domingo, 30 de marzo de 2014

La mirada de Pipo Etulain



Festejo cada vez que la vida me permite encontrar a un hombre que piensa: que analiza su aldea, sus habitantes y los días que forman la historia cotidiana. Pipo Etulain aparecía entre mis notas en determinados lugares: siempre en relación a artistas que vivieron en esta ciudad. Yo no sabía que, a un puñado de cuadras de mi casa, vive un filósofo que gusta de hablar desde el mismísimo llano, porque Etulain no cree en ninguna clase dioses ni adelantados. Simplemente hace de su pensamiento una forma de vida, una parada ética no negociable, y entonces quizá sí, el que lo escucha, lo ubica en otra órbita: él anda de ronda alejado del barullo que domina el aire de estos tiempos. La mirada de estos hombres primero está enfocada hacia ellos mismos: a cada momento intentan descubrirse: en errores, en conveniencias, en victorias: en la totalidad del paisaje devenido de la condición humana. No es esto un gesto de egoísmo, sino de respeto por los demás, porque después, su mirada, de manera inevitable, dirigirá su sed hacia el mundo que a su alrededor respira.
Encontrarse con Pipo Etulain es tener la suerte de hallar un sabihondo de café en Buenos Aires. Llegué a conocer a alguno, son una especie en extinción: cultura, experiencia de vida, una mirada atenta a los días, poder de reflexión, y tiempo para charlar, para transmitir el chamuyo sabihondo como al pasar, sin saturar al que escucha: porque el que sabe, respeta. Me viene a la memoria Ricardo “El Profe” De Biasse, que daba cátedra, en medio del humo de su pipa, en el café Margot de Boedo. Hay en Pipo una sintonía poético-filosófica un tanto desencantada de la vida. Una especie de tristismo existencial nacido de la contemplación de una realidad en la que no se halla. Habla pausado, busca la palabra, la idea, se detiene, toma un trago de vino, enciende un cigarrillo, disfruta de la bondad de la palabra con sustancia, porque además practica el arte de escuchar al otro.
Llegué hasta él a través del amigo Deolindo Romero, una de las personas que nombra a Etulain con admiración. Son amigos desde los 7 años: hoy habitan los aires de los 70.
Los tres estamos sentados alrededor de la mesa del comedor. En la casa de Pipo la luz es tenue. Se escucha el ladrido de un perro en el patio.
Pipo Etulain coloca su centro de atención en la existencia del hombre: sus bondades y sus miserias: “Nadie se salva de la condición humana. Ya lo dijo Violeta Parra: ‘Cambia, todo cambia’. Me da la impresión de que cada uno deberá, en principio, tratar de mostrar su tendencia, no digo la verdad, porque hemos llegado con un filósofo amigo, Deolindo (se ríen), a la idea de que la perfección es la imperfección misma. No digo que ‘todo’ sea así, no soy entusiasta de los absolutos”. Ejemplifica: “Cuando pasan los años vas pensando distinto, y por ahí ves las cosas de otro modo, porque sentís pena por vos, porque encontrás que tenés los mismos años que tuvo la abuela. Creo que hay egoísmo, lo hacemos para justificarnos, vemos que aquello no era tan así, para que no sea así con nosotros. Esto no está bien, pero no tenemos otra cosa. Es parte de la imperfección”.
En referencia a la memoria, Pipo afirma: “Cuando uno sabe: emite opiniones, cuando no sabe: pareceres, por eso muchas veces aclaro: me parece”. Remarca: “El valor del que estuvo ahí y no se la contaron”. Más allá de este juicio referido a la existencia de un cronista ideal, alienta el registro de la memoria y acepta la necesaria imperfección que contiene cada intento, coincide en que peor es la ausencia.
Etulain es sobrino del artista plástico Roberto “Cachete” González, de quien guarda sentida memoria: “El tío Cachete era un poco mitómano, pero no le hacía mal a nadie. Yo era un ‘hurguete’, quería saber todo, ‘¿Para qué lo habré escuchado? / Si era la voz del Mandinga’, escribió Atahualpa, y entonces me fui dando cuenta de que lo que decía no podía ser. Le pasaban cosas, y yo creo que él no sabía que mentía. Pasaba algo y él lo adornaba, yo diría que siempre mejoró el cuento. Era imaginativo, astuto, pícaro, y malo, porque si no tenés algo de mala persona, vos (Deolindo) me lo dijiste una vez: el que no conoce la noche no puede conocer el día… también lo dice, de otra forma, mi amigo Federico Nietzsche… para entender las historias de los hombres hay que saber escuchar al otro, interpretarlo, no tomar lo que dice al pie de la letra, eso es para el periodista que me transmite una información, porque además con él no estoy tomando un vinito ni picando una galleta, ese debe cumplir con su trabajo y hacerlo bien… Cachete era malo, la condición humana, y esto lo tenemos todos, lo que pasa es que en el artista todo se agudiza: puede chocar más fuerte con la sociedad, puede descuidar peor a los suyos”. Pipo habla de su tío con una mezcla de amor y de dolor, hay tormenta sangre adentro mientras busca recuerdos y elige las palabras: “El tío Cachete fue una persona que nunca pudo superar la pobreza, quizá nosotros tampoco, pero por ahí te da una posibilidad. La pobreza te marca, él la pasó mal, yo también, y sí te digo algo: él vivió toda la vida de su pintura”. Se aleja de Cachete montado en otras reflexiones, Pipo piensa tanto como respira, pero vuelve sobre el tío, lo busca, se encuentran, regresan: “Con el tío Cachete anduvimos mal un tiempo porque él pensó que yo iba a ser siempre el pibe. Cuando se iba a Buenos Aires, yo era un chico de 8, 9 años. Lo acompañaba a la estación del tren y cuando él se iba, yo, muchas veces, lloraba. Me siento orgulloso de eso. Un día dijo: ‘Pero m’hijo, yo no me voy a la guerra’. Le dije: Pero tío, te vas. Tenía una afinidad con él. Era a la única persona que acompañaba. Ahora me doy cuenta que posiblemente lo ponía mal a él también. Me quedaba sentado en unos banquitos que estaban donde ahora está la Solís, la locomotora. Nuestra relación fue siempre muy buena hasta mis 19, 20 años. Me daba la sensación de que él creía que yo seguía siendo ese pibe de la estación. Mi aprecio por él era el mismo, pero encontraba diferencias. Veía que las historias no cerraban, y yo, en aquel tiempo, creía en la verdad. Él embellecía los cuentos, los redondeaba. Viví un tiempo con él, a mis 27 años, frente a Parque Centenario, en Buenos Aires”. Etulain cuestiona ciertas maneras de su tío: cómo administraba el dinero que tanto le costaba ganar: todavía recuerda asombrado el departamento en el octavo piso frente al parque: “Tenía un piso completo para él, yo nunca viví en un lugar así”; y asegura que “Los próceres no existen, no existieron nunca, hubo hombres mejores, y otros no tanto”.
Cuando hay vida, pensamiento, criterio, como es el caso de Pipo, cómo no ser crítico, ácido, con estos tiempos. Por ejemplo le molesta la mediocridad del profesional que lo informa: “A ese le exijo, porque para eso son lo que son y cobran lo que cobran”. Piensa y, como si se viera en acción, recuerda: “Estoy un poco al acecho, lo mío debe ser algo de resentimiento social. Derlis Maddonni me lo dijo un día: Sos un resentido… Pero Derlis, le dije: Qué otra cosa puedo ser. Se quedó pensando, no dijo nada más”. Hablamos de encajar o no en este mundo: “Yo no encajé nunca, ya lo dice el tango ‘Las cuarenta’ (de Roberto Grela/Francisco Gorrindo, 1937: ‘Aprendí que en esta vida hay que llorar si otros lloran / y, si la murga se ríe, hay que saberse reír; / no pensar ni equivocado... ¡Para qué, si igual se vive! / ¡Y además corrés el riesgo de que te bauticen gil!)”. Pipo recordó la línea fundamental: ‘no pensar ni equivocado’, porque él va en contrario: por sobre todas las historias: el pensamiento.
Tuvo un recuerdo para otro artista: “El negro Antonio Castro fue para mí el más grande. Si me habrá querido dar pinturas, dibujos. Yo tenía un taller muy humilde de carpintería, y él se quedaba pintando, yo lo vigilaba, y en una hora te hacía tres cuadros, uno arriba del otro. Yo les enmarcaba a todos. Al Negro le hablabas de Van Gogh, de Gauguin, de cualquiera, y él sabía. Siempre perfil bajo, al que más quise fue a Castro, y cuando murió fui al velatorio porque sentía que debía ir. Yo no soy de ir a cumplir, y tampoco de ir a mirar un cadáver”.
El pasado se engancha al presente, Pipo es memoria de Gualeguay: “Yo estaba ahí cuando enlazaron el busto de Evita, algo totalmente despreciable, y lo arrastraron alrededor de la plaza. De Atila para acá, lo que cambió son las formas. Hay cosas que hoy día no me causan repulsión, pero te diría que me dan pena, escuchar, ver, vos me dirás ¿quién sos vos para que te dé pena?, soy uno más. Por lo que sé, en el origen, cuando se daba la mano era para mostrar que no tenías puñal. Hoy tenés que pedir las dos manos”.
Etulain afirma que hay realidades que no son demostrables científicamente, son sólo comprobables a través de la poesía y la filosofía. Dice que hacer bien las cosas es respetarse a uno mismo. Dice también que “Las leyes las hicieron los ricos para los ricos, y cuando no les alcanza, agregan una interpretación. Esto mientras el rebaño va tranquilo”. Avisa: “Hay una compaginación de la vida para que cada cosa llegue en el momento y lugar adecuado, pero para poder captar lo nuevo es necesario haber hecho camino antes, como, por ejemplo, haber tