domingo, 9 de marzo de 2014

Carlos Alberto Montella en Gualeguay


En la nota de la semana pasada conté una apretada memoria de Carlos Ántola. A su historia llegué de la mano de su hijo Federico: él anda de búsqueda, quiere saber sobre el joven que fue su papá, ya que lo perdió cuando tenía 14 años. En esa memoria aparece el nombre de Carlos Montella, artista plástico nacido en Rosario, que vivió en Gualeguay entre 1960/61 y 1981.
Carlos Montella junto a Perla y Carlos Ántola (1971)
 De “Formas y colores de Gualeguay” (2004) de Nidya Rampoldi, Patricia Míguez Iñarra y Daniel A. Gabriel extraigo algunos datos: fue autodidacta, realizó exposiciones en Gualeguay: Biblioteca Mastronardi, Club Social, Jockey Club, también expuso en Gualeguaychú, Rafaela, Paraná; en Buenos Aires expuso en la Casa de Entre Ríos, y en galería Meridiana: esta muestra tiene su historia. Fue colaborador de El Debate-Pregón, obtuvo algunos premios y menciones.
Federico Ántola me cuenta sobre el tío Montella: “Conoció a mi papá a principios de los 60. Se casó con la hermana de mi mamá, que era docente en un pueblo cerca de Rosario. Mi tía volvió a Gualeguay con el enamorado. Vendió cerámicas, fue viajante de comercio, trabajó en una fábrica de zapatillas. Me decía: ‘En esa época sabíamos hacer de todo un poco y nada en específico’. Era un buscavidas”.
Cuenta Federico que el tío los visitaba mientras ellos vivieron en Buenos Aires. Carlos Ántola y familia vienen a vivir a Gualeguay en febrero de 1977. Montella se muda a Paraná en el 81. Le pregunto a Federico por esos cuatro años de amistad, familia y cercanía: “Me acuerdo de las reuniones familiares, nos encantaba ir a su casa, que era grande, y se cocinaban comidas ricas. Vivía en Maestro Sardi, entre San Antonio y San Martín. Enfrente vivía Peruco Correa, que enmarcaba cuadros. Yo era chico, me acuerdo de una exposición en la Secretaría de Turismo, que estaba en San Antonio y Correa. Recuerdo su casa con dibujos, cuadros, y el taller que estaba en el fondo”.
En la búsqueda de Federico apareció el librero Enrique Zabala, quien le dio datos y fotos de su papá con el poeta Roberto Santoro: habían compartido el trabajo en una escuela de Buenos Aires, y se hicieron muy amigos. Pero el librero todavía tenía una sorpresa: “Cuando le nombré Montella al librero recibí, al tiempo, cuatro cartas que mi tío le había escrito a Santoro”.
Montella le hace un pedido a Santoro (21/04/76): “Y, si te animás con el único material que tienes en tus manos a hacerme unas líneas respecto a eso (se refiere a la exposición de sus obras), te lo agradecería muchísimo, y no pienso disculparme por este pedido, porque realmente tendría un gusto bárbaro que vos lo hicieras”. En esa misma carta le cuenta que la sala la había conseguido gracias a la recomendación de Roberto “Cachete” González, y que a él también le había pedido un texto para el catálogo. En otra carta de mayo o junio del 76: “Bueno, si la respuesta es sí, venite a Gualeguay y ponemos un asado al ‘juego’ (‘juego’ seguro que yo hago, y el asado lo pone Ántola), luego de lo cual vos mirás cómo andan mis dibujos y hacés el comentario”.
Llegué al catálogo de la exposición en Meridiana (julio del 76) a través de Federico, pero a su vez él llegó al mismo porque se lo obsequió, hace casi veinte años, por intermedio de una persona amiga, la poeta Emma Barrandéguy. Nunca había visto el impreso en su casa paterna y tampoco en la de Montella. El catálogo es un pequeño librito cuadrado (10,5 cm por lado): tiene una foto del artista, y la reproducción de tres obras. En un blanco y negro empastado, es una muestra de lo que se puede hacer con muchas ganas y poca moneda, algo acorde a esos años de esperanzas. Hay una pequeña biografía del artista, y dos textos. El primero de Roberto Santoro: “Hoy Presentación Hoy: Los que no creemos en la inspiración / porque amamos los oficios, / los que no buscamos la magia / porque vivimos la realidad, / los que olvidamos el ocio / porque caminamos la búsqueda, / chocamos ahora las copas de la Fraternidad / con voz Carlos Montella, / para entregarte esta frase de Arlt / que servirá para siempre: / ‘el Futuro es nuestro por prepotencia del trabajo’”. El segundo pertenece a Cachete: “Carlos Montella, que hoy presenta sus obras por primera vez ante el público de Buenos Aires, muestra a través de éstas, su vinculación con esa forma de encarar la realidad, nuestra realidad, inquietante por cierto, que ya no nos sorprende, pero en cambio nos tortura con naturalidad. Y he aquí esta sugerente faz –expresionismo-, de seres inscriptos en este lenguaje, que obedece a un estado de ánimo de la humanidad y que hoy día, con renovada actualidad, nos impone su acento, porque la incertidumbre del momento actual, engendra en la mente y en el espíritu de los artistas más sensibles un “monstruario” del miedo tan vasto y variado, que es necesario extraer lo más fascinante y positivo, para devolverle así a los horrores que engendran fealdad, estas cotidianas víctimas de sus propios vicios, que generalmente el artista, y en este caso Carlos Montella devuelve este engendro, en planos de color y forma de armonías generales, tratando así de interpretar lo feo con la belleza, como ya en otros tiempos nos enseñara el gran maestro aragonés Francisco de Goya.
Carlos Montella, componente de un grupo de jóvenes que en Gualeguay, ciudad virtuosa (en cuanto a producción de artistas se refiere) y en la modestia del silencio, con un objetivo preciso, producto de una vocación auténtica (pues ninguno de estos muchachos vive del arte que producen), trabajan con tesón y sin las perturbaciones de los falsos alicientes, sin la adulonería “fofa” de los coimeros del arte, pero con la seguridad de quien transita con pie firme sobre el más difícil de los caminos, pero a su vez el más luminoso y feliz: el de la verdad.
Su obra es esta que tienen frente a Uds. Ella no nos habla de “éxtasis ultraterrenos”, tampoco es afectada por fórmulas intelectualizantes. Sin embargo posee belleza y profundidad, aunque las criaturas invocadas no lo sean, pues son ellas las que cordialmente nos torturan a través de la radio, la televisión y el cine. Pero más aún e impostergablemente, en esta realidad nuestra que constantemente nos arremete y que, a pesar de todo, esperamos superarla con renovada fe”. Pienso: había que escribir y firmar estas palabras en 1976. No cualquiera.
Montella escribe a Santoro (21/09/76): “Maddonni me contó que estuvo con vos en la muestra de Meridiana, y te imaginás que le extraje todo el jugo que pude a esa charla con él, porque parece mentira que después de tanto tiempo de conocernos (a mí me parecen cien años) y de no escribirte nunca (aquí me estoy dando), aún no nos podamos encontrar y charlar de todo lo que uno sabe, que sabe que sabe, que sabe que pasa…”. Otra carta a Santoro (23/02/77): “Bueno, señor, esperábamos con mi concuñado, que Ud. nos visitara como le había dicho, a fin de enero, pero el tiempo, el tiempo cruel, que todo lo devora, nos ha dado con su huesuda mano por el rostro, ya que Santoro Roberto, no ha desembarcado en las playas de la ciudad de Gualeguay”.
Montella había llegado a la amistad con Santoro a través de Ántola. La amistad entre ellos se había forjado a través de cartas. Montella recién va a conocer personalmente a Santoro, cuando este se refugie por una semana en casa de los Ántola (al fin Santoro en Gualeguay), en marzo del 77, fecha cercana al 1º de junio, que es cuando el poeta es secuestrado por un grupo de tareas en la escuela donde se desempeñaba como preceptor. Santoro figura en la lista de desaparecidos por la última dictadura cívico-militar.
