domingo, 13 de abril de 2014

En la ruta de Marcelino Román, poeta



La primera vez que supe de la existencia del poeta Marcelino Román, fue a través del relato de Aron Jajan: memorioso de Gualeguay. La aparición de Román pertenecía al rescate de los días del café Murugarren. Jajan me dijo: “Sin ninguna duda que Juan L. Ortiz, Carlos Mastronardi, Chacho Manauta, fueron al Murugarren. Recuerdo a Marcelino Román, un escritor que vivió en Gualeguay mientras trabajaba para el diario ‘El Día’”. Dicho diario fue fundado en 1935, y además fue difusora. La segunda noticia vino de la mano de mi amigo poeta: Rubén Derlis, que desde Buenos Aires me hablaba de Marcelino, a quien había conocido personalmente. Y a través del poeta Derlis entré en contacto con la licenciada en letras Silvia Rodríguez Paz, nacida en Nogoyá y habitante de Paraná, que también guardaba memoria de Román. Sobre el poeta también recibí información de mano de Roberto Romani a través de su último libro: “Hermanos de patria y cielo”: “En Victoria, el 2 de junio de 1908, nació Marcelino Román, hijo de don Leonardo y de Jacinta Muñoz. Estudió en la Escuela Nº 15 de Antelo. Fue peón de campo y alambrador, antes que sus inquietudes periodísticas lo llevaran a las redacciones de la madrugada en Nogoyá, Victoria, Gualeguay y Paraná”. Leí una nota de Marcelo Leites, en ella afirma sobre su obra: “La obra de Román supone un verdadero estudio antropológico de las raíces de nuestros pueblos. Ya sea su prosa como su poesía,  son un muestrario cabal de algunas de nuestras costumbres y ritos más ancestrales. Aparece la tierra, los que sufren y cantan, los marginales, los indígenas y los gauchos”.
En su libro “Tierra y gente” (1943), que publica en su último número la revista “El tren zonal”, quedan manifiestos sus intereses, sus ideales. La libertad: “Callada gloria de sentirse libre, / alegre con el alma en todas partes, / camarada del viento y de los pájaros / con la emoción de todos los paisajes.” (Alas al viento); la memoria: “Los recuerdos se me prenden / hasta que me hacen sangrar, / y adrede si ellos se duermen / yo los hago despertar.” (La culpa y los recuerdos); el amor al paisaje: “Las tucas jugando, mira / cómo andan / de adorno por la sombra, / pimpollos de luz con alas.” (Nochecita); las injusticias para con la gente: “Estoy viendo en esta guerra / que hacen para progresar, / lo que hicieron con el indio / que debían civilizar.” (Cantares montieleros); “La tierra nos esclaviza, / mas de ella no viene el mal / sino de los enredistas / que cosechan sin sembrar.” (Cantar del agricultor).
La licenciada en letras Silvia Rodríguez Paz hace memoria: “Conocí a Marcelino. Un personaje entrañable. Más que necesario, imprescindible su voz. En realidad mi frecuentación con él fue breve, en algunas mesas del Flamingo y del Japonés, en reuniones informales de escritores a las que yo -jovencita y audaz- solía colarme. Lamentablemente murió pronto y sus últimos años coincidieron con los atroces de la dictadura que nos recluyó más o menos a todos. Particularmente, lo leí detenidamente después, sobre todo en sus escritos de investigación folklórica”.
Quise saber de los cafés y los escritores en Paraná: “El Flamingo es el emblemático bar de Urquiza y San Martín que hoy por hoy -si bien sobrevive con el mismo nombre- nada tiene que ver con el de esos tiempos. El Japonés o Bar Japón estaba unos metros más allá, sobre Urquiza. Estos lugares (a los que yo iba) eran de la década del 70; en realidad los boliches ‘grossos’ de los poetas que hemos nombrado eran (por los años 30 y 40) el Sparta (después Olimpia) y el Atenas, en este último había un sector adonde ellos (los poetas) se reunían habitualmente y que se indicaba con un cartelito que lo señalaba como ‘Vinos a la izquierda’. Allí se reunían, a la salida del trabajo en el Profesorado (Carlos María Onetti, Oscar Cortés Conde, llegados a Paraná y aportando nuevo impulso a la vida literaria local) y de la redacción de El Diario (que estaba al lado) venían Marcelino Román, Amaro Villanueva y otros. También concurrían al Atenas algunos alumnos de Castellano y Literatura, como Antonio Rubén Turi (un grande, un inmenso lingüista no reconocido cabalmente a mi modo de ver), Alfonso Sola González y Carlos Álvarez. Por cierto que estos nombres no fueron permanentes durante todos estos años. Hubo idas y venidas, sobre todo en el caso de Marcelino que  ha de haber ‘andado’ recorriendo redacciones de periódicos por Gualeguay y/o Victoria al tiempo que estaba radicado acá”. El recuerdo de Román: “No fueron muchos mis encuentros con él. Era mayor por los fines de los años sesenta. Yo, estudiante del profesorado (lugar adonde no se hablaba de literatura provincial ni regional y, tal vez por eso, yo no despreciaba ocasión de ‘sacar el jugo’ a las ocasiones de frecuentar a poetas y escritores locales). Tiempo después Marcelino ya estaba enfermo y había venido un tiempo histórico muy lejano a lo poético...  Me acuerdo que usaba siempre un poncho criollo en su hombro, tengo presente la voz grave y una gran ternura en la expresión; se dirigía a los muchachos con un ‘Hermanito...’, todos lo respetábamos profundamente. Era llano en el decir, muy llano, muy entrerriano (creo recordar que en uno de los libros primeros adjunta referencias a su léxico regional) y muy profundo. Un tipazo”. Silvia acompaña la memoria emotiva con el siguiente texto: “Luis Alberto Ruiz (escritor él, historiador de la literatura entrerriana) habla de la ‘Generación de Paraná’ y en la misma ubica a Román. Junto a Reinaldo Ros (entrañable exégeta de las islas, del Delta entrerriano, su flora, su vida…), Martinez Howard, Sola González (poeta inmenso), Carlos Alberto Álvarez (paranaense por adopción), Amaro Villanueva (venido de Gualeguay), Juan L. Ortiz y otros se reunían en lugares diversos, generalmente bares, durante los finales años treinta y los cuarenta.
El término ‘generación’ es amplio en el caso de la de Paraná. No se refiere a una uniformidad en edades ni en fechas de publicaciones. Fueron varios grupos de intelectuales que se conformaron alrededor de cuestiones intelectuales, sociales, políticas. También frecuentó esos lugares un muy joven Luis Sadi Grosso, José María Díaz y otros.
Marcelino había venido de Nogoyá, adonde vivió desde adolescente hasta casi los treinta años. Allí ejerció la profesión, como  también en Victoria y Gualeguay (además de Paraná adonde se jubiló como Secretario de redacción de El Diario). Dio conferencias, participó en congresos y encuentros de periodistas. Fundó e integró la Comisión del Círculo de Periodistas, lugar donde desempeñó una tarea gremial comprometida con su pensamiento.
Sus primeros libros de poesía tienen (en opinión de Ruiz, que comparto) más vuelo literario que los últimos. En todos está –explícita- la palabra de un poeta preocupado por ser vocero de las necesidades sociales de la gente común, por denunciar los atropellos. Los describe, los nombra con nombre y apellido, hace versos a los trabajos, a los barrios, las diversiones, las costumbres, las necesidades…También ironiza y hasta ridiculiza a personajes contrarios a los intereses populares (sobre todo en la última época).
Ruiz dice que Marcelino fue ‘hombre de pueblo en todo el sentido de la palabra y trasmitió con ingenua facilidad la brega y la esperanza, la diaria batalla del hombre’ (Entre Ríos cantada).
Varias de estas poesías han sido musicalizadas por Migue Martínez (el Zurdo). En el CD ‘Paranaseando’, el Zurdo pone sus acordes de guitarra y voz a ‘Canción matinal’, ‘El silencio del rancho’, ‘Una carrera en Antelo’.
Párrafo aparte merece la obra en prosa, la investigación acabada, profunda, valiente a propósito del folklore, de los payadores, los copleros, las costumbres populares. La medicina popular, la recreación, todo ha sido investigado, revisado, sistematizado. Los textos ‘Itinerario del Payador’ y antes ‘Sentido y alcance de los estudios folklóricos’ exceden los límites nacionales; es el hombre de América, sus necesidades, intereses y valores lo que están presentes en todas las líneas de trabajo de Román”.
De “Tierra y gente”, una invitación al poeta: “Don Crisólito Pérez: Sin revés y de una pieza, / siempre entero y parejito / por añares y mudanzas / y desparejos caminos; / dándole changüí a la vida, / viviendo como al descuido; / mano abierta en todo trance, / alma y corazón lo mismo, / aunque se halle con extraños / él está con sus amigos, / que es un fogón de amistad / para todos encendido. / No le echa llave a su pecho / como tampoco a su cinto. / Pesos que van a sus manos / a cuenta de sacrificio, / los suelta al viento a volar / como libres pajaritos, / para que no se resientan / de estar quietos y oprimidos. / Plata que es puro trabajo / porque no es plata de rico, / se va como chacoteando / hasta no quedar ni cinco, / pues no puede ni guardar / monedas en el bolsillo: / no anda gustoso con ellas, / son frías y le dan frío. / Y al fin y al cabo la plata / debe cumplir su destino, / agua que debe correr / porque correr es su oficio; / pues que sin pena se vaya / aunque con dolores vino. / Después: volver al rigor; / hacer de nuevo el ovillo; / dejar disparar los días / y de atrás largar el pingo. / Acampar donde se ofrezca, / para eso es hombre aguerrido, / capaz de parar la bandera / donde lo agarre el destino. / Tan sólo quiere vivir / de acuerdo consigo mismo. / Poquitas palabras suyas / pintan su retrato vivo: / ‘¡Yo no he parido la plata / para tenerle cariño!’”.
En esta búsqueda de las señales que hacen a la memoria de Marcelino Román, tuve la suerte de preguntar sobre el poeta a Tuky Carboni, poeta y memoria generosa de su Gualeguay. Tuky me dijo que ella no lo había conocido, pero guardaba una historia que refería a Román. Grabador en mano, escuché el relato mínimo. Podría el poeta agregar al relato por amanecer: “Buscaba algo entre unas matas / en lo cerca de un ombú. / Apenas le robé un beso / se escabulló como luz.” (Camambú). Tuky dijo: “Marcelino vivió un tiempo en Gualeguay. En esa época, Emma Barrandéguy venía muy seguido porque estaba enferma su mamá. Parece que Román se enamoró de Emma, y quiso entablar una relación. Insistió muchas veces y ella le dijo que no. Cuando se dio cuenta de que ella no le iba a llevar el apunte, ahí se fue de Gualeguay. Yo le pregunté a Emma por qué ‘no’, me pareció que dos poetas podían andar muy bien. Emma me contestó que dijo que no: ‘porque él iba muy en serio’. Creo recordar que él no era separado, era viudo, después tuvo otra mujer, yo conocí a una hija. Emma me dijo que él iba en serio: que quería casamiento, y ella no. No conocí a Román, pero tengo la opinión de mucha gente: Román era un hombre muy sencillo, muy agradable, y muy especial, era un autodidacta, y también he escuchado a popes literarios despreciarlo porque no tenía formación académica”.
Hasta aquí esta primera memoria de Marcelino Román, poeta, escritor, periodista, testigo de su tierra: Entre Ríos.
Falleció en Paraná el 10 de mayo de 1981.

No hay comentarios:

Publicar un comentario