La lectura de un libro, la práctica a conciencia del juego de la
lectura, puede tener “serias” consecuencias para el mundo y las emociones del
lector. Un libro puede abismarnos el alma, puede fundar patrias otras,
inaugurar viajes en el tiempo, ser emisario del asombro y el miedo, ser un
llamador de lágrimas y alegrías. Una obra como “Mi libro de otoño” (Ediciones
del Clé, 2016) de Mario Tamaño entregó a este lector, ahora devenido en cronista
de una lectura, esa sortija que a veces queda en la mano cuando el giro se hizo
mágico, y entonces quien lee siente que se ha hecho amigo del autor. Mientras leía
a Mario, una y otra vez me decía por lo bajo: cómo me hubiera gustado conocer a
este hombre. Entonces se presentan ciertas cuestiones: ¿conocerlo?: si ya lo
conozco, leí su libro; claro, me refiero a conocerlo personalmente; me digo:
Mario hace unos años que se fue para la otra aldea, la otra orilla del río, pero
sin embargo podría decir que estreché su mano, de hecho, la estrecho cada vez
que tomo su libro; pienso luego en el valor de las memorias, y en este caso, de
un libro de memorias: esos caminos, las historias, y la manera de caminar del
testigo prueban, en humana sintonía poética, una verdad incuestionable:
mientras leo a este hombre la muerte no existe. Cuando nace la magia entre
aquello que se cuenta y cómo se lo cuenta, el autor, simplemente transcurre,
transita, retorna. Esta maravilla puede darse en los días a través de la vieja
nao de amplias velas al viento: la forma libro y su puente de tiempo.
Mario Tamaño |
A “Mi libro de otoño” se entra con una invitación de Zélika Alarcón, la
compañera de vida de Mario. En las palabras previas, Zélika cuenta: “(…) Fue un
constante e infatigable lector, no tenía preferencia por un determinado género
literario, tal vez fuera la novela lo que más asiduamente abordaba; la prueba
está en su biblioteca en donde se cuentan por cientos los libros de este
género, aunque la poesía, el cuento y el ensayo siguen presentes aún hoy en sus
estantes. Movido por una cierta inquietud intelectual comenzó a escribir lo que
solía denominar sus memorias, su ‘libro de otoño’ como él lo llamaba, pero que
en realidad es una compilación de lecturas y vivencias. Es así que en el
transcurso de algo más de veinte años escribió doce cuadernos de los cuales he
rescatado aquello que consideré interesante y digno de divulgación (…)”. Es así
como el lector se entera de la destacada labor de Zélika, porque fue ella quien
fue seleccionando los textos que hoy hacen posible el transcurso, el tránsito,
el retorno de Mario como autor. Zélika sabía del hombre, entonces brindó su
sensibilidad y su trabajo frente a los cuadernos, frente al nacimiento del
árbol.
Mario cuenta sus memorias fundacionales de infancia y juventud en el
paisaje del distrito Yeso, terreno de magia dentro de la Selva de Montiel, en
ella el arroyo Yeso, Corral Redondo, el arroyo El Penco, coordenadas geográfico/maravillosas
donde transcurren sus historias. Sobre esta tierra del norte, dentro del abrazo
del departamento de La Paz, se concentran la mayoría de las historias y los
personajes. Otra época se alumbra a través de costumbres y hechos. Mario Tamaño
nombra a personas que vuelven así de la muerte, con sus oficios y destinos de
vida. Un mundo, hoy desaparecido, que retorna como retorna el mismísimo Mario.
Óleo de tapa: Mario Tamaño |
La escritura de Mario se sostiene además en su mundo de lector. En esos
cuadernos transcribía lecturas (fragmentos, poemas, pensamientos) de autores
que eran de su agrado. Muchos de ellos aparecen en las páginas de “Mi libro de
otoño”, solo por nombrar algunos notables: Federico García Lorca, Withman,
Ingenieros, Kipling, Goethe, Marcelino Román, Leoncio Gianello, Alfonsina
Storni, Eise Osman, Amado Nervo, Miguel Hernández, Antonio Machado, Baudelaire,
Emma Barrandéguy, Alfonso Sola González, Alfredo Veiravé, Ricardo Molinari. Es
la lectura a lo largo de toda una vida la llave que hizo posible la escritura
de Mario. Lectura y observación atenta de todo aquello que lo rodeaba: el
paisaje de la vida. Estoy seguro de que en sus cuentas nunca figuró ser él
mismo un escritor, nunca tuvo esa pretensión, y quizá debido a esta postura en
libertad, es que en muchos pasajes de “Mi libro de otoño”, Mario Tamaño dio con
la construcción literaria. Sin proponérselo, hizo literatura.
Pienso en el libro y me digo: es una comunión de regresos, una
convención de buenos fantasmas, y es en esta sintonía que elijo los alrededores
de este tema para presentar la escritura de Mario. En sus historias, sus
estampas, y si digo estampas, digo fotos, y entonces Roland Barthes me habla
del click fotográfico como el sonido de la muerte, y luego anoto que este click
de muerte, con aroma de escritura, ofrenda nueva vida para que aquello que fue,
retorne como reflejo literario.
