El
oficio de periodista me permite conocer las historias de algunos habitantes de
la ciudad/río de Gualeguay. A esta altura del camino, insisto en señalar las
mágicas orillas que guardan a esta aldea: un espacio/tiempo: un río en el que
trabajan, casi siempre rodeados de amigable silencio, hombres y mujeres que practican
la memoria mientras intentan acercarse a los territorios del arte. Cada
trabajador de la cultura y del arte guarda un relato de vida, de ideas y
sensaciones. Es apasionante saber de los orígenes, más allá de la mirada valorativa que se arriesgue
sobre la obra realizada. Cada historia se construye en base a distintas
miradas. En esto pienso antes de ser el nexo entre los lectores y mi
entrevistada: Rosa Elyn Díaz (1942), ceramista y escultora. Fueron once
hermanos, todos nacidos en esta aldea. Dice Rosa: “Siempre viví en Gualeguay”,
salvo en esos momentos en que, llevada por su pasión, habitó un par de ciudades
cercanas.
Había
una vez una nena que se portaba mal: “Desde chica lo mío fue el barro, siempre
me castigaban porque yo me perdía en el campo, y andaba amasando barro al lado
de las vacas; vivía embarrada. Me gustaba dar forma, hacer formas; tenía 4
años, y sabía que quería jugar con barro. Después, con los años, me di cuenta
de qué era aquello que me atraía”.
Rosa Elyn Díaz y el Quijote. |
Rosa
hizo la escuela primaria en la Chiclana. Fue una nena, con seguridad una más,
que lloró en la vereda de la escuela Normal, cuando no pudo inscribirse: quería
estudiar para maestra, y la situación económica no lo permitía. Pero estaba en
su destino ser maestra; claro que nadie imaginaba que enseñaría técnicas
artísticas.
Qué
pasó con Rosa después de la escuela, fue la pregunta obligada: “Ayudé en mi
casa. Y vivía todo el día tallando palmeras; trabajaba con un puñal que me
había regalado papá. Juntaba las hojas en el Parque. Hacía máscaras. Éramos muy
pobres. Y empecé a luchar; tenía 16 años cuando pagaba el terreno, para tener
todo esto: la casa, este taller. Esta es la casa familiar, antes alquilábamos.
Mis padres se separaron cuando yo tenía 6/7 años”.
La
pasión exigía lo suyo: “Fui a Gualeguaychú porque se abrió una escuela para
estudiar cerámica, y yo estaba enloquecida por modelar, tenía 17 años; pero la
escuela no pudo comprar horno; era en el Círculo Italiano, muy hermoso. Hicimos
muchos trabajos, pero sin horno. En Gualeguaychú conocí gente de Fray Bentos:
el señor Jara, que enseñaba encuadernación en esa ciudad de Uruguay. Yo quería
estudiar, así que le dije a mamá; era Buenos Aires o Fray Bentos, que quedaba
enfrente; cruzaba en lancha para ir a una escuela de arte. Estudié cerámica y
escultura, los esmaltados blancos, y lo que a mí más me interesaba, la materia
roja, la que llaman: primitiva. Viví y trabajé 6 años en Uruguay; cada dos
meses volvía a Gualeguay. Terminé de estudiar y regresé a mi casa. Empecé a
trabajar para el frigorífico Soychú; el dueño era muy exigente, me decía que no
sabía modelar; yo le hacía ceniceros en cerámica con la marca; me decía que tenía
que ir a una escuela de arte; yo volvía llorando. Fue cuando me pude comprar el
horno. Muchos comercios me compraban las cerámicas. A Santángelo le hice un
mural grande en el garaje de su casa, cerca del 90; es un relieve con cemento
blanco y pintado con óleo. También modelé la figura del bombero, en el 94, que
está en la vereda del cuartel; me lo critican siempre, yo lo amo, pesa 700
kilos. Y también el monumento de Malvinas en Plaza San Martín. Fui dejando de
hacer cerámica con el inicio de los estudios”.
