domingo, 23 de febrero de 2014

"Habitaciones" de la memoria



Emma Barrandéguy (1914-2006) me asombró con su poesía (Las puertas, Refracciones y Camino hecho). Su prosa me quedó como cuenta pendiente. Sólo había leído su ensayo: “Mastronardi-Gombrowicz. Una amistad singular” (2004). El resto de su obra en prosa es figurita difícil. No quería leer fotocopias, tampoco hacerlo de libros prestados. Me gusta dejar el rastro de lectura con mi lapicera. Pero los libros no se consiguen, y entonces acepté el préstamo de la poeta Tuky Carboni: “Crónica de medio siglo” (1986) y “Habitaciones” (2002). En “Crónica…” hay elementos autobiográficos, Irma Iruleguy será su alter ego en la historia, pero es en “Habitaciones” donde lo autobiográfico aparece en directo. Una especie de memoria en tono de confesión, una larga carta de amor: sincero, humano, imperfecto, de parte de Emma para su amor: Alfredo J. J. Weiss, a quien dedica el libro.
 Emma nombra el primer regalo de Alfredo: “Fue uno de los primeros libros que editaste y mientras permanecí casada lo tuve junto a tus cartas, envuelto en papel de seda. Las cosas, en verdad, se miran poco como los cuadros en las paredes –uno se acostumbra-, pero sé que allí está tu dedicatoria, tan elogiosa. Siempre me asombró que pudieras decirme que ‘todo me lo debes a mí’. ¿Cómo puede alguien deberme a mí todo lo que ha sido? Es claro que en ese entonces éramos jóvenes y que vos estabas enamorado, pero de todos modos no me veo capaz de haber arbitrado nunca el destino de nadie. Sin embargo, tus palabras me enorgullecen. Él sí, me digo, él sí me vio entonces como en realidad soy. Cuesta poco apoyarse en la vanidad para seguir andando. Creerse que hay una realidad mejor, de la que participamos”.
“Habitaciones” es un libro que invita al asombro: por su escritura, por su valentía, por su sinceridad. Un libro de escritor, de una de esas personas que saben de transitar en el adentro y el afuera de los días. Emma y su mundo interior; Emma y sus mundos incontrolables, sus cuestionamientos, su escarbar en la misma identidad tratando de encontrar respuestas. Historias y pensamientos en directo, con nombres de personas, de miedos, y de felicidades. No cualquiera, y no cualquier escritor puede tener la cuerda suficiente para amanecer un libro como “Habitaciones”: “(…) Me parece deberte la fe que en mí pusiste. ¿Qué era esa fe? Creer. Creer en mí, creer en vos. Esa fe tuya era una con la mía y por eso puedo decirte, como me lo digo a mí muy despacio, que no se apoyaba en nada, pero que la sigo teniendo con esa especie de ingenuidad que en el fondo me resta. Necesito decírtelo. Y puedo hacerlo porque ya no he de verte y nada de tu retrato ha de variar en mí con el transcurso de los días o los sucesos. Así, nada te hará cada vez más perecedero como debería ser irremediablemente, sino cada vez más incorruptible. Aunque la imagen te parezca cursi, o periodística, es así como lo siento”. Emma le cuenta a Alfredo: “Así había oscilado siempre: junto al deseo de escapar a lo habitual se alzaba el de integrarme en lo habitual, borrar las diferencias, regresar a los caminos trillados donde quizá se agazapaba la verdadera vida: la maternidad, la cocina, las reuniones de cumpleaños, la nivelación y el olvido absoluto en lo más profundo del sentido común, de la vida diaria. ¿Sería ése el descanso? Había pensado un tiempo así, cuando recién casada. En realidad fue para eso que me casé. Mis gustos, al fin, podían siempre ser míos. Podía guardarlos aparte. Nada me impediría leer y pensar, tener un mundo para mí, compartido, a medias palabras, con algunos seres. Con vos, por ejemplo. Por largas temporadas los intentos de inmersión en el mundo de los otros me habían hecho cesar toda labor literaria. (…) No me había dado cuenta, entusiasmada con este nuevo juego, de que crecía sobre mí una marea de responsabilidades, de que una horrenda máscara de hipocresía se enredaba a mis noches y a todos mis actos, de que cada minuto alzaba una nueva mentira. Estaba ya casada, pero seguía viéndote y aquello no me parecía delito. Pero con José era diferente. Se había ahondado el subterráneo sentimiento de culpa que aún me costaba desbrozar como ya debidamente pagado. Y que ¡Ay! nunca termina de ser pagado”. Emma sigue describiéndose: “Esta relación se hace estable y regular, con gustos comunes, como los de una pareja que al ver, o saber algo a solas, piensa automáticamente en lo que el otro pensará sobre eso. José conoce todas mis reacciones; yo me dejo admirar. De pronto, sin embargo, surge Angélica. La conozco en el trabajo, ingresa allí un día cualquiera y comienzo a hacer piruetas para conquistarla. Lo de siempre. A medida que se entreteje en mis días, las cosas comienzan a complicarse, me alejo, sin alejarme, de José. No es un juego de palabras, no creas, es cómo fueron sucediendo las cosas”.
Emma presenta a Alfredo, a José, a Angélica, y por último a Florencia. Nombró la existencia del marido. Emma, seguramente, le cuenta a Alfredo, una realidad que él bien conocía. Él, el amor de su vida, el único hombre, pero después Emma suspiraría por sus mujeres, y por algunas otras que no pasaron de la escaramuza que la dejaría sedienta, como el caso de Hilde von Denken. En medio de estos relatos y confesiones, hay capítulos que se centran en la historia política del momento. Corre la década del 40, ella comunista, trabaja en el diario “Crítica”: Perón al poder y el horror fascista instalado en las crónicas de Emma.
