domingo, 27 de noviembre de 2016

Historia entre escultores

Durante el primer encuentro de escultores realizado, en octubre, en esta ciudad de Gualeguay, tuve la oportunidad de hablar con el escultor Mario Morasan de Concepción del Uruguay. Hace ya un tiempo que estábamos conectados a través de las redes sociales, pero llegó la oportunidad del apretón de manos.
Mario Morasan
Algunos datos para saber quién es Mario Morasan: escultor y ceramista nacido en 1954. Expone desde 1985 (18 muestras individuales, 50 grupales). Últimos encuentros de escultores en los que participó: 10º Encuentro Nacional de Tallistas, Colón, febrero de 2016; 1º Simposio de Escultores Nogoyá, julio de 2016. Ha sido seleccionado para participar en Salas Nacionales de Buenos Aires, Santa Fe y Río Negro. Obtuvo el 1º Premio del Salón Anual de Artistas Plásticos de Entre Ríos (dos veces: 1995 y 1998); en 1998: 1º Premio y Gran Premio en la “IIº Bienal Internacional de la Costa” (Argentina-Uruguay); en 2009: 1º Premio en el “III Concurso Nacional del Tallista”, en Colón; en 2015 recibió el Premio Itapé de Artes Plásticas. Dictó cursos sobre escultura y escultura en espacios públicos en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Concepción del Uruguay, en la Escuela de Artes Visuales Dr. Raúl Trucco de Victoria, y escultura en el Programa Educacional para Niños con Talentos Académicos en la Universidad de la Frontera de Temuco, Chile. Fue docente de escultura en el Profesorado de Artes Plásticas Cesáreo Bernaldo de Quirós de Concordia y en el Instituto Superior de Arte de Gualeguaychú. En 2013 publicó el libro “La Histórica, Patrimonio, monumentos y escultura pública de Concepción del Uruguay 1783-2011”.
En nuestra charla apareció un nombre: Carlos Hipólito Cúneo, escultor nacido en Gualeguay. Mario me recordó una historia en la que tuvo mucho que ver, y agradeció a Ana Beling, Vicente Jorge Cúneo, Juanita Cúneo y Otto Pedicone.
Carlos Cúneo trabajando en su taller de Eldorado
Morasan es autor de un texto titulado: “‘La madre’ olvidada” (2015), que comienza de esta manera: “Durante muchos años, una escultura de hormigón, que representa a una madre con su niño en brazos, estuvo abandonada en un terreno del Hospital Justo José de Urquiza de Concepción del Uruguay”. A través de una crónica del diario local “La Calle” de 1987 se informó que gracias al trabajo de la Asociación Cooperadora “Dr. Roque Marcó” y la Dirección del Hospital se decidió recuperar la obra para el patrimonio del establecimiento. La escultura había sido donada por la señora Stella Valle de Bonín, y había que hacer una restauración de la obra.  Para el trabajo se eligió al escultor local Alberto Hugo Guinea.
Cuenta Morasan: “En aquel momento yo era ayudante de Guinea en su taller de calle Millán, y recuerdo el estado en que llegó la escultura, estaba muy sucia, le faltaban pedazos y el cuello estaba quebrado.
La escultura fue restaurada y se la emplazó frente a la maternidad del viejo hospital.
Se la inauguró el 18 de octubre de 1987, en un acto en el que fueron oradores el contador Saúl A. Rubinsky y el director del Hospital Dr. Ítalo Max Desideri. La bendición del monumento estuvo a cargo del capellán del hospital, el pbro. Vicente Castelaro.
Hasta aquí la historia conocida. Pero poco se ha hablado sobre el autor de la escultura, de cuándo la realizó y de cómo llegó al viejo hospital esta obra”.
A la mejor manera de un relato de misterio, continúa la palabra de Morasan: “No he encontrado registros o documentación escrita sobre la obra, pero al llegar al taller de Guinea para su restauración, la historia que se relató sobre ella, era que: Su autor fue el escultor gualeyo Carlos Hipólito Cúneo, que a mediados de los años 60 tenía su taller en nuestra ciudad en un inmueble que le alquilaba a la sra. Stella Valle de Bonín.