Homenaje a Piazzolla. |
Rosa
fue capaz de un acto de valentía, volver al estudio: “Cursé el profesorado en
Artes Visuales, eso me abrió una gran ventana. Lo empecé a los 42 años. Salí, 4
años después, con el título de maestra en Artes Visuales, y empecé a dar
clases. Fue maravilloso llegar a esta escuela. Al principio en mi hacer fue lo
figurativo, copiaba de la naturaleza, era un antojo que tenía, pero necesitaba
modelar libre. Después trabajé haciendo automatismos, como ese Quijote o la
Mujer Mono”.
Recuerda
un lugar de felicidad en el fondo de la casa; en esa memoria hay, como en cada
historia humana, un toque de dolor, de final no feliz: “Tuve un galponcito en
el fondo, lo había hecho hacer mamá con un vagón de ferrocarril; yo era de
aislarme, de pasarme todo el día ahí. Después se quemó. Tenía horno. Se quemó o
me lo quemaron en el 87, el día en que me recibía de maestra. Ahí trabajé el
mural grande para Santángelo”.
La
docencia: “Fui docente por 20 años en la escuela de arte, en cerámica y
escultura, en nivel medio y superior. En todo ese tiempo la cerámica que hacía
estaba relacionada con la escuela. Mi taller solo servía para que todo lo que en
él había, los esmaltes, fuera para los chicos; durante los 20 años doné el
material cerámico. Después de jubilarme no trabajé mucho en escultura, tengo
algunos problemas de salud”.
En
el amplio taller de Rosa pude ver un homenaje a Piazzolla, una figura mediana: “Es
un automatismo en alambrina; la estaba trabajando y se me cayó al piso. Y ella
quedó parada, se notaba que se quería incorporar, quería ser algo, insistía,
entonces la levanté; estaba como esperando que la completara. Fue cuando supe
que tenía que hacer el bandoneón; lo hice en cartón y listo. El material es
cemento blanco y yeso, patinado”. Otra figura, al lado del hombre del
bandoneón, es: “La Fuerza del Destino, es un homenaje a Verdi, me gusta mucho
la ópera… y porque al final fui maestra; ella tiene la mano sobre el corazón, tengo
la costumbre de agarrarme el corazón”.
Materia
de la aldea: “Trabajé la arcilla roja de la zona, la junté en bolsas cuando
hicieron el pozo en la calle para el paso de la red cloacal. Llegué a amasar
700 kilos; con parte de ella modelé el bombero, y todavía guardo una buena
cantidad. Me quedaron pocos trabajos en este material: el minuán, y otras
cuatro figuras. En el incendio del vagón perdí 14 esculturas. Tengo ganas de
volver a hacer La Riña, una de las perdidas”.
Noto
en la manera de hablar de Rosa la existencia de un diálogo, de un toque de
magia, un delicado nexo emotivo entre la hacedora y sus criaturas: “Hablo con
todas mis figuras, siempre. A este busto le digo: ‘Vos sos un ejercicio’, fue
mi primer trabajo figurativo, es el portero de la escuela de arte, me sirvió de
modelo; siento que él sufre dentro de esa forma tan cerrada, como la Mona Lisa,
tan perfecta en forma; ya no me nacía copiar, en cambio sí hacer la Mujer Mono,
llena de imperfecciones, y siempre con esos brazos, como si quisieran decir
algo más. Amo a mis figuras”. Esta relación de Rosa con sus personajes, me
recuerda a mi gente: la nacida para habitar mis novelas.
La
felicidad: “He sido muy feliz trabajando en estas figuras; era como una fiebre,
venía al taller y no me iba más; mi mamá me traía la comida, y siempre recuerdo
mi tallercito en el vagón de tren. Los momentos en el taller fueron de una gran
felicidad, con tanto para sentir”.
