Viernes
por la tarde. Martín Lucero (1978), artista plástico de esta ciudad/río de Gualeguay,
trabaja en el mural ubicado sobre la pared de uno de los refugios de la
bicisenda, en las cercanías de la bajada hacia el hotel Ahonikenk. Fue uno de
los ganadores del “Concurso Murales Gualeguay” organizado por el Municipio. Lo
ayudan sus dos hijos. El dibujo y la pintura como instancia de reunión
familiar, de manos a la obra, como el relato que aparece en el mural: distintas
manos fundando la esencia de reunión y amistad alrededor de la galleta gualeya
y el mate. Martín trabaja con alegría frente a las personas que pasan caminando
y lo saludan. Se siente cómodo en Gualeguay, le gusta el contacto con la gente
y que esta demuestre su interés. El ruido ocasionado por el tránsito en la ruta
se mezcla con sus palabras. Se acerca a la pared, pinta y regresa: habla, hace
memoria.
Es
cuidadoso con “la palabra”: “Nunca me llamo artista, es una palabra que considero
muy importante, no la utilizo con liviandad”. Afirma sentirse más cómodo siendo
dibujante, una persona más dentro del oficio. Sugiero: trabajador de la
cultura. Acepta.
Pregunto
a Martín qué significa en su vida la práctica del dibujo y la pintura. Martín
lleva la respuesta hacia su historia y sus elecciones, las de ayer y las de hoy:
“Es uno de mis placeres. Disfruto mucho de dibujar. Ante todo soy del dibujo. Practico
lo que tiene que ver con la pintura especialmente en los murales. Mi
acercamiento fue más al lápiz que a la pintura. Al principio trabajaba mucho la
línea, después comencé con el volumen, con materiales como la carbonilla o
lápices. Trabajaba el blanco y negro o el monocromático; ahora me estoy
animando más al color en el dibujo, como en la serie que hago sobre la infancia
y los juegos, es una de mis primeras incursiones en color y dibujo. Sigo con la
línea en negro, los espacios en blanco, también las tramas, hoy se agregan las
zonas de color”.
Detalles
de su historia: “Es un placer porque ya desde chico me gustaba dibujar, igual
en la adolescencia; en esos tiempos nunca fui a aprender a ningún lugar. Lo
hacía porque me gustaba, por inquietud. Me llamaban la atención las
ilustraciones en libros y revistas, los dibujos animados; cuando era muy chico
me lo pasaba mirando y trataba de llevar el dibujo animado al papel. O veía
series de tv y las llevaba al formato de historieta. También me interesaba ver,
y me sigue pasando, cuando en algún programa o en un documental, muestran la
vida de un dibujante, cómo trabajaba; así aprendí mucho, me fascina. De arte
empecé a conocer más en la adolescencia; recuerdo que en casa de unos amigos
había unos libros y en uno descubrí a Salvador Dalí; lo que había visto hasta
ahí tenía que ver con la figura del Renacimiento o los impresionistas. Dalí era
ver la realidad de otra manera, con más fantasía, otros colores; descubrí que
había otro tipo de arte. Entonces llegué a Picasso, a Leonardo Da Vinci. Pero
siempre me atrajeron los dibujantes, y principalmente de historietas, como:
Alberto Breccia y Hugo Pratt, que trabajan mucho la línea, el blanco y negro,
los claroscuros. Cuando terminé la secundaria empecé el profesorado de artes
visuales; conocí más de arte, y de técnicas que desconocía: grabado, escultura;
me interesó mucho lo tridimensional, no me he expresado mucho por ese lado,
pero me gusta”.
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Martín Lucero en SAAP (Sociedad Argentina de Artistas Plásticos) Buenos Aires |
Todo
trabajador de un oficio considerado habitante de los territorios esquivos del
arte, guarda algunos recuerdos, imágenes, momentos, que de alguna manera
terminaron de abrir la puerta para salir a jugar. La memoria de Martín Lucero
señala: “Hay tres recuerdos que tienen que ver con artistas. Era chico y
recuerdo haber entrado a la zapatería de los Bichilani. A la izquierda había
una habitación con la puerta abierta. En su interior estaba Asef pintando; lo
miré con atención, y me quedó esa imagen. Después, más grande, recuerdo una
visita al taller de Derlis Maddonni; me incentivó muchísimo, fue una charla; me
invitó a la casa, me mostró obra, le llevé unos dibujos. Y hay otra presencia, un
artista que hoy por ahí no ejerce tanto o al que se lo tiene, ante todo, por
músico: Cary Pico, un dibujante impresionante”.
Pregunto
por la historia cultural de la ciudad/río de Gualeguay, y muy especialmente por
aquellos notables de la plástica, ¿cómo es dibujar y pintar en la cuna de
tantos destacados?: “Es similar a lo que les pasa a los hijos de los famosos,
hay una presión de la obra del padre. A nosotros, los gualeyos en el arte, nos
pasa algo así. De fondo, la historia ejerce cierta presión, pero por otro lado
incentiva. Esto último es, creo, lo que queda como resultante frente al
patrimonio que tenemos. Me encanta Cachete González, Maddonni. Su presencia es
un incentivo para no dejar caer la historia, no sé si para igualarla, eso se
verá. Importa que siga habiendo gente con ganas de hacer y lo exprese”.