En ese taller realizó su trabajo de escultor y de docente.
Luego de un tiempo el escultor se fue de nuestra ciudad y en ese taller quedó la escultura de la madre, a la espera de que su autor la retirara. Pasó el tiempo y nadie la fue a retirar.
Así que ante la imposibilidad de quedarse con ella -posiblemente por su tamaño y peso- la propietaria del inmueble la donó a la municipalidad.
Fue así como terminó depositada en un terreno dentro del hospital, olvidada hasta 1987, cuando el director del hospital propone restaurarla y emplazarla”.
La madre
Pero el tiempo pasa y, a veces, las imágenes se hacen eterno retorno: “Pasan los años… el ‘Monumento a la Madre’ luce su blancura ante las miradas indiferentes de las cientos de personas que se llegaban a la activa maternidad del hospital.
Su historia cambiaría nuevamente en el año 2005, con el traslado de las instalaciones del hospital a su nuevo edificio; viene el cierre definitivo del viejo hospital y la escultura cae nuevamente en desgracia. Queda olvidada en el viejo hospital, donde aún se la puede ver entre la maleza con su niño en brazos, esperando ser rescatada”.
Mario Morasan investigó sobre la vida de Cúneo: “Entrerriano nacido el 1º de junio de 1926 en Gualeguay, ciudad en donde cursó la escuela primaria y secundaria. Luego se traslada a Buenos Aires para iniciar estudios de arte.
Perteneció al Taller de Artes Plásticas del Oeste, integrando un grupo de jóvenes para quienes el pintor Juan Carlos Castagnino preparó un programa de estudios de cuatro años que llamó ‘Del dibujo a la Pintura Mural’.
Fue discípulo de la escultora húngara Cecilia Markovic y concurrió al taller de Demetrio Urruchúa, Berni, Policastro y otros grandes maestros de la plástica argentina.
Pasó como alumno libre por los talleres de cerámica en la Escuela Nacional de Cerámica.
Llegó a nuestra ciudad a mediados de la década del 60, donde tuvo su taller y daba clases de cerámica en la escuela Surco de Esperanza. En esa época realizó el Monumento a la Madre del viejo hospital.
En 1971 se traslada a la provincia de Misiones, vivió en las ciudades de Iguazú y Posadas. Finalmente se estableció en la ciudad de Eldorado, donde realizó una intensa actividad escultórica. Desde allí viajaba a las ciudades de Montecarlo y Puerto Piray para desarrollar su tarea de artista y docente.
Falleció en Eldorado el 12 de octubre de 2005, y fue su compañera Ana Beling, la encargada de cumplir su último deseo: que sus restos fueran sepultados en el panteón de la familia Cúneo-Dasso en su amada Gualeguay.
Dice Ana Beling: ‘Eran sus recuerdos los que lo ayudaban a soportar las largas ausencias del terruño’. Cuenta de su amor por su ciudad natal, de cómo disfrutaba recordando su provincia y sus amigos de la adolescencia, escritores, poetas, y pintores como ‘Juanele’ Ortiz (1896-1978), Carlos Mastronardi (1901-1976), Roberto ‘Cachete’ González (1928-1998),  Alfredo Quito Veiravé (1928-1991) y Antonio Castro (1931-2002) entre otros.
Carlos Hipólito Cúneo dejó innumerables obras emplazadas en espacios públicos en ciudades misioneras y de nuestra provincia”.
“La Histórica”, el libro de Morasan, su primera edición, estaba lista en 2011. Le habían prometido editarla desde la provincia, pero nunca sucedió. Por eso lo publicó él mismo, en 2013, cuando dispuso del dinero necesario. En ese momento vivía en Buenos Aires. Hace dos años que volvió a Concepción del Uruguay, donde trabaja en la restauración de esculturas que va a incluir en una edición ampliada de la obra (1783-2016), donde esta vez agrega una segunda parte que contiene la información sobre ‘La madre’ de Cúneo y su biografía. Una vez terminado el trabajo de restauración, completará la segunda edición del libro que piensa presentar en el mes de marzo de 2017. El libro contiene información sobre patrimonio y esculturas en espacios públicos, consta de una parte histórica, otra biográfica; hay información sobre legislación referida al tema; se consigna la historia que representa la escultura homenaje, sea un hecho o un personaje, la vida del escultor, y cómo se decide emplazar la obra; además se da noticia de la historia de las calles, los cambios de nombres, y los vaivenes ideológicos en el paisaje de la ciudad.
