domingo, 4 de septiembre de 2016

Las sintonías del lector

Hay oscuridades que aterran, que condenan al peor de los silencios: el del pensamiento. Y cuando anoto oscuridades no me refiero a las noches malas que todos deberemos enfrentar a lo lago de la vida, a las oscuras tormentas, ocasionadas por cuestiones diversas, por las que atraviesan los hombres, y que puede muy bien ser usada, la experiencia o la enseñanza, para crecer, para entender más sobre los días. Hablo, tengo intención de hacerlo, de esa oscuridad que funda el silencio entre las diversas almas que pueden vivir dentro de cada hombre. Hay silencio porque no hay palabra. ¿Dónde nace la palabra que sabe de distintos aromas?, por ejemplo en la charla atenta. ¿Dónde, en qué lugar del espacio y del tiempo, es posible encontrarse con la floración de las palabras?, dentro de un libro. Para llegar a este paisaje sin límites que puede guardar un libro, es necesario fundarse como lector, asumir a conciencia el derecho a la lectura, y es más, asumir, dado los tiempos que corren, el compromiso con la lectura. Es este mundo globalizado un lugar donde hacen falta los lectores, esa gente atenta y arriesgada que elije ejercer la práctica de la mirada en profundidad. La oscuridad, el silencio de pensamiento, corresponde, encaja de maravillas en la vida de la sociedad de la cáscara, ese lugar nefasto donde tantos patinan, rebotan, y en el que finalmente se quedan a vivir.
El pensamiento tiene que ser una presencia cotidiana, debe ser parte del intento sincero de vida a conciencia en cada día que nos toca. El pensamiento es claridad, es pulsión de búsqueda: de más palabras, de más ideas; es la posibilidad de salir de la repetición insípida de los momentos. En erigirse como lector atento puede estar el génesis creativo que ayude a romper las cadenas que nos anclan al facilismo de ver transitar la historia sin preguntarnos por qué sucede lo que se sucede, a quién beneficia la sucesión de la bulla, qué hay detrás de cada frase hecha, quién detrás de cada careta. Al mismo tiempo que se alumbra la lectura, el lector disfruta de un viaje cierto al placer. La lectura es placer, información, pilar del pensamiento, pilar del costado soñador, que contiene al famoso niño que, se afirma, todos llevamos dentro, y del que digo que todos deberíamos alimentarlo para así llevarlo con nosotros, los grandes, porque siempre es necesaria la compañía/presencia/abrazo del niño que fuimos cuando era el tiempo de los juegos para divertirnos y aprender, ese tiempo en que siempre se quería más.
Soy lector, diría, que desde la cuna, desde esa cuna que me obsequió la escuela primaria pública, a ella, a mis maestras, el primer agradecimiento. Conté con la oportunidad de la educación, y conté, además, con la oportunidad de una casa, con padres que se pudieron ocupar de mis necesidades. No sobraba, pero es justo decirlo, nunca me faltó palabra, compañía, abrigo y comida.
Si miro hacia el pasado, contando ya con la herramienta de la lectura, veo a mi padre arrimando libros, abriendo puertas, enseñando que había otros paisajes a visitar. Diría que aquellos días se afirman en lecturas como “Las aventuras de Tom Sawyer” de Mark Twain, “Colmillo blanco” de Jack London, las “Fábulas” de Esopo, y títulos varios de la Colección Robin Hood. Y digo que esas lecturas fundantes, esos libros, más los que ya no recuerdo, se daban, aparecían enmarcados en la gran herencia, la única posible en una familia obrera, que fue la presencia de dos bibliotecas. Mi padre es artista plástico, entonces había libros de pintores con láminas a todo color; Rolando también se interesaba por la historia universal, y entonces la magia de la claridad se fue haciendo en el tránsito de las lecturas. Hubo otro elemento relacionado con la lectura, y era la visita regular de mi abuelo paterno, Julio Martín, que sin haber ido un solo día a la escuela (tenía 12 años, allá por 1910, y dormía en el carro de una panadería), había terminado escribiendo poemas, además de pintar cuadros y haber dirigido una agrupación de teatro independiente. Yo, el nieto orgulloso, decía a los 10 años que iba a ser poeta como el abuelo.
Además de este detalle que tiene que ver con mi abuelo, quiero anotar que una de las consecuencias posibles (feliz consecuencia), mientras el lector se va fundando en la claridad, el pensamiento, la presencia de la palabra, es, diría, el casi inevitable impulso de intentar la escritura. No hay escritor que no lea. La lectura es fundadora de escritores.
Hubo en mi vida de lector una época en que no quería leer -afirmaba el muchachito- nada que no fuera verdad, y entonces me dediqué a analizar enigmas de la antigüedad, fenómenos misteriosos como los ovnis o los fantasmas. No me quejo de aquella época, y mucho me informé sobre asuntos varios; sí descreo de la cerrazón amanecida. Pero se abrió otra puerta. Mi papá, pintor de obra, tenía una pequeña empresa de pintura, encontró en una casa vacía, dos libritos abandonados en un ropero: “El gato negro” de Edgar Allan Poe y “La garra del mono. Antología de cuentos de horror”. Ediciones baratas impresas en Chile a principios de los 70. El librito de Poe contenía otros cuentos del autor, y en la antología encontré “En la cripta” de H. P. Lovecraft, además de “La garra del mono” de W. W. Jacobs, y entonces, desde estas historias, mi concepción de la vida cambió, porque en ella entró o regresó la fantasía. Digo que estos libritos me salvaron la vida, porque con ellos afirmé el costado fantástico y lo mezclé satisfactoriamente con lo entendido como realidad. Resultó un cóctel sustancioso. Leí a los autores clásicos del género fantástico y del horror, anduve de lector por las novelas góticas; el miedo, el terror, me llevaron hasta algunos cuentos de Horacio Quiroga: “El almohadón de plumas”, “La gallina degollada”. Y el paisaje comenzó a abrirse, a salir el sol cada vez con mayor intensidad.
Hasta aquí una apretada memoria alrededor de mis primeros pasos como lector. Después llegaron visitas, muchas, variadas, en distintos formatos: poesía, cuento, novela, ensayo. Llegó la literatura, y también la historia; algo necesario, en la claridad aparecida, es saber de la historia de nuestro lugar en el mundo, y lugar significa, aldea: en la provincia, en el país, en la región, en el mundo. Una de las lecturas determinantes fue “Las venas abiertas de América Latina” de Eduardo Galeano, un paso a la mano para empezar a desentrañar los pliegues de ciertas maneras de proceder del señor Capital y sus hacedores.
Hubo y hay hambre en América Latina, como hay hambre en la novela “Las tierras blancas” de Juan José Manauta, y de esto se trata: las tierras blancas -donde fue pobre el amigo Deolindo Romero como fue pobre Odiseo, el personaje de Manauta-, la zona, queda en Gualeguay, y esta ciudad, la que muchos de sus habitantes la sienten o la quieren escindida del mundo, es provincia, país, región y sí, también mundo.
Volví a “Las tierras blancas” de Manauta, que había leído cuando era joven; esta segunda vez leí desde la aldea del Chacho, a poco de saber que habían tirado sus cenizas al río desde el puente viejo. Desde que vivo en Gualeguay he seguido como lector, construyéndome como persona, pensando (sí, el pensamiento) en las historias que leo, en la poesía, en los recuerdos de tantos. Destaco “Memorias de un provinciano” de Carlos Mastronardi, la presencia de Emma Barrandéguy, y otra vez, Manauta, es que poco conocía de sus cuentos, y es, me atrevo a afirmar, una lectura obligada para el lector. A través de Manauta se aprende a mirar la vida, se aprende a valorarla.
Leía la clara información que el domingo pasado el profesor Daniel Martínez daba en este diario a propósito de celebrarse el Día del Lector el 24 de agosto, día del natalicio de Jorge Luis Borges, y sí, también Borges llegó hasta mi escritorio, y fue otra de las suertes; y como fantasía, como mundo de luz, nombro su “El libro de arena”, y elijo al Borges poeta.
Cuando se habla de lectura y lectores, se habla del amigo libro, se habla del trabajo silencioso de los escritores, se habla de una educación que se traduzca en igualdad de oportunidades frente al mundo para el alumno, se habla de una política que sea hermana de una educación pública para todos, se habla de una sociedad que no se deje arrastrar al barranco de la facilidad de acariciar lucecitas para “subir” fotos que pretenden probar que hay vida cuando solo existe el simulacro.
No hay vida sin conciencia de los actos, sin compromiso con la historia: desde la chiquita hasta la grande. Los amigos que desean el naufragio a los verdaderos intereses que deben ser prioridad en la sociedad, por ejemplo la solidaridad, no quieren lectores, fomentan la oscuridad, el silencio, la siesta continua, el desinterés. Hay presencias que trabajan la sola existencia de lectores de zócalos de tv, lectores que leen cruzado para no perder tanto tiempo, lectores que como mucho leen título y copete de la nota, jamás el contenido; lectores que no lleguen al pensamiento propio, que se queden en la repetición; esos que eligen no practicar la pregunta, el análisis de aquello que se está leyendo. Hay muchos lectores que no tuvieron oportunidad, pero hay otros que sí, que cuentan con las herramientas para saber de qué trata la historia que cuenta uno u otro escritor.

Facetas de la lectura, distintas sintonías para todo lector que sepa de la fantasía y de la realidad, y para que después sepa, a conciencia, construir su propio relato de vida.

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