domingo, 2 de noviembre de 2014

Juan José Manauta: Cuentos Completos



Me encontré, casi al mismo tiempo, con Gualeguay (aquí llegué desde Buenos Aires a hacer mi vida) y con la imagen enigmática del escritor Juan José Manauta, el Chacho, gualeyo ilustre. El año pasado llegamos a esta ciudad casi al mismo tiempo. Los dos vinimos a quedarnos. Falleció en abril de 2013. Él quiso sus cenizas en el Gualeguay, su río. Lamenté enterarme tarde de la ceremonia. Después llegué a las palabras de una de sus hijas, Leticia: El hecho de tirar las cenizas de mi papá en el río Gualeguay fue un deseo de hace mucho tiempo; él quería descansar en el río Gualeguay y creo que el río, que está absolutamente presente en su obra, es el lugar donde debe estar. Cuando una persona está lúcida, me parece que es dueña de su vida y de su muerte, él no dijo ‘Quiero ir al Danubio’, él dijo: ‘Quiero ir a mi tierra’, y me parece que esto es absolutamente coherente con toda su vida y con toda su obra. {…}El río siempre está, pero nunca es el mismo. Como el viejo era como era, él quiso volver al río, que es como volver a la vida”.
Del Chacho solo había leído la novela “Las tierras blancas” (1956), allá lejos, cuando era joven, y llegado a esta ciudad sentí que debía leerla otra vez. Lo hice: hay hambre en “Las tierras blancas”: imágenes, palabras que duran toda una vida. Por Manauta supo el muchacho que fui, por releer a conciencia supo el hombre que soy. En Gualeguay las descarnadas vivencias. Además de la novela había leído los cuentos de “El llevador de almas” (1998). Fue Leticia quien me obsequió los Cuentos Completos, y luego la 2da. ed. de reciente aparición.
Juan José Manauta, escritor notable, inició su tránsito en la literatura escribiendo poemas. Fue poeta, después se propuso entrarle de lleno a la prosa: y fue el tiempo de las novelas. Cuando éstas cumplieron su ciclo, empezó a alumbrar sus cuentos. La poesía: “La mujer de silencio” (1944) alentado por su maestro y amigo Juan L. Ortiz, y “Entre dos ríos”, algunos de cuyos poemas vieron la luz en distintas publicaciones en los años ’40 y ‘50. Le dice a Mempo Giardinelli (Puro cuento, 1991) que llegó un momento en que quería contar más en detalle: “me pareció que la poesía a mí no me servía”. Las novelas: “Los aventados” (1952), “Papá José” (1958) y “Puro cuento” (1971: desconforme con la edición volvió a publicarla como “Mayo del 69” en 1994). La aparición de los “Cuentos completos” (2006, Eduner: Editorial de la Universidad Nacional de Entre Ríos) coloca las piezas en su lugar. Lo señala en la introducción a la 2da. edic. Federico Bibbó: “(…) la decisión del autor de acompañar esta publicación venía a plantear cierto reclamo de pertenencia sobre un género que la mayoría de los lectores no reconocíamos como ‘el’ género de Manauta. Para decirlo en otros términos, la lectura de ‘todos’ sus cuentos invitaba al menos a interrogarse sobre la idea instalada de que era la novela la que se colocaba en el centro de su obra”. Así de cierto, el autor de “Las tierras blancas”, el novelista, es autor de 5 libros de cuentos: “Cuentos para la dueña dolorida” (1961), “Los degolladores” (1980), “Disparos en la calle” (1985), “Colinas de octubre” (1995), había leído sólo los cuentos de “El llevador de almas” (1998), una pequeña antología con algunos cuentos nuevos.
Entrar en el universo Manauta tiene un sabor cercano a las bondades del viaje: se aprende de la vida y se es testigo de maravillas. El Chacho es un pensador, un recreador de ambientes, ocurre con Gualeguay, ciudad y río en sus recuerdos de pibe, con las historias escuchadas en su infancia, es “casi un moralista”, como le dijo a Mempo. Es tan rica su literatura, que uno se queda en reflexiones, en imágenes y en personajes. Jamás olvidaré el cuento “Charito” de “Cuentos para la dueña dolorida”: “(Los dolores supremos que la muerte expande originan toda clase de debilidades. (…)  Los ángeles de la muerte propician dóciles reflexiones. Introducen y enredan en sutiles y delicados vínculos, sugieren engañosas inclinaciones a la generosidad. Frente a los despojos de la muerte, los hombres se enternecen y se dejan ganar por la piedad, el amor y las más audaces y desordenadas fantasías. La muerte multiplica las fuerzas de la vida. Ella procrea. Nos hace llorar. El llanto es increíblemente poderoso. Las lágrimas derrumban murallas de voluntad y tornan friables las rocas más tenaces de la determinación. Allí, ante los muy callados datos de la muerte, se formulan votos y promesas, se entablan compromisos, se conciertan alianzas, se jura ‘por los huesos de…’. Los jóvenes ofrecen amarse hasta alcanzar los términos abismales del tiempo…)”.
Sus cuentistas preferidos: Máximo Gorki, Sherwood Anderson (“Creo que con él me sentía hermanado porque en su autobiografía cuenta que su padre era un gran narrador oral, y que siempre mentía. Yo ahí descubrí que el cuentista es un gran mentiroso”.), Ambrose Bierce, Antón Chéjov, Guy de Maupassant, Erskine Caldwell, Enrique Wernicke. Giardinelli lo escucha: “Es el género más difícil de todos. En una novela vos te ponés a escribir y te tendés como en un galope largo. En cambio el cuento es como una piedra que cae al estanque. Forma círculos concéntricos. Vos vas agrandando siempre el mismo núcleo, en el cuento hay un solo tema”.
Capítulo especial merecen dos personajes: el mayor Ponciano Alarcón y el sargento Martín Flaco, ambos pertenecientes a la tropa derrotada de López Jordán en el arroyo Don Gonzalo, donde los porteños estrenaron las carabinas Remington a repetición. El ciclo de cuentos en que aparecen estos personajes comienza en “Disparos en la calle” con el cuento “Las tierras del Mayor”. Martín Flaco, en soledad y ya licenciado de la tropa, aparece en “La tercerola” del mismo libro: “Una tarde, después de resolver por fin el problema de la arrocera, llegamos a Tres Higueras, Martín Flaco, mi ayudante, y yo. Lo único que llevábamos, por si acaso, era la tercerola del viejo Martín, alemana, calibre doce. Una especie de señorita entre las de su género. Una damisela, y como todas ellas, animada de fuego mortífero en sus entrañas. Arma de caballería, infalible en el combate a corta distancia. Casi una mujer, la tercerola. Más de uno se la envidiábamos a Martín Flaco. La había puesto en sus manos, en sus tiempos de milico, su jefe el mayor don Ponciano Alarcón, y en las de éste, el gobernador don Ricardo López Jordán. La antigüedad no había hecho mella en la tercerola”. Y aparecen ambos en “Perdedores” del mismo libro. Los cuentos mencionados son un prólogo al siguiente libro: “Colinas de octubre”, donde Manauta lleva al lector a pensar en por qué esta serie no fue una maravillosa novela. Él mismo lo pensaba. La vida de estos personajes, sus historias, gozan de la salud necesaria para figurar entre lo más destacado de la literatura argentina. De “El pequeño comandante”: “-De ese viaje ni te cuento Martín. Hambrientos, descalzos, andrajosos, eludimos La Paz; dejamos atrás el Guayquiraró, y todavía faltaban más de veinte leguas hasta Goya. Pero llegamos. Solos, Ricardito y yo. Menos vivos que muertos, llegamos. De haber sido un poco más presentable y menos lastimoso muestro aspecto, don Ricardo viejo nos hubiese escarmentado, como lo teníamos merecido su hijo y yo, como yo te habría castigado a vos de muchacho, Martín, si antes, como a nosotros, no hubiese tenido que ponerte a salvo de las jaurías cimarronas, cebadas en esa guerra, como en toda guerra, de carne humana. Nada más sanguinario, que un perro salvaje. Habiendo perdido el amor y la protección de su amo, llevado por el hambre, el perro se vuelve contra el género humano de la manera más despiadada e indómita. Sólo la muerte lo frena, desde que ya no tiene nada que perder”. El origen del mayor Ponciano Alarcón lo cuenta el Chacho en la entrevista citada: “Yo conocí, cuando era chico, a un jordanista apasionado, que iba al almacén de mi viejo. Un hombre que se llamaba don Ponciano y que sostenía que era Sarmiento el que había hecho matar a Urquiza…”.
Con respecto al almacén del padre, le cuenta a Mempo Giardinelli: “Mi padre tenía un negocio de ramos generales, suburbano, en las afueras del pueblo. Era como un almacén de campo, en el que se vendían desde arados hasta carbón, géneros, yerba y azúcar. Y tenía, claro, una trastienda a la que venía mucha gente, sobre todo hombres, paisanos. Ahí se conversaban el truco y la ginebra. Y ahí yo adquirí una gran riqueza de lenguaje, sentimientos y pasiones. La riqueza humana que estos tipos dejaban del otro lado del mostrador era inmensa. Ahí escuché conversaciones, relatos, sucedidos, mentiras, que se fueron depositando en mi memoria”.
Del cuento “El llevador de almas”, perteneciente al libro del mismo título, guardo una imagen en la memoria, o mejor, puedo ver mi película a partir de la palabra: “Dentro de la bolsa de ensacar maíz, Jacobino puso de cebo –regalo de la viuda- un ramito de nomeolvides. Por su cuenta, el llevador de almas agregó unas pocas flores de cardo azul. // Nadie ha podido saber, ni se sabrá jamás, en qué momento de la noche un alma cede y se allana al tránsito. Eso no lo han podido averiguar ni los más ilustres llevadores de almas. Jacobino, que no es de los peores, sólo pudo maliciar que el alma del Guacho se debió de haber movido cerca de las primerísimas luces del amanecer, alba tardía por las nubes que cubrían todo el espacio visible de un firmamento parejo y sin brechas. De modo que tampoco el dato de la aurora es muy preciso. // Jacobino reavivó el fuego y caminó muy despacio hacia la tumba. Audazmente acogotó la bolsa con rapidez, como a un gallo suelto, y la ató con alambre fino, de quinchar”.
Manauta extiende guías entre las historias, teje, hilvana, como lo hace la parra que, sin mi ayuda, crece en el fondo de mi casa. Al crecer naturalmente, busca su cielo trepándose a un laurel que es un mundo en sí mismo. Memoria y trabajo, amor por el oficio. En eso pensé mientras conocía las andanzas de Ponciano Alarcón y Martín Flaco, y cuando encontré que el Chacho planeaba seguir con la historia iniciada con Jacobino, el llevador. Entre las Narraciones Inconclusas figura “La vuelta de ‘El Guacho’”: “El alma del Guacho Farello sería sólo eso: un alma. Una nada. Tendría que ser, y punto. Pero el moro de Jacobino llegó a la aldea tan muerto y por el suelo que apenas levantaba las patas. En las últimas cuadras Jacobino debió apearse y llevarlo de tiro. Jacobino pesaba lo mismo que a la ida; las nomeolvides, resecas, eran polvo, lo mismo que las de cardo azul agregadas por Jacobino. ¿De dónde tanta fatiga la del moro?”.
En los cuentos de Juan José Manauta aguarda el hombre y sus temas: el amor, la aldea, la injusticia, la pobreza, la violencia, la guerra: el mundo, todo el mundo, el de adentro y el de afuera.

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