Estoy terminando de escribir la nota y pienso en “La madre” de Carlos Cúneo, otro gualeyo entregado al quehacer artístico. Pienso en que esta escultura fue, de alguna manera, olvidada, por primera vez, en la casa de la señora de Bonín. Imagino a un Cúneo ajustado de tiempo y dinero en Misiones, y entonces lejos quedó su anterior refugio. Después se hizo la luz y “La madre” tuvo su lugar en el hospital, para luego ser otra vez olvidada. Sin embargo, quiso la historia que fuera acondicionada y emplazada con renovada fuerza. Hasta que nuevamente su marca de destino dijo presente, y volvió a ser olvidada a partir de 2005. Pienso que empezó su última cuota de silencio, yuyo y soledad, en el que todavía vive mientras cuida de su hijo, el mismo año de la muerte de su creador. Se me estaba haciendo triste la historia de esta madre con tanto olvido cuando me dije: tranquilo, escriba, que Mario Morasan ya la guardó en su libro; me dije: otro loco que cuenta su aldea. Locura feliz la de aquellos que se asoman al arte y cuentan sus historias.

domingo, 20 de noviembre de 2016

Diálogo en la escuela

En una escuela secundaria de Gualeguay, un grupito de alumnos juega a decir ciertas cosas para que lleguen a oídos de la profesora. Lo logran. Afirman que quieren hacer el servicio militar obligatorio para no estudiar ni trabajar. Imagino las risas. La docente explica entonces que el servicio militar obligatorio está pensado para esos jóvenes que no trabajan, y que no hacen nada con sus vidas. Le parece una medida acertada. Aclara que, debido a los costos, difícilmente se implemente.
Hay una señal en la escena: el tema servicio militar está nuevamente de ronda. Hace pocos días me enteré de una falsa encuesta sobre su conveniencia. Se instala, se olvida, vuelve al juego y vuelta a esfumarse, pero me digo, quizás algún trasnochado con poder levante la bandera por conveniencia, y regrese a escena uno de los horrores del pasado. Hay que tener en cuenta las conveniencias atadas al mundo político-electoral. Por una de ellas, por suerte y gracias a la necesidad medida, el miserable de Anillaco terminó con el servicio (firmó un decreto) tras el asesinato del soldado Omar Carrasco en 1994, en una unidad militar de Zapala, Neuquén.
El ciudadano Carrasco fue a cumplir con una ley, y regresó a casa muerto por el maltrato recibido, algo muy común en el cuartel. Mi interior se intranquiliza cuando me entero de alguna referencia a lo sano y positivo que sería la vuelta a la “colimba”.

Fui soldado, me dieron la baja al servicio 20 días antes de la guerra de Malvinas. 13 meses en la Escuela de Caballería de Campo de Mayo. No me la contaron. Soy de la época en que se decía: En la colimba se hacen hombres. Digo que no me hice hombre, y muy al contrario, aprendí a hacer aquello que nunca había hecho, y que gracias al hombre que era desde la casa paterna, no volví a hacer: robé a un compañero (que el casquete le falte al otro, que el otro nunca importe: una de las enseñanzas); mis padres debieron escuchar sobre mis ganas de matar a suboficiales y oficiales, y Berón de Astrada, el primero; aprendí a ser un egoísta, a vivir con mucha bronca, odio, por el trato humillante que soporté. Fue duro. Aguanté. Pero recuerdo a un ciudadano, el nombre me lo guardo, que no aguantó, y que en la primera guardia, cargó el fusil y se pegó un tiro. No murió, quedó rengo para toda la vida. No aguantaba el maltrato, dijeron los más cercanos en el escuadrón. La colimba no ayuda a nadie, genera odio. Si tanto preocupan los jóvenes “descarriados”, habría que pensar en qué es lo que la sociedad les ofrece como motivación de vida. La primera juventud es conflictiva; de fácil, nada, y menos en este mundo salvaje en que la mayoría de las veces se acciona únicamente por conveniencia. Imagino la llave a muchos problemas en manos de los docentes. La escuela como paisaje fundamental. Los maestros, informados y comprometidos con su rol decisivo en la sociedad, atentos a los muchos relatos donde crecen los ciudadanos de mañana. Ellos y la sociedad toda: ojalá se pueda hacer la diferencia y alumbramiento.

