domingo, 26 de agosto de 2018

La palabra de Raúl Ponce


Llegaba una tormenta a la ciudad/río de Gualeguay (obvio, dentro de la abismal gran tormenta gran de estos años) en el final de la tarde. Fue el tiempo de entrar en contacto con la palabra y la esencia humana del músico Rául Ponce. Siempre lo señalo: suertes mías las que dicen de la felicidad de haber escuchado, charlado, con ciertas personas que simplemente cuentan sus maneras, su encuentro con una identidad acuñada para toda la vida. Es el caso de Raúl Ponce, que fue trabajador rural, operador de radio, carpintero, maestro, y mientras fue tantos era siempre uno: Raúl Ponce, músico, desde que tiene memoria. Raúl es hombre tranquilo, habla pausado, amigo de los silencios, piensa, busca las palabras, hace memoria entre mate y mate. Ponce está a salvo de cualquier desbarranque del ego. Cada vez que lo vi sobre un escenario, pidió permiso con su andar y agradeció la oportunidad. Un hombre de perfil bajo que se mueve a conciencia, lejano a conveniencias, fiel a sí mismo. Aquí algunas notas de su memoria.
Los primeros movimientos: “Nacido (1961) y malcriado en Gualeguay. Me crié en la ciudad hasta los 14/15 años, después me mudé a una zona de chacras -con lugares donde aún había monte- con mi hermana; nos apartamos del vínculo con nuestros padres. Yo era un muchacho de ciudad, el cambio fue terrible. Tuve un período de adaptación que me gustó y fui aprendiendo muchas tareas rurales. Ya en esa época había entrado a la familia, como mi cuñado, el payador Adolfo Cosso. Fue, cuando tenía unos 10 años, el que me pasó los primeros acordes para la guitarra. Mi pasión por la guitarra venía de muy chiquito. Me contaron que cuando tenía 4 andaba con un guitarra de mi papá, que era medio guitarrero. Conocer a Adolfo me maravilló. Me transmitió los conocimientos básicos para poder tocar. En la ciudad había tenido un maestro durante 2 años, don Julio Madera; mi entusiasmo era tal que lo tenía a mal llevar; y por cuenta propia dejé de ir porque me aburría. Todo lo que escuchaba trataba de copiarlo, de sacarlo. Con el tiempo me entusiasmó la gente que venía a visitar a Adolfo: payadores, guitarreros; ahí conocí, siendo él también muy joven, a Hugo Duraczek, un virtuoso de la guitarra. Tenemos una gran amistad. Yo copiaba mucho de él, y con el tiempo fui encausándome y tratando de no imitar. Cuando Hugo se fue a vivir al sur, lo extrañé un montonazo”.
Aquellos que andan con la intención de entrarle al mundo del arte de la mano de uno de los bellos oficios, guardan fotos en la memoria. Raúl guarda tres: “Me contaban que yo era muy chico cuando, con una guitarra de mi padre, me arrodillaba en la cama y tocaba; yo no lo recuerdo, pero sí recuerdo a mi padre haciendo un par de acordes. Recuerdo la costumbre de escuchar mucha radio en mi casa: desde aquella época sonaba ‘Estrellita sureña’ de Víctor Velásquez, Yupanqui, Falú, a principios de los 70. Y recuerdo que llegado Hugo a la familia, por amistad, lo veía como a un ídolo; su presencia fue muy fuerte, y hacía cosas de Falú y Yupanqui. Estas tres cosas tengo grabadas como a fuego”.
