La poeta Tuky
Carboni es de andar convidando con sus lecturas. Ocurre con cada lector
apasionado: invita, sugiere, entreabre el misterio con un nombre, unas líneas o
un juicio categórico de dos palabras. Esta lectora que gusta de compartir
nombró un poeta: Alfonso Sola González. Enseguida me ofreció los libros de su
biblioteca: “Elegías de San Miguel” y “Cantos a la noche”. Acepté. Conocí
entonces parte de la obra del notable poeta entrerriano, pero en “Cantos a la noche”
mi pensamiento quedó atrapado en un poema: “A Reynaldo Ros, poeta muerto”. De
esta manera un poeta que no conocía me llevó hasta otro desconocido. ¿Quién fue
Reynaldo?, me dije, e inicié la búsqueda.
Reynaldo Ros |
Reynaldo Ros es
el seudónimo de Reinaldo Dardo Rosillo. Nació en Paraná el 24 de agosto de 1907
y murió en esa misma ciudad el 22 de octubre de 1954. Ros perteneció a la Generación del 40. Fue
parte de los grupos “Vértice”, “El Camello”, “El Grillo”. Compartió el cielo de
variadas tertulias con muchos poetas, en especial con Juan Laurentino Ortiz,
Alfonso Sola González y Alfredo Martínez Howard. La profesora Silvia Rodríguez
Paz afirma: “Es un poeta típicamente isleño; sus versos están llenos de luz, de
vibraciones, de sutilezas. Lugareños y poeta conviven con libertad absoluta
entre animales y árboles, rodeados de sonidos y brincos, en fidelidad y
armonía. Todo es lirismo que no por ello olvida el señalamiento al ‘dolor de
los pueblos tristes’, y celebra el lugar que habita desde el cual pretende que
se irradien ‘las mieses que el mundo nos reclama’”. Ros fue además autor de
poemas para niños. Vivió su vida de poeta entre el trajinar de la palabra sensible
y el trabajo forestal realizado en las islas del Delta. Sus libros son: “La
huerta azul”, y luego de su muerte “Islas en la lluvia”, editado por la Universidad Nacional
de Entre Ríos. “La huerta azul” se construye a partir de una mirada a su
infancia a través de textos de prosa poética. El resto de su obra se hallaba
dispersa en distintas publicaciones, o en poder de familiares o amigos del
poeta. Luis Sadi Grosso fue en encargado de realizar el trabajo de
investigación y recolección de dicho material. El encargo fue de la Universidad. Se
formó así el “Archivo Reynaldo Ros” que puede ser consultado en la Biblioteca del
Rectorado de la institución. A partir de este trabajo se publicó “Islas en la
lluvia” (1990), que contiene poesía y prosa. El poeta fue hasta tercer grado de
la escuela primaria. Su formación: autodidacta, sobre ella dijo Juan L. Ortiz:
“sencilla pero rigurosa”.
A continuación,
su poema: “Islas en la lluvia”: “Las hojas, temblando, / Entre el garuar que
las empapa, / Ya se despiden de los álamos, / Ya doran el vuelo de las ráfagas.
/ Mientras reina la lluvia, / Las horas délticas se alargan; / Y hay brazos
entumidos / Y hay herramienta arrinconada. / Vuelca y vuelca de lo alto / Del
hombro húmedo sus ánforas / La lluvia que, agrisándose, / Llega a borrar del
panorama, / Árboles, casas, naves, ríos... / ¡La lluvia, de pie sobre las
aguas!... // En los hogares, gente fuerte, / Hombres de varias razas, / Sorben
café, mate o ginebra; / Fuman y charlan / De frutas, mimbres y maderas; / De
hormigas, mareas y borrascas, / Y junto al fuego, las mujeres / Preparan
mermeladas, / O secan blusas de trabajo / Colgándolas ante la hormalla, / O
peinan a sus niños / Y, sentaditos en las faldas / Los niños, ángeles de
huerto, / Saborean manzanas. / Y cuando entonan las mujeres / Una canción honda
y nostálgica / Murmullos hay de bosque y lluvia / De allende el mar, en lo que
cantan. / Entonces estos pobladores / Recuerdan las comarcas / Remotas donde
fue su cuna, / Ya en Europa, ya en Asia. // Se duelen de los pueblos tristes, /
Desde esta tierra americana / Donde en paz luchan por la vida, / Donde el pan
no les falta. / Y anhelan que otros inmigrantes / De manos útiles cuanto
ásperas, / Dilaten los plantíos / Aquí en estas islas y que vayan / También
poblando tierra firme / Con más colonias, con más granjas / Y leguas y más
leguas doren / Las mieses que el mundo nos reclama”.
Cuando murió el
poeta Hugo Ditaranto, uno de mis maestros, escribí: “Cuando muere un poeta el
día se quiebra, pierde presente y se hace memoria de las palabras escritas, y
de lo compartido. El día no vuelve a ser lo que era o lo que podía ser, uno
sigue haciendo como que el universo sigue su curso, pero no, porque
sencillamente ha muerto un poeta”. Reynaldo Ros murió, y entonces apareció,
inevitable, el impulso de escribir en su amigo poeta: Sola González.
Alfonso Sola González |
Sola
González nació en Paraná en 1917 y falleció
en Mendoza en 1975. Dijo de su obra el poeta y escritor León Benarós: “Poesía
de alta dignidad, de continuo decoro, participa de una cierta exaltación
vigilada, de una tesitura clásica que entona y purifica el ímpetu de sus
impulsos románticos”. Sus libros: “La casa muerta”, “Cantos para el
atardecer de una diosa” y los ya citados. A continuación “A Reynaldo Ros, poeta
muerto”. “Y a solas con las aguas / queda mi juventud”. R. Ros: “No te verán
las frutas otra vez. Ni el verano / de las islas que ordena el Ibicuy. Ni el
aire. // Lejos estaba yo en mi largo destierro; / mis ojos no te vieron en ese
ocaso último. / sólo podré mirar algún día tu piedra / en un ocioso cementerio
y el arroyo / que pasa entre los muertos como un ángel. // Ni la victoria regia
será de ti el regalo, / ni los frutos que ofrecen los fuegos litorales, / ni el
peso de la vida que mirábamos juntos, / ni el verso que traías en tus oscuras
manos / diciendo que eran bellos el día o la pobreza. // No son los ríos los
que mueren. Somos / apenas sueño junto a un río eterno / que arrastra tardes
victoriosas, luces / apasionadas entre lentos barcos. // Detrás de la
Isla Puente tus manos prodigiosas / no
enseñarán ya nunca / el esperado paso del azul camalote / y la vieja madera de
un bote andará sola / sobre el agua de siempre, entre las voces / de los que te
quisimos, Reynaldo, y te llamamos / cuando la muerte cruza las pacíficas islas”.
Pero en mi
búsqueda llegué a otras noticias, sucedió que encontré los versos de otros
amigos que también despidieron a Ros. Apareció el poema de Alfredo
Martínez Howard, que nació en Paraná en 1910 y falleció en “La Serranita”, Córdoba, en
1968. En 1940 dirigió el diario “La Calle” de Concepción
del Uruguay. Vivió en Buenos Aires en distintas épocas, y colaboró en revistas
y medios periodísticos de la
Capital. A su regreso a Paraná, se integró a la bohemia de la
ciudad, compartió noches de palabrero con hermanos poetas. Dice Marta
Zamarrita: “La palabra poética de Martínez Howard nos invade con su mágica iluminación
de la penumbra, con su ardiente diafanidad y con los bellos seres que pueblan
un mundo mítico de ausencias y de adioses al que acuden presencias que ya no
son de este mundo, las preciosas nieblas donde caduca el polen de la vida y una
voz –acaso la más honda– dice la palabra permanente: trigo, tierra, esperanza,
hierro, ciudad natal”. Algunos de sus libros: “Presencia por el aire”, “La heredad”, “Libro de ausencias y
adioses”. “Eco y espejo” apareció después de su muerte. Aquí el poema a su
amigo: “Preguntas al poeta Reynaldo Ros”: “¿Cómo explicarme ahora tu muerte / sino cual
la obediencia al deseo de alguien / tú, que todo lo consentías sin recompensa,
/ que eras como un ademán del sí, de los perdones, / de las entregas sin cesar
más allá de tu orgullo? / ¿Qué te pidió que muriera? / ¿Te llamó la heroína de
la huerta azul, / un lejano recuerdo, o simplemente / quisiste obedecer a un
capricho de tu alma / enamorada de las locuras, fundadora hoy / de una isla
rodeada -no de lágrimas- / no de celestes aguas, de una isla / en medio de lo
inmenso de tu sufrida soledad / litoral de unas fuentes oscuras o doradas, / de
unos pálidos ríos afluentes de tu sueño / como las inasibles cabelleras / de
las adolescentes que amaban tus silencios? // ¿Cómo pudo cansarse tu corazón
para nosotros? / ¿Era tan grande su derrota / que se olvidó de un latido para
nuestra tristeza, / un culpable latido que venciera a la muerte? // ¿Es que ya
no creías tampoco en nuestra lágrima? / ¿Y los pequeños sin tu canción? ¿Y los
sauces / sin tu mirada larga, y el poema / que le llevabas a la ciudad, a los
jardines, / remando desde el anillo de las islas? ¿Y las aguas / no con tu
juventud únicamente / con la hermosura de tu voz a solas? // ¿Y las gargantas
que aromabas / con silvestres collares de color / de oro los montes? ¿Y tu
amor, / tu inmenso amor amargo por muchachas angélicas / que como solamente las
besaron tus sueños / pasan sobre tus versos como hechizadas sombras / bajo el
temblor de un halo de deseos y lágrimas?
Juan Laurentino Ortiz |
Hallé un tercer
poema dedicado al amigo poeta Ros. Su autor: Juan L. Ortiz, que nació en Puerto Ruiz en 1896
y murió en Paraná en 1978. Vivió la bohemia de Buenos Aires en los años 20,
pero enseguida volvió a su lugar en el mundo: Entre Ríos. Algunos de sus
libros: “El agua y la noche”, “El alba sube”, “La rama hacia el
este”, “El álamo y el viento”, “La mano infinita”, “El aire conmovido”. José Gola afirmó: “La
materia en donde Ortiz imprime sus gestos es el lenguaje, el campo donde
desliza su palabra, la memoria. La estructura de sus poemas nace de un silencio
anterior a la palabra, crece apoyada sobre él y su desarrollo origina lo que en
definitiva será su forma. Cada verso es un avance hacia lo desconocido y en
esta marcha surgen palabras y recuerdos, situaciones e ideas imprevisibles en
el comienzo. Quiero decir que es nadando en el líquido maleable e indefinido
del lenguaje donde Ortiz descubre la modalidad de sus estructuras poéticas
[...] Sus palabras ascienden y descienden, giran y se queman alcanzadas siempre
por los ardores de un viento total”. El poema: “Junto a la tumba de
Reynaldo Ros” pertenece a “El junco y la corriente” (1970): “Salía siempre, o
casi siempre, salía él, lo mismo que el aire / del sauce… / Salía como las
mojarritas / del sauce… / Y ahora estaría él en la otra orilla del aire / o del
sauce… / Qué oídos, pues, ahora, qué oídos / para oír, todavía, por encima del
frío, a aquellas hojas / del cielo? / Mas su maravilla ha de abrir,
fluctuantemente, allá también, las campanillas / que no se miran… / y ha de
fluir asimismo / las ondas sin río… / Y acaso, su piragua, por qué no? Ha de
darse en detallar / un Delta sin isla / y que él ha de ir alzando, alzando, con
unos álamos sin huso, / al hilado de los serafines…”.
Los días tienen
una senda mágica que permite, en determinados momentos, el encuentro, la
aparición de señales y nexos: puentes subterráneos con ríos como cielos. La
maravilla amanece cuando esto ocurre en el mundo de los hombres palabreros: anécdotas
de respiración oral o escrita que hacen la memoria del trabajo en un oficio
para cuores sensibles y valientes. La escritura no es para cualquiera. Desde
las sombras del tiempo brotan los poemas para el amigo muerto. Tuky me presentó
otro hombre de palabras, sueños y memoria. Por suerte, la gente que recomienda
un poeta, nunca llega sola.
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