domingo, 13 de noviembre de 2016

Las horas en la plaza Constitución

En la plaza Constitución de esta ciudad de Gualeguay hay una presencia sobre la que no tenía noticia. De seguro habré pasado junto a ella cantidad de veces, como uno pasa en estos tiempos veloces junto a tantas señales que tienen que ver con la vida: caminé sin ver, por distraído, y porque me faltaba conocer una historia. Por eso es tan necesario contar historias, alumbrar relatos para que sean aire de cada día, para que así entren en nuestra memoria, y entonces se pueda andar más a conciencia despierta, por ejemplo, sobre las veredas de esta plaza de la ciudad/río en la que vivo.
La obra de arte está posada sobre una base proyectada por el arquitecto Eduardo Echegaray. El escultor Giuliano Ciolfi (1931-2006), italiano, adhería a la causa de los Derechos Humanos, y por esta razón fue convocado. A Ciolfi le acercaron un dibujo, pero enseguida aclaró: “Yo no copio”. El reloj de sol, el arte de Ciolfi, se hizo gracias a la colaboración de mucha gente de Turín. El plato del reloj, realizado en mármol, llegó al puerto de Rosario. Lo retiraron Georgina Bini, Kiko Benítez y Raúl Manzán, miembros de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos de Gualeguay, nacida en 1983.
La historia señala a Italia, lugar donde vivían Prudencio Mochi, nacido en Gualeguay, y Cristina Girardo, cordobesa. Prudencio en el 75 había sido baleado por un comando de la Triple A, y luego de torturas varias, fue blanqueado como preso; en el 80 lo invitaron a dejar el país. Cristina también tiene su historia de detención en la noche que asoló esta tierra desde las entrañas del Estado. Con la vuelta de la democracia, ellos vinieron de visita al país, y a Gualeguay. En un texto que lleva por título “La verdad es hija del tiempo”, escrito por ellos en colaboración con Néstor Mochi y su compañera María Angélica Etcheverry, se lee: “(…) Uno de los debates frecuentes se manifestaba a través de interrogantes: ¿cómo podemos recordar?, ¿cómo acercar aquellos hechos y a nuestros seres queridos a nuestra realidad?, y aún más: ¿qué sabían las nuevas generaciones respecto de una de las matanzas sistemáticas más cruentas de la historia? Conceptos como memoria, reconstrucción, historia, se entrecruzan, pujan, y se diluyen en polémicas y acuerdos que operan como sentidos de búsqueda y encuentros. (…)”.
El reloj de sol de Gualeguay lleva una inscripción, un proverbio: “La verdad es hija del tiempo”. En el texto que lleva este título se informa: “(…) El proyecto de construir Relojes de Sol fue discutido en múltiples instancias y por muchos grupos de derechos humanos de varias ciudades. Sobrevivientes, familiares de detenidos-desaparecidos, y amigos en el exilio, impulsamos esta idea como símbolo de vida”. El reloj de Gualeguay mide el tiempo de manera tal que la luz del sol que proyecta la hora marca el tiempo necesario para transformar, llevar, acompañar, a nuestra sociedad hacia el logro, la realización, de los grandes ideales. Se lee en el texto citado que la obra de Ciolfi: “(…) Simbolizaba una larga fila de seres humanos en busca de la verdad, pero también una larga fila de seres humanos que expresaba: aquí estamos y aquí estaremos para recordar con ustedes que nuestra lucha sigue viva, que no queremos monumentos, ni glorias, queremos sólo justicia”.