En
el taller hay un Quijote: “Amo al Quijote, es un sueño, el caballero andante;
está hecho en alambrina y telgopor diluido con nafta, se lo trabaja a pincel o
espátula, es una pasta”. En el mismo material hizo una pareja de bailarines. En
cerámica se ve a uno de sus admirados: Beethoven. Nombra a dos admirados más: Sarmiento
y Piazzolla.
Otra
sintonía del trabajo de Rosa, desprendida de la libertad de sus automatismos,
es su manera de componer esculturas con restos de la naturaleza. Por ejemplo:
Máscara de Palo: un par de finas e imperfectas rebanadas de un tronco de árbol,
y en ellos los ojos agregados, simples desprendimientos de corteza. O un ojo:
“Es una forma de madera que encontré tirada, un pedazo de árbol, de planta; le
dije: ‘Yo te voy a apoyar y vas a poder mirar’; ese ojo me mira y me bendice”.
Rosa también trabaja en obras realizadas sobre la base de una caña extraña, se
la envía una amiga desde Villa Gesell; dice Rosa: “No tengo nada que hacer, lo
hizo todo la naturaleza”. La realización de “Camino al cielo” está detenida; si
bien Rosa afirma que hay almas que van a llegar y otras que no, se me ocurre
plantear su terminación, de a poco, para que sus criaturas puedan conocer su
suerte.
Todo
un tema para la escultora: la maternidad: “En cerámica guardo una maternidad que
tiene en el centro un gran hueco; digo que soy yo, que no fui madre; recuerdo
que estaba cansada de modelar y no podía hacer la panza; era de madrugada. Le
dije que ella era una caprichosa, y entonces agarré el cuchillo; eso me quería
decir: ‘Vos no me pongas el hijo’. Es una maternidad frustrada. Y en esa otra
maternidad había hecho a la mujer en la posición de amamantar, pero no le había
hecho el bebé; ella, desde la inclinación de su cabeza, lloraba, y tenía un
problema en la mano; claro, no podía agarrar bien, entonces rompí una parte y
coloqué el bebito; ahí cambió todo, ahora hay paz”. Percibo que puedo preguntar
sobre el tema, en la vida y en el arte: “A estas figuras las podía hacer y no
me dolían. Era chiquita cuando escuché en casa dos o tres partos de mamá; y
gritaba ella, y el nene; yo dije: ‘Nunca, los voy a hacer de barro’. No me
quise casar y no quise tener hijos. Y además éramos muchos; era chica, siempre
había un bebé para cuidar, y yo quería jugar; todo eso te va marcando. Esas
fueron mis decisiones”.
Bailarines |
Pienso
en las palabras de la poeta Tuky Carboni. Me explicaba que en ella, la ficción
tenía lugar solo en sus cuentos y novelas, pero que cuando escribía poesía, era
ella y nadie más, en la poesía estaba su verdad, sus ideas, su vida. Es cuando
me digo que la escultura de Rosa Díaz es la manera de componer su poesía: hacer
poesía como una manera constante de cotejarse con el que fuimos ayer, de hacer
memoria.
Cuando
estamos llegando al inevitable final de charla, Rosa me confiesa: “Tengo una
soledad multitudinaria, nunca estoy sola; estoy llena de ideas, de proyectos,
de momento no los hago, por la enfermedad, pero ya los haré”.
Afirma:
“Así voy transitando hacia el lugar que me corresponde. No le tengo miedo a la
muerte. Solo quiero poder hacer algunas esculturas más”.
Aquello
que empezó con el barro cuando era niña la acompañó siempre, en el taller, en
la docencia, en los días de su vida cruzada por las distintas maneras de amasar
las materias de origen. Esas materias que, después del azar, en muchos casos
terminan fundando una identidad.
Rosa
Elyn Díaz inaugura su muestra el 08 de septiembre en el Quirós.
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