 “Habitaciones” guarda otros elementos que lo ubican casi en la sintonía de lo mágico. Escrito en la década del 50 respiró a la sombra durante más de cuarenta años. La edición es de 2002, y su descubrimiento y publicación es mérito de la escritora María Moreno. Hace un tiempo leí un trabajo sobre el libro: “Emma Barrandéguy o la reversibilidad de literatura y vida”: “(…) El lector se transforma así en testigo de las sucesivas etapas de este vía crucis del cuerpo, envuelto también él tanto en el tanteo exploratorio de los límites emotivos y sexuales como en el sufrimiento que causa y se causa la protagonista en las diferentes situaciones eróticas. El receptor de ‘Habitaciones’, que asiste al desnudamiento de intenciones y objetivos, pasa a constituirse, gracias a esta estrategia narrativa de la autora, en elemento de sostén de la obra.
Por definición, este receptor de la obra puede ser cualquier lector implícito del texto. Pero en el libro que comentamos EB le puso nombre propio al receptor que había elegido como confidente. Y este nombre resultó, por extrañas casualidades que tuvieron lugar en enero de 2004, mi vía de acceso a ella y a su obra. El libro había sido escrito a fines de la década del ’50, poco después de la muerte de su dedicatario, el amigo y confidente de ‘Habitaciones’ Alfredo J. J. Weiss, mi padre”. Irene M. Weiss cuenta quién fue su padre: “No hay duda de que AW se auguró de ‘Sur’, ocasionalmente, un impulso sinérgico, pero estuvo lejos de convertir la revista en el contrafuerte de su destino literario. Su obra cultural corrió por otros canales: sus traducciones de poesía inglesa y francesa, la editorial Continental, que dirigió junto con Héctor Miri durante toda la década del ’40, y la revista literaria ‘Reunión’, cuya dirección compartió desde fines de los ’40 y durante muchos años con Enrique Luis Revol. En esta última publicaban talentos jóvenes, precisamente muchos de aquellos que no tenían cabida en ‘Sur’: el dramaturgo Omar del Carlo, el novelista y crítico cinematográfico Hellen Ferro, el poeta Narciso Pousa, el novelista y ensayista Miguel Ángel Speroni, para nombrar sólo a algunos. La lista es larga.”.
Literatura y vida señala Irene: “Hasta aquí la figura pública de mi padre, presente en nuestra familia después de su muerte gracias al anecdotario cotidiano y a la inmensa biblioteca que dejó en herencia. La lectura de ‘Habitaciones’, por el papel que le asigna a AW en la biografía de la protagonista, destrabó también para mí las fronteras entre literatura y vida revelándome un mundo nuevo: el de la intensa amistad y afecto entre EB y mi padre, de la que ella deja un limpio testimonio en el libro, separándola -si dejamos a un lado el final novelesco- de la espiral creciente de experiencias eróticas que pueblan sus páginas como aventuras más o menos pasajeras. La revelación de esa amistad cultivada por AW desde su época de estudiante operó en mí una auténtica conmoción. Pero era sólo el comienzo del descubrimiento. Faltaba la segunda parte, que se completó meses después, en agosto de 2004, en ocasión de mi primera visita a la casa de Emma, en Gualeguay. Después de recordar la entrañable relación que los unió hasta la muerte de AW, puso en mis manos, junto con la antología de poesía estadounidense que él le había dedicado y con la foto de una fiesta en la pensión en la que coincidieron a su llegada a Buenos Aires, las treinta cartas que mi padre le había enviado entre 1938 y 1941. Ella las conservaba intactas, atadas y ordenadas. Su lectura abrió para mí una vía de reconocimiento y apertura existencial en el territorio paterno, en el que descubrí una novísima sensibilidad afectiva y emotiva. A su vez, Emma estaba en las cartas en un nuevo reflejo, distinto de su propia escritura, puesta esta vez ella en el origen y como sustento de la existencia de otro. En ellas es Emma no sólo destinatario sino también referente del monólogo epistolar: las cartas giran en torno a ella, la cultivan, la esperan, comparten con ella las novedades políticas y culturales, los pequeños éxitos, las experiencias, y sobre todo los minutos y las horas. La escritura de las cartas suple para AW la ausencia de la amiga tanto como la escritura de ‘Habitaciones’ recupera para EB al amigo muerto, a quien hace una vez más su confidente”.
Consulté a la poeta Tuky Carboni sobre “Habitaciones”: “Emma trajo cinco ejemplares a Gualeguay. Uno el mío. Eran solo para quienes conocían su condición. No quería que acá se conociera su bisexualidad, no por ella, sino para que nadie pudiera herir con algún comentario a sus familiares. Alfredo fue el primer amor de su vida. Ella estaba muy orgullosa del diálogo que había entre ellos. La deslumbró. Cuando Irene Weiss le dice que quiere conocerla, Emma estaba muy emocionada, no te puedo transmitir cómo estaba. Me dijo que ella quería disfrutar ese encuentro: ‘Es como la hija que no tuve’. Hablé con Irene varias veces por teléfono porque me había quedado una carpetita con poemas inéditos de Emma”.
Esos poemas que guardó Tuky terminaron dentro de la edición de la poesía completa de Emma Barrandéguy. ¿Quién publicó la obra?: Irene M. Weiss.
La literatura y la vida, anotó Irene; también anotó “intensa amistad y afecto” en lugar de historia de amor. Así se manifiesta el costado mágico de los días. A veces se abre la puerta que permite coincidencias, apariciones, memorias, y que también permite reencuentros, como los llama Leticia Manauta: reencuentros de una memoria que utiliza actores de distintas generaciones. Emma y Alfredo en la mirada de Irene.

No hay comentarios:

Publicar un comentario