Entrevistados Prudencio y Cristina agregaron: “El reloj de Gualeguay lo mandamos desde Italia, un obsequio para la ciudad. Fue el primer reloj, y el primer memorial en recuerdo de los desaparecidos. Después se usaron otro tipo de memoriales, los parques, los árboles, un muro en La Plata. Pero en ese momento Las Madres planteaban, y con nosotros tuvieron una discusión bastante fuerte, en especial Hebe, que no reconocían el reloj, que era otra cosa, y que no tenía que ver con los desaparecidos. Después Hebe nos entendió, Osvaldo Bayer ayudó muchísimo, y lo llevó al Congreso de las Madres de Plaza de Mayo para que sea tomado como idea a nivel nacional. Pero luego no lo concretaron, y los que se impulsaron, como el de Villa María, Córdoba, en el que estuvo muy involucrado Gualeguay, participaron en su construcción alumnos de las escuelas, y se armó una especie de paseo donde se hacen reivindicaciones en el terreno específico de la memoria”. El reloj de sol de Villa María está trabajado sobre una piedra, rodeado a su vez por piedras que fueron extraídas del fondo del lago San Roque, y sobre ellas fueron tallados los nombres de los desaparecidos. Acompañó el nacimiento de este reloj de sol, la compositora, pianista y cantante Liliana Felipe, que presentó la canción “Otro adiós sin Dios” (1993), tema dedicado a su hermana Ester, asesinada en el campo de concentración La Perla (Córdoba) en 1978: “¿Cómo fue la bala? / ¿Dónde estaba el cielo? / ¿Qué montaña ya no pudo más besar tu pelo? / ¿Dónde estaba Dios? / ¿Dónde estaban todas las naranjas? / ¿Dónde estaba yo cuando esa bala te dio, te dio? / ¿Dónde estaba Dios? / Otro, otro, otro adiós sin Dios. (…)”. Continúan Prudencio y Cristina: “En el reloj de Rosario intervino la Facultad de Arquitectura, que en su momento había hecho las maquetas de los campos de concentración, ellos estaban en el tema de los derechos humanos, y supieron ubicar la meridiana donde debía ser ubicado el reloj de sol, que convoca todo lo relacionado con derechos humanos; el de Gualeguay se hizo vinculado ante todo a los desaparecidos. Nació así. Cada ciudad le da su característica. Hay uno en Concordia. Otro en Santa Fe”.
El reloj de sol está ubicado en la plaza Claudio “Pocho” Lepratti, en el barrio Ludueña de Rosario. Lepratti era un vecino, ex seminarista y militante social, que fue asesinado en los días tormentosos del 2001. El escritor Roberto Fontanarrosa saludó su presencia: “Ojala, por lo tanto, que la memoria colectiva, la de quienes vivimos aquello, la de quienes reciban nuestro relato, haga de este Reloj de Sol un punto de encuentro, un lugar de juegos y un indicador de citas, y ojala también esa misma memoria haga que nunca más un reloj sirva, tan sólo para contar las horas y los minutos y los segundos en la angustiosa espera de los seres queridos que nunca volvieron”.
Pregunto a Cristina Girardo por los relojes, por el tiempo: “Los relojes de sol develan uno de los tantos misterios que encierra el tiempo. Son la expresión del tiempo. Albergan algo de misterio si no se los relaciona con la ciencia. Son enigmáticos por su silencio, pero a su vez nos hablan de siglos del esfuerzo realizado por el hombre para capturar el tiempo. Y nos hablan a través de sus refranes. A su vez son estéticamente bellos, simples e invitan a la contemplación. Entiendo que es la materialización o lo tangible de ese misterio”.
