domingo, 12 de agosto de 2018

Tan solo una soñadora


La escritura tiene distintas sintonías. Se puede ser cuentista, novelista, y si hubo trabajo en profundidad y la sustancia necesaria en las almas: poeta. Entonces un escritor puede “ser” en una sintonía o en varias. Claro que frecuentar una sintonía no garantiza el éxito en otra. Hay quienes lo logran, como Tuky Carboni.
Tuky Carboni
Anotaba este cronista de la ciudad/río de Gualeguay (2014), en entrevista realizada a Tuky: “‘El tan deseado rostro’ (novela, 1993) recibió el premio Fray Mocho. El primer libro siempre es un libro a superar; luego de leer ‘Hasta el próximo sueño’, cuentos de diversas épocas (2009) y ‘La infancia está llamando’, relatos escuchados alrededor del fogón cuando niña (2011), quedé convencido de que Tuky se debe la escritura de una gran novela. Hoy trabaja en una posible ‘nouvelle’. Sobre el manejo de los dos géneros, dijo: ‘Escribo por temporadas, una de poesía, otra de prosa. Me siento muy cómoda en los dos géneros, pero por temporada. Leo mucha prosa y la escribo, lo mismo ocurre cuando leo poesía. Es como un precalentamiento. En la poesía no puedo mentir, todo lo que he escrito en poesía es verdad, es mi experiencia, lo que yo creo haber recogido como realidad. En la prosa me permito fantasear, meterme en la piel de otros, presentarme como una persona opuesta a mi naturaleza. Tengo poesía y prosa inéditas, siempre sin mezclar sus tiempos. La escritura no es planeada, me lleva el impulso’”.
El tiempo pasa, y los escritores, de manera impostergable, trabajan, porque escribir es trabajar (esto dicho para aquellos que siguen pensando que escribir es perder el tiempo en cuestiones sin importancia), y entonces nos encontramos con el último libro de Tuky Carboni: “Tan solo un soñador” (2018), ¿poesía?, pues no, novela, ¿la que se debía?, por mérito de escritura, sí (pero de todas maneras, Tuky, seguiré esperando la otra historia, la de mamá).
Elijo consignar, en este inicio de nota en la que trataré de contar mis sensaciones e ideas como lector, la contratapa de la novela: “Siempre, desde mi infancia, sentí una atracción irresistible por las culturas precolombinas. Cuando niña, me miraba al espejo y pensaba: Soy una indiecita perfecta… piel mate, ojos oscuros que se vuelven una rayita cuando me río, pómulos altos y pelo azul extremadamente lacio. Mi padre me contaba que allá, en la raíz, había sangre minuán: Y eso me gustaba.
‘Tan solo un soñador’ es un libro basado en una tradición oral transmitida de generación en generación. Está basada en un único dato concreto, que es el origen y la vida del padre de mi tatarabuelo paterno, Francisco Méndez, y sus descendientes. Según me han contado varios integrantes del clan familiar de mi padre, mi tatarabuelo, Caraví Méndez, dijo en su lecho de muerte: ‘No se olviden de recordar mi origen’. Supongo que se refería al mestizaje de su sangre: madre chrrúa (Isú) y padre español (Francisco Méndez).
Constatar que los nombres y las fechas coincidían con la tradición oral, y poder, de esa manera, comprobar que se trataba de una historia verdadera y no solo de un mito familiar fue para mí una fiesta emocional que todavía estoy celebrando. La sangre chrrúa es fuerte, se impone, porque la sangre también puede recordar”.
Recibí el libro de manos de la autora, y no tardé más que un puñado de días en terminar su lectura. Su argumento gira alrededor de la vida de Francisco Méndez, nacido en Curriellos, Asturias, España. Parte, con unos 16/17 años, hacia el Nuevo Mundo en 1768, desde un puerto vecino a la aldea. Llega a Asunción y luego bajará por el Paraná hasta llegar a establecerse en los alrededores de la zona donde se levantará la ciudad de Gualeguay. A través de la vida de Méndez, Tuky ensaya una mirada sobre situaciones de encuentro entre civilizaciones. Mientras avanzaba pensé en que la novela bien podría ser interpretada, en ciertos pasajes, como una ucronía, una sintonía literaria con algún aire histórico que tiene como característica que algún elemento está basado en un hecho que sucedió, pero volcado de manera distinta a lo sucedido en el relato histórico aceptado como “verdadero” (entrecomillo la palabra, porque es sabido que la historia la cuentan los ganadores). Aun así, a estas alturas, es sabido que la conquista española fue una masacre. Pero el concepto de ucronía puede y no puede aplicar a la novela, me digo después, porque la ficción de Tuky Carboni, es cierto, se construye en la historia a través de un aire de comprensión humana en sus personajes centrales que asombra; me digo que ella se toma licencias con la verdadera historia de la conquista española que tuvo alturas de genocidio, pero por otro lado no vende una contracara fantasiosa; en su libro se habla de poder, barbarie y complicidad de la iglesia, se habla de la salvaje hipocresía de los religiosos y sus seguidores, y es desde ahí que esos personajes, como llegados de otro tiempo, ocupan lugares de frontera entre los asesinos y sus víctimas, esos lugares grises: ni blanco ni negro, una poética tierra de nadie donde quizá se pudieran descubrir ciertos rasgos de humanidad; y entonces, la pregunta del lector, ¿y por qué no?
