domingo, 26 de noviembre de 2017

Un "Pajarito" en Gualeguay

El lector se preguntará cuál es la novedad en el hecho de que un pajarito salga de juegos por la ciudad/río de Gualeguay. Entonces debo una explicación para el título de la nota; luego voy a contar una historia hecha de historias. El Pajarito al que me refiero se escribe con mayúscula, porque este hombre Pajarito es poeta, titiritero, dibujante, y es ante todo, mi amigo. Su nombre: Víctor “Pajarito” Cuello. Su aldea de residencia es la localidad de González Catán, provincia de Buenos Aires. Pero no llegó a Gualeguay desde este lugar, voló hasta nuestra ciudad/río desde Rosario, ciudad adonde fue a parar asumiendo el riesgoso oficio de correo entre poetas: poetas amigos cercanos, entre ellos, Omar Cao, le encomendaron una misión de suma importancia: llevar libros de poetas a un puñado de poetas rosarinos. Como se verá, hay muchos poetas en los días, y eso es bueno a la hora de burlar las mezquindades en estos tiempos interesados.
El poeta Pajarito (llamado así desde pibe, por lo flaquito y narigón, y porque cuando le preguntan su nombre contesta: “Decime Pajarito”) es viajero nato, y como no usa reloj ni riendas, no es de andar planeando al detalle partidas y arribos. Su mensaje primero fue que si todo el plan de viaje a Rosario se terminaba de atar con felicidad, podría llegar a Gualeguay el jueves, el día anterior a la presentación de mi libro: “La marca de Gualeguay 1”. El destino hizo lo suyo, y Pajarito quedó en carrera hacia tierra gualeya. Pero claro, a la hora de arribar, no unió todas las palabras, y entonces terminó desembarcando a la una de la mañana del jueves. Se dijo: “No voy a molestar a esta hora”, y entonces tomó asiento en la terminal. Previo a eso pidió un mapa de la ciudad, y así se pasó un puñado de horas, entre la tv encendida y el estudio de los nombres de calles.
A las seis de la mañana inició la caminata. Anduvo en las plazas, sacó fotos -lleva encima una vieja maquinita digital, una de esas que ya casi nadie usa-; en Plaza Constitución vio cómo se barrían las hojas y papeles con grandes hojas de palmera; se sorprendió frente a los contenedores de basura intervenidos por artistas plásticos; anduvo medio solo en las calles, todo apuntaba tranquilidad; la mañana pintaba fresca, todo lo contrario al calor del día anterior en Rosario. A las siete me mandó un mensaje. Mi Julia iba a Jardín. Nos encontramos en la puerta de la Escuela Normal.
Desde la izquierda: Pajarito Cuello, Ricardo Maldonado y Mario Bellocchio en el Quirós. (Foto Sturzenegger).
Mi amistad con Pajarito tiene que ver con el comienzo de mi vida en Gualeguay.
Hacía días que vivíamos en nuestro nuevo lugar en el mundo cuando recibí (21/04/13) un mail: “Querido Edgardo: No nos conocemos. Es decir no nos hemos visto la cara, pero yo tuve la fortuna de comprar tu libro: ‘Miradas escritas al acrílico’, y ya te considero mi hermano. Tu libro, Edgardo, me hizo muy feliz como lector. Además me hizo encontrar con seres maravillosos que, por lo que veo, también lo son para vos: Álvarez Morgade, Silber, Ditaranto, Pedrido, Xurxo, Lubrano Zas, etc. Te mando, sólo como muestra de admiración y no fanfarronería, unos poemas que escribí; me hubiese gustado mandarte mi libro pero sale muy caro editar; guardo la esperanza que algunos de estos versos te gusten”.
Contesté, agradecí, y el (23/4/13), en otro mail, me decían: “Tu libro lo compré en una librería de viejo. Lo pagué 5 mangos. Visito las librerías de saldos porque no ando con trabajo fijo (bueno, soy poeta...jajaja) y como voy con pocos mangos al centro trato de buscar buenos libros (que en las librerías grandes y comerciales no se consiguen) y al alcance de mis monedas. Y me llamó la atención cuando empecé a mirar las páginas de tu libro que habías escrito sobre Federico Pedrido; y, en otra parte, sobre Santoro (es decir sobre Dolores y su encuentro con Ditaranto). Y cuando leí el nombre de David Álvarez Morgade pensé: “¡¡Mierda!! ¡¡Este libro lo llevo!!
Y así fue que cambié mi pancho con vaso de Coca por la maravilla de tu prosa. Y ahora por tu amistad. Hice buen negocio”.
A estos detalles en la vida me refiero cuando hablo de cápsulas de tiempo, al recuerdo como canto rodado rebotando sobre la superficie del río del tiempo. El libro “Miradas escritas al acrílico” es de 2006, y en su interior se guardan historias de ayer; un libro en la misma sintonía es “La marca de Gualeguay 1”. Vi por primera vez a Pajarito en la casa de Mario Bellocchio, en Boedo, hace años, y ahora, en estos finales de 2017.
Digo también que Pajarito es un viajero nato, un hombre nacido con la misma sustancia fundacional que la maravillosa carreta (otra cápsula de tiempo) del titiritero Javier Villafañe: La Andariega. La militancia poética de Pajarito lo lleva de gira por los lugares donde habita esa gente siempre sospechada: los poetas, y entonces los escucha, guarda sus libros, toma fotografías, establece el rastro del abrazo, y lo publica en facebook, que a veces hace de buena herramienta, y ante todo, ese andar de memoria militante se traduce en poemas, y en sus famosas “piedritas” (poemas ínfimos donde se guarda la pulsión inconmensurable de un puñadito de palabras). Entonces este Pajarito vuela sobre su territorio matancero, venía de volar por Rosario, y llegó a hacer lo propio en la ciudad/río de Gualeguay. Habitó nuestra casa en la chacra gualeya, estuvimos de amigos en casa: junto a Virginia Amestoy y Mario Bellocchio.
Antes de hacer un cierre de amigos, dejo alguna pista sobre Víctor “Pajarito” Cuello. En mi biblioteca hay 3 libros que llevan su poesía: “Monedas del 85”, “Ladrillo escrito y otros poemas” y la antología “Alto guiso. Poesía matancera contemporánea”. Desde una entrevista que le hice en 2014 destaco su autorretrato: “Tengo 37 pirulos. Fui seminarista ‘subversivo’ (calificativo que me pusieron los curas formadores antes de rajarme del Seminario), amigo de Antonio Puigjané, Farinello y todos los curas y monjitas de Tercer Mundo, eso es lo que fui un tiempo. Gracias a Dios sigo siendo: titiritero, dibujante, actor de puro caradura, presentador de libros; bebedor de vino, chamuyador de flacas, medio boludo (o a tiempo completo), amigo de poetas (tipos y minas) porque comparto con Paco Urondo: ‘La amistad de los poetas lo mejor de la poesía’. En fin, un montón de cosas sin utilidad para el sistema donde vivimos. Vivo en Villa Dorrego, un barrio de González Catán, partido de La Matanza. Soy casi ciruja, bohemio, dirían en Buenos Aires para darle otro toque. Espero llegar a la vejez escribiendo y dibujando hasta ‘sangrar papeles’”.
Pajarito dijo: “Poeta es aquel que verdaderamente tiene ‘oídos para oír y ojos para ver’. Vivir como poeta, como un verdadero ‘hacedor’ en lo cotidiano, es lo esencial. La palabra y el papel es un ‘accesorio’ a esa vida”.
En el poema “‘consejo que me dio luis luchi en un sueño’: cuando tengás ganas de llorar / hacelo bajo la lluvia / mientras caminás despacio / nadie se da cuenta / que vas llorando / y a veces / ni siquiera uno mismo / lo recomiendo / en serio / yo siempre lo hago / levanto un poco la cabeza / y las gotas / limpian todo lo que mi llanto expulsa: / tristezas / broncas / desilusiones / amores perdidos / y uno que otro sueño roto / intentalo / aprovechá la próxima lluvia que venga / no sabés qué bien que te hace”; aparece la lluvia, y también, en otros poemas, la susodicha da su presente; pregunto y contesta: “La lluvia siempre me pega en medio de los ojos de la vieja tristeza”. Y entonces quiero saber dónde y cómo pega el amor, la libertad y la pobreza: “Y la libertad, el amor, la pobreza, son pequeñas astillas clavadas en el suelo del corazón; me pinchan hasta sangrar sólo para recordarme que estoy vivo”.
Pajarito Cuello estuvo en la noche de presentación de mi libro en el Quirós, pude hacer las presentaciones entre Tuky Carboni, Mario Bellocchio, y este poeta aparecido casi en calidad de buen fantasma. Tuky conocía el trabajo de ambos. Un momento feliz.
En el después de la presentación, un grupo mínimo de amigos nos reunimos en casa. Julia, mi hija, Evangelina, mi compañera, Mario Bellocchio, uno de los presentadores de la noche; su compañera: la socióloga Virginia Ameztoy, que había dado una conferencia en Gualeguay la noche anterior; el segundo presentador del libro, el poeta Ricardo Maldonado, su hijo Adán, y Charo, su compañera; mi suegro Gustavo Gálligo, y el susodicho Pajarito, poeta y, remarco ahora: “titiritero”. La noche se fue en charlas varias, poéticas y políticas, una mezcla saludable. Ricardo ofreció, antes de partir, dos canciones de propia cantera y fue en busca de la guitarra. Cuando terminó la primera:Para cantar un regreso”, Pajarito fue hasta sus bolsas viajeras, y desde un paño rojo y sus brazos, sus manos, emergió Tuco, un amigo títere que le pidió a Pajarito, al oído, que tradujera lo que iba a decir; Tuco hablaba desde un temblor emocionado de sus almas, idioma Tuco de ventrílocuo, y entonces nuestro amigo tradujo: “Hay gente que con solo decir una palabra / enciende la ilusión y los rosales; / que con solo sonreír entre los ojos, / nos invita a viajar por otros mundos / y permite florecer todas las magias. // Hay gente que con solo dar la mano, / rompe la soledad, pone la mesa, / sirve el puchero, coloca las guirnaldas; / que con solo empuñar una guitarra / te regala una sinfonía de entrecasa. // (…) // Y uno se va de novio con la vida, / desterrando una muerte solitaria, / pues sabe que a la vuelta de la esquina, / hay gente que es así, tan necesaria”. Casi completo quedó en el aire de la noche el poema “Gente” del grande Hamlet Lima Quintana. Tuco nos miraba, decía; se volvía a Pajarito, se miraban; y seguíamos, todos, dentro del poema que aseguraba maravillosas diferencias. Porque hay maneras y maneras de entender la vida y las ideas. Luego Ricardo dijo un poema: “Para qué sirve una guitarra”, y desde el silencio posterior inició la segunda canción: “El mundo me da una piedra”.
Sucedió una de las noches en que Víctor “Pajarito” Cuello anduvo por Gualeguay festejando la memoria; sucedió la magia cuando la reunión de un grupo de amigos; sucedió la magia a metros del jacarandá y el espinillo; sucedió el encuentro entre empanadas y vino, entre sueños y escrituras, y anécdotas; de alguna manera somos la memoria de un puñado de anécdotas y la felicidad por haberlas vivido.

domingo, 19 de noviembre de 2017

La marca de Gualeguay 1

Recuerdo que ya hace varios años, el poeta Hugo Ditaranto, uno de mis maestros de escritura, me dijo: “déjate de joder con agradecernos, ya estuvo bien”, y yo le contesté que no, que nunca está de más dar las gracias. Entrego esta nota el día jueves, y al día siguiente: 17 de noviembre, en el Museo Quirós de esta ciudad/río, presento mi último libro: “La marca de Gualeguay 1”. Y pienso en que: Ustedes, lectores, leerán estas líneas luego de sucedido dicho encuentro cultural. Las sintonías del tiempo, le podría recordar a Ditaranto, y también las sintonías de la memoria, porque entre las dedicatorias del libro vuelven a estar presentes mis maestros, el ya nombrado, y el recordado amigo Gabriel Montergous. Ditaranto, poeta, Montergous, novelista, otras dos sintonías en la historia de mi vida.
Entonces agradezco a mis maestros, desde hace años dos buenos fantasmas, y señalo que esta nota es, de manera explícita, una larga carta de agradecimiento. Una carta necesaria, una escritura desde el espíritu.
“La marca de Gualeguay 1” tiene distintas sintonías de origen (utilizo a conciencia el término: “sintonía”, creo que la vida es una confluencia de sintonías, de caminos e intensidades; una sintonía nunca es un absoluto, apenas una aproximación emotiva que posibilita una acción como parte de un destino). Hizo falta la radicación de la familia, y aquí: gracias a Julia, nuestra hija, y a Evangelina, mi compañera, en esta ciudad/río de Gualeguay. Hizo falta el ofrecimiento del espacio para mis notas periodísticas en el diario “El Debate Pregón”, un paso, un eslabón importantísimo entre mis herramientas: la mirada y la escritura, y aquellos que guardaban sus historias. El ofrecimiento de trabajo tuvo un paisaje delimitado: Gualeguay en primer plano, y luego, si quería ampliar el paisaje de juego: la provincia de Entre Ríos. Entonces salí a jugar, y trabajé para el diario dirigido por Silvia M. de Lagrenade.
Hugo Ditaranto
Agradezco especialmente la presencia, el apoyo, de mi suegro: Gustavo Gálligo, sugiriendo encuentros, abriendo puertas.
Tenía entonces marcada la cancha donde jugar los partidos, pero por qué pude escribir las notas, y por qué un puñado de ellas terminan dando forma a “La marca de Gualeguay 1”. Porque entre las varias sintonías de formación de la escritura, existió, y existe, un espacio/tiempo llamado “Desde Boedo”, el periódico que dirige desde hace 16 años, mi amigo, el periodista Mario Bellocchio. Hace 16 años que cuento historias - básicamente eso soy: un contador de historias- desde la contratapa del periódico. Conté mi barrio de Boedo, mis cafés: el Margot y el Cao, conté mi ciudad de Buenos Aires y su gente. Sin aquellas historias no habrían existido las notas, las historias recogidas en esta ciudad/río de Gualeguay. Y digo, y agradezco, otra sintonía de origen para este último libro. Me refiero a mi colaboración con la revista “El tren zonal. Por la integración de los pueblos”, que dirige el amigo, poeta y editor Ricardo Maldonado. “El tren zonal” ya hace años que, número a número, lleva mis notas entre las distintas estaciones de la provincia de Entre Ríos. Este rodaje sobre las vías del compromiso de ideas también fue fundamental para el alumbramiento de mi libro. Remarco el término: “fundamental”, porque en lo dicho: amistad y compromiso de ideas, se basó la decisión de que ellos, uno llegado desde Boedo, y el otro desde Nogoyá, fueran parte de la presentación en el Quirós. Ellos hoy tienen que ver de manera decisiva en mi escritura, en mi historia como trabajador de la cultura, es lo que soy, así me considero: un trabajador de la cultura que utiliza sus herramientas para salvar memorias, para resguardar recuerdos.
Gabriel Montergous
Ahora bien, debo agradecimiento a los dueños de las historias: a la buena gente y a los buenos fantasmas que me dieron la mano necesaria para alumbrar los relatos que dan forma a este libro. La ciudad/río de Gualeguay es una ciudad en el límite, en ella confluye la presencia de dos mundos: el de los vivos y el de los muertos, el mundo de los que trabajan la memoria, y el mundo de los buenos fantasmas que colaboran en la feliz labor. En este primer movimiento de “La marca de Gualeguay”, la primera selección de notas aparecidas en el “El Debate Pregón”, debo agradecimiento a los siguientes ciudadanos: Aron Jajan, Marta Ronconi, Vicente Cúneo, Daniel Figueroa, Iris Wulfshon, Daniel González Rebolledo, Alfredo Presentado, Rubén Derlis, Deolindo Romero, Eugenia Quintana, Nidya Rampoldi, Ubaldo Arnaudín, Tuky Carboni, Néstor Medrano, Leticia Manauta, Federico Ántola, Gustavo Gandini, Luciano Gamboa, Mary Kayayán, Rafael Lucardi, Ariel Almeida, Ricardo Maldonado, Chango Ibarra, Juan Martín Caraballo, Marta Líbano, Fabricio Castañeda, Mauricio Echegaray, Maxi Crespo, Eise Osman, Fernando Sturzenegger. Y a los buenos fantasmas de: Roberto “Cachete” González, Sixto Miguel Argot, Emma Barrandéguy, Derlis Maddonni, Carlos José (Pepe) Quintana, Antonio Castro, Carlos Ántola, Carlos Alberto Montella, Ernesto Hartkopf, Juan José Manauta, Catón, Juan Kayayán, Mario Tamaño. Debo agradecimiento a lo aprendido alrededor del churrasquero de la Catedral del Asado; a las historias alrededor de la Difusora Popular, y al recuerdo de emblemas ciudadanos: la Confitería “El Águila” y el café “Murugarren”; agradezco a las historias guardadas en el Museo Ambrosetti.
Mario Bellocchio y Ricardo Maldonado (Foto Fernando Sturzenegger).
Debo agradecimiento al Municipio por apoyar este emprendimiento; mi agradecimiento al interés y apoyo del amigo y artista plástico Néstor Medrano que, como responsable de Cultura, me llevó a plantear el proyecto al intendente. Fue valorada la intención de contar algunas vidas y lugares que “hacen” a la historia de ayer y de hoy en esta ciudad/río de Gualeguay, la Capital de la Cultura de la Provincia.
Debo agradecimiento a todas las personas que apoyaron esta edición adquiriendo los ejemplares, ustedes hicieron posible “La marca de Gualeguay 1”.
La vida no tiene sentido sin la memoria. Una sociedad no tiene futuro sin la memoria.
“La marca de Gualeguay 1” es reflejo de este pensamiento: No podemos dejar la memoria para mañana. La memoria debe ser una bandera a defender todos los días. Tener conciencia de la finitud de la vida, lejos de ser una sustancia para el lamento, debe ser aliento para nuestras almas. Cada uno puede, y debe, practicar la memoria, interesarse, colaborar en su resguardo. No hay historia grande sin las historias de la gente que hizo y hace el relato de cada aldea. Habiendo guardado pistas, señales, historias de vida y obra, de vida cumpliendo con un oficio querido, de la vida junto al intento artístico, siempre será posible el regreso a la superficie del tiempo. Memoria como sinónimo de conciencia y enseñanza. Pienso desde hace unos días en una imagen: las historias guardándose en la poética forma de una piedra, una cápsula de tiempo con aspecto de canto rodado, y para mejor, de porte achatado, para ampliar sustancia y vuelo. Por el propio impulso de la memoria, nacida esta fuerza desde el laborar de sus hacedores en el centro del misterio, el canto rodado sale lanzado sobre la superficie del río del tiempo. En cada roce, rebote, caricia, sobre el río, aquel universo de ayer vuelve a inflar velas, vuelve hasta la vida cercana, para luego seguir su viaje hasta el próximo encuentro/ roce/rebote/caricia.
Presentación en el Quirós (Foto: Fernando Sturzenegger).
La selección de las notas fue un arduo trabajo: 36 en casi 230. La intención guía fue reunir las historias de un grupo de ciudadanos, de ayer y de hoy, hombres y mujeres dedicados al arte; pero no quería un libro exclusivamente dedicado a los notables, por eso la presencia de hacedores jóvenes, personas que hoy están haciendo camino; quería que en él se hablara de ciertos lugares o presencias de la ciudad/río; quería contar a hombres y mujeres que hicieron su vida de muy distinta manera. El libro tiene un aire periodístico, pero también guarda un aroma literario, por sintonía de escritura, y por la manera en que muchos personajes parecen deslizarse por los capítulos de una novela. De esta bondad fui el primer sorprendido. También es un libro que se ocupa de libros.
Pensaba en citar una señal emotiva que probara la felicidad que encuentro en este, mi oficio, y entonces elegí el momento en que, durante la entrevista, el notable pensador Eise Osman detuvo la palabra, y fue en busca de un símbolo; realizó un gesto, le hizo un guiño a los recuerdos; me explicó, y presentó el objeto que abriría un espacio de silencio entre nosotros; miré maravillado; nos alejamos de las definiciones; en mis manos tenía el cajoncito de madera con el que a los 7 años, el amigo Eise, el poeta, el pensador, vendía caramelos en la plaza y el parque de la ciudad de Paraná. El cajoncito: una presencia chiquita y a la vez tan vasta: el aroma puro y simple del tiempo. Una huella plena de humano recuerdo, una pista de ternura, una de las tantas señales que ofrece “La marca de Gualeguay 1”.
Queda por agradecer la edición del libro, a cargo del poeta Ricardo Maldonado. Lleva en su cuerpo la marca de su taller, de su concepción sobre el arte de “hacer” libros. Hay cariño en su quehacer como editor. Es además “Ediciones del Clé” una editorial representativa de la provincia, sus contenidos son de un enorme valor testimonial. Este es mi segundo libro por “Ediciones del Clé”, el primero fue “Una historia para Julia” (2015), y entonces quiero agradecer la presencia, el objeto libro parido a conciencia, una estética amiga para engarzar de manera adecuada en la mano y el alma del lector.
En domingo, cuando estas líneas sean leídas por ustedes, lectores, ya habrá pasado el “mientras tanto” de escritura de esta nota de agradecimiento, ya habrá pasado la presentación, la juntada de amigos (tantos buenos amigos y buenos fantasmas en el Quirós), y todo habrá quedado dispuesto para comenzar a contar las historias que esperan ser guardadas en la memoria.

“La marca de Gualeguay 1”, ya tiene vida propia, espero, rebote varias veces sobre el río del tiempo.

domingo, 12 de noviembre de 2017

Silverio Mejía: de regreso

Desde que supe de la existencia de Silverio Mejía, vuelvo siempre a su imagen, su historia. Lo imagino caminando las calles más solitarias de la ciudad/río de Gualeguay. Vestido de negro. Huidizo, apesadumbrado, sufriendo el veredicto condenatorio de aquellos que miran, critican; los que van de estilete en la lengua cuando se trata del otro, al que nunca intentan comprender en su verdadera historia, sus motivaciones, y finalmente, en sus imperfecciones, el aroma que nos hermana.
Leí sobre Silverio Mejía lo siguiente: “(…) La gravedad y la reserva fueron las murallas que levantó contra el juicio adverso de los otros. Receloso y marginal en un ambiente lugareño que no le perdonaba su vida ociosa, acabó por convertirse en un complejo mecanismo de inhibiciones. Siempre que salía de su casa, se cuidaba de sortear ciertas calles y de mantenerse alejado de los corrillos demasiado atentos a los pasos ajenos. Aparecía y desaparecía sin ser notado. De haber podido hacerse invisible, sin duda hubiese integrado la población de los fantasmas. El temor, hijo de la presión social, lo llevaba a cultivar el misterio y, a la vez, la complacencia en el misterio lo hacía más visible y manifiesto. Era pobre, y como no se esforzaba por salir de tal condición, la gente lo creía ‘falto de ambiciones’. (…) Lo conocí sensible a los llamados del arte, pero sus progresos internos fueron escasos, pues vivió como sujeto a las circunstancias inmediatas. A solas, bajo un naranjo, trabajaba en la guitarra. También escribía, si bien de modo esporádico y sin avenirse a ninguna disciplina. Sus gustos literarios, en verdad inocentes, lo mostraban más dado a la solemnidad que no a la sutileza”.
Sé muy bien que debido a estas pistas que anotara el notable Carlos Mastronardi en su libro “Memorias de un provinciano” (1967), la presencia -fundada en la ausencia (¿cuánto hará que falleció?)- de Silverio Mejía en esta ciudad se transforma para mi memoria en un ejemplo de resistencia. Es sabido: en la Gualeguay de ayer todo se conocía, y sabido es que la de hoy no se queda atrás. La maquinaria cotidiana del chisme y juicio sumario, ese juego macabro de verdades poco confiables y grandes dosis de ficción e ignorancia, fundó raíz firme en el paisaje ubicado sobre esta orilla del río. Entonces aparece, está de regreso, cada vez, en estos tiempos veloces e interesados, el buen fantasma de Silverio Mejía, condición a la que al parecer ya había accedido antes de saber de los misterios de la tumba.
Recordar a Silverio Mejía es elegir y ocupar un lugar en la vereda de los que se corren del mandato primero de esta sociedad: la producción y correspondiente facturación. Ser como Silverio Mejía es vivir cerca del arte, de las emociones, y esto sin importar -otro detalle importante- el éxito de la búsqueda artística. Alcanza con haberlo intentado.
Silverio Mejía regresa, siempre, de la mano de Carlos Mastronardi, un especialista a la hora de mirar sobre su aldea natal.

domingo, 5 de noviembre de 2017

F2840: click en Puerto Ruiz

En todo aquel que elige aplicarse al encuentro con el misterio en los territorios esquivos del arte, llega al momento ineludible en el que siente la necesidad de enseñar su trabajo. El escritor busca publicar un libro; un actor participar en la puesta de una obra; el plástico montar una exposición, y en esta última forma, coincide en intención el fotógrafo. Una exposición de fotos, y en este caso, una exposición de fotógrafos gualeyos a inaugurarse el viernes 10 de noviembre en el Museo Quirós.
Los fotógrafos intervinientes en F2840 -una manera de decir Gualeguay desde su código postal, registro numérico que además señala una lente y otras señales en el mundillo profesional de la fotografía- son: Damián Tramanoni, Gaby Cabrera, Nanci Zumino, Agustín Colli, Enzo Gorocito, Luis Gimenez, Fernando Sturzenegger, Paul Campodonico, Jorgelina Covitti, Diego Serra. Pero en esta necesidad de exhibir antes citada, se agrega una feliz vuelta de tuerca entre sus motivaciones. La charla se armó alrededor de cuatro presencias: Sturzenegger, Colli, Tramanoni y Campodonico.
Desde la izq.: Colli, Tramanoni, Sturzenegger, Campodonico.
Fernando Sturzenegger: “En el comienzo apareció la idea de la exposición, se sumaron las salidas a comer para hablar de la misma, y la propuesta, desde que arrancamos, fue que tuviera una finalidad solidaria con la gente de Puerto Ruiz. Muchos de nosotros sacamos fotos en el lugar, estamos en contacto con sus habitantes, y nos pintó esa idea: poner a disposición la muestra en el Quirós como motivación para ayudar al otro, en este caso con alimentos no perecederos. Pensamos en la gente que puede tener ganas de ayudar y que no sabe cómo, o dónde acercarse, bueno, ponemos a disposición la muestra; el día de la inauguración, además de ver los trabajos de 10 fotógrafos gualeyos, la invitación es a participar en una ayuda con destino de Puerto Ruiz”.