Gualeguay tiene hijos desaparecidos: Néstor Valentín Furrer-Hurvitz, Martín Andrés Hauscarriaga, Juana María Armelín-Tommasi, Jorge Fortunato Camilión-Morisse, Carlos Adolfo Surraco-Britos, Carlos Florentino Cerrudo-Zanetti, Pedro Alberto Galván-Cabrera, Néstor Enrique da Dalt-Carboni. Tilo Wenner, de Galarza, departamento de Gualeguay, poeta y periodista, estuvo desaparecido hasta 2009. Sus restos fueron hallados en 2006 y luego identificados. Está el caso de Elda Viviani-Scabini, que fue secuestrada-desaparecida y luego blanqueada su detención. Fue liberada en 1979 con la salud muy deteriorada por la tortura recibida. Volvió a Gualeguay, donde murió en 1981. Y en otra sintonía de la violencia desatada desde el Estado, está el caso de Jorge Humberto Correa, asesinado en 1975 por un grupo de la derecha gremial en tiempos en que las órdenes de muerte venían desde las entrañas del propio gobierno, más precisamente del ministro López Rega y su nefasta Triple A. Existen, además de estas historias, las de aquellos que sufrieron el terrorismo de Estado y que pudieron contarlo. A ellos también los enmarca el tiempo que mide el reloj de sol de la plaza. A ellos, y pienso, también a los integrantes de la Asamblea  a los que ya acompañó el buen fantasma de Catón; y a todos aquellos que son habitantes de la memoria, que entienden que un Estado, su estructura, jamás puede abocarse al asesinato sistemático de ciudadanos que piensan diferente a lo establecido. Me digo que este reloj de sol también mide el tiempo de los relatos: acompaña las palabras de aquellos que eligen, y necesitan, contar a los ausentes y así sacudir algo de tanta tristeza guardada; y acompaña el silencio de los que todavía no pueden hacerlo, aquellos que todavía no llamaron a todas las puertas de la historia.
“La verdad es hija del tiempo” se lee en el reloj de sol de la plaza desde 1992. La Asamblea Permanente por los Derechos Humanos de Gualeguay sigue trabajando para guardar la memoria de su gente, de su aldea. La mejor manera de mirar hacia afuera, y hacia un mañana mejor. Prudencio Mochi y Cristina Girardo, junto a Raúl Manzán y Gustavo Echegaray, son los iniciadores de la Asamblea. Algo había que hacer, ese era el planteo allá por el 83, cuando el aire seguía enrarecido, cuando todo era tan incierto, tan ahí entre la vida y la muerte.

Muchas veces habré pasado frente al reloj de sol sin saber, envuelto en pensamientos; hoy, cuando camino por la plaza Constitución de Gualeguay, me llego hasta el lugar, hago memoria, y repito: “La verdad es hija del tiempo”.

domingo, 6 de noviembre de 2016

El tiempo todo entero

Todos necesitamos una vida confortable, y no me refiero a las bondades de un sillón. Confortable, habitable, construida entre la cópula salvaje (ay, los destinos y la velocidad) de la persona que vamos siendo desde la cuna (el riesgo de hacer lo que podemos con lo que hicieron de nosotros, sí, Sartre incluido) con cada una de las flechas indicadoras, tormentas y trampas que nos provee el oleaje mayor con que se define y baña la sociedad. Necesitamos construir una vida, su andamiaje interno, también su fachada: construir nuestra casa, nuestras maneras y verdades, el relato de cada una de las señales que afirmamos: nos acompañan desde la cuna (a veces sí y a veces no tanto), el nacimiento de cada una de nuestras patrias internas, esos espacios no negociables por moneda o conveniencia: construir una vida, que no es más que una casa, la primera (habrá que entender que muy bien esta puede ser la única, sin importar la cantidad de aldeas que podamos habitar en el transcurso de los días). Y como siempre, acompañan los miedos. Me digo que, con suerte, también acompaña la duda; es mejor con la duda: nunca al lado de Gardel y los guitarristas, nunca en el fondo del último tacho de basura.