En esos personajes Tuky avanza aún más, y no contenta con ponerlos en situaciones atípicas en el paisaje de violencia de esos tiempos, los dota de un pensamiento y reacciones humanistas, redoblando así la apuesta. Los pensamientos de Francisco Méndez llegan desde una voz interna de la que se apropia la autora; sus personajes llevan su voz e ideas; porque en plena novela, Tuky se permite licencias de escritura, de reflexión en mitad del tránsito del libro; es ella misma la que intenta en su relato, a través de él, dar sus claves para un mundo mejor. Es una necesidad de repaso de identidad revisando en un listado de alegrías y horrores, de deseos, de ansias de que un mundo más justo llegue a estas tierras para honrar a los caídos de ayer.
Anota Tuky Carboni la violencia de la conquista; pinta la barbarie sobre el alma de Francisco, una de las miradas en “Tan solo un soñador”: “(…) Abya Yala era una tierra incondicionalmente generosa, bella y llena de tesoros. Lo que no sabía era en qué la convertirían los europeos cuando la tomaran definitivamente. Cuando la ‘limpiaran de indios ignorantes, salvajes, crueles’. Cuando impusieran sus reglas de propiedad privada, cuando hicieran esclavos a los dueños de la libertad, que habían sobrevivido 40.000 años respetando la naturaleza y respetándose a sí mismos. Habían conocido la guerra, es cierto; pero siempre por cuestiones territoriales, como cualquier persona, aun la más ‘civilizada’, que no tolera que se metan extraños en su casa y lo desalojen sin miramientos. Y pensar que todas las tropelías de los europeos eran en el nombre de un Dios que decían que era Amor… Abya Yala no necesitaba dioses ni libros sagrados que los nativos no podían leer. Ellos tenían su propia explicación de la Creación y del Creador. No necesitaban aventureros inescrupulosos ni frailes que absolvían de toda culpa a los que mataban, empalaban, quemaban a los naturales; violentaban a las mujeres para hacerles hijos bastardos que después no reconocían y condenaban a esos hijos a no encontrar su identidad ni entre los europeos ni entre los naturales. ABYA YALA NECESITABA SOÑADORES. Soñadores que entendieran la vida como una gracia de Dios, que respetaran el milagro de la Creación y se respetaran a sí mismos comportándose como auténticos cristianos, sin creer que a ellos todo les estaba permitido porque tenían armas más sofisticadas que mataban desde gran distancia y les protegían el pellejo. Soñadores que tuvieran los ojos limpios de codicia (…)”.
Estas licencias apuntadas más arriba (en plena novela se ocupa del nacimiento del chisme en nuestra ciudad/río) significó preguntas para este lector. Soy un lector exigente, digo, necesito del autor la entrega de alguna bondad en cantidad necesaria, para así habilitar la confluencia de toda mi subjetividad sobre el texto. Al menos una de las aristas debe colmarme, debe invitarme al viaje: pueden ser las ideas, puede ser la forma de contar, puede ser la escritura, y esto nada tiene que ver con el casillero técnico de la novela: una novela es una historia de largo aliento, y esta puede exhibir, como la de Tuky, licencias como las señaladas; pero en esto de andar pensando ¿qué fue la causa principal de la lectura casi voraz?, señalo el tranquilo y efectivo relato de los hechos, el pulso del cuento, del gran cuento “nacido” por la poeta; la bondad del relato es la que transforma el libro en discurrir de río, en la novela de aventuras que termina siendo. Y entonces las licencias, las entradas y salidas de la autora, la no forma de novela de esta novela que -y digo algo que por lo general está mal visto por sesudos análisis- entretiene, informa, transmite la zozobra de esos días, de la vida y la muerte a la mano de las bestias asesinas en tantos destinos y azares. Me encontré sufriendo por la posible suerte de Francisco, y eso es relato, pulso, convicción sobre aquello que se cuenta. El relato como aventura en sí mismo, una aventura que preanuncia sufrimiento, y en medio: ráfagas de felicidad, y cuando otra felicidad se alumbra, vuelve al lector a ese miedo en torno a la vida del personaje que aprendió a querer.
Compartíamos opiniones de lectura con la historiadora Nidya Rampoldi. Ella me decía que Tuky Carboni, con su libro, nos devolvía a nuestra perdida condición de niños que se asombran con una historia. Tuky, la contadora de cuentos -una especie que, como las encantadoras de “serpientes”, está en franca desaparición, y por eso tanta serpiente suelta-, nos transmite su historia, y lo hace tan bien que ciertas herramientas se aflojan para simplemente disfrutar del relato, del hecho de saber “que me estás contando con permisos varios”, y en este caso: la conquista española donde no faltan los asesinos y las víctimas, pero en la que se agregan algunos guiños de esperanza para que triunfe la vida, una vez más, en Abya Yala. La prosa de Tuky no es recargada, algo bastante común entre los poetas, cuestión que ya había notado en sus libros de cuentos, y eso es otro de los detalles que colaboran con el ritmo de la novela.
Le comenté a la Rampoldi que buscando algún tipo de imagen para mejor decir de las maneras de “Tan solo un soñador”, pensé en esta especie: una escritura/pintura naif que dice de la realidad y de lo apenas entrevisto durante el sueño. En ello pienso, una escritura/pintura naif amanecida por Tuky Carboni, tan solo una soñadora.

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