La oportunidad para la charla con el músico Juan Martín Caraballo (1982)
siempre quedaba para mañana. Alguna vez me dijeron que todo llega, y sí, es
cierto, sucedió en este mayo. Había escuchado su música, siendo él uno más
entre otros músicos; lo había visto hacer el sonido para otros; y lo había
visto hacer de presentador de músicos. Lo adivinaba libre de problemitas de
ego, percibía que era valorado entre sus amigos músicos, sus pares. La vez que
hablamos un momento, sentados a una mesa del Genovés, me pareció un tipo simple,
sin pretensiones desenfocadas. Entonces, cuando tuve esta oportunidad en mayo,
quise saber quién era Juan Martín, y de a poco el hombre simple que protege su
identidad en el quehacer de su oficio, se fue contando, como pidiendo permiso
para decir de dónde viene y hacia dónde va: “Soy hijo de Gualeguay. Estoy muy
aquerenciado, con un sentimiento de pertenencia muy fuerte. Eso me ha llevado a
trabajar con esfuerzo, a poner lo mejor de mí para hacer cosas para mi pueblo.
Obvio, esas cosas que para mí hacen bien nacen de mi manera de ver y entender
la vida. No es lo mismo para todo el mundo. En mi caso es trabajar en torno a
los espacios culturales, a la actividad artística, por eso muchas veces estoy
cumpliendo distintos roles: a veces como músico, o produciendo espectáculos,
dando clases, organizando charlas, ciclos, acercando gente a Gualeguay. Todo
eso tiene que ver con lo amplia y generosa que es la música, y las diversas
puertas por donde uno puede vincularse a ella para vivir de una manera,
digamos, musical. Como músico soy guitarrista, así me siento, y en menor medida
compositor y arreglador, aunque es una labor que hago cada vez con mayor
frecuencia”.
Juan Martín Caraballo (foto Federico Prieto) |
El hombre simple que se dice guitarrista le saca punta a las ideas: “Uno
incorpora sentimientos, ideas, de tal manera que no se da cuenta de que se está
moviendo con algunas bases que no son negociables. Pienso que la música no es
un adorno personal, para vanagloriarse, sino que la música es una expresión de
nuestra cultura, una manera de expresarse de un lugar, y eso me parece muy
rico, y hay que ahondar en ello, porque cada pueblo tiene su manera de hablar,
sus costumbres y hábitos, su comida típica, y la música es parte de ese todo. Encontrarnos
con esa música es maravilloso, y uno quiere contagiar esas cosas, porque
vivimos en un mundo que nos bombardea con información, y donde hasta la misma
música ha sido usada para desculturizar a la gente. Hay que ser consciente de
que la música es parte de nuestra identidad, hay una música que nos pertenece,
y hay una música que nos conoce, más allá de que a veces nosotros no la
conozcamos, ella sí nos conoce. Me dieron ganas de plantarme frente a una
clase, en un escenario, cuando compongo o hago un arreglo, desde ese lugar. Sé
que es ambicioso querer hablar con la voz de todo un pueblo, pero pienso en
obras en que he visto reflejada esa voz. Cómo me gustaría poder hacerlo con la
música, lo mismo que hizo el Chacho Manauta, Tuky Carboni, obras donde me
encuentro con las palabras de mi pueblo, con el sentimiento y la atmósfera que
a uno lo rodea. Pienso en las pinturas de Antonio Castro. Esa es la idea,
contribuir a una identidad. Hay mucho más detrás del goce artístico de la
belleza, y tiene que ver con la identidad”.
Me gusta saber de los primeros rastros en la vida de un artista, esas
señales o invitaciones de la suerte o el destino que muchas veces terminan
marcando el puerto al bote que todos construimos en la infancia: “Mi abuela
tocaba el piano, y en mi casa había un piano, mi mamá también lo tocaba. Entonces
estaba dando vueltas la sonoridad de un instrumento. Mis hermanas tocaban la
guitarra; tengo el recuerdo de que siempre había arriba de la cama una guitarra
boca abajo, sin funda. Desde que tengo memoria recuerdo ver una guitarra. Al
principio era como un juego, hacer como que tocaba, tengo alguna foto por ahí. Y
recuerdo las guitarreadas familiares. Yo esperaba ansioso que se pusieran a
tocar, quería que sucediera: un fragmento de tiempo que cobraba otra dimensión,
una intensidad mayor. Recuerdos íntimos, es algo medular porque viene
atravesado por el vínculo familiar. Después estudié, toqué, pasé por una época
de rock, hasta que fui a escuchar un recital de Cary Pico. Tocaba con el Japo
Vela y Ángel Ponce (La Trebe) en el ciclo Serenatas de Verano en el Ambosetti.