Gastón Díaz generó el encuentro, la invitación, y estas palabras de apertura. En su sala Espacio Teatral Liebre de Marzo presentó como director la obra “El tiempo todo entero” de Romina Paula. La vida de las criaturas estuvo a cargo de Indiana Bonfanti (Úrsula, la madre), Luz Balzer (Antonia, la hija), Bruno Carboni (Lorenzo, el hijo) y Christian Larroquette (Maximiliano, amigo de Lorenzo). La ficha técnica se completa con Mario Ramos (asistente), Giuliano Benedetti (escenografía), Agustín Colli (gráfica).
Hay un personaje central, Antonia, ella no colecciona animalitos de cristal como Laura (el personaje de “Zoo de cristal” de Tennessee Williams, obra en la que se nutre el trabajo de Romina Paula), colecciona sus palabras y juicios sobre pintura y música, y propone apasionados relatos que tienen que ver con la sangre ajena: la que fue escrita por otras manos y que ella completa con su imaginación. Su hermano Lorenzo invita a su amigo a la casa. Antonia dice a Maximiliano (trabaja en una parrilla): “¿Yo te digo que tu vida es rara y que deberías ser de otra manera y de lo raro que me parecés porque trabajás todos los días en un mismo lugar y atendés gente y les das de comer sólo para sentirte mejor después, cuando no estás trabajando? Yo no necesito ese contraste para poder soportar el tiempo. Soporto mi tiempo entero, todo, sin parar”.
Antonia sufre y disfruta de una lejanía con el mundo, le alcanza con su casa, mamá y hermano, y algún aparecido como Maximiliano. Úrsula, preocupada por su encierro, hace referencia a que la gente sale, viaja “para conocer”. Antonia la frena: “Ya dijiste eso, pero ¿qué significa conocer? ¿Ver algo cinco minutos o media hora, un día o una semana entera, eso es conocer? Mamá contesta: “Bueno, no sé”. Y Antonia redondea su verdad: “No sabés porque eso no es conocer, eso es ver. Conocer es apropiarse. Yo no necesito ver algo en vivo para conocerlo, prefiero imaginármelo. Creo, incluso, que el vínculo es mucho más profundo si le adjudicás atributos a las cosas, atributos que imaginaste vos, que son una combinación de algo del objeto X, la ‘Fontana de Trevi’, por ejemplo, y tu imaginación. O mejor: una combinación entre la ‘Fontana’, lo que te contaron de la ‘Fontana’, lo que viste de la ‘Fontana’ en alguna película y tu imaginación. Y algo que puedas haber leído, alguna descripción de la fuente en alguna novela”.
En “El tiempo todo entero” se habla de la vida, y como siempre que de ella se trata, de las decisiones: la vida es elección, y entonces la vida es entender la mejor manera de gastar el tiempo que nos toque en suerte.
Pregunté a Gastón Díaz la historia de la obra, por qué dirigirla. Bruno Carboni (Lorenzo) le propuso hacer “El zoo de cristal”, de T. Williams. Gastón tenía experiencia con el autor, uno de sus preferidos, había colaborado en la adaptación de “Un tranvía llamado deseo”, y actuado y dirigido una pieza breve: “No puedo imaginar el mañana”. Cuenta: “Metimos el hocico en el El Zoo, y de inmediato saltaba a la vista la necesidad de una gran adaptación para llevarla hoy en día a escena. Entonces recordé una puesta que había visto, una versión muy libre de la obra, que conservaba los personajes, los vínculos, y cierta sensibilidad, pero transformaba la historia consiguiendo, creo yo, de manera contundente, interpelar al espectador de hoy. La obra era El Tiempo Todo Entero, de una autora que no tiene ni 40 años, y que en el proceso de ensayos nos fascinó en la medida que avanzábamos sobre las capas del material. A diferencia de otros trabajos, donde se busca la obra para el grupo, en este caso inventamos el grupo para el material. Eso otorgó la libertad de decidir a quién considerábamos mejor para cubrir cada rol”.
