El 11 de agosto, hace ya un puñado de
días, fui convocado por el poeta Ricardo Maldonado (Gral. Galarza, 1958), por
segunda vez, para presentar un libro suyo. La vez anterior fue con su poesía
reunida: “Voz varia” (2015). Se dio la invitación luego de expresarle mi
opinión sobre su trabajo. Fue un descubrimiento, una poesía que no conocía y
que de inmediato pase a admirar. La presentación fue en el Museo Quirós. Y la
invitación renovada llegó luego de escuchar mis pareceres sobre su último
libro: “La cuerda cuarta y otros poemas” (2018). Esta vez el lugar de encuentro
fue la biblioteca popular Carlos Mastronardi de nuestra ciudad/río de Gualeguay,
donde Maldonado, además del libro, presentaba su último disco: “Cómo será la
canción”. Palabras y música. La propuesta fue acompañada, en buen número, por
un público muy atento.
Caraballo, Lois y Maldonado. Fotos Fernando Sturzenegger |
En la oportunidad leí el siguiente
texto:
El universo de “La cuerda cuarta” de
Ricardo Maldonado.
Dijo el poeta:
“A propósito del sentido y alcance de ‘La
cuerda cuarta’, es precisamente la más trajinada de la guitarra y la que
primero se corta, es varonil y delicada a la vez, está expuesta al frente de
los trabajos con el instrumento. La poesía, entre todos los géneros, tiene
mucho de ‘cuerda cuarta’, lleva el canto, lo sostiene y se somete a las mayores
tensiones”.
Voy a tratar de llevar a palabras lo
vivido e intuido en las lecturas sucesivas que hice sobre el último libro del
poeta Ricardo Maldonado: “La cuerda cuarta y otros poemas” (Ediciones del Clé, 2018).
Hablo de intento, porque hacerlo es verdadero desafío para este trabajador de
la palabra y la memoria. Espero ajustar la emoción aparecida, que quizá sea más
fácil de transmitir en una sobremesa, ayudado de gestos, silencios, tragos
cortos de vino, y la palabra del amigo. Porque hay que ser poeta como Ricardo,
para mejor decir la emoción. Porque ser poeta, habitar esa altura, es “ser” en
el último paisaje donde puede llegar el hombre que con valentía jugó la vida en
el maravilloso laborar sobre la veta de la palabrería.
Por formación y deformación profesional,
digo que la poesía y la literatura me llegan hasta el puñado de almas que me
forma, como especies vivas, y que de tan vitales, tan pasionales, pueden llegar
a desequilibrar mi atenta contemplación de lector. A veces sucede, lo sabe mi
memoria lectora. Digo que “La cuerda cuarta” es especie viva que mejor se
descorcha a través de distintos acercamientos en el “mientras tanto” de los
días, y lo digo porque cuando sucedió el susodicho desequilibrio -algo que no me
acontece tanto como deseo- apareció una marca, un quiebre, en la vereda de lo bellamente
humano, un aroma de astilla que se hundió en el aire fundacional de la emoción.
Digo fundacional porque desde ese aroma llegó la lágrima hasta este lector feliz.
Emociona el libro porque es intimidad
entre el hombre: y una guitarra, una memoria de aldea, una memoria de
naturaleza amplia que se dice desde un jacarandá, el río, la caída de un higo, el
eco de una manzana, el aroma del azúcar quemado, o el deseo de una armonía soñada
desde los ambientes de una casa.
Emociona el interés por la suerte
destinal de la criatura que sabe desde siempre que deberá morir.
Emociona porque el poeta mira la
sociedad, y me digo: hay tanta mirada en este libro; y la mirada como llave
maravillosa que abre las almas -sí, ese puñado de almas que nos forma- en el
arduo camino por donde el hombre llega a comprender al hermano, al otro, a los
otros, y para en ese mismo intento encontrar la propia comprensión.
Pienso que por estas orillas anda caminando
Ricardo Maldonado desde hace bastante tiempo, y pienso que si ya guarda en su
puño varios libros notables, es “La cuerda cuarta” material de excepción. “La
cuerda cuarta” como otra vuelta de tuerca sobre su laborar a conciencia, como
sacar renovada punta a la tinta, como tiempo y reflexión pariendo, cada vez,
mayor sustancia: una identidad que desalambra las fronteras humanas, se viste,
se siente mano a mano con la bondad de la aldea natal mientras transmuta
ofrendas del natural cercano en aromas de lo universal. Ricardo Maldonado, una
vez más, invita al esfuerzo: niega con su quehacer los regresos a lugares
comunes, a imágenes gastadas, a palabras cáscara, invita a su música original
nacida desde el paisaje de siempre.
En “La cuerda cuarta” se anota el primer
poema:
“Dobla su cresta la cuerda cuarta, / se
decanta en ligados / para seguir como en lomas. / Cuando escucho su deriva /
atardece en Victoria. / Algo ocurre por alguien / y el tema excede, / justifica
el hilo de otras resonancias. // El valor está en lo que provoca / besar tantas
veces de manera distinta / la misma palabra”.