Anotó Mario en “La Casa asombrada”: “Así se llama en nuestra provincia a
aquellas casas donde ocurren hechos extraños con aparecidos, ruidos de pasos,
gritos, galope de caballos. (…)”. No conocía esta poética manera de designar a
este tipo de casas. A continuación una foto, una estampa, una historia mínima
de las tantas ofrecidas: “En una vieja casa de madera, situada en el medio de
la selva de Montiel, distrito Sauce de Luna, pasaban cosas extrañas. Nadie
quería habitarla hasta que, por los años 27 o 28, y a raíz de la demanda de
leña para el ferrocarril se instalaron varios obrajes en las proximidades del
Arroyo del Medio. La casa asombrada la alquiló una empresa contratista de
hacheros. Allí vino a vivir un viejo inglés del que no recuerdo su nombre. Una
noche, ya acostado, escuchó que en el patio estaban hachando leña, y luego
comenzó a oír el llanto de una criatura. Molesto, se levantó, se vistió y tomando
un arma, abrió la puerta del inmenso caserón. Con gran sorpresa el míster
constata que no había nadie, ni hachero ni niño alguno. Recorrió varias
dependencias y no encontró nada. Esto, a menudo volvió a repetirse, por lo que
el gringo, que decía que no creía ni en brujos ni aparecidos, encontró una
explicación no sé si filosófica o física, pero muy práctica para poder vivir
con tranquilidad. Él decía que la vieja casa de madera, guardaba sonidos, los
que al soplar el viento se dejaban escuchar. Eran los sonidos de épocas pasadas
que habían quedado guardados entre las maderas de la construcción. Esta vieja
casa fue demolida en 1938”. La revelación mágica del viento es un hallazgo
poético.
Mario cuenta a lo largo del libro varias historias de fantasmas, y lo
hace dejando constancia de todas las sintonías de esos otros mundos: “(…) La
vieja cocina, mi madre, tardes de frío y garúas. Mi padre… nunca le dije que lo
admiraba y lo quería. La dicha vive, a veces, dentro de uno, sin saberlo. Los
fantasmas vuelven a mí… El ladrido de los perros en Federal… El coche motor
llegando a la vieja estación. La luz mortecina, amarillenta de los almacenes y
los gauchos jugando al truco…
Paraná, con mi madre en el tren. Un viejo coche de plaza, hasta la calle
Rivadavia. La ciudad temblando bajo la lluvia. Días fríos, atardeceres tristes.
La escuela del Centenario… Mis hermanos… mi amigo José. Aquella tristeza… y el
miedo…
El ruido de la usina de La Paz. Las noches de guardia y fusil... y el
frío…
Los algarrobos del campo grande… la niebla y un molino alto, sin ruedas…
el ruido de la tranquera que se cierra… el ladrido de los perros… el olor del
recado recién desensillado… Pindú... el relincho del nochero… gente a caballo,
sin rostros... el olor del humo en la cocina vieja… el viento en el carandazal.
Sé que ya no volveré a ver ese paisaje… el hotel de Calleja… el espejo. Una
calle larga, con lluvia... sin voluntad… la ausencia… la melancolía. (…)”.
Obra de Mario Tamaño |
“Mi libro de otoño” también es el registro del pensamiento y las
sensaciones de un hombre que, habitante ya de las alturas de la vida, sabe a
conciencia que nada es para siempre. Como hombre que piensa, hombre de almas
despiertas, no puede desentenderse de la aproximación del final. Charla con sus
recuerdos, y funda amistad con ese final. Mario se estudia, se presta atención
mayúscula frente a las señales que aparecen en su presente y las llegan desde
su pasado. Retorna a los afectos perdidos en el tránsito, festeja los presentes.
Se escribe despidiéndose, como lo hacen aquellos hombres que han sabido de la
vida y de sus tesoros verdaderos. Un hombre valiente que sabe del triunfo y la
derrota: los sabores de la vida.
Obra de Mario Tamaño |
En “Hoy pienso en el río. Lo tenía ahí cerca y no lo aproveché” leo: “Escucho
aquellos trenes de mi mocedad, con noches de frío y niebla. Trenes largos que
aullaban allá por Sauce de Luna. La gente en los andenes y el rostro de mi
padre. En la niebla de mi olvido un perro ladrando, el olor del pan casero y el
brachichito… Algún día volveré sobre mis pasos recorriendo el sendero de mi
niñez. Soy del campo aquel, bravío, con caminos olvidados, y árboles, de
pronto, callados. Mi corazón de niño y la angustia. El viento persiguiéndome.
Tal vez me cuidaba, en aquellos años lejos de mi casa. Entonces aquel viento no
era olvido. Siempre, a pesar de estar lejos de mis afectos, mi corazón
permanecía junto al carandazal. No conocí todos sus secretos y eso me apena.
Lejos de mi tierra, pienso en aquellos días, en el camino del ciervo y los
zorros, y en mis hermanos, con quienes jugué poco. Mi padre, puro coraje,
fumando, con su sombrero gris, en esa galería con enredaderas. El frío de gurí.
Me gustaba la escuela. Por ese camino largo, el humo y las estrellas, y aquel
llanto de un niño.
Siempre los trenes perforando la noche con su ojo de Polifemo. La gente
en los andenes. Y yo, caminando apurado bajo la llovizna. Un perro que me lame
una mano.
Sigo mi camino, sin infancia. Todo está lejos. La nostalgia me muestra
tu rostro de niña que vi una vez y no olvidé.
Un paredón largo y oscuro. Zaguanes con parejas de novios. Luces
amarillas y tenues en las esquinas. Una hoja en la tormenta”. Así escribió Mario
Tamaño, también poeta.
El libro se presenta el 18 de marzo a las 21 hs. en el Club Social.
Obra de Mario Tamaño |
Al leer estos pasajes de su historia del "Libro de otoño"junto con mi esposo Chiche (uno de sus hermanos con los que se lamenta jugo poco )no hemos podido contener las lagrimas . Es emocionante su lectura escrita con tanta poesia . Gracias querido Mario por tu enorme testimonio de vida que nos enriquece a toda la familia involucrada, y gracias querida Zelika por haber sido la gestora de este enorme regalo.
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