domingo, 25 de junio de 2017

Sturzenegger y sus almas

En una mañana gualeya de junio, dijo mi entrevistado: “Nací en Gualeguay (1966), y acá viví siempre. Recién de grande empecé a salir, pero a pasear cerca, en la provincia, o hasta la casa de mi hermano en Rosario. Era electricista a tiempo completo, pero desde hace unos años reparto las horas de trabajo haciendo producción y sonido de programas enlatados para radios FM, que es a lo que se dedica mi hermano. Esto me dio más aire, más comodidad; a veces, en el frío, hay que hombrear la escalera en la moto; auto no tengo ni quiero. En fin, todo esto para vivir, pero en realidad soy fotógrafo”.
Fernando por Micaela Sturzenegger
De esta manera se presentó Fernando Javier Sturzenegger. Conocí al fotógrafo en el cotidiano de los cielos enREDados. Hice contacto con su mirada atenta: sus fotos. Luego nos encontramos en una muestra en el Quirós. Quedamos en charlar. Quería saber del hombre -su historia, cómo piensa- que se guardaba en el detrás de la cámara.
Pregunté por el origen, por “su historia” de la fotografía: “Recuerdo que fue en el primer año que se nombraba a un tutor en los cursos de la secundaria, por el 79; nos tocó el profesor de historia Edgardo Barrera, en la Normal. Escuchando sus referencias a la fotografía me empecé a interesar: miraba muchas revistas. Con el tiempo llegué a detenerme en la fotografía del cine. Hacer fotografías era algo casi inalcanzable. Durante todos los años siguientes admiré fotos, pero no hice nada. Hasta que algo renació y en 2006 compré una camarita; me inicié gracias a la fotografía digital; y ya con internet empecé a entrar en foros sobre el tema, lugares en la red que aún existen, como el español Dzoom, que eran muy estrictos con el tema de la composición; por ahí subía mis primeras fotos creyendo que estaban buenas y las destruían; se intercambiaban críticas. Aprendí, y esa manera estricta de la composición me quedó y cuesta sacármela: romper las reglas de la fotografía porque la foto así lo pide. La necesidad y el entusiasmo hicieron que cambiara la cámara. Siempre tratando de aprender la parte técnica, incorporando ajustes, tratando de componer mejor. En Dzoom, los moderadores, semanalmente elegían las mejores fotos y las apartaban, y a fin de año se seleccionaba la mejor foto: en el 2008 eligieron una mía. Se infló el pecho y empecé a participar en concursos; tengo varias distinciones. Hoy ya no tengo ese contacto con foros, hago todo por mi cuenta. Una vez apareció alguien que quería hacerme una entrevista, y entonces en Gualeguay aparecí como fotógrafo; ya hacía años que trabajaba, y tuve una propuesta para exponer en el Club Social en 2011, junto a Agustín Colli”.
Una primera aparición de la palabra “híbrido” para referirse a su trabajo: “Me gusta ir a buscar paisajes, alejarme, buscar el río, transitarlo por el agua, de lo contrario tenés que saltar alambrados y entonces aparecen los problemas. Pero ante todo, la realidad es, y fue siempre: el impulso, la necesidad de hacer fotos; y esto vale desde el río hasta hacer fotos en la marcha, cuando el asesinato de Micaela García; sentí la necesidad de ir y registrar el momento. Lo hago porque quiero, es una mirada social, política. El paisaje por sobre todo, pero después mi trabajo puede parecer un híbrido, distintos temas. Y últimamente, el paisaje minimalista, con muy poquitas cosas, si logro que haya casi nada en la foto, mejor”.
Puerto Ruiz
Fernando y su manera de llegar a un “estado de gracia” dentro de su propia religión: “He llegado a un estado personal que podría llamar de felicidad, porque lo que hago en mi vida gira en torno a la fotografía. Soy un fotógrafo que vive de otras actividades, no tengo una intención económica con este oficio. Como vivo ahora es el estado ideal para hacer fotografía; es una actividad solitaria, más allá de que estés en contacto con otros fotógrafos, o que puedas encarar ciertos temas en compañía, por ejemplo, cuando elegís un paisaje donde hay gente, esa cuestión de pedir permiso, de romper el hielo. No me gusta faltar el respeto en una foto, ante la duda elijo no hacerla; no sé si podría ser fotoperiodista. Mi búsqueda es artística”.
No es que sea obligatorio guardar un puñado de nombres propios, en este caso de fotógrafos; sí es necesario para el fotógrafo ver fotos, y eso es algo que Fernando practica desde siempre, algo tan necesario como la lectura para todo escritor. Sturzenegger nombra a algunos pares, y vuelve a su manera de trabajar: “Cartier-Bresson fue lo primero que miré, Ansel Adams, Steve McCurry, Michael Kenna, que tiene su búsqueda en el paisaje minimalista, que también es mi búsqueda. Como decía, soy un coleccionista híbrido: si ando en la ciudad, hago fotos, si voy a un cementerio de trenes, también, y de la misma manera llegué al Dakar, junto a Patricia Picco. La rapidez no me gusta, me provoca cierto stress, lo hago porque después disfruto de la calma en la edición, a mi velocidad crucero”. Fernando goza de la salud creativa que significa tener varias almas fundando su alma/identidad, desde esta construcción a la manera de otro Fernando, el poeta Pessoa, se saluda el acierto de relacionar el término “híbrido” a su búsqueda artística.