Folclore, música latinoamericana y tango. Entendí ahí que a través de la música
se podía reflejar la vida del pueblo, era una música muy cercana. Fue algo muy
extraño lo que me pasó. Me encontré con la idea de la identidad. Un sacudón
grande. Después vino un guitarrista de Paraná: Ernesto Méndez, con música del
Litoral. Fueron los empujones para darme cuenta de que la cosa era por otro
lado. Hoy no negocio mi manera de entender la música: no es una mercancía, la
música es lenguaje: parte de nuestra cultura”. Fue este un momento de la charla
donde Juan Martín terminó tomando aire para encontrar y decir la palabra
siguiente. El brillo en sus ojos contaba de su emoción cuando volvía a recorrer
la casa paterna.
Chamamé Trío |
Con su grupo Chamamé Trío (nacido en 2008), durante 2015, los martes, se
instalaba en la peatonal de Paraná para hacer Música en la calle. Habla de una
buena experiencia hacer “La música desde otro lado”. Dice del Trío: “Es una
formación atípica para el chamamé, un
tanto transgresora, si se quiere: contrabajo (Ariel Cardoso), flauta (Pablo
Suárez) y guitarra, pero que tiene un gran respeto por las raíces, y por el
sentimiento de sus integrantes. Entendemos la música como un hecho dinámico, y
está en relación a las vivencias musicales, a la historia de uno. Están las
patas en la tierra, las raíces, y el pase de la posta: cómo tomar el legado de
los mayores con una impronta nueva. Y ahí el dilema, hasta dónde uno puede o
debe tirar de la cuerda para que no se pierda la esencia. Hay que estar muy
atento. Más cuando hay tantos esperando que la gente no esté atenta”.
Sobre la música: “Escucho música que sea el reflejo de otra identidad. Me
gusta el jazz, música de otros lugares de Latinoamérica, el tango, también la
música clásica; en mi formación académica he tocado piezas del repertorio
universal de la guitarra, y me encanta. Todo eso madura dentro de uno y da una
mixtura que es la que luego sale cuando uno hace su propio trabajo”.
Cuando Juan Martín toca la guitarra parece estar en un refugio de calma,
esa apariencia de persona escindida es quizá la prueba del compromiso que declara:
“Estar en ese momento en el escenario, estar en el acá y ahora… es muy fuerte
conectar con la música, con lo que está diciendo, lo que está pasando, es una
linda sensación para tratar de repetirla en otros momentos de la vida, donde se
anda tan azotado por obligaciones y problemas”.
Proyectos de ayer y de hoy: “Tengo muchas ideas, y trato de llevarlas adelante.
También participo de otros proyectos. Una idea mía fue El cuarteto San Antonio,
todos músicos gualeyos, que grabamos un disco; también grabamos un disco con la
Orquestarra Juan Ledesma, fue idea de Cary, yo hice algunos arreglos; el Ensamble
La Creciente, que se creó a partir de los Encuentros de Costa a Costa, ahí hago
los arreglos y la dirección musical, armamos el proyecto junto a Guille Lugrin.
Acompaño desde hace tiempo a la cantante María Silva, estamos terminando de
grabar un disco, dúo de voz y guitarra, la idea es registrar lo que se escucha
en vivo, una cosa muy íntima”.
Juan Martín es el director de la Escuela Municipal de Música Isidro
Maiztegui. El músico frente a otro gran desafío en estos tiempos veloces que
barren todo atisbo de identidad: “Para llevar adelante el cargo de director de
la Escuela me apoyo en la vivencia musical, en la experiencia de hacer música. Trabajar
desde ese lugar. Esto es una escuela de música, la idea es que los chicos hagan
música, que experimenten su intensidad. Después está el hecho de ver cómo se
hace, es una institución, y como tal acarrea distintos quehaceres
administrativos. Pero como contrapartida acarreo mi experiencia de trabajar en
grupo, tanto por mi participación en el movimiento de Costa a Costa, un trabajo
horizontal en docencia y gestión, y por ser integrante de la Cooperativa de
Artistas, es otro aprendizaje trabajar bajo los valores del cooperativismo. La
idea que tengo como director es promover la vivencia musical y en lo
organizativo enseñar a trabajar con los demás”.
Caraballo estudió dos años, cuando pibe, en la Escuela que hoy dirige,
luego fue tiempo del conservatorio en Paraná. Sobre el aprendizaje de la
música, reflexiona: “La guitarreada es una escuela muy generosa donde se
aprende mucho, son necesarias. Hay que pasar por esas instancias colectivas
donde se ‘ve’ al otro. Tengo una
formación académica y he andado. Los dos caminos son importantes. Es más
difícil de incorporar todo lo que tiene que ver con lo tradicional, lo popular.
Es más difícil aprender a rasguear bien un chamamé, que meter un despelote de
acordes. A rasguear bien no se aprende en las escuelas -ojalá nosotros podamos-,
se aprende andando. Es una enseñanza que muchas veces se subestima. Es una
manera de tomar el legado. Después cada uno hará su síntesis”.
Consultado por algún maestro, decidió nombrar a uno solo: “Horacio
Castillo, guitarrista misionero, fallecido en 2008, es un referente, hasta hoy
lo sigue siendo, está la suerte de poder grabar, el maestro no se termina en la
clase presencial”.
Juan Martín Caraballo cuenta su aldea, la pinta para escucharla desde la
memoria, desde el legado.
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