El director muestra su juego: “Fue así que se incorporaron Luz, Indiana y Christian como el mejor recurso humano disponible. Desde mi punto de vista, fueron elecciones muy acertadas. Hay algo en cada uno de los integrantes del grupo que encaja justo con los personajes que deben interpretar. Podría decir incluso que los actores tienen algo de su personaje, y viceversa. Creo que en este momento de la historia de la cultura, del teatro en particular, y de las artes performáticas, de mucha literatura, los límites entre la invención y lo biográfico están como difuminados; y trabajar plantándose en ese lugar es muy estimulante”.
Gastón continúa con su idea: “Pasamos una etapa en que la actuación, como otras manifestaciones, se escudaban detrás de posicionamientos que pueden expresarse en esta frase, por ejemplo: ‘no soy yo, es el personaje’. Como una manera de decir ‘yo no estoy implicado en eso, no tengo la responsabilidad’. Eso está cambiando. Últimamente trabajo desde este punto de vista: la actuación es siempre un relato personal. Y en la medida que el que le pone el cuerpo a esa premisa se atreve a exponerse, a crear con lo que tiene, a ser él mismo y el encuentro con sus compañeros, el suceso principal, la historia, puede contarse, puede pasar a través de ellos. Al menos ese es el desafío que nos propusimos, que contemplaba generar cierta intimidad con los espectadores, no dejarlos tranquilos afuera, meterlos en el problema. Claro que después el público hace lo que quiere, y de hecho, lo hizo. Para algunos directamente se trata de una comedia, y casi en cada momento encuentran motivos de risa; mientras que otros, sobre todo hacia el final, se emocionan de manera franca”.
El director puede tener la obra, sus ideas, pero hacen falta ellos: los actores: “El grupo está integrado por personas con recorridos muy distintos; Indiana con mucha experiencia, otros con más recorrido pero muy corta edad, como Luz, que tiene 19 años, y Christian, que empezó teatro el año pasado. A pesar de estas diferencias, se formó un grupo hermoso, de gran compañerismo, y de entrega a un nivel profesional al trabajo. Ensayamos con disciplina durante seis meses, y fuimos armando como una pequeña familia paralela, en la ficción y en la vida real. Como director agradezco profundamente la dedicación y les profeso mi admiración”.
Gastón Díaz menciona una anécdota, un momento: “Hubo una función en la que el cielo estuvo a punto de desplomarse durante la primera mitad de la obra, y desde mi puesto en la consola de luces, pensaba en suspender por el ruido de la lluvia, y los chicos zafaron esa situación, llevaron adelante la función sin flaquear, como verdaderos grandes, unos héroes de la escena. Ahí sucedió cierta magia, esa alquimia que uno siempre le pide al teatro, y que de tanto en tanto, el teatro te regala”. Fue precisamente esa noche cuando vi la obra. Pensé que la saludable caída de la lluvia sobre el techo de chapas, una de las bondades que puede ofrecer Gualeguay, en este caso podía transformarse en barranco para los actores. Ellos siguieron, igual el público. A la salida noté algo extraño, las veredas y la calle estaban secas, como si, como afirma Gastón, toda la furia del agua se hubiese concentrado sobre el techo de Liebre de Marzo para probar al grupo.
“El tiempo…” es una obra con pasajes felices, está bien contada, corta y con sustancia; distintas historias o miradas que invitan al espectador al saludable ejercicio del pensamiento. Así como el director habla de la bondad de que en cada actor haya algo del personaje y viceversa, una manera de completar la invitación sería poder ver de qué lado de las historias se acomoda cada uno de los que está afuera. Es cierto, muchos se ríen y nada más, es de esperar que otros den un paso más de cara al riesgo. Tiene razón Gastón cuando habla del cruce entre la invención y lo biográfico: me digo que ellos podían ser ellos y, de hecho, lo fueron. Anoto, de manera destacada, la naturalidad de Indiana Bonfanti.

Antonia en su encierro es sobreviviente en una isla. Puede temblar su paisaje, pero ella se cuida cuidándolo. Pienso en Gualeguay, con tantos habitantes queriéndola eterna isla escondida, con tantos que no paran de mirar para afuera; de perfecto nada, pocos intentarán apropiarse de la Fontana de Trevi. Gloria eterna a Anita, Marcello y Federico.