domingo, 19 de enero de 2014

Tuky Carboni, poeta de Igüigüití



El universo poético de Tuky Carboni es un paisaje donde al mismo tiempo respiran dos mundos: su vida escribiéndose memoria dentro de su obra, y en ella: su oficio, su arte, la sustancia que apuntala, que habita y da fuerzas a esa vida para que siga siendo lo que es: el desafío, el misterio de todos los días.
Tuky habla lo necesario. Es modesta cuando habla de sus libros. Es sincera. Le gusta escuchar al otro. Luego de una vida dedicada a las letras, la incomoda la distinción de ser llamada poeta, escritora, y que se nombren sus libros como partes de un todo: una obra personal, de autor.
Ante todo es poeta, y maneja muy bien la prosa, algo no tan común entre los poetas. Su primer libro, una novela: “El tan deseado rostro” (1993) recibió el premio Fray Mocho. El primer libro siempre es un libro a superar; luego de leer “Hasta el próximo sueño”, cuentos de diversas épocas (2009) y “La infancia está llamando”, relatos escuchados alrededor del fogón cuando niña (2011), quedé convencido de que Tuky se debe la escritura de una gran novela. Hoy trabaja en una posible “nouvelle”. Sobre el manejo de los dos géneros, dijo: “Escribo por temporadas, una de poesía, otra de prosa. Me siento muy cómoda en los dos géneros, pero por temporada. Leo mucha prosa y la escribo, lo mismo ocurre cuando leo poesía. Es como un precalentamiento. En la poesía no puedo mentir, todo lo que he escrito en poesía es verdad, es mi experiencia, lo que yo creo haber recogido como realidad. En la prosa me permito fantasear, meterme en la piel de otros, presentarme como una persona opuesta a mi naturaleza. Tengo poesía y prosa inéditas, siempre sin mezclar sus tiempos. La escritura no es planeada, me lleva el impulso”.
Pregunto por su primer recuerdo de escritora: “Mi infancia fue campesina, teníamos casa en Gualeguay, pero mi papá tenía almacén de ramos generales en Estación Lazo. Mi mamá era maestra en la zona. Mientras los hermanos no fuimos a la escuela, la familia pasaba toda la semana en el campo, y los fines de semana nos veníamos al pueblo. Cuando empezamos la escuela fue al revés, mamá se vino con nosotros al pueblo, y los fines de semana íbamos a ver a papá al campo. Crecí con la libertad de treparme a los árboles, de andar a caballo. Mi primera poesía…: a mí me gustaba cabalgar al atardecer, cuando uno parece que va a entrar en esa llamarada del crepúsculo. Tenía 9 años, galopaba con mi caballo: El Inocente, y fue una cosa espontánea de ir recitando una poesía que era horrible. Después escribí lo que recordaba, lo digo en una poesía: ‘Una tarde en las tardes, de regreso a la casa, / prendida de tus crines y acostada en tu lomo, / yo te soplé en la oreja mi primera poesía’. Recuerdo la presencia de una maestra: Lila Nielsen. Ella me decía: ‘Vos vas a escribir, Alcirita’. Me llamo Alcira Irene, los nombres de mis abuelas, que habían fallecido antes de mi nacimiento. Y así fue, tenía ojo”.
“Bajo palabra” (1996) es su primer libro de poemas. Una declaración de principios, intereses, emociones, y una pertenencia con aroma de eternidad: su tierra. ¿Cómo es ser poeta en la órbita del Gualeguay?: “Todos los poetas de Gualeguay le cantan al río, no nos cansamos de hacerlo. Es un tema general al que cada uno le agrega su mirada particular, y su emoción generada a partir de la contemplación del río”. En el libro el río es protagonista (El río que cruza mi pueblo) junto a una invitada infaltable: la infancia (La casa: Si ahora cruzo el umbral, si me asomo a la casa, / allí está como siempre mi corazón de entonces, / con su traje de luces para oficiar la infancia.)
Tuky se define como insegura. Se pregunta, piensa: “No sé cómo habiendo tenido una infancia tan feliz, mágica te diría, puedo ser tan insegura. Me da un poco de vergüenza cuando me dicen escritora. El tiempo que le dedico a la escritura es muy poco comparado con las demás cosas. Sí trabajo mucho mentalmente”. Si hay algo que queda claro al leerla es el trabajo que tiene la palabra y las ideas: sus paisajes. Puede ser que el trabajo mental sea caudaloso y efectivo. Puede ser que la poeta tenga una aptitud natural para trabajar su sustancia: el sendero propio.
 ¿Qué pensás de la poesía?, ¿cómo trabajás el oficio?: “La poesía es como una desesperación. Quiero expresarme y no encuentro las palabras. Escribo un verso y me parece genial, y a los minutos es espantoso. Borro y vuelvo a escribir, es muy trabajoso. Creo que no escribo los poemas, escribe otro o el espíritu santo o la poesía misma que se quiere expresar a través mío. Soy una especie de canal por donde baja la poesía, después de mucho trabajo, preparación y climas. A veces creo haber copiado cada palabra que escribió mi mano. Me aterra escribir un verso que no sea mío, algo que me haya impactado y que yo lo introduzca en un poema. El proceso de escritura es espantoso. Cuando termino y más o menos salió lo que yo quería decir, me entra una sensación de deber cumplido y me pongo bien. Siempre leo y reescribo, sólo hay un poema que todavía me gusta ‘Para encontrarte, padre’, después que lo escribí me quedé tan bien, como si eso fuera lo que quise hacer. Corrijo en todo momento, hasta cuando estoy armando el libro para su publicación. Es un proceso intenso y doloroso”.
“Doncella de Igüigüití” (2004) (libro incluido en la edición de “No creas que es el llanto”) es un poemario notable. Poemas como “Elección del silencio”, “Silencio” y “Silogismo” me llevan a la pregunta: ¿Tuky, una adoradora del silencio?: “Me encanta. Si se pudiera hacer poemas con silencios, los haría, en música se puede. De ser posible, sería la perfección del poema”.
A partir de los poemas: “Infancia con molino” (Bajo palabra) y “Ceremonia” (No creas que es el llanto) pregunto por el molino: “Una presencia muy especial. El agua del molino era muy fresca y salía a borbotones, un diamante líquido que se deslizaba, y teníamos la costumbre de beber de la canilla. Ir a beber del molino era una fiesta para todos los hermanos… le pregunté a mi papá de dónde salía el agua del molino, me dijo que de los ríos que corren debajo de la tierra, y me pareció maravilloso, misterioso, agua que viene del pasado, una cosa así”.
Los poetas de la poeta son Federico García Lorca, Miguel Hernández, José de Espronceda, Rabindranath Tagore, Saint-John Perse, Olga Orozco, Roberto Juarroz, Joaquín Giannuzzi. Prosistas: Alejo Carpentier, Marguerite Yourcenar.
Tuky Carboni es autora de “Cárcel sin límites” (2000), sonetos, toda una osadía en una época donde la poesía está un tanto relegada y ni hablar el soneto, que la poeta prefiere “a toda otra forma de poesía”.
La presencia de Dios en la poesía de Carboni se da de manera natural, se manifiesta como la naturaleza, a través de flores, colores, aromas. Hay presente una sensación de universalidad. Le habla a los misterios de la creación, quiere que los hacedores sepan que ella sabe. El poema “Los ojos del otoño” (Bajo palabra) sirve como ejemplo. En los poemas “Bajo el signo del agua” y “Entrada a la verdad del árbol”, se habla de la existencia de otro idioma, el sensitivo, y entonces otra vez: la naturaleza, Dios. Aclaro que esta concepción es distinta a la mía, pero en mí no operó el rechazo, y esto es mérito de la escritura. No hay imposición alguna, leí como si en ese momento hubiera tenido Dios. La poeta dijo: “La belleza del universo no se hizo sola o por azar, no creo en el azar. Hay muchas señales y yo me he hecho la necesidad de interpretar las señales de una energía pensante que nos abarca”.