Federico vivió un año en casa del tío Montella: “Fui a vivir a su casa en Paraná en 2002. Me faltaban unas materias y, dada la crisis, él me bancó hasta terminar la carrera. Yo ya era un hombre, y entonces las charlas eran otras. Ya no me hablaba como cuando volvimos del cementerio el día que enterramos a mi viejo. Estaba jubilado, usaba la computadora, leía, escribía con seudónimo (Lorenzo Brancaleone) en una revista de Buenos Aires: Redes de Papel, en la que también colaboraba Derlis Maddonni. Me acuerdo ahora que a principios de los 80, él y Derlis fueron parte de una revista en Gualeguay: ‘La loca de al lado’, estaba Emma Barrandéguy, Daniel González Rebolledo, Tuky Carboni, Vicente Cúneo, y otros. Me hablaba siempre de los compromisos adquiridos, de andar siempre por los mismos lugares, esto referido a la identidad de una persona. Recordaba mucho su juventud, me decía: ‘No sabíamos lo que queríamos, pero sabíamos lo que no queríamos’. Fue un descubrimiento su casa: el taller atrás, era de esas casas tipo chorizo, a la mitad tenía el lugar para escribir y la biblioteca con todo lo escrito y publicado por Santoro. En ese año lo vi pintar de a ratos, no lo hacía todo el tiempo. Lo recuerdo más leyendo y escribiendo. Me contaba mucho de su infancia en Rosario y su historia con la familia, de la que se alejó muy temprano. Si tenía algo para decirte, te lo decía sin vueltas. Sé que trabajó mucho en las comisiones directivas de Gualeguay Central”.
En el libro “Formas y colores de Gualeguay” hay un texto que el plástico Derlis Maddonni escribió para el catálogo de una muestra de Montella en Paraná (1995). Extracto dos fragmentos del mismo. Uno que ubica y define la pintura de ambos plásticos: “Ambos fuimos fuertemente influenciados por esa ‘escuela neo-realista’, de algún modo tengo que llamarla, cuyos pilares más brillantes son ‘Cachete’ González, Carlos Alonso y Freddy Martínez Howard; y ambos también pertenecemos a esa creativa y poderosa generación de los ’60, perdón por la vanidad y el orgullo”. El segundo fragmento habla de la persona del pintor y de su obra. Si bien hay artistas en los que una sintonía distinta toca a la persona y la obra, y desde ya para hablar de arte importa la obra, personalmente prefiero la feliz coincidencia del conjunto: es mejor cuando sucede esto que Derlis nombra en Montella: “No hay posibilidad de intento artístico sin oficio, y Carlos lo sabe y ama lo trabajoso, lo que enriquece la expresividad, en realidad, lo que la hace posible. Pero sí es muy cierto que es necesario el oficio, también es muy cierto y necesario que cada artista encuentre el que es el suyo, y Carlos ha creado, elaborado su propio ‘métier’; ese que se gana con esfuerzo y que va más lejos y es más rico que el que se aprende en las academias o en los talleres independientes de los grandes maestros. No hay final en estas obras, hay intencionalidad que tiembla. Hay una estética y una ética que viajan tomadas de la mano. Creo que no miento si digo que para él, la estética no es más que una forma inmejorable y delicada de la ética”.
Emma Brarrandéguy en El Debate-Pregón del 24/12/2005 escribía: “Al lado; al ladito nomás de la cabecera de mi cama tengo el dibujo a pluma que Montella me regaló con una cara de mujer, de perfil y ya mayor, que él llamaba ‘Tiempos viejos’. Sí, él la llamaba así y ya no la llamará más porque acaba de fallecer en Paraná”.
Carlos Alberto Montella: parte de la memoria de Gualeguay.

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