domingo, 8 de mayo de 2016

Juan Martín Caraballo: música y aldea

La oportunidad para la charla con el músico Juan Martín Caraballo (1982) siempre quedaba para mañana. Alguna vez me dijeron que todo llega, y sí, es cierto, sucedió en este mayo. Había escuchado su música, siendo él uno más entre otros músicos; lo había visto hacer el sonido para otros; y lo había visto hacer de presentador de músicos. Lo adivinaba libre de problemitas de ego, percibía que era valorado entre sus amigos músicos, sus pares. La vez que hablamos un momento, sentados a una mesa del Genovés, me pareció un tipo simple, sin pretensiones desenfocadas. Entonces, cuando tuve esta oportunidad en mayo, quise saber quién era Juan Martín, y de a poco el hombre simple que protege su identidad en el quehacer de su oficio, se fue contando, como pidiendo permiso para decir de dónde viene y hacia dónde va: “Soy hijo de Gualeguay. Estoy muy aquerenciado, con un sentimiento de pertenencia muy fuerte. Eso me ha llevado a trabajar con esfuerzo, a poner lo mejor de mí para hacer cosas para mi pueblo. Obvio, esas cosas que para mí hacen bien nacen de mi manera de ver y entender la vida. No es lo mismo para todo el mundo. En mi caso es trabajar en torno a los espacios culturales, a la actividad artística, por eso muchas veces estoy cumpliendo distintos roles: a veces como músico, o produciendo espectáculos, dando clases, organizando charlas, ciclos, acercando gente a Gualeguay. Todo eso tiene que ver con lo amplia y generosa que es la música, y las diversas puertas por donde uno puede vincularse a ella para vivir de una manera, digamos, musical. Como músico soy guitarrista, así me siento, y en menor medida compositor y arreglador, aunque es una labor que hago cada vez con mayor frecuencia”.
Juan Martín Caraballo (foto Federico Prieto)
El hombre simple que se dice guitarrista le saca punta a las ideas: “Uno incorpora sentimientos, ideas, de tal manera que no se da cuenta de que se está moviendo con algunas bases que no son negociables. Pienso que la música no es un adorno personal, para vanagloriarse, sino que la música es una expresión de nuestra cultura, una manera de expresarse de un lugar, y eso me parece muy rico, y hay que ahondar en ello, porque cada pueblo tiene su manera de hablar, sus costumbres y hábitos, su comida típica, y la música es parte de ese todo. Encontrarnos con esa música es maravilloso, y uno quiere contagiar esas cosas, porque vivimos en un mundo que nos bombardea con información, y donde hasta la misma música ha sido usada para desculturizar a la gente. Hay que ser consciente de que la música es parte de nuestra identidad, hay una música que nos pertenece, y hay una música que nos conoce, más allá de que a veces nosotros no la conozcamos, ella sí nos conoce. Me dieron ganas de plantarme frente a una clase, en un escenario, cuando compongo o hago un arreglo, desde ese lugar. Sé que es ambicioso querer hablar con la voz de todo un pueblo, pero pienso en obras en que he visto reflejada esa voz. Cómo me gustaría poder hacerlo con la música, lo mismo que hizo el Chacho Manauta, Tuky Carboni, obras donde me encuentro con las palabras de mi pueblo, con el sentimiento y la atmósfera que a uno lo rodea. Pienso en las pinturas de Antonio Castro. Esa es la idea, contribuir a una identidad. Hay mucho más detrás del goce artístico de la belleza, y tiene que ver con la identidad”.
Me gusta saber de los primeros rastros en la vida de un artista, esas señales o invitaciones de la suerte o el destino que muchas veces terminan marcando el puerto al bote que todos construimos en la infancia: “Mi abuela tocaba el piano, y en mi casa había un piano, mi mamá también lo tocaba. Entonces estaba dando vueltas la sonoridad de un instrumento. Mis hermanas tocaban la guitarra; tengo el recuerdo de que siempre había arriba de la cama una guitarra boca abajo, sin funda. Desde que tengo memoria recuerdo ver una guitarra. Al principio era como un juego, hacer como que tocaba, tengo alguna foto por ahí. Y recuerdo las guitarreadas familiares. Yo esperaba ansioso que se pusieran a tocar, quería que sucediera: un fragmento de tiempo que cobraba otra dimensión, una intensidad mayor. Recuerdos íntimos, es algo medular porque viene atravesado por el vínculo familiar. Después estudié, toqué, pasé por una época de rock, hasta que fui a escuchar un recital de Cary Pico. Tocaba con el Japo Vela y Ángel Ponce (La Trebe) en el ciclo Serenatas de Verano en el Ambosetti. Folclore, música latinoamericana y tango. Entendí ahí que a través de la música se podía reflejar la vida del pueblo, era una música muy cercana. Fue algo muy extraño lo que me pasó. Me encontré con la idea de la identidad. Un sacudón grande. Después vino un guitarrista de Paraná: Ernesto Méndez, con música del Litoral. Fueron los empujones para darme cuenta de que la cosa era por otro lado. Hoy no negocio mi manera de entender la música: no es una mercancía, la música es lenguaje: parte de nuestra cultura”. Fue este un momento de la charla donde Juan Martín terminó tomando aire para encontrar y decir la palabra siguiente. El brillo en sus ojos contaba de su emoción cuando volvía a recorrer la casa paterna.
Chamamé Trío
Con su grupo Chamamé Trío (nacido en 2008), durante 2015, los martes, se instalaba en la peatonal de Paraná para hacer Música en la calle. Habla de una buena experiencia hacer “La música desde otro lado”. Dice del Trío: “Es una formación atípica para el chamamé, un tanto transgresora, si se quiere: contrabajo (Ariel Cardoso), flauta (Pablo Suárez) y guitarra, pero que tiene un gran respeto por las raíces, y por el sentimiento de sus integrantes. Entendemos la música como un hecho dinámico, y está en relación a las vivencias musicales, a la historia de uno. Están las patas en la tierra, las raíces, y el pase de la posta: cómo tomar el legado de los mayores con una impronta nueva. Y ahí el dilema, hasta dónde uno puede o debe tirar de la cuerda para que no se pierda la esencia. Hay que estar muy atento. Más cuando hay tantos esperando que la gente no esté atenta”.
Sobre la música: “Escucho música que sea el reflejo de otra identidad. Me gusta el jazz, música de otros lugares de Latinoamérica, el tango, también la música clásica; en mi formación académica he tocado piezas del repertorio universal de la guitarra, y me encanta. Todo eso madura dentro de uno y da una mixtura que es la que luego sale cuando uno hace su propio trabajo”.
Cuando Juan Martín toca la guitarra parece estar en un refugio de calma, esa apariencia de persona escindida es quizá la prueba del compromiso que declara: “Estar en ese momento en el escenario, estar en el acá y ahora… es muy fuerte conectar con la música, con lo que está diciendo, lo que está pasando, es una linda sensación para tratar de repetirla en otros momentos de la vida, donde se anda tan azotado por obligaciones y problemas”.
Proyectos de ayer y de hoy: “Tengo muchas ideas, y trato de llevarlas adelante. También participo de otros proyectos. Una idea mía fue El cuarteto San Antonio, todos músicos gualeyos, que grabamos un disco; también grabamos un disco con la Orquestarra Juan Ledesma, fue idea de Cary, yo hice algunos arreglos; el Ensamble La Creciente, que se creó a partir de los Encuentros de Costa a Costa, ahí hago los arreglos y la dirección musical, armamos el proyecto junto a Guille Lugrin. Acompaño desde hace tiempo a la cantante María Silva, estamos terminando de grabar un disco, dúo de voz y guitarra, la idea es registrar lo que se escucha en vivo, una cosa muy íntima”.
Juan Martín es el director de la Escuela Municipal de Música Isidro Maiztegui. El músico frente a otro gran desafío en estos tiempos veloces que barren todo atisbo de identidad: “Para llevar adelante el cargo de director de la Escuela me apoyo en la vivencia musical, en la experiencia de hacer música. Trabajar desde ese lugar. Esto es una escuela de música, la idea es que los chicos hagan música, que experimenten su intensidad. Después está el hecho de ver cómo se hace, es una institución, y como tal acarrea distintos quehaceres administrativos. Pero como contrapartida acarreo mi experiencia de trabajar en grupo, tanto por mi participación en el movimiento de Costa a Costa, un trabajo horizontal en docencia y gestión, y por ser integrante de la Cooperativa de Artistas, es otro aprendizaje trabajar bajo los valores del cooperativismo. La idea que tengo como director es promover la vivencia musical y en lo organizativo enseñar a trabajar con los demás”.
Caraballo estudió dos años, cuando pibe, en la Escuela que hoy dirige, luego fue tiempo del conservatorio en Paraná. Sobre el aprendizaje de la música, reflexiona: “La guitarreada es una escuela muy generosa donde se aprende mucho, son necesarias. Hay que pasar por esas instancias colectivas donde se ‘ve’ al otro. Tengo una formación académica y he andado. Los dos caminos son importantes. Es más difícil de incorporar todo lo que tiene que ver con lo tradicional, lo popular. Es más difícil aprender a rasguear bien un chamamé, que meter un despelote de acordes. A rasguear bien no se aprende en las escuelas -ojalá nosotros podamos-, se aprende andando. Es una enseñanza que muchas veces se subestima. Es una manera de tomar el legado. Después cada uno hará su síntesis”.
Consultado por algún maestro, decidió nombrar a uno solo: “Horacio Castillo, guitarrista misionero, fallecido en 2008, es un referente, hasta hoy lo sigue siendo, está la suerte de poder grabar, el maestro no se termina en la clase presencial”.

Juan Martín Caraballo cuenta su aldea, la pinta para escucharla desde la memoria, desde el legado.

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