Tuky es una mujer que sabe de la existencia del dolor en directo. Perdió hermanos, un nieto, y debe afrontar la enfermedad de una nieta: “Se me murió un hermano en los brazos después de tres días de agonía. Después de ese hecho tan brutal, todas las lecturas místicas que había hecho, el hinduismo, el budismo zen, el judaísmo y la cábala, se hicieron polvo. Después me recompuse”. El hecho motivó un cuento. Escribió prosa y no poesía. Cuando muere su nieto, y aparece la enfermedad de la nieta, ella inicia la escritura de lo que hasta hoy es su último libro de poemas: “No creas que es el llanto” (2004). En el poema “Rito al amanecer” leo “Y no alcanzó el amor”; en “Más allá del dolor” leo “La rosa oscura del dolor”; y vuelve el amor en “No creas que es el llanto” donde leo: “Es sólo la resonancia del amor”. En “Doncella de Igüigüití”, libro que comparte la edición, la pérdida dice presente en “Reflejo” y “Recursos insuficientes”; en “Trampa” la poeta anotó: “El sufrimiento que no cesa”, y lo mismo se sugiere en “¿Ilusión?”. Esta lectura me recordó el libro del escritor inglés C. S. Lewis (1898-1963): “Una pena en observación”, donde el escritor relata el periplo filosófico, luego de la muerte de su esposa, de alejamiento y vuelta a Dios. Todo ocurrió ante la mirada de su Dios, por eso pregunté a Tuky si hubo conflicto, y si la escritura puede salvar o curar: “Hubo conflicto, un alejamiento. Nosotros éramos 6 hermanos, quedamos dos. Todos murieron muy jóvenes, de improviso, en accidentes, uno en tres días, en dos, una semana. Nada se equipara a la pérdida de Enrico, mi nieto, mi prioridad como ayer lo fueron mis hijos. Mi prioridad fue groseramente atacada. Con mi hermano sí borré la existencia de Dios, porque yo era mucho más joven, no estaba fogueada. Pero con mi nieto no fue así, yo estaba conciente de que había una fuerza que me levantaba. Fue un alejamiento medido que no duró mucho tiempo. Me preguntaba por qué, y después la pregunta se respondió. Un mes después de su muerte, me llamó otra hija para decirme que Luisa, mi nieta, estaba en silla de ruedas: una enfermedad en los huesos. Era una locura. Entonces empecé a escribir ese libro, y me recompuse, me ayudó. Me di cuenta de que el amor que yo sentía por mi nieto era mucho mayor que el dolor por su pérdida. Pude seguir amándolo después de la muerte”.
Su obra es conexión directa con cantidad de emociones que nacen entre los días y la escritura. Su poesía puede ser barroca, y a veces más despojada; su prosa es de poeta: la mayoría de las veces adornada, y en ocasiones puede ser opaca y violenta.
Como final: palabra de poeta: “Ceremonia”: El molino era claro y palpitaba. / Su ramaje de hierro ardía en el verano; / pero la savia que exhalaba su corazón secreto / era tan verde y fresca / como el alma gentil de la arboleda. / En las noches de tormenta, / cuando estallaban los relámpagos / desde los vastos púlpitos del aire, / su margaritón giraba enloquecido. / Entonces, el padre se vestía; se ajustaba la faja / y trepaba hasta la flor de su testuz / para enlazar sus clinajes al viento. / Adentro de la casa / se derretía la cera de las velas benditas / mientras temblaban en las bocas / las sílabas urgentes de la Santa Bárbara. / Y afuera, en la intemperie, / las sombras hermanadas del padre y el molino; / de pie ante las tormentas / para guardar la casa y la madre con niños”.

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