Un hombre y su definición, y el recuerdo de un momento de necesarias decisiones: “Después de haber andado 20/25 años junto a Cosso -hacíamos yunta: él payador, yo un cantor joven, guitarrero-, cuando vuelvo a la ciudad, mi cabeza estaba buscando otra cosa, en lo musical y en lo económico. Me costó mucho hacerme un lugar entre los músicos. Porque siempre me asociaron a la figura de Adolfo. Nunca me sentí el segundo, porque él siempre me dio el espacio, mi presencia. No hubo pelea, ni nada parecido, fue la búsqueda de mi camino. Y nos costó a los dos; nos seguíamos viendo, pero ya no compartíamos mesas y vivencias. Y me costó tiempo ‘ser’ en el ambiente. Soy un ser humano como cualquier otro, con defectos y algunas virtudes; una persona que lo único que espera es tranquilidad, aunque esté atada a otras cosas del afuera, y amistad, que es bregar por el amor. Soy un hombre tranquilo que tiene en la música y la guitarra su pasión, que va prendida, aprehendida, a mí. La guitarra me pone alegre, me saca de situaciones en las que hay que sobrellevar cosas; los viejos guitarreros hablan de la fiel compañera”.
Ponce hace una consideración contando una historia. Deja nombres de lado. Dice que hubo un grupo de fama entre el público que se interesó por las letras de Cosso, que tenía sus textos y que cada tanto agregaba alguno. Duraczek, Mondragón y Ponce musicalizaban obras que entregaba Cosso. El grupo conocido grabó algunos temas para el circuito comercial. Pero a Cosso no le gustaba mucho. Dice Ponce: “Pedían escritura sencilla y música al tono para que entre más fácil en la cabeza de la gente, por decirlo de manera liviana”. Ante la falta de la respuesta requerida, los compositores fueron descartados. Dice Ponce: “Son muy bichos para elegir los pedacitos que más pegan, y lo venden”. Agrega: “Y en esos años la situación económica no era buena, mitad de los 80; Cosso por ahí vio una posibilidad, y cobró algún dinero en SADAIC, pero terminó con el asunto”.
Cambio figuración por momentos felices: “Yo no soy socio de SADAIC, debo tener un carnet de intérprete vencido; nunca me interesó. Sé que hay música mía que ha tenido buena difusión, y eso me sirvió, para el rodaje, para ser un personaje más o menos conocido en la provincia y un poquito más allá. Lo que sí me da satisfacción son otras cosas más sencillas. En Gualeguaychú, hace algunos años, había un señor Scola que trabajaba en Radio Nacional de esa ciudad. En medio de la semana pasaba música, pero especialmente los sábados había recitales en vivo, y uno de los sábados del mes lo hacía en el teatro, con transmisión en vivo, y en cadena a todo el país. Fui invitado varias veces. El teatro no cobraba entrada, se llenaba, y tampoco cobraban los músicos; los de acá hacíamos una vaquita para la nafta o íbamos en micro. Años 90 y algo. Otro de los músicos amigos era Héctor Ahibe, el Turco, que siempre me decía: ‘Tenemos que ir a Cosquín. Pero a conocer el Festival’. Le decía: ‘Sí, estaría lindo’, y así pasaba el tiempo. Hasta que un día me dice: ‘Mirá que la semana que viene vamos a Cosquín’. Ahí marchamos, eran los 50 años del Festival. Y tuvimos la suerte de actuar en algunas peñas, que se hacen de día y de noche. Yo abría cantando un par de temas, dos el Turco, y uno a dúo de despedida. Hice una huella de Carlos López Terro, un payador uruguayo, que yo tenía como caballito de batalla. Después de la actuación aparece un señor, ya no recuerdo su nombre, y respetuosamente me saluda y me dice: ‘Yo soy de Santa Cruz, vengo todos los años a Cosquín, y ando por otros festivales, me encanta el ambiente festivalero, y usted sabe que esa huella que cantó se la escuché por Radio Nacional hace muchos años, lo escuché desde allá, por eso vengo a saludarlo, recuerdo que fue usted en el programa de los sábados a la noche’. Esos son lindos recuerdos, qué importante el medio por el que se pueda llegar a la gente, y que al menos uno se encuentre -los dos fuera de su medio- y nos encontremos en otra provincia. Eso es lo lindo, la comunión que se da entre la gente, y que por ahí expresa y deja algo en el tiempo. Eso me emociona mucho más -y lo recuerdo con mucho cariño, y soy un agradecido de la música y de la vida- a que me entreguen un premio. Nunca hice chapa por alguna distinción, son circunstancias de la vida por haber hecho algo; está bien, pero armar, a partir de eso, un circo, jamás, no me mueve para nada”.