Dice el poeta, sabiendo de los distintos
universos entrevistos alrededor de un higo que cae; sucede en “A la fresca”, en
el primer poema de esta serie:
“Abrir de pronto los ojos y ver, eso es
todo; / el verano tiene su peso específico / en el higo cumplido que cae sobre
el cinc / como diciendo ‘ya está’, ‘ya llega’, ‘aquí voy’ / … así parece por lo
que sucede y enseña. // Apabulla la evidencia y su presente deriva, / acaso
amarren algo las palabras, los sonidos / que se buscan encantados mientras se
hace / la canción y la boca queda con el sabor del higo / en febrero y Nogoyá”.
Por diversas razones, incomprobables
razones, destinales destinos de abracadabrezco pulsar de cuore e idea, el
hombre, un hombre, siente el impulso de intentar la escritura, y ese impulso, luego,
va tomando fuerza, idea y compromiso. Recién ahí se inicia el diálogo con el
oficio que nos puede llevar a ser escritores y poetas, cuestiones que no se
dirimen en el dominio simple de una técnica, sino en las conversaciones entre
las almas del propio escritor/poeta. Mirada atenta, y dentro del silencio de la
mejor soledad. Es sabido, al señor Seguro lo llevaron al cementerio desde el
principio de los tiempos. Nadie puede saber si luego de una vida de escritura,
el hombre será escritor. Tratar de escribir es vivir en la incertidumbre hasta
que llega la mirada sincera del otro. Boceto este paisaje porque de ahí vengo,
y es más, en él vivo, tratando de saber qué es, cómo es, cuando alguien llama
escritor o poeta al otro. Queda claro, todos necesitamos de la mirada del otro
para construir un “nosotros”, un “todos”, la sustancia de sentirnos hermanados.
Y también de ello trata, dice “La cuerda cuarta”, un libro que es para este
trabajador que todavía está viendo hasta dónde le llega, lo lleva, el impulso de
su escritura, un motivo de profunda felicidad, lo dicho, una feliz ventana
abierta en mi mundo emocional. “La cuerda cuarta” renovó mis fuerzas, mi
compromiso con el oficio, sirvió para que cada vez mire con mayor detenimiento
mis palabras, porque sencillamente emociona la fineza y solidez de cada poema
amanecido por Maldonado: es emocionante saber que un hombre poeta pueda
escribir de esta manera: el pulso sintoniza ideales, miradas de apertura al
gran plano general que se muestra para que el hombre viva su historia, y
miradas de detalle, como el ejemplo citado del higo que el poeta utiliza para
decir la vida y la muerte.
“La cuerda cuarta” es un festejo para el
espíritu de escritura de quien escribe mientras se escribe, porque todo su paisaje
poético es fruto de un depurado, consciente, seguro y decidido decir de poeta
que ha terminado por anotar la universalidad de su palabra.
Motivo de alegría es entonces la
aparición de este libro del grande poeta Ricardo Maldonado. Su lectura renovó
mis patrias internas que sostienen el esfuerzo, el trabajo a futuro, y renovó
la maravilla de saludar la escritura del otro. Tengo la suerte de ser amigo de
Ricardo Maldonado, de conocerlo desde distintos ángulos de la mesa y el tinto,
y eso me da la oportunidad de hacer realidad mi deseo: quisiera estar siempre
rodeado de escritores que escriban mucho mejor de lo que lo hago yo, porque
quiero aprender de los grandes.
El octavo poema de “A la fresca” dice:
“Todos fuimos verdad por un tiempo, /
desprendimos la posibilidad del modo singular, / nutrimos el nombre con ciertos
días ciertos, / acaso habitamos, no se sabe. // Hemos transitado en el vano, /
nuestro dominio siempre pendió de un hilo, / pero tuvimos el desparpajo de
tatuarnos / el pecho, las vísceras y las visiones / con signos de eternidad. //
Y aquí estamos como si nunca, / como si al trasluz quedara un rastro, / una
fosforescencia que resiste”.
“La cuerda cuarta” de Ricardo Maldonado
es palabra que transmite el impulso de origen, la emoción de saber dónde
estamos. Sé, como lector, que sin duda habrá en el libro otras intenciones
ocultas del autor, pero en este tema, me digo, quedamos a mano, que sepa el
poeta que en este lector dejó, sin dudas, otro puñado de felices consecuencias
que aún “siestean” a la sombra.
Hasta aquí el texto presentación de un
libro que invita a tomarse un respiro en la bulla, para así tratar de
comprender, de aprehender, el mundo real, y no la fantasía amañada que
transforma a la sociedad en un ente superficial, apático, puro cartón pintado
pegado y compartido en las sociales redes.
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