domingo, 15 de septiembre de 2013

Vicente Cúneo, artista plástico de Gualeguay (1ra. entrega)

Vicente Cúneo dibujando en la escuela.
Antes de entrevistar a Vicente Cúneo, lo adiviné un buen tipo. Después vi algunas de sus obras, y supe que era buen pintor, que era un artista. Luego leí poemas y cuentos, y lo supe agradecido con su familia, su gente, su paisaje, es decir, que había adivinado bastante bien. Por último lo escuché con atención, y supe que me había quedado corto con todo lo adivinado sobre su manera de ser, y lo entrevisto en su quehacer dentro del misterio de la creación.
Una biografía básica del artista plástico Cúneo: fue alumno del reconocido Roberto Cachete González, también ha enriquecido su alma la relación mantenida con artistas como Carlos Cúneo, Derlis Maddonni, Antonio Castro y Carlos Montella. El listado de exposiciones realizadas en los últimos treinta años, es amplio. Una biografía básica del maestro Cúneo: Nació en Gualeguay el 27 de abril de 1951. En 1969 se recibió de Maestro Normal Nacional en la Escuela Normal Ernesto A. Bavio. Se desempeñó como docente, maestro y director de escuelas del nivel primario en la ciudad, en General Galarza, en Islas de Las Lechiguanas,  en el 1º, 2º y 8º Distritos, y como Director de la Escuela Nº 16 de Lazo. Esta apretada síntesis dice mucho, pero es solo el esqueleto de una vida. Elegí ubicar unos pocos datos para de alguna manera trabajar como el pintor Vicente Cúneo trabaja el principio de un cuadro. Una vez que sabe o sospecha o adivina por donde empezar el juego, dice que planta cuatro o cinco elementos, y que esas líneas son el esqueleto sobre el que luego se amigan la materia y los colores.
La pregunta sobre cómo define su pintura lo pone un tanto incómodo, Vicente Cúneo es hombre de hablar desde el llano: “Un dibujante amigo, Slongo, tiene una página en la web (ensuciandolasparedes.blogspot.com), me pidió pinturas. Al pie escribió unas líneas, me define en dos aristas: hiperrealismo y surrealismo, jugando al mismo tiempo. No me puedo desprender de lo figurativo, en mis cuadros el árbol es árbol, por supuesto que es mi interpretación del árbol, o de una cara, y a su vez juego con las imágenes y es donde toco el surrealismo. Trato de buscarle expresividad a los objetos que uno mete de manera figurativa en el cuadro, intento que tengan la posibilidad de decir algo más. Trabajo en dimensiones que no están en las dos que tiene el espacio plástico: el alto y el ancho. El primer desafío del artista es lograr la profundidad para buscar meter en la ficción al que mira. Trato también que no se me escape el movimiento. Lo usaba Cachete González, Maddonni, grandes artistas que venían de una corriente que trataba de dar a la mirada la posibilidad de recrear, por ejemplo, el movimiento de una mano. No es que tenga veinte dedos, hay cinco, que al estar en movimiento, entre dedos esfumados y nítidos, tratan de captar algo tan difícil de tener en lo estático: lo dinámico. Además superpongo planos, esto lo usaron los cubistas, trato de encontrar otros elementos en torno a un objeto para tratar de ver las otras caras, exploto todas las posibilidades que brinda el mundo de la plástica”.