Damián Tramanoni: “Luis Gimenez es quien estaba vinculado al Puerto antes que nosotros. La idea en la muestra fue incluir, cada uno, algunas fotos del Puerto, para que la gente, además de descubrir un lugar hermoso, con una cantidad de fotos para hacer, sepa y vea”.
Agustín Colli: “Uno no siempre se lleva fotos sacadas con la cámara. En el Puerto se siente la ausencia del Estado, como en tantos otros lugares. Decidimos ayudar por este lado, pero a la gente le faltan muchas cosas. Llama la atención la distancia, y no hablo de km., que hay con Gualeguay, ellos están muy separados”.
Sturzenegger: “Tenemos el contacto hecho con Nicolás Montenegro, un muchacho que está muy relacionado con el Puerto, es maestro ‘ad honorem’, enseña a leer y escribir a la gente, por propia voluntad. Se juntan en una casa particular. En sus manos vamos a poner los alimentos; él tiene conocimiento de las necesidades del Puerto. Sabemos que lo que hacemos es nada, porque habría que hacerlo todos los días. Le preguntamos: ‘Nicolás, ¿qué es lo que hace falta?’ Nos dijo: ‘La gente del Puerto necesita comer’. Esta fue la respuesta y por eso vamos por los alimentos. Eso me pegó. No es fácil tener hambre. Nunca me pasó, pero tener hambre está bravo. Hay que ser muy valiente, hablo de Nicolás, para encarar una actividad como esta. Te hace ver cosas que la mayoría no ve, o no quiere ver”.
Tramanoni: “Lo que hacemos pensando en el Puerto ojalá sirva de iniciativa para que lo mismo se arme en un grupo de teatro, bailes, recitales; hay mucha propuesta en Gualeguay para poder dar una mano”.
Consulto a los fotógrafos, ¿van, fueron juntos a Puerto Ruiz a hacer fotos?
Colli: “Todos juntos es difícil, todos trabajamos de otra cosa y tenemos diferentes horarios, pero hemos ido todos”.
Tramanoni: “No vivimos, salvo Enzo (Gorocito) y Luis (Gimenez), de la fotografía, tenemos otro trabajo”.
Foto Damián Tramanoni
Sturzenegger (1966) es electricista y editor de programas de radio; Colli (1986) es mecánico dental; Tramanoni (1985) es administrativo en una empresa; Paul Campodonico (1994) está estudiando fotografía en Rosario: “Y es lo que pretendo hacer en mi vida, estoy lanzado a eso. En casa siempre hubo máquinas de fotos, y yo sacaba, pero sin la intención de lograr algo; me gustaba, después sentí que era lo que quería hacer en mi vida, no quería otra cosa; experimenté solo y después me fui a estudiar”.
Por Campodónico comencé a preguntar por los inicios en el oficio. A Sturzenegger lo conocía, no sabía nada de los demás.
Tramanoni: “Arranqué en la fotografía gracias a mi viejo, él sacaba, y de a poco fue arrimando la semillita; y un día me encontré con una cámara, me gustó, cambié el enfoque de sacar una foto por sacarla, y empecé a trabajar con composiciones y demás. Entonces se convirtió en un hobby adictivo, la fotografía es adictiva. Digo hobby porque, a todos los del grupo nos encantaría hacer solo fotografía, pero lo nuestro no es a tiempo completo; la hacemos, la elegimos porque nos gusta, pero no vivimos de ella. En la mayoría de los del grupo, la palabra hobby es la que va. Hacer sociales es un medio para mantenerse, depende del fotógrafo, algunos lo transitan, otros no. Hacer sociales también es un camino de aprendizaje”.
Foto Gaby Cabrera
Pregunté si se considera cierto el riesgo de perder la búsqueda creativa en la enrevesada repetición del disparo por contrato, el mundo de hacer “sociales”.
Capodonico: “Creo que es posible llevar el estilo a lo que se haga; no hay receta, se puede aprender, mejorar el estilo, sin importar el motivo de la foto. Se trata de dar una mirada personal. No creo que por hacer sociales pueda cansarme de hacer fotografía”.
Foto Nanci Zumino
Sturzenegger: “La actividad continua te puede llevar al aburrimiento; mi fotografía no pasa por la parte social, quizá por eso tuve continuidad. Nunca relacioné tener un número económico detrás de lo que hago. La moneda es una cosa y lo que uno quiere de su vida, es otra. De alguna manera libro mi pequeña batalla con este mundo”.
Foto Agustín Colli
Las motivaciones de Colli: “La motivación primera es tener la cámara a mano, me pasó así, tuve una a rollo, y obvio no podía ver las fotos enseguida. Primero me llamó la atención la máquina como objeto, artefacto; y sacaba fotos sin entender nada de lo técnico. Cuando me pude comprar una camarita digital, busqué no hacer la foto clásica; buscaba distintos ángulos, introducía la cámara en lugares raros; hice las fotos de la familia, después busqué paisajes; pasé a una réflex y entendí algunas cosas más de funcionamiento; cuando tuve una réflex digital, me interesó, y volví a la cámara de rollo, la vi de otra manera, me metí en la foto blanco y negro, armé un cuarto oscuro y revelaba; heredé una ampliadora de un tío mío, hasta el año pasado revelé rollos. Hoy escaneo los negativos y los digitalizo, pero sigue siendo fotografía analógica. Últimamente estoy muy involucrado en el teatro (Liebre de Marzo), hago fotos para la promoción de obras, pero si salgo con la máquina saco otras cosas; antes lo hacía más, espero que esto cambie porque está bueno andar con la cámara”.
Foto Enzo Gorocito
Tramanoni: “Lo mejor es agarrar la cámara y salir, la motivación del fotógrafo es querer mostrar algo que a uno le gustó; la foto es un momento único e irrepetible, no se va a repetir nunca más. Puedo ir a la Feria de las Colectividades, al Encuentro de Batucadas, hice mucho carnaval, o hacer los 70 años de la Cruz Roja. Sí me gusta mucho la foto urbana. Es difícil. Hice algunas, pero me gustaría hacer más”.
Foto Luis Gimenez
Campodonico: “Empecé sacando en mi casa, hoy salgo con la cámara tratando de capturar momentos que no se ven mucho, y siempre trato de que contenga lo personal; no me etiqueto con nada, no divido en categorías, es tener la cámara siempre y sacar aquello que te parece bueno”.
Agrega Colli: “Ando menos con la cámara también porque están los celulares; no los desacredito, porque no es que el celular le robó espacio a la fotografía de cámara; pienso en un elemento que suma, que vale”.
Tramanoni: “Se trata ante todo de la imagen lograda”.
Foto Fernando Sturzenegger
Pregunto por el tema edición de la fotografía; hay fotógrafos que señalan la no edición como símbolo de pureza, de naturalidad, mientras que otros aseguran que la marca de autor está en la edición. Dijo Colli: “La mano que le meto a la foto está inclinada hacia el lado de la foto analógica”. Aseguró Sturzenegger: “Es inevitable pasar por el laboratorio digital. Está la mano del autor”; y Tramanoni: “La foto se hace ante todo con el ojo; después se acomoda en el laboratorio”. Campodonico adhirió también a la edición. Es que siempre hay edición de la imagen, ese acomodar de valores en el mundo descubierto. Adhiero, es decir, mi formación/deformación alcanzada alrededor de la imagen, me lleva a elegir aquellos extras que no desvirtúan mi composición y variables de lo visto e intuido. Y en esto de aliviar sentencias y elecciones, también digo que me gustan algunas fotografías de Sturzenegger en donde, a través de recursos que no estaban en el natural, es capaz de alumbrar otros mundos; bien dijo el poeta surrealista Paul Éluard: “Hay otros mundos, pero están en éste”.
Foto Paul Campodonico
Sturzenegger destaca: “La idea de la muestra apareció en una conversación con Néstor Medrano; enseguida él nos abrió las puertas del Museo Quirós, y estamos muy agradecidos. Es muy buena sala, y además el Municipio se ocupa de imprimir hasta las invitaciones, los afiches, es de destacar que suceda de esta manera”.
Foto Jorgelina Covitti
En F2840 a inaugurarse el 10 de noviembre en el Quirós dan su presente 10 fotógrafos gualeyos, sus miradas, sus intentos; todos trabajadores de la cultura, todos, se declare abiertamente o se le trate de bajar el tono al asunto, son parte de una búsqueda: encontrarse en lo realmente creativo. Cuestiones personales, como quedó demostrado en la charla. Todos, o casi todos, manteniendo otro trabajo para ganar la moneda necesaria, esa que les permite comer y sacar fotos. Una declaración de principios. Son estos 10 fotógrafos gualeyos los que, como se anotó más arriba, le dieron a su muestra una vuelta de tuerca para de esta manera hacer visible al otro. En “Otra vuelta de tuerca” de Henry James hay apariciones sobrenaturales, seres que no siempre están a la vista. La vuelta de tuerca de estos gualeyos sobre el tema imagen/ver/sentir pone así sobre el cauce de la ciudad/río una foto que convoca a la práctica de la solidaridad.
Foto Diego Serra
Viernes 10 de noviembre en el Quirós: fotografía y algo más.