Festejo cada vez
que la vida me permite encontrar a un hombre que piensa: que analiza su aldea,
sus habitantes y los días que forman la historia cotidiana. Pipo Etulain
aparecía entre mis notas en determinados lugares: siempre en relación a
artistas que vivieron en esta ciudad. Yo no sabía que, a un puñado de cuadras
de mi casa, vive un filósofo que gusta de hablar desde el mismísimo llano,
porque Etulain no cree en ninguna clase dioses ni adelantados. Simplemente hace
de su pensamiento una forma de vida, una parada ética no negociable, y entonces
quizá sí, el que lo escucha, lo ubica en otra órbita: él anda de ronda alejado
del barullo que domina el aire de estos tiempos. La mirada de estos hombres
primero está enfocada hacia ellos mismos: a cada momento intentan descubrirse:
en errores, en conveniencias, en victorias: en la totalidad del paisaje
devenido de la condición humana. No es esto un gesto de egoísmo, sino de
respeto por los demás, porque después, su mirada, de manera inevitable, dirigirá
su sed hacia el mundo que a su alrededor respira.
Encontrarse con Pipo
Etulain es tener la suerte de hallar un sabihondo de café en Buenos Aires.
Llegué a conocer a alguno, son una especie en extinción: cultura, experiencia
de vida, una mirada atenta a los días, poder de reflexión, y tiempo para
charlar, para transmitir el chamuyo sabihondo como al pasar, sin saturar al que
escucha: porque el que sabe, respeta. Me viene a la memoria Ricardo “El Profe”
De Biasse, que daba cátedra, en medio del humo de su pipa, en el café Margot de
Boedo. Hay en Pipo una sintonía poético-filosófica un tanto desencantada de la
vida. Una especie de tristismo existencial nacido de la contemplación de una
realidad en la que no se halla. Habla pausado, busca la palabra, la idea, se
detiene, toma un trago de vino, enciende un cigarrillo, disfruta de la bondad
de la palabra con sustancia, porque además practica el arte de escuchar al otro.
Llegué hasta él
a través del amigo Deolindo Romero, una de las personas que nombra a Etulain
con admiración. Son amigos desde los 7 años: hoy habitan los aires de los 70.
Los tres estamos
sentados alrededor de la mesa del comedor. En la casa de Pipo la luz es tenue.
Se escucha el ladrido de un perro en el patio.
Pipo Etulain coloca
su centro de atención en la existencia del hombre: sus bondades y sus miserias:
“Nadie se salva de la condición humana. Ya lo dijo Violeta Parra: ‘Cambia, todo
cambia’. Me da la impresión de que cada uno deberá, en principio, tratar de
mostrar su tendencia, no digo la verdad, porque hemos llegado con un filósofo
amigo, Deolindo (se ríen), a la idea de que la perfección es la imperfección
misma. No digo que ‘todo’ sea así, no soy entusiasta de los absolutos”.
Ejemplifica: “Cuando pasan los años vas pensando distinto, y por ahí ves las
cosas de otro modo, porque sentís pena por vos, porque encontrás que tenés los
mismos años que tuvo la abuela. Creo que hay egoísmo, lo hacemos para
justificarnos, vemos que aquello no era tan así, para que no sea así con nosotros.
Esto no está bien, pero no tenemos otra cosa. Es parte de la imperfección”.
En referencia a
la memoria, Pipo afirma: “Cuando uno sabe: emite opiniones, cuando no sabe:
pareceres, por eso muchas veces aclaro: me parece”. Remarca: “El valor del que
estuvo ahí y no se la contaron”. Más allá de este juicio referido a la
existencia de un cronista ideal, alienta el registro de la memoria y acepta la
necesaria imperfección que contiene cada intento, coincide en que peor es la
ausencia.
Etulain es
sobrino del artista plástico Roberto “Cachete” González, de quien guarda sentida
memoria: “El tío Cachete era un poco mitómano, pero no le hacía mal a nadie. Yo
era un ‘hurguete’, quería saber todo, ‘¿Para qué lo habré escuchado? / Si era
la voz del Mandinga’, escribió Atahualpa, y entonces me fui dando cuenta de que
lo que decía no podía ser. Le pasaban cosas, y yo creo que él no sabía que
mentía. Pasaba algo y él lo adornaba, yo diría que siempre mejoró el cuento. Era
imaginativo, astuto, pícaro, y malo, porque si no tenés algo de mala persona,
vos (Deolindo) me lo dijiste una vez: el que no conoce la noche no puede
conocer el día… también lo dice, de otra forma, mi amigo Federico Nietzsche… para
entender las historias de los hombres hay que saber escuchar al otro, interpretarlo,
no tomar lo que dice al pie de la letra, eso es para el periodista que me
transmite una información, porque además con él no estoy tomando un vinito ni
picando una galleta, ese debe cumplir con su trabajo y hacerlo bien… Cachete
era malo, la condición humana, y esto lo tenemos todos, lo que pasa es que en
el artista todo se agudiza: puede chocar más fuerte con la sociedad, puede descuidar
peor a los suyos”. Pipo habla de su tío con una mezcla de amor y de dolor, hay
tormenta sangre adentro mientras busca recuerdos y elige las palabras: “El tío Cachete
fue una persona que nunca pudo superar la pobreza, quizá nosotros tampoco, pero
por ahí te da una posibilidad. La pobreza te marca, él la pasó mal, yo también,
y sí te digo algo: él vivió toda la vida de su pintura”. Se aleja de Cachete
montado en otras reflexiones, Pipo piensa tanto como respira, pero vuelve sobre
el tío, lo busca, se encuentran, regresan: “Con el tío Cachete anduvimos mal un
tiempo porque él pensó que yo iba a ser siempre el pibe. Cuando se iba a Buenos
Aires, yo era un chico de 8, 9 años. Lo acompañaba a la estación del tren y
cuando él se iba, yo, muchas veces, lloraba. Me siento orgulloso de eso. Un día
dijo: ‘Pero m’hijo, yo no me voy a la guerra’. Le dije: Pero tío, te vas. Tenía
una afinidad con él. Era a la única persona que acompañaba. Ahora me doy cuenta
que posiblemente lo ponía mal a él también. Me quedaba sentado en unos
banquitos que estaban donde ahora está la Solís, la locomotora. Nuestra relación fue
siempre muy buena hasta mis 19, 20 años. Me daba la sensación de que él creía
que yo seguía siendo ese pibe de la estación. Mi aprecio por él era el mismo,
pero encontraba diferencias. Veía que las historias no cerraban, y yo, en aquel
tiempo, creía en la verdad. Él embellecía los cuentos, los redondeaba. Viví un
tiempo con él, a mis 27 años, frente a Parque Centenario, en Buenos Aires”. Etulain
cuestiona ciertas maneras de su tío: cómo administraba el dinero que tanto le
costaba ganar: todavía recuerda asombrado el departamento en el octavo piso
frente al parque: “Tenía un piso completo para él, yo nunca viví en un lugar
así”; y asegura que “Los próceres no existen, no existieron nunca, hubo hombres
mejores, y otros no tanto”.
Cuando hay vida,
pensamiento, criterio, como es el caso de Pipo, cómo no ser crítico, ácido, con
estos tiempos. Por ejemplo le molesta la mediocridad del profesional que lo
informa: “A ese le exijo, porque para eso son lo que son y cobran lo que
cobran”. Piensa y, como si se viera en acción, recuerda: “Estoy un poco al
acecho, lo mío debe ser algo de resentimiento social. Derlis Maddonni me lo
dijo un día: Sos un resentido… Pero Derlis, le dije: Qué otra cosa puedo ser. Se
quedó pensando, no dijo nada más”. Hablamos de encajar o no en este mundo: “Yo
no encajé nunca, ya lo dice el tango ‘Las cuarenta’ (de Roberto Grela/Francisco
Gorrindo, 1937: ‘Aprendí que en esta vida hay que llorar si
otros lloran / y, si la murga se ríe, hay que saberse reír; / no pensar ni
equivocado... ¡Para qué, si igual se vive! / ¡Y además corrés el riesgo de que
te bauticen gil!)”. Pipo recordó la línea fundamental: ‘no pensar ni equivocado’,
porque él va en contrario: por sobre todas las historias: el pensamiento.
Tuvo un recuerdo
para otro artista: “El negro Antonio Castro fue para mí el más grande. Si me
habrá querido dar pinturas, dibujos. Yo tenía un taller muy humilde de
carpintería, y él se quedaba pintando, yo lo vigilaba, y en una hora te hacía
tres cuadros, uno arriba del otro. Yo les enmarcaba a todos. Al Negro le hablabas
de Van Gogh, de Gauguin, de cualquiera, y él sabía. Siempre perfil bajo, al que
más quise fue a Castro, y cuando murió fui al velatorio porque sentía que debía
ir. Yo no soy de ir a cumplir, y tampoco de ir a mirar un cadáver”.