Los changarines, acuarela.
La nueva consulta apunta a la temática de su obra: “La temática gira en torno a mi paisaje, siempre digo que nací donde me hubiera gustado nacer, vivo en el lugar donde me hubiera gustado vivir. Quizá mi arte todavía esté en deuda con mi paisaje, trato de devolver lo recibido en este andar por el mundo: el río, el campo, la ciudad misma, la cara de nuestra gente. Si trabajo sobre una cara, no se trata de ser fiel a ella, sino buscar en los ojos, en la boca, todo lo que significa la expresión humana, y llegar a la síntesis de lo visto. Lo mismo sucede con el paisaje entrerriano, lo estudio a través de las diferencias con otros, a través de las líneas, y cuando trato de pintar un cuadro quiero que sea la síntesis de un momento o de una suma de momentos pasados. Me lo decía Cachete, se trata de aprovecharlo, sino después se escapa”.
Pregunto cómo es que funciona Cúneo cuando da los primeros pasos sobre un cuadro: “Cuando abordo la idea de un cuadro voy definiendo con qué lo voy a hacer, exploro materiales, la idea me da vueltas en la cabeza, se hace obsesión, inquietud, y encuentro la tranquilidad cuando lo empiezo a desarrollar, no cuando lo termino. Creo que el cuadro no se termina nunca. Salgo de la inquietud cuando logré manejar las posibilidades que te da el mundo de la plástica, cuando siento que puedo expresar todo aquello que me está inquietando. Vuelco la idea con las cuatro o cinco líneas primarias como para armar una especie de esqueleto, y después voy tomando las decisiones, color, materiales. Ahí es cuando se pone en juego algo digno de comentar. En esa toma de decisiones se puede pensar que entrás en el mundo de la razón, pero a veces las decisiones se toman con el sentimiento, incluso hasta con la intuición. Lo que resulta es independiente de este proceso, que es un momento único, y al que explora este mundo tal vez le significa la motivación fundamental para hacerlo. Es muy lindo compartir lo que uno hace con la gente, ese momento sirve para el camino que viene, pero el que está en la plástica, o en cualquier otro arte, el instante de creación, cuando uno maneja elementos que tienen que ver con uno mismo, con la memoria del corazón, la razón, la intuición, eso es lo que ayuda a seguir en la búsqueda constante. Lo podés llevar al terreno del misterio, empezás con un paisaje y terminás en otro lado, no te lo explicás porque no está en juego sólo la razón, es una experiencia grata y única. Maddonni me decía que no dibujara cuando estuviera con problemas, porque va a salir tu preocupación, y es verdad. Trabajo cuando creo que el clima es el adecuado. Cachete me decía probá poner música clásica, de la forma que te guste, suave, un poco fuerte, y vas a ver cómo ganás en soltura, en comunicar aquello que querés, y también es verdad. Música clásica, una experiencia artística del hombre”.
Zapukay, acuarela.
A esta altura es necesario preguntar por el maestro: “A Cachete González lo conocía desde chico. Cuando él andaba por Gualeguay, siempre me quedaba con ganas de poder hablarle. Conocía su trabajo, yo era vecino de su hermana, en el barrio también vivía la madre, conocía a sus hijos, su familia, incluso su hermano era pariente de mi familia. De a poco fui cruzando algunas palabras y viendo sus cosas. Yo andaba cerca de los treinta años cuando empecé a tomar en serio lo que hacía, y más cuando empecé a compartir estos temas con él. Yo le contaba que desde muy chico, en mi niñez en la calle, porque los juegos eran en la calle, en la vereda, con todos los vecinos, cosa que hoy, bueno, es triste ver que los chicos juegan con la pantalla y nada más, es más ficción que realidad, y la mía era, por ejemplo, la bolilla, la rayuela, y yo, terminaba la jornada y tenía la necesidad de dibujar, como me saliera, el dedo con la bolilla o los pibes jugando a la pelota. Cachete me decía que yo estaba marcado para este mundo de la plástica: Vos tenés la necesidad de contar con este lenguaje. Eran clases maravillosas cuando él me explicaba desde todo su saber cada una de las cosas. No era solamente probá este material, este papel, era entrarle a lo profundo del asunto. Bien sabemos que era un expresivo total, qué fuerza vital en sus trabajos, y lo sabía transmitir. A veces nos poníamos a mirar una revista de arte sobre Manet, y me hacía ver cómo este tipo metía la pintura, y a esa enseñanza se agregaban las anécdotas, la biografía, la época, pero importaba, por ejemplo, cómo había trabajado la luz. Yo atendía con un silencio respetuoso, y él pegaba bien en el centro de lo que yo quería y sigo queriendo, mi pasión por la pintura. Estar con él, en las circunstancias que fueran, en el lugar que fuera, era maravilloso, siempre había lugar para el aprendizaje. Me hacía ver la composición, la sección áurea, y a veces me lo hacía entender de una manera muy simple. Un día me dijo que tratara de armar un cuadrito con mis dedos, y que mirara a través del cuadro un lugar cualquiera: Y cambiás, cambiás, como quien mira a través de una cámara fotográfica, y te vas a dar cuenta cómo los elementos tienen su juego dentro del cuadro dependiendo cómo mires o desde dónde mirés. El cuadro es sujetar en el espacio/tiempo una visión. Yo andaba como loco con eso en la calle, se habrán reído mucho conmigo. Cachete me enseñó a tomar apuntes casi como una gimnasia, tratando de conocer los objetos y grabando sus diferencias, para que cuando dibuje obtenga mayor libertad. No tuve una enseñanza académica, sí tuve una enseñanza de vida, todos los detalles los dábamos vuelta en medio del sentir del hombre, de la misión del hombre, temas profundos. Yo le tiraba mis interrogantes, y él se prendía y terminaba haciendo maravillas. Comprendí por qué yo renegaba con lo que dibujaba, lo comparaba, y pensaba que no servía para nada. Cachete me decía que no, que de alguna manera yo necesitaba dibujar y pintar, y que no importaba lo que hiciera por otro lado para ganarme la vida: Importa sí, esto que hacés. Si a vos te parece, dejá todo a un lado, como si este mundo fuera por un costado, pero en realidad va por el centro, y dale la importancia cuando vos te sientas bien para dársela. Tenía razón, después uno va buscando una manera, no metódica, una hora, un momento, hasta que termina haciendo, trabajando, y esto también implicó un aprendizaje. Cachete me dijo que el hecho de intentar pintar, dibujar, desarrollar la actividad plástica, no es sólo meterse en ese mundo, uno debe estar compenetrado con todo lo que va pasando en la cultura, y aprender quiénes son los mejores escritores, los músicos, para que el desarrollo sea general”.
En el relato aparece un segundo maestro: “Cachete me dijo que viera a Roberto Beracochea, que había sido mi profesor. Una persona que apoyaba a todo aquel que quería estudiar, así como fue el maestro Epele del Hogar Escuela San Juan Bosco, que ayudó a Cachete. Me anotó dos o tres libros. Fue reiniciar con Roberto la amistad que habíamos tenido de profesor a alumno, como profesor me había encantado. Beracochea me abrió su pinacoteca, pude acceder a su biblioteca. Cachete y él fueron escalones muy importantes en mi crecimiento. También fue importante estar con Maddonni haciendo unas rayas, con Montilla viendo su lugar de trabajo, o después incursionar con ilustraciones en algunos diarios. Todo es aprendizaje. Hay que conocerse a uno mismo, para saber de sus limitaciones, para saber de las aperturas”.
Manauta desconocía la razón por la que su ciudad dio tantos hijos notables a la cultura. Vicente Cúneo aporta su mirada: “Por suerte en Entre Ríos tenemos a cada metro, cuando no es un arroyito, una laguna, un estero, el río, y entonces tenemos el cielo doble, cómo no vamos a ser inspirados para el arte”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario