La primera vez
que supe de la existencia del poeta Marcelino Román, fue a través del relato de
Aron Jajan: memorioso de Gualeguay. La aparición de Román pertenecía al rescate
de los días del café Murugarren. Jajan me dijo: “Sin ninguna duda que Juan L.
Ortiz, Carlos Mastronardi, Chacho Manauta, fueron al Murugarren. Recuerdo a
Marcelino Román, un escritor que vivió en Gualeguay mientras trabajaba para el
diario ‘El Día’”. Dicho diario fue fundado en 1935, y además fue difusora. La
segunda noticia vino de la mano de mi amigo poeta: Rubén Derlis, que desde
Buenos Aires me hablaba de Marcelino, a quien había conocido personalmente. Y a
través del poeta Derlis entré en contacto con la licenciada en letras Silvia
Rodríguez Paz, nacida en Nogoyá y habitante de Paraná, que también guardaba
memoria de Román. Sobre el poeta también recibí información de mano de Roberto
Romani a través de su último libro: “Hermanos de patria y cielo”: “En Victoria,
el 2 de junio de 1908, nació Marcelino Román, hijo de don Leonardo y de Jacinta
Muñoz. Estudió en la Escuela Nº
15 de Antelo. Fue peón de campo y alambrador, antes que sus inquietudes
periodísticas lo llevaran a las redacciones de la madrugada en Nogoyá,
Victoria, Gualeguay y Paraná”. Leí una nota de Marcelo Leites, en ella afirma
sobre su obra: “La obra de Román supone un verdadero estudio antropológico de
las raíces de nuestros pueblos. Ya sea su prosa como su poesía, son un
muestrario cabal de algunas de nuestras costumbres y ritos más ancestrales.
Aparece la tierra, los que sufren y cantan, los marginales, los indígenas y los
gauchos”.
En su libro “Tierra
y gente” (1943), que publica en su último número la revista “El tren zonal”,
quedan manifiestos sus intereses, sus ideales. La libertad: “Callada gloria de
sentirse libre, / alegre con el alma en todas partes, / camarada del viento y
de los pájaros / con la emoción de todos los paisajes.” (Alas al viento); la
memoria: “Los recuerdos se me prenden / hasta que me hacen sangrar, / y adrede
si ellos se duermen / yo los hago despertar.” (La culpa y los recuerdos); el
amor al paisaje: “Las tucas jugando, mira / cómo andan / de adorno por la
sombra, / pimpollos de luz con alas.” (Nochecita); las injusticias para con la
gente: “Estoy viendo en esta guerra / que hacen para progresar, / lo que
hicieron con el indio / que debían civilizar.” (Cantares montieleros); “La
tierra nos esclaviza, / mas de ella no viene el mal / sino de los enredistas /
que cosechan sin sembrar.” (Cantar del agricultor).
La licenciada en
letras Silvia Rodríguez Paz hace memoria: “Conocí a Marcelino. Un personaje
entrañable. Más que necesario, imprescindible su voz. En realidad mi
frecuentación con él fue breve, en algunas mesas del Flamingo y del Japonés, en
reuniones informales de escritores a las que yo -jovencita y audaz- solía
colarme. Lamentablemente murió pronto y sus últimos años coincidieron con
los atroces de la dictadura que nos recluyó más o menos a
todos. Particularmente, lo leí detenidamente después, sobre todo en sus
escritos de investigación folklórica”.
Quise saber de
los cafés y los escritores en Paraná: “El Flamingo es el emblemático bar
de Urquiza y San Martín que hoy por hoy -si bien sobrevive con el mismo nombre-
nada tiene que ver con el de esos tiempos. El Japonés o Bar Japón estaba unos
metros más allá, sobre Urquiza. Estos lugares (a los que yo iba) eran de
la década del 70; en realidad los boliches ‘grossos’ de los poetas
que hemos nombrado eran (por los años 30 y 40) el Sparta (después Olimpia) y el
Atenas, en este último había un sector adonde ellos (los poetas) se reunían
habitualmente y que se indicaba con un cartelito que lo señalaba como ‘Vinos a
la izquierda’. Allí se reunían, a la salida del trabajo en el Profesorado
(Carlos María Onetti, Oscar Cortés Conde, llegados a Paraná y aportando
nuevo impulso a la vida literaria local) y de la redacción de El Diario (que
estaba al lado) venían Marcelino Román, Amaro Villanueva y otros. También
concurrían al Atenas algunos alumnos de Castellano y Literatura, como Antonio
Rubén Turi (un grande, un inmenso lingüista no reconocido cabalmente a mi modo
de ver), Alfonso Sola González y Carlos Álvarez. Por cierto que estos nombres
no fueron permanentes durante todos estos años. Hubo idas y venidas, sobre todo
en el caso de Marcelino que ha de haber ‘andado’ recorriendo redacciones
de periódicos por Gualeguay y/o Victoria al tiempo que estaba radicado acá”. El
recuerdo de Román: “No fueron muchos mis encuentros con él. Era mayor por
los fines de los años sesenta. Yo, estudiante del profesorado (lugar adonde no
se hablaba de literatura provincial ni regional y, tal vez por eso, yo no
despreciaba ocasión de ‘sacar el jugo’ a las ocasiones de frecuentar a poetas y
escritores locales). Tiempo después Marcelino ya estaba enfermo y había
venido un tiempo histórico muy lejano a lo poético... Me acuerdo que
usaba siempre un poncho criollo en su hombro, tengo
presente la voz grave y una gran ternura en la
expresión; se dirigía a los muchachos con un ‘Hermanito...’, todos lo
respetábamos profundamente. Era llano en el decir, muy llano, muy
entrerriano (creo recordar que en uno de los libros primeros
adjunta referencias a su léxico regional) y muy profundo. Un tipazo”.
Silvia acompaña la memoria emotiva con el siguiente texto: “Luis Alberto Ruiz
(escritor él, historiador de la literatura entrerriana) habla de la ‘Generación
de Paraná’ y en la misma ubica a Román. Junto a Reinaldo Ros (entrañable
exégeta de las islas, del Delta entrerriano, su flora, su vida…), Martinez
Howard, Sola González (poeta inmenso), Carlos Alberto Álvarez (paranaense por
adopción), Amaro Villanueva (venido de Gualeguay), Juan L. Ortiz y otros se
reunían en lugares diversos, generalmente bares, durante los finales años
treinta y los cuarenta.
El término ‘generación’
es amplio en el caso de la de Paraná. No se refiere a una uniformidad en edades
ni en fechas de publicaciones. Fueron varios grupos de intelectuales que se
conformaron alrededor de cuestiones intelectuales, sociales, políticas. También
frecuentó esos lugares un muy joven Luis Sadi Grosso, José María Díaz y otros.
Marcelino había
venido de Nogoyá, adonde vivió desde adolescente hasta casi los treinta años.
Allí ejerció la profesión, como también
en Victoria y Gualeguay (además de Paraná adonde se jubiló como Secretario de
redacción de El Diario). Dio conferencias, participó en congresos y encuentros
de periodistas. Fundó e integró la
Comisión del Círculo de Periodistas, lugar donde desempeñó
una tarea gremial comprometida con su pensamiento.
Sus primeros
libros de poesía tienen (en opinión de Ruiz, que comparto) más vuelo literario
que los últimos. En todos está –explícita- la palabra de un poeta preocupado
por ser vocero de las necesidades sociales de la gente común, por denunciar los
atropellos. Los describe, los nombra con nombre y apellido, hace versos a los
trabajos, a los barrios, las diversiones, las costumbres, las
necesidades…También ironiza y hasta ridiculiza a personajes contrarios a los
intereses populares (sobre todo en la última época).
Ruiz dice que
Marcelino fue ‘hombre de pueblo en todo el sentido de la palabra y trasmitió
con ingenua facilidad la brega y la esperanza, la diaria batalla del hombre’
(Entre Ríos cantada).