El pasado se
engancha al presente, Pipo es memoria de Gualeguay: “Yo estaba ahí cuando
enlazaron el busto de Evita, algo totalmente despreciable, y lo arrastraron
alrededor de la plaza. De Atila para acá, lo que cambió son las formas. Hay
cosas que hoy día no me causan repulsión, pero te diría que me dan pena,
escuchar, ver, vos me dirás ¿quién sos vos para que te dé pena?, soy uno más. Por
lo que sé, en el origen, cuando se daba la mano era para mostrar que no tenías
puñal. Hoy tenés que pedir las dos manos”.
Etulain afirma que
hay realidades que no son demostrables científicamente, son sólo comprobables a
través de la poesía y la filosofía. Dice que hacer bien las cosas es respetarse
a uno mismo. Dice también que “Las leyes las hicieron los ricos para los ricos,
y cuando no les alcanza, agregan una interpretación. Esto mientras el rebaño va
tranquilo”. Avisa: “Hay una compaginación de la vida para que cada cosa llegue
en el momento y lugar adecuado, pero para poder captar lo nuevo es necesario
haber hecho camino antes, como, por ejemplo, haber tenido veinte años y pensar
que uno lo sabía todo”. Me aseguró que: “Cuando vos trabajás en lo que te gusta
y encontrás algo, eso es la felicidad”.
Recuerda:
“Cuando Maddonni estaba jodido, yo lo llamaba cada día y medio, y él me llamaba
a mí. Un día le digo: No sé de qué se trata, pero yo estoy en contra, me dice:
Eso lo dijo Unamuno. Le digo otra vez: Loco, el que conoce la aldea, Gualeguay,
en realidad conoce al mundo. Sí, ya lo dijo Tolstoi. Pero andá, engañame una
vez, siempre llego tarde, nos reímos… esa vanidad imbécil que tiene uno cuando
se complace de encontrar en otro el pensamiento que sostiene”.
Pipo Etulain se
considera un afortunado por haber sido amigo del plástico Derlis Maddonni. Fue
amigo además de Carlos Alberto Montella (el Negro), Carlos Ántola y Peruco
Correa.
Pipo Etulain y Peruco Correa |
Cuando la charla
llegaba a su fin, Pipo dejó su sillón de pensar y entonces tuve frente a mí a
un tipo que me llevaba por lo menos una cabeza: había sido alto el muchacho. Me
señaló un cuadrito que había apoyado sobre un mueble: “Ese cuadro es de
Montella, me lo dedicó, llevátelo”. Pensé que estaba escuchando mal. Él
insistió. Resistí la tentación de decir ‘Sí’ de inmediato. Lo traje a la luz.
El marco estaba hecho por Etulain. El dibujo de una mujer está dedicado “Para
Luis Alfredo” y es de julio del 95. Pipo me dijo: “Si tuve la suerte de ser
amigo del Negro, por qué no te puedo regalar su cuadro”. Caminé en la noche
rumbo a casa, feliz por el encuentro. Cambié pareceres con Deolindo. En mi mano
llevaba el cuadro.
El tío Cachete
invitó un amigo a Gualeguay: Jaime Dávalos. En ese mediodía del pasado Pipo lo escuchó
con atención y dio algún “parecer”. Jaime comentó: “Muchacho, tenés mucho para
decir”.
Y no se equivocó.Pipo Etulain (centro), a su izquierda: Pepo Petroff, primero a la izquierda: Eise Osman, primero a la derecha: Derlis Maddonni. |
Hola, ando buscando al Dr. Jorge Alberto Miguez Iñarra.
ResponderEliminarQuisiera saldar una deuda antes de que el tiempo siga pasando.
Muy agradecida
Tal vez Patricia Miguez Iñarra pueda ayudarme, veo una cantidad de gente con el mismo apellido y estimo que Gualeguay no es una ciudad tan populosa.
ResponderEliminarEl Dr. Jorge Alberto Miguez Iñarra parece que ha sido un importante médico legista, he leído sobre él en Internet. Hasta lo han premiado en un acto en noviembre de 2013 por sus 25 años de servicio y su jubilación.
Agradeceré datos sobre su persona en la actualidad