Mi
consulta ahora tiene que ver con aquellos artistas gualeyos que están
transitando el presente, ¿cómo es que se encuentran entre pares?: “El trabajo
actual lo empecé a ver en estas muestras o concursos en el Quirós; es decir,
todos sabemos que estamos trabajando, pero no estamos al tanto de lo que hace
cada uno; hacía mucho que no mostrábamos obra. Hay variedad y buen nivel”. ¿Es
como era ayer?: “Antes creo que los artistas se visitaban y se enseñaban los
trabajos, hoy eso está un poco perdido. No me pasa. Por ahí será por el origen
mismo de la actividad: el primer momento es en soledad, después uno sale a
mostrar o compartir. Pero hoy eso no se da, hoy la cuestión es más solitaria”.
Imposible
no preguntar por la dama: ¿cómo te llevás con la soledad? Martín contestó
mientras hablaba de su receta: “Me encanta la soledad en los momentos en que
dibujo, a la noche y hasta la madrugada. Solo. Pongo música: folclore, rock,
tuve mi época Piazzolla. Trabajo por impulso, no soy constante. Se agrega que
trabajando además de lunes a viernes de profesor de plástica, pensás en la
noche del viernes o el sábado para hacer lo propio, pero a veces la cabeza no
me da, y no llego a las ganas. Me impongo dedicarme al dibujo al menos dos
veces a la semana. Me cuesta, pero no quiero relegar este trabajo por más
tiempo. La docencia es mucha demanda. Por esta razón también respeto la palabra
‘artista’, exige una mayor dedicación. Por ahí paso unos meses sin hacer nada,
y de repente una noche estoy 4 horas dibujando. Y también funciono cuando estoy
un poco contra reloj, como en la entrega del proyecto para este mural. Son mis
modos de trabajar. No creo en forzar demasiado el trabajo en el arte, tiene que
fluir”.
Martín
Lucero, docente: “Soy profesor en artes visuales. Doy clases en Villa
Paranacito. Hay en los alumnos cierta apatía; es muy difícil encontrar algo que
a ellos los entusiasme. En mi materia ya no solo se aborda la bidimensión:
dibujo y pintura, lo básico; uno trabaja el video, el cine; desde los celulares
se pueden abordar más disciplinas, entonces mi materia tiene eso de positivo en
estos tiempos; y ellos saben más de tecnología que nosotros. Disfruto el
momento de dar clase porque siento que transmito los conocimientos con cierta
pasión, porque es mi pasión; uno se daba cuenta cuando tenía un profesor al que
le gustaba su materia, y no que la daba porque la daba. En este sentido soy un
privilegiado, enseño lo que me gusta. Después está el sistema educativo, hay
cosas que no me gustan, que me incomodan, pero lo que más importa es la
transmisión de conocimientos a través de una perspectiva nueva. Hoy es
necesario alfabetizar en el tema imagen, el mundo se mueve en imágenes a gran
velocidad. Mis alumnos son pibes entre 12 y 16 años. Hay logros contra la
apatía, pero hay chicos que no tienen entusiasmo por ninguna materia. Hay un
desfasaje en la educación actual, no todos los métodos, pero algunos han
quedado a destiempo. El paisaje físico y algunos métodos se mantienen desde
hace 100 años, y las personas son distintas”.
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Lucero dibujando en un bar. |
Lucero
trabaja en una serie sobre la infancia. Varias de esas obras las expuso
recientemente en el Quirós: “Tuve una infancia feliz, con buenos momentos. Me
gusta trabajar con la figura humana y los rostros; les presto atención a los
chicos, y tuve que trabajar para la tapa del disco del Chango Ibarra: ‘Asoliáu’:
la idea era la de un nene caminando; de esa vez me quedaron bocetos, los retomé
al tiempo y los trabajé: los cuerpos de los chicos dirigidos hacia los juegos
de mi época, así surgió la serie”. El Chango Ibarra como motor de proyectos.
Primero junto a Lucero y otros dibujantes, y junto a Mauricio Echegaray, el
encargado de filmar el cortometraje “Serenata por los bares de Gualeguay”
(2015), que registra la caravana del Chango en la noche avisando a través de la
música la aparición de su disco. Recuerda Martín: “Muy pocas veces dibujé en
público, solo cuando doy clases, en el pizarrón; y esa vez que Chango me invitó
a participar de la caravana por los bares: ellos tocaban, Mauricio filmaba, y
yo, entre otros, hacía el registro en dibujos. Fue una experiencia que valoré
un montón, un incentivo y hacía rato que no tomaba registro en vivo. Fue lindo
saber de la reacción de la gente al verse dibujados. Toda esa idea fue del
Chango. Participé como baterista junto al Chango en un conjunto, y Mauricio
tocaba la guitarra y cantaba. Nos conocemos desde la adolescencia, y este fue
un reencuentro artístico muy bueno”. El último proyecto del Chango, esta vez
junto a Fabricio Castañeda, es el disco “Orillas”: cada tema tuvo un plástico
invitado: Martín Lucero se hizo cargo de “Ramoncito Muñoz, el angelito del
monte”.
En
“Serenata…” de Echegaray se puede descubrir a Lucero dibujando a la vista de
los parroquianos. Se lo ve sereno en su quehacer mientras el mundo transcurre a
paso seguro, y es esa misma serenidad la que me transmitió pintando a la orilla
de la ruta. En el negro del trazo del lápiz o en la pintura, Martín, dibujante
figurativo (que a veces juega a la abstracción en los fondos -donde la cuestión
del segundo plano la resuelve con el o los colores elegidos-), dibujante con al
menos dos sintonías: una racional, medida, y la otra menos pensada, más
instintiva, sugiere la existencia de un mundo en tranquilidad y disfrute, de
vida dentro del buen silencio, dentro del encuentro.
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Martín Lucero en el Museo Quirós |