Una manera de ser, siempre trató de hacer la suya “Dentro de la música o el arte en general, la plástica, el trabajo artesanal: incursioné en el trabajo en madera, fui carpintero; antes me recibí en Artes Visuales, tengo el título de maestro, di clases, pero la docencia no me conformaba, no era para mí, algo que me hubiese convenido, quizá hoy estaría jubilado, con algo seguro, pero traté de hacer lo que me gustaba, y me di la cabeza contra el suelo, eran más las perdidas que las ganadas”.
Parte de su receta en la música: “Tengo un repertorio particular, no me gusta estar haciendo canciones que estén haciendo otros. Mis canciones, las que llegan al público, primero las he sufrido, me han emocionado, me han hecho llorar, hasta que supero todo eso y puedo empezar a trabajar para poder cantar sin quebrarme. Hay canciones que todavía no pude armar. Cuando expreso y largo es algo muy mío, momentos que vivo yo solo. No es que las canciones me dejen de emocionar, pero después es de todos, la hice para todos”.
Otra manera de hacer música: “Hace años que nos conocemos con Mario Moreno, luthier y pediatra. Me invitaba a ir a su taller y yo le decía: ‘Ya voy a llegar’. Cuando fue el tiempo, llegué. Siempre tuve la idea de hacerme una guitarra con mis manos. Logré hacerla, me ayudó mi conocimiento de carpintería. Es algo lindo, me reconforta, y estas pequeñas cositas son las que me hacen seguir adelante, sin ambicionar más nada, no me voy a poner a fabricar guitarras. Y tiene además de bueno el aporte de uno cuando se habla de Gualeguay como Capital de la Cultura de la provincia: poetas y pintores nacidos acá, y sus luthiers reconocidos a nivel nacional e internacional: Ángel Nigro, Dorrego, Tito Vescina. Mario aprendió muchas cosas de Tito. Mario toca muy bien la guitarra, pero Nigro era sordo, Dorrego no sabía, y Tito sabía un par de acordes. Mario es una persona abierta y generosa con sus conocimientos. También está Julio Acosta, otro gran amigo, participa de las clases que da Mario los viernes: ‘Los gorriones de la tarde’ los llamó Cary Pico; nos juntamos ahí para estar dos horas entre las maderas y sus perfumes, ayudándonos, construyendo. Están también los hermanos Serra, Oscar González. Es importante que un músico haga su propio instrumento, y con la importancia que ha tomado la luthería gualeya, es una carta de presentación”.
Ponce acompañó músicos: a Mariela Campodonico, con quien grabó un disco; fue parte de Entre Ríos 5 (1999 al 2000 y pico), acompañó a Carlos Bettarel, Juan Carlos Mondragón, Julio López, y varios más. Agrega: “En lo personal, algún día voy a grabar mi disco. En un momento no era mi mayor preocupación, me alcanzaba con tocar, no era mi ambición. Después me empezó a picar el bichito para que quede un registro discográfico que diga que alguna vez existió un tal Raúl Ponce. Me interesa un trabajo compartido con amigos, con gente íntima, pero hoy lo económico pone el límite”.
Se le nota la felicidad por haber formado parte de las charlas de origen del movimiento de Costa a Costa, todo un logro de jóvenes músicos. Una manera de contribuir con su experiencia, esas maneras que lo ubican lejos del “Estar lleno de nada” tan presente en nuestra sociedad de la cáscara.

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