con una sola orilla / pero a la vez te llevo adentro / porque con algo
de río / también yo me voy haciendo (‘Paraná’)”.
Otra
sintonía de la obra de González Vedoya resaltada por Binda está dada en la
presencia, principalmente en sus canciones, de personajes de su aldea natal. La
lista es un muestrario de oficios desaparecidos: Sinesio, barrilero, cuando
había que traer el agua del río; Miguelito, farolero; Dominga, lavandera; Nati
(Natividad Amarilla), campanero; Valdez, carpintero; y Dorico, su oficio quizá
sea el único que no ha desaparecido, pero sucede que hay muchos profesionales
de la locura en nuestros días; el Dorico de González Vedoya era el loco del
pueblo, el que no quería que le pisaran la sombra. Anota Binda que cada uno de
ellos estaba fundido con el oficio: “a tal punto que no es posible saber dónde
se separan hombre de instrumento: Nati campanero, a tu campanario / le salpica
el cielo sobre el corazón, / tus brazos terminan en cuatro campanas, / y a los
cuatro vientos le canta su voz. (‘Nati campanero’)”. González Vedoya retrata a
la gente simple y pobre en sus canciones, y dice Binda que su mirada es urbana
en sus poemas, es decir, la diferencia entra a tallar en el anonimato con que
las ciudades revisten a sus habitantes. En “Hay un hombre pequeño: ‘Hay un
hombre pequeño sentado en el boliche / bebiéndose de a poco / el gris de su
camisa. / Hay un hombre pequeño / que se mira en el vino / como si se estuviera
mirando por adentro’”. En “Lo que escuché decir, de un ciruja a otro: ‘Los dos
somos un sueño con tanta mala suerte / que un perro nos soñó una siesta / por
eso no tenemos dueño / lo que nos tiran o nos dan comemos / y nos gusta dormir
en la vereda’”. En “Juan, el changarín del Piso: ‘Murió el changarín del Piso /
muerto está como dormido / anda de changa la muerte / murió el changarín del
Piso / cruza la calle la muerte caminando despacito’”.
En
una nota aparecida en el diario Época, el periodista Carlos Lezcano consigna
toda una definición de González Vedoya: “La poesía es un detalle de la vida,
por eso para atraparla hay que estar atento a los detalles. El poeta es un
vigía”. En la misma nota se hace referencia a lo dicho por el poeta, en la
presentación de uno de sus libros, sobre los personajes de pueblo: “Pasan,
siempre pasan. Un poco por el paisaje y otro por fuera de la calle”. En 2016
durante la entrevista de Lezcano dijo: “Mientras estuvieron, eran pequeños,
pero cuando faltaron fueron gigantes. Cuando estuvieron eran cotidianos y
cuando faltaron aparecieron otra vez en forma de canciones. Son pequeñas
personas, como los poetas, pero son indispensables porque son la memoria del
pueblo”.
Carlos
Lezcano consigna el siguiente poema: “Digo desde la piedra / Siglos de
silencio. / Digo desde el río / Que el idioma del río no se traduce. / Digo
desde el viento / Que el viento es árbol desasido. / Y digo desde lo más
pequeño de mí… / El enorme milagro que hay / En un granito de arena”. La nota
cierra de esta manera: “En esta charla con diario Época, ‘Cacho’ González
Vedoya sostiene que ‘el río me afirma en mi fe de creyente cuando me muestra lo
eterno. Aquello que se fue, lo que está y lo que está por venir. El río no
tiene puntas. Es un estar y un pasar… uno pasa por el río y el río por nosotros’”.
Y agrega: “recuerdo a Alfredo Mariano García (vivía en Nueva York), venía los
veranos a Itatí y cuando se metía al río, lo hacía despacito para sentir que
ese viejo amigo lo abrazaba”.
Luego
del reciente viaje en barca de poeta, este cronista, que ya lamentaba no tener
a mano ninguno de los libros de González Vedoya, se entera de que hay un nuevo
título aparecido en 2017: “El ángel del baldío”.
Charlando
con el poeta Ricardo Maldonado sobre los valores de González Vedoya, al mostrar
mi interés por sus libros comentó que si bien las tres provincias integran la
región litoral, cada una de ellas funciona de manera autónoma, cerrada, y que
entonces es muy difícil llegar hasta el material publicado por editoriales
independientes de las otras provincias, en este caso Corrientes. Ni bien
terminó de expresar esto, sugirió que bueno sería que, desde la Capital de la
Cultura de la provincia de Entre Ríos, la ciudad/río de Gualeguay, se diera
inicio a una feria regional de autores y editoriales.
De
estas bondades informativas hablo cuando remarco la presencia de una revista
como “El tren zonal” sobre mi escritorio. Este Tren, a pesar de los tiempos
tristes que corren, circula por toda la provincia de Entre Ríos, las ciudades/estaciones
se suman en el tránsito de una historia que necesita pasajeros que viajen a
conciencia, con una identidad en la valija que sepa de memorias y pertenencias,
que sepa quiénes fueron aquellos que nos precedieron en el viaje.
Días
pasados el amigo médico Rodrigo Ayala me contaba que su ejemplar de El Tren
había partido hacia Misiones. Gente amiga la había ojeado y la pidió para el
viaje de regreso a casa. Pienso en este ejemplo viajero y me detengo en la
bajada del título de la revista: “Por la integración de los pueblos”. Y
entonces vuelvo a lo dicho por Maldonado sobre la cerrazón editorial de las
provincias que hacen La Región Litoral, la cerrazón y la propuesta de una llave
que nos libre del candado. Para así encontrarnos dentro del viaje que lleve,
por ejemplo, la huella poética de González Vedoya hasta la lectura de aquellos
que, como yo, no sabíamos de él. Lo dicho: por la maravillosa inmensidad del
universo creador, y por las fauces egoístas en la cabeza de Goliat.
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