Varias de estas
poesías han sido musicalizadas por Migue Martínez (el Zurdo). En el CD ‘Paranaseando’,
el Zurdo pone sus acordes de guitarra y voz a ‘Canción matinal’, ‘El silencio
del rancho’, ‘Una carrera en Antelo’.
Párrafo aparte
merece la obra en prosa, la investigación acabada, profunda, valiente a
propósito del folklore, de los payadores, los copleros, las costumbres
populares. La medicina popular, la recreación, todo ha sido investigado,
revisado, sistematizado. Los textos ‘Itinerario del Payador’ y antes ‘Sentido y
alcance de los estudios folklóricos’ exceden los límites nacionales; es el
hombre de América, sus necesidades, intereses y valores lo que están presentes
en todas las líneas de trabajo de Román”.
De “Tierra y
gente”, una invitación al poeta: “Don Crisólito Pérez: Sin revés y de una
pieza, / siempre entero y parejito / por añares y mudanzas / y desparejos
caminos; / dándole changüí a la vida, / viviendo como al descuido; / mano
abierta en todo trance, / alma y corazón lo mismo, / aunque se halle con
extraños / él está con sus amigos, / que es un fogón de amistad / para todos
encendido. / No le echa llave a su pecho / como tampoco a su cinto. / Pesos que
van a sus manos / a cuenta de sacrificio, / los suelta al viento a volar / como
libres pajaritos, / para que no se resientan / de estar quietos y oprimidos. /
Plata que es puro trabajo / porque no es plata de rico, / se va como
chacoteando / hasta no quedar ni cinco, / pues no puede ni guardar / monedas en
el bolsillo: / no anda gustoso con ellas, / son frías y le dan frío. / Y al fin
y al cabo la plata / debe cumplir su destino, / agua que debe correr / porque
correr es su oficio; / pues que sin pena se vaya / aunque con dolores vino. /
Después: volver al rigor; / hacer de nuevo el ovillo; / dejar disparar los días
/ y de atrás largar el pingo. / Acampar donde se ofrezca, / para eso es hombre
aguerrido, / capaz de parar la bandera / donde lo agarre el destino. / Tan sólo
quiere vivir / de acuerdo consigo mismo. / Poquitas palabras suyas / pintan su
retrato vivo: / ‘¡Yo no he parido la plata / para tenerle cariño!’”.
En esta búsqueda
de las señales que hacen a la memoria de Marcelino Román, tuve la suerte de
preguntar sobre el poeta a Tuky Carboni, poeta y memoria generosa de su
Gualeguay. Tuky me dijo que ella no lo había conocido, pero guardaba una historia
que refería a Román. Grabador en mano, escuché el relato mínimo. Podría el
poeta agregar al relato por amanecer: “Buscaba algo entre unas matas / en lo
cerca de un ombú. / Apenas le robé un beso / se escabulló como luz.” (Camambú).
Tuky dijo: “Marcelino vivió un tiempo en Gualeguay. En esa época, Emma
Barrandéguy venía muy seguido porque estaba enferma su mamá. Parece que Román
se enamoró de Emma, y quiso entablar una relación. Insistió muchas veces y ella
le dijo que no. Cuando se dio cuenta de que ella no le iba a llevar el apunte,
ahí se fue de Gualeguay. Yo le pregunté a Emma por qué ‘no’, me pareció que dos
poetas podían andar muy bien. Emma me contestó que dijo que no: ‘porque él iba
muy en serio’. Creo recordar que él no era separado, era viudo, después tuvo
otra mujer, yo conocí a una hija. Emma me dijo que él iba en serio: que quería
casamiento, y ella no. No conocí a Román, pero tengo la opinión de mucha gente:
Román era un hombre muy sencillo, muy agradable, y muy especial, era un
autodidacta, y también he escuchado a popes literarios despreciarlo porque no
tenía formación académica”.
Hasta aquí esta
primera memoria de Marcelino Román, poeta, escritor, periodista, testigo de su
tierra: Entre Ríos.
Falleció en Paraná el 10 de mayo de 1981.
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