domingo, 1 de marzo de 2015

Cesáreo Bernaldo de Quirós

Sabía que era pintor. Su nombre aparecía en libros pertenecientes a la biblioteca de mi viejo, también artista plástico. Sabía de sus grandes cuadros, de sus gauchos, sabía del Pintor de la Patria. Pero desde que habito nuestra Gualeguay me pregunto por quién era, qué pensaba. Vi uno de sus cuadros en el Club Social, y mayor decisión alcanzaron las preguntas cuando vi su presencia en el mural “El Paseo de los Nuestros” realizado por los artistas plásticos Néstor Medrano y El Juana Saldaña. Sobre la pared de la cárcel el río extiende la impronta de un puñado de personajes de los que Gualeguay fue cuna. Ahí está Cesáreo Bernaldo de Quirós.
Cesáreo Bernaldo de Quirós
Una apretada síntesis de historia familiar sería: Julio Bernaldo de Quirós llegó al Río de la Plata a mediados del siglo XIX. Los orígenes de la familia hablan de la nobleza española. La familia emigró por causas políticas y vivió unos años, tuvieron que empezar de cero, sin recursos, en Montevideo y Buenos Aires. Llegaron luego a Gualeguay, donde Quirós padre trabajó como letrado, donde también fue intendente de la ciudad (1880), presidente de la Sociedad Española, y fundador del sector español en los cementerios cercanos. En 1877 se casó con Carlota Ferreyra. Tuvieron 10 hijos, el segundo: Cesáreo, nacido el 22 de mayo de 1879. Fue Carlota la que entendió la inclinación artística de su hijo, fue quien, en su lecho de muerte, le pidió a su marido que hiciera estudiar pintura al muchacho. En 1895 salió hacia Buenos Aires. Fue discípulo de Vicente Nicolau Cotanda, y tomó clases con Reinaldo Giúdice, Ángel Della Valle y Ernesto de La Cárcova. En 1899 ganó el premio Roma, que le permitió hacer su primer viaje por Europa, junto a otros artistas y el crítico José León Pagano.
De esta manera arrancó la historia familiar y su historia como pintor. Después le faltaba vivir haciendo la vida con una pasión entre las manos. Entre los libros que se ocupan de su vida y obra destaca “Quirós” de Ignacio Gutiérrez Zaldívar, un estudioso, un admirador confeso del artista.
Quirós en el Club de Rosario.
Recorriendo sus páginas me fui encontrando con la persona que quería conocer. La idea es contar mi alegría frente a lo hallado.
Gualeguay, su tierra, aparece en sus recuerdos: “Gualeguay, lugar de mi cuna, no ha sido –como no lo han sido, por otra parte, ninguna de las ciudades nuestras- un lugar de tradición artística. Era para mí, un muchacho ‘con inclinaciones raras’, según el juicio de mis compañeros, una apacible ciudad de gente moral y de señoría, rodeada, a poco de andar, de una naturaleza casi virgen (…)”. Hay en todo momento en Quirós la presencia del pensamiento, del análisis, la reflexión, una búsqueda tan necesaria en el artista como la que se da en el terreno técnico del oficio: “El mar puso su sol para invitarme a la vida. Dos conquistas me esperaban: una, improrrogable, la de los 20 años. La otra me puso el plazo de la madurez. Mi medio, y muy especialmente mi selva, me enseñaron que el don supremo era la libertad, y la de los fuertes con soledad. Solo, sin maestro particular, fui haciéndome a la vera de los otros maestros. Solo, como había visto andar en la selva al gaucho y la tierra, fui labrando mi verdad”.
Quirós va fundando su memoria mientras revisa la historia de su lugar en el mundo, su aldea: “Recorrí mi provincia, la de Entre Ríos, donde repentinamente me sentí conducido hacia el deseo de fijar la vida pasada, la vida guerrera y romántica de esa provincia cuya historia había sido agitada por tantas y tan grandes pasiones. El gaucho se me presentaba a cada vuelta del camino, en cada pulpería surgían recuerdos de una airosa época que llenó los  campos de ecos sentimentales y de rojas banderolas”.
Los montoneros, 1918.
En 1956 dejó registro de una clara definición: “Nunca seré un pintor abstracto. Soy y seré postimpresionista. Tengo que ser leal conmigo mismo, con lo que yo siento… No con lo que me quieren obligar a hacer. Picasso es Picasso y seguirá siendo Picasso, pero los continuadores de Picasso, sólo serán continuadores, jamás competirán con él porque Picasso no hizo escuela”.
Fue Picasso quien dijo: “Yo no busco, yo encuentro”. Consigna Zaldívar: “En 1933 se instala en Quebec, Canadá. Impresionado por la luz del paisaje, abandona los temas costumbristas y enriquece su paleta con una variada gama de rojos y dorados”. Es el propio Quirós quien describe lo sucedido: “Este país llenó mi retina de una vibración y de una coloración más claras y más ricas que las que yo poseía, y simplificó en cuanto a línea y a masa de color mi interpretación, dándole una profundidad mayor. Fui a Europa para indagar si había quien abriera derroteros nuevos. Lo hay, en efecto, pero no es lo que yo buscaba. En Canadá, en cambio, he hallado la mejor consejera: la Naturaleza, tan rica, tan fuerte, que me dio pautas para lograr cosas nuevas”. Queda claro, dice “no es lo que yo buscaba”, dice “he hallado”. No es lo mismo buscar que hallar. Hay en el hallazgo un componente poético, mágico, la puerta que encontramos abierta llama, vive en el misterio de la creación. La maravilla de vivir en el misterio, como pensaba, como vivía Homero Manzi.
Quirós en su taller de Palermo.
En 1933 Quirós volvió a Estados Unidos. Muy viajado fue el pintor. Y en el 36 viajó a París, donde inauguró una muestra en la galería Charpentier. Sobre ella dijo: “Constituirá ésta la primera exposición de mis nuevos métodos de pintura, que difieren grandemente de mis telas de estilo clásico sobre temas gauchescos”. Dijo también: “Mi mérito mayor ha sido poder cambiar mi manera de pintar, y para esto hay que tener juventud en el alma (…)”. El crítico de arte André Maurois afirmó: “El pintor, como el escritor, se torna muy a menudo esclavo de su éxito, prisionero de su ‘manera’. Bernaldo de Quirós, después de triunfar en un primer aspecto, ha decidido continuar la lucha”.
Después de ocho años de viajes y vida en otros países, volvió a la Argentina a fines de 1936. Dijo José León Pagano: “(…) Llevó los gauchos y trae otra naturaleza, otras almas, otra vida”.
Compró una estancia, El Mojón, en El Brete, sobre las barrancas del río Paraná, en el Puerto Viejo de la capital entrerriana. Duele ver hoy las fotografías de la casa: una ruina, sin techos, tomada por la vegetación, tan falta de memoria, tan sola, tan incómoda hasta para los buenos fantasmas.
A fines de la década del 40 Quirós se mudó a Vicente López, donde vivió hasta su muerte: el 29 de mayo de 1968.
Sigo construyendo una imagen del pintor, entre sus miradas destaca su cercanía con su tierra: “Luego de varios años y de dos viajes al Viejo Continente, me sentí lleno de vacilaciones y dudas. Pero, siempre con deseos de trabajar mucho y mejor, volví a mi tierra y me sentí por primera vez capacitado para entrar en el secreto de su belleza y de su tradición”. Quirós, creo, intuía que el gran desafío era comprender su tierra, y dejarse acompañar por ella. Pudo viajar durante muchos años, para entender, sentir, esta sintonía que le aromaba el espíritu: “Este rincón hecho de tierra nativa, guardadora de esencias en sus zumos, de enjundias de una raza con vahos de historia y de leyenda. Este sueño mío, firme, donde hundir mis raíces para vivir la vida más frondosa de mi espíritu y sentir en mis venas la sangre generadora de mi suelo. Este es mi mundo, más allá de esa Europa de milenaria cultura que sensibilizó mi espíritu”.
Lanzas y guitarras. Quirós en 1928.
Pienso en la disconformidad de Quirós si tuviese la oportunidad de asomarse a estos tiempos confusos. El arte es parte del mundo, por lo tanto, también sufre las consecuencias. Quirós refiere cuál es su idea de arte en la pintura: “Creo en la pintura que se enjoya con su materia y su técnica, en la pintura que refleja sinceridad y sabiduría, aquella que exige reverencia, la directamente vertida desde la entraña palpitante de la naturaleza al lienzo o al barro. Lo rebuscado, lo artificioso, lo deformado a través de forzadas posturas estéticas me suena a falso, a pueril. Por ingenioso que sea, sólo comprendo la verdad entera, esa múltiple, maravillosa y renovada verdad que emana de la naturaleza”. Termina de redondear su filosofía y creencia, en un puñado de líneas donde cada una de las palabras ocupa un lugar para afirmar y para sugerir de manera notable. El pintor no está cerrado a lo nuevo, nada más se siente comprometido con la esperanza, y por lo tanto, la exige: “Niego lo deshumanizador y creo en la evolución, mas no concibo el arte sin ese sagrado destino de continuidad, de superación basada en el legado de los grandes predecesores. Estimo que toda innovación debe arraigar en eso noble que se posee, y, desde allí, naturalmente, adaptarse a las nuevas exigencias de un nuevo ritmo, de una renovada fe, de un nuevo entendimiento (…)”.
Autoretrato, 1940.
Quirós recorrió la isla de Cerdeña en 1908, tuvo talleres en muchas ciudades, uno en los bosques de Palermo, tuvo dos hijos, varios amores; pintó paisajes, gauchos, la patria, a su familia, pintó naturalezas muertas y desnudos; supo de vivir más de veinte años fuera de su tierra, y supo del valor insustituible de la misma; pintó en el barrio porteño de Caballito, y en 1917 regresó, por un tiempo, a su Gualeguay natal.

Cesáreo Bernaldo de Quirós, una aproximación a uno de los grandes que ve el río que pasa entre los mosaicos de El Paseo de los Nuestros.
Las caléndulas, 1942.

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