domingo, 19 de octubre de 2014

"De cruces, alas y mármoles" de Luis Alberto Salvarezza



La muerte es parte de la vida. Uno de los desafíos del hombre durante los días es tratar de amigarse con la idea del final, aceptarlo a conciencia. Si el hombre logra acercarse al amasado de la materia que nos propone la Parca desde que nacemos, logrará entender, consustanciarse con la bondad del límite. Puede ese hombre “hacerse” a través de las muertes de las que será testigo, especialmente de las que nazcan en su cercanía: padres, amigos, amores. En ese “hacerse” irá construyendo su propia muerte, hará el camino acompañado por sus muertos: sus buenos fantasmas. La muerte puede ser además un puente a la memoria: el lugar donde respira el dolor de la ausencia, y donde triunfa el recuerdo de la vida.
Puede la muerte ser también la impulsora de la vida: si mañana no voy a estar, a no dejar la vida para mañana, de esta manera el centro de la existencia se ubica en el presente, en el quehacer cotidiano para festejar “a conciencia” cada día. Ese festejo, ese estar conciente de la muerte y sus barrios aledaños, ese estar conciente de la memoria y su mundo pleno de vida, lo encontré en el libro de Luis Alberto Salvarezza: “De cruces, alas y mármoles. Cementerios: ensayos y poesías” (UNER). Además posee una yapa maravillosa: la presencia del arte. Salvarezza es nacido en Concepción del Uruguay en 1957: poeta, ensayista, investigador, artista plástico, un incansable trabajador de la cultura.
Su mirada se adentra en el terreno de la muerte con un primer movimiento titulado “El cementerio: florilegio lírico”. Esta sustanciosa antología poética (Rainer María Rilke, Luis Cernuda, Vinicius de Moraes, Olga Orozco, Carlos Alberto Álvarez, Arnaldo Calveyra, por nombrar unos pocos, porque las citas son numerosas) viene además matizada con pensamientos de muchos de los poetas convocados a esta notable sesión espiritista. El autor es el médium: quien trabaja con las palabras escritas por los hombres: “César Tiempo concibe al cementerio como una ‘ciudad yacente’. Coincidentemente Alfredo Veiravé (1928-1991) manifiesta: ‘Qué extrañas las calles de esa ciudad / donde los huesos y las cenizas, y los párpados cerrados se / abandonan / al recogimiento de los nichos y las bellas placas familiares, / al vacío de los pasos que retumban como en un hogar / abandonado, a las visitas / que vienen desde otra existencia”. “De cruces…” es un libro puente hacia otros libros, es una invitación, además, al aprendizaje: “La palabra ‘cementerio’ es de origen griego y en español significa ‘dormitorio’. Introducida por el cristianismo, recordamos que con anterioridad a ese ‘lugar cercado y destinado a enterrar o guardar cadáveres’ se lo denominaba ‘necrópolis’ (ciudad de los muertos). Con la esperanza cristiana de la resurrección se reemplazó necrópolis por cementerio; circunstancia por la que los creyentes piden que los muertos descansen, reposen, duerman o sueñen en paz (Requiescat in pace) y el tránsito les sea leve (Sit tibi terra livis)”.
Luis Alberto Salvarezza
Salvarezza recoge un pensamiento de Jorge Luis Borges: “La inmortalidad está en la memoria de los otros y en la obra que dejamos (…) Más allá de nuestra muerte corporal queda nuestra memoria”. Estas palabras definen de maravilla el trabajo hecho por Salvarezza: juega con la materia de la inmortalidad, la amasa desde la memoria, y logra probar que es posible recordar dentro de la limitada eternidad de los hombres: “El entrerriano Julio Federik (1949) en la estampa titulada ‘El Cementerio’ manifiesta: ‘… hay una cruz chica, inclinada hacia el frente y sucia… // Al lado otra cruz, y otra, y otra. // Nada hay que los nombre. Sólo las cruces y el silencio del árbol viejo donde el viento pareciera alcanzarnos alguna palabra’. Federik, como Unamuno que dice ‘entre arrumbadas cruces’, está haciendo referencia a un cementerio rural al que el tiempo está cubriendo de olvido”.
Fotografía de Salvarezza.
El libro parte de una mirada general sobre la muerte y sus hijos: los muertos, y las casas que hacen a su ciudad, pero lentamente va haciendo foco en el cementerio de Concepción del Uruguay, la ciudad de Salvarezza. Hay referencias a otros cementerios: Gualeguay, Gueleguaychú, Larroque, Rosario del Tala, entre otros. En el capítulo: “El ciprés, el sauce y la amapola” se aborda estas presencias en las artes, y estas pistas son relacionadas con las representaciones funerarias en los cementerios citados. Sobre el sauce: “La costumbre de plantar sauces, especialmente el denominado ‘llorón o babilónico’, en los cementerios procede de dos culturas, la China y la Celta, donde están asociados, como la acacia, a la resurrección e inmortalidad. Además, se creía que plantándolo en el lugar del enterramiento el espíritu del muerto, al crecer el árbol, retenía la esencia del difunto. Por eso, el que destruye o quema un ejemplar del mismo será castigado con el padecimiento de la desdicha. (…) La presencia del sauce en el arte funerario lo encontramos en la mayoría de los cementerios citados, generalmente en obras realizadas entre mediados del siglo XIX y principios del XX; lamentablemente, salvo excepciones, estos trabajos realizados en mármol de carrara y de gran relevancia no están firmados por sus realizadores que, sabemos, mayoritariamente eran de procedencia italiana y francesa pero no gozaban de esa calificación; eran simplemente artesanos”. Un fragmento de una poesía: “¡Oh, vivir aquí / en esta casita, / tan a orilla del agua / entre esos sauces como colgaduras fantásticas…”, de “¡Oh, vivir aquí!” de Juan Laurentino Ortiz.
En “Nuestro cementerio” el autor narra historia y curiosidades del cementerio de Concepción del Uruguay. La investigación realizada es minuciosa. Se detallan las reformas, los errores cometidos con ciertas huellas del pasado. Salvarezza consigna: “El patrimonio de una sociedad no puede construirse destruyendo el patrimonio de otro momento de la sociedad”. El arquitecto Delaviane fue el responsable de su construcción, fue inaugurado el domingo 26 de octubre de 1856, y su padrino fue: el general Justo José de Urquiza. Anota Salvarezza: “Como era habitual, los cementerios se planteaban como una reducción simbólica de la ciudad en su concepción y trazado; Delaviane tuvo en cuenta esos dos planos o dimensiones: la ciudad de los vivos y la ciudad de los muertos”.
Foto del autor.
Hay un detallado trabajo de recopilación de leyes y decretos de la provincia de Entre Ríos: “El 7 de septiembre de ese mismo año (1863) una circular dispone la prohibición de enterramientos fuera de los cementerios, haciendo referencia a lo que sucede en las zonas rurales y calificando de ‘práctica inmoral y contraria al respeto y veneración que son debidos, en los pueblos civilizados y cristianos a los cadáveres de sus hijos’. También recomienda prohíban en los velatorios ‘actos profanos e inmorales que recuerden desgraciadamente los tiempos de atraso y superstición”.
Una de las felices elecciones de Salvarezza en este libro es la de contar la vida de determinadas personas que por distintos motivos se destacaron en la historia de la ciudad, y lo hace teniendo como punto de partida sus tumbas. El autor se encuentra con la muerte, pero una vez más: para hablar, para narrar la vida. Elijo nombrar entre estas vidas, la de Ana Bugni de Maffei (1865-1953), más conocida por doña Anita en el ámbito de su viejo almacén ubicado frente al gimnasio de La Fraternidad. La recordaron: Delio Panizza: “De sus manos / cayó una flor sobre la tierra tibia…”, Carlos Mastronardi: “Fiadora de quimeras que urden el cielo…”, Virgilio Podestá: “Era un poema de bondad humilde…”, Enrique Mouliá: “Ha muerto Doña Anita, la abuela de los fraternales”.
“De cruces, alas y mármoles” es otro libro collage de Salvarezza. El autor se permite su construcción con distintos materiales, incluida su propia poesía. De poemas levanta el final: de “Este temblor de espigas”: “(…) Esta tierra es cuna de inmigrantes franceses / y siéndolo es también su sepultura. / No es Père Lachaise, Montparnasse, / ni el cementerio de Nancy, Senlis o Poitiers. / Es el cementerio de San Justo y se cerca de campo abierto. (…) Es mar, cielo caído, linar. Parva celeste. / Surco, huella, tajo o herida. / Y la muerte su único argumento. (…)”. De “La muerte”: “No sólo está allí, / entre cruces, alas y mármoles, / cuelga de nosotros / como una puntilla / o un harapo. / Se adhiere a las ostentaciones / y a la pobreza. (…)”.
Luis Alberto Salvarezza promete más búsquedas en el territorio que tiene que ver con la muerte y con la vida. Me dice que “El cementerio de Urdinarrain junto al de Gualeguay son los únicos cementerios entrerrianos que muestran ángeles exhibiendo los senos”. Una discusión de vieja data: el sexo de los ángeles. Asegura Salvarezza que es “Un espectáculo el cementerio abandonado entre Basavilbaso y Villa Mantero”. Actualmente trabaja junto a Marcelo José Vázquez, autor de “Tres dibujantes entrerrianos”, en un libro sobre los cementerios de Colón, San José y Villa Elisa.
Cementerio de Urdinarrain (foto Salvarezza).
Mientras leía “De cruces…” le comenté a la poeta Tuky Carboni sobre las bondades del libro, y ella coincidió con mi opinión, y además deslizó un dato de suma importancia que me era desconocido: una acción del autor que confirma su manera de convocar la muerte, la vida, el cementerio, las artes, el pensamiento, la memoria, y hasta su poesía: Salvarezza presentó la 1ra. edición de su libro en el cementerio de Concepción de Uruguay (octubre 2007), y luego invitó a una recorrida por tumbas y panteones.
Es sabido, la muerte es democrática, es para todos, y el convite del escritor también fue para todos los interesados: vivos o muertos.
Salvarezza presentó el libro en el cementerio (2007).

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