domingo, 22 de marzo de 2015

"Cachete" González en el Británico

En el jardín del fondo de una de mis casas provisorias ocurrió que una parra envolvió en poco tiempo una planta grande de laurel. El abrazo amigo dio origen a cantidad de puentes inesperados entre habitantes de la misma naturaleza. Me gusta pensar que eso mismo ocurre entre escritores, pintores, músicos, cantantes, lectores, personas de “mundo interior” llevar: un abrazo etéreo, de buen fantasma, misterioso y amigo, que hace posible que las historias circulen y las imágenes deriven entre los nexos de esta vida en la naturaleza.
Francisco Lazo Toledo me cuenta que con su amigo el poeta Víctor “Pajarito” Cuello, muchas veces intercambian opiniones sobre varias cuestiones referidas a lo que él denomina “hacedores de nuestra cultura”, que son muchos más que los que figuran en los libros de historia. Cuello tendió el puente para que Francisco me contara un recuerdo que tiene como centro a Roberto “Cachete” González.
Antes del relato quiero dar señas del testigo: “Soy del 62. Mi formación académica transita por varias instituciones. Primero la Escuela Nacional Manuel Belgrano, de la que salí y entré varias veces hasta terminarla. Luego la Prilidiano Pueyrredón. Fui de su última camada. Después asistí a la destrucción de la Escuela Superior Ernesto de la Cárcova. No contento con todo esto, hice mi paso por el IUNA, no fue una buena experiencia. Por último hice una nivelación en la Escuela de Arte Leopoldo Marechal de La Matanza, necesaria para mi trabajo. Soy maestro nacional de dibujo, profesor y licenciado en artes visuales”.
Sobre su quehacer en el arte: “En lo artístico continúo pintando, dibujando, estampando y haciendo lo que me plazca. Me aparté bastante del mundillo de las artes por tanta cosa tirada de los pelos, y sinceramente se me iba mucha energía en ser de tal o cual forma para agradar. Estuve en la movida de los pintores del Garden de Florida. Fui mimado por muchos y defenestrado por otros”.
Sobre su trabajo: “Hoy estoy dando clases en una primaria del gran Buenos Aires, en el partido de la Matanza, que tiene lo suyo, y los sábados trabajo en Patios, que es algo así como un plan donde una escuela por zona abre sus puertas con talleres para la comunidad, de modo libre y gratuito. Como diría el sufrible, pero querido Facundo Cabral, al que tuve el gusto de conocer: ‘No soy de aquí ni soy de allá’: viví en la zona norte hasta llegar al Tigre, a las escuelas de las islas o del Delta, además estuve en la escuela de la isla Maciel, y di clases en la única escuela museo de Latinoamérica, que está en Flores, Buenos Aires”.
El estudio es un punto importante en su vida: “Hace años estudio letras, primero en el Joaquín V. González, y luego donde me tienen una paciencia de dioses, en el Mariano Acosta, donde obtuve mi título de profesor de educación primaria. Ejercí dos o tres veces, lo hice porque el hecho de enseñar es para mí un goce que pocos llegan a entender. Nunca quise en mi espíritu anarco nada que me detenga, como a Almafuerte”.
Una definición: “El arte es oxígeno, mi razón de existencia, pero recién ahora me estoy encaminando. Siempre lo hice desde adentro y sin necesidad de un espectador, algo que no es compatible desde muchos aspectos, mi real sentimiento está marcado por el encuentro con la creación. Transito la vida, paso, y como a veces digo: ya me fui”.
Hay un detalle de singular importancia en los días de Francisco: “Tengo la costumbre de llevar un diario, todo comenzó en un viaje que hice a Europa en el 83, y a partir del 90, no me preguntes por qué, no dejé de escribir, lo hago todos los días. Ayer fui a la inauguración de una muestra, y más allá de mis limitaciones, anoté todo lo que quería. Es un buen ejercicio. Además relaciono el diario con el uso del diccionario, siempre lo tengo a mi lado, cuando surgen dudas de quién era así o de tal modo, voy a mis diarios. Admito que hay veces en que mucho no me gusta, porque veo con claridad lo que se perdió: personas o movidas. En fin, cuestiones de la vida”.
Cachete González y Nicolás Passarella en Gualeuguay
¿Conociste a Cachete González? Dijo que sí y buscó en su diario. Francisco me contó que el profesor de composición, Alejandro Farías, organizaba charlas, los días viernes, año 1992, en la Escuela Nacional Manuel Belgrano. Una vez invitó a tres artistas plásticos: Cachete, Héctor Tessarolo y Rolando Lois, mi viejo. La intención era que los estudiantes hablaran en directo con los plásticos. Terminada la charla sobre cuestiones referidas al mundo del arte, desde orientaciones artísticas hasta oscuridades de mercado, Farías invitó a Francisco y a otro estudiante para que se sumaran a una mesa en el café Británico, frente al Parque Lezama.
Desde las páginas de su diario aparece el siguiente relato: “Fue así que poco antes de la medianoche cayeron al Británico el profesor Farías y Cachete González. Ambos venían charlando muy amigablemente, al parecer se conocían de tiempo atrás. Lois y Tessarolo no fueron de la partida. Tatu estaba a mi lado. Cuando nos vio González, le dijo a Farías: ‘¿Estos son tus pollos?’. Algunos, respondió con cara de orgullo. Tatu se fue porque tenía que trabajar desde temprano en su local. Quedé en medio de ellos.
González pidió su primer whisky, se tomaría como seis, en cambio Farías, de su café en jarrito pasó a una Legui, hecho que le criticó González, le dijo que era un marica si tomaba eso.  Yo durante toda la noche me tomé dos cafés en jarrito, por problemas de billetera.
González me pidió que le mostrara alguno de mis trabajos. Vio que tenía mi gran carpeta de dibujo. La puse a su disposición. La miró casi sin darle importancia, aunque decía que no estaban nada mal.
Después de verlos me dijo: ‘¿Y los tuyos? Seguramente que hacés otros’. Le respondí que sí, pero eran los que me costaba mostrar. Dijo: ‘Pero amigo, estamos entre hombres del arte, y si no vemos lo que hacemos, no crecemos... a ver, sáquelos’. Me costó sacarlos, no sabía si iba a resistir alguna crítica sobre ellos. Farías se dio cuenta de lo mucho que me costaba. Se levantó de la mesa y antes de ir al baño le dijo: ‘No lo maltrates’.
Saqué mi block y comenzó a mirarlos con más detenimiento, puso su mano de manera plana sobre más de una composición, a otros le buscaba mejor luz y los fue separando en dos pilas. Yo solo miraba qué hacía y escuchaba con mucho esfuerzo sus inentendibles comentarios. Era como si yo no estuviera, solo él mirando mis laburos.
Cuando terminó lo que parecía un análisis, me dijo: ‘Todos valen, son tuyos, pero estos (los de la pila izquierda) son los mejores y lejos’. Fue bueno escuchar eso. De hecho solo le pude responder con un ‘gracias’.
Fue entonces que viéndolos nuevamente, me miró y me dijo que le regalara cualquiera. Realmente no quería hacerlo y ante mi respuesta: el silencio, dijo: ‘Ya veo, no sos boludo como yo, que los hacía y los regalaba, aunque no me arrepiento, porque muchos bien regalados están, y otros me salvaron la comida más de una vez’. Farías comentó: ‘Ya lo creo’.
Le dije que honestamente no estaba preparado ni para regalarlos ni para venderlos.
‘Bien, pibe, -me dijo, y siguió- pero te digo dos cosas. Primero tenés que hacer algo con todo esto, para eso están los concursos, que no siempre premian al mejor, pero sí al más amigo, y las muestras, y nada de colectivas, individuales, ¿me escuchas? Segundo, nunca te quedes con obra, eso es de egoístas, y los artistas no podemos ser egoístas porque tenemos algo que es para dar, y además porque muchas veces no podemos protegerla y la terminamos destruyendo’. Farías le dijo que eso era en otros tiempos, que él ahora venía teniendo un reconocimiento y una buena racha. Cachete le respondió: ‘Sí, amigo, pero la hice mal’.
Eran como las seis de la mañana, yo tenía que volver para El Tigre. El gallego, que desde el mostrador o la barra, nos había estado observando de reojo y seguramente escuchando, le dijo al mozo que le pidiera a Cachete que le haga un dibujo. Por aquel entonces, muchos colgaban de las paredes del café. Cachete González me pidió una hoja, un lápiz y se lo hizo ahí mismo. Cuando terminó le dijo: ‘Esto vale por lo menos un whisky más’. Farías lo miró y movió la cabeza, como diciendo que nunca iba a cambiar. Los saludé y me fui. Tenía mucho que escribir”.
Las palabras de Cachete son una especie de compacto de su historia. Regaló obra y sobrevivió como pudo con su arte, porque Cachete tuvo la valentía de ser siempre un artista, no se disfrazó de otra cosa. Ante esa manera de ser, los que hacen negocio con el arte de los otros, le hicieron sentir el vacío: cómo hacer moneda grande con un González, entonces lo fueron desdibujando. En el 92 Cachete sufría esto en directo. Cerca de su muerte, año 1998, le dijo al plástico Luis Felipe Noé: “Se olvidaron de mí”.

Y ese silencio se extendió más allá de su muerte.

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