Todos tenemos una receta, otra sintonía dentro del “estado de gracia”: un antes, un mientras tanto y un después dentro de la eterna invitación del oficio. Fernando, bien lo sabe: “Salir a mirar con la cámara. Normalmente voy para el lado del río. Quizá la receta sea colgarme la cámara: una especie de sedante. Es fantástico andar en función de la búsqueda pero, en sí, el estado que uno tiene al salir, es maravilloso; tal vez sea eso lo que me mueve: el estado de tranquilidad, ese tratar de abstraerme, de ser una persona invisible: un estado de relajación. Traigo una escena sintiendo que soy invisible, una especie de fantasma; y paso bastante desapercibido, y entonces puedo hacer las fotos que quiero. Es maravilloso. Y últimamente me manejo en libertad, y disfruto mucho de trabajar la foto en la edición: luz, contraste, los detalles que en definitiva son la fotografía; en ese gusto por hacer podés construir o destruir la foto. Todas mis fotos pasan por el laboratorio; la foto es la que presento, no el crudo; mi foto es de versión única después del trabajo de autor”.
El fotógrafo tiene su mirada: sus fotos sobre las maneras de andar del hombre en estos tiempos complicados: “La vida no es juntar y juntar dinero, acumular riquezas; cuanto más despojado estás, mejor es; no tengo que pagar cable, teléfono de línea ni patente. Hoy, en cualquier charla, enseguida sale el número de algo que no podés tener, porque la base es el consumo, desear lo que no tenés y vivir prendido a eso; y no es fácil sobrevolar la cuestión, está presente en todos lados. El culto al trabajo fanático es un invento actual, hay que tener tiempo para pensar, las mejores ideas vienen del pasado”.
Entre esas fotos en las que fundé mi interés por el trabajo de Fernando, hay una serie sobre lo que llamo: un verdadero cementerio de trenes, una memoria de lo que fue, de aquello que ya no es, una manera de traer al recorrido de esta nota la presencia de Roland Barthes y su concepción filosófico/poética: la fotografía, el click, como el sonido de la muerte, que sirve en este caso para el después de cada foto, pero también para saber del ayer: pensar cuando los trenes estaban vivos: “Cerca de la casa de mi hermano, en Rosario, Santa Fe, en la localidad de Pérez, está el taller Pérez, así se llama; originalmente un taller inglés donde se armaban trenes, vagones y locomotoras, de unas 28 has. Es un lugar lleno de trenes abandonados de todas las épocas, sólo en un galpón inmenso hay una locomotora restaurada, que a mí, con la visión de la Solís, casi me mata: enorme, cuatro veces más grande que la gualeya: la 191, junto a un vagón de madera que es el sueño de la casa especial propia. El lugar está cerrado, con guardias, inactivo; o la única actividad es el armado de boyas marinas, gigantes, de 30 m. de largo. Hay de todo: vagones sin asiento, locomotoras, restos oxidados o con algo de pintura, con su logotipo: Ferrocarriles Argentinos. Disfruté del lugar, pero es un cementerio. Y tiene una particularidad: todos los vidrios están rotos, como que un día a alguien se le ocurrió: y a romper, no hay uno sano. Llegué a través de un amigo de mi hermano, a los 20 metros de andar, me quería morir, algo tan grande y yo con mi intento de retratar con la menor cantidad de elementos. Llegó un momento en que colapsé, hubiese querido tener más tiempo; tengo que volver a encontrar escenas más minimalistas, aprovechar el frío y el pasto corto. Un lugar fantástico. Por qué los trenes no existen, no sé; siempre se habla de los políticos, pero cómo llegamos todos a que pase esto. Recuerdo viajes en tren a Buenos Aires, con mi madre, mi abuela. Una maravilla la cadencia del tren, relajante. Cómo transferirle a mi hija esa experiencia, la única manera es que pudiera vivirlo. Cuántas personas que no saben qué es viajar en tren”.
Pregunto por la ciudad/río de Gualeguay, la aldea de la que Fernando poco se ausentó: “La sociedad gualeya es muy conservadora, y prejuiciosa; acá se nivela para abajo: si hacés algo, escribas o saques fotos, y… por ahí es mejor que no lo hagas; te pasa: ¿el electricista es fotógrafo? Y a veces ando vestido más o menos, por el laburo, y recién me miran distinto cuando abro la boca y pueden ver que uno tiene cierta cultura, ahí aflojan un poco. Hay gente que no tiene control para el desprecio, la caretean hasta ahí; después salen a defender la democracia: son la parte civil de la dictadura”.
Fernando Sturzenegger sabe del paso del tiempo, lo registra con su oficio, le molesta esa tendencia humana de ir terminando con los paisajes naturales, los considera ataques en pos de la pretendida comodidad. Vive en una casa en la que muchos detalles señalan el ayer, donde distintas memorias hablan de tiempos más felices para el andar humano; la casa me recordó esos paisajes íntimos donde vivieron nuestros padres, abuelos, y en ella, y por lo señalado, hay un aroma de felicidad que se suma a la felicidad relacionada con su mundo/oficio. En esa casa Fernando vive de manera minimalista, a conciencia, nada le falta porque sabe muy bien qué precisa: vive de la misma manera que piensa su mundo, el que sale a fotografiar cada día: pocos elementos, los necesarios para la fotografía de una vida y de una obra donde, ante todo, decide la sinceridad.
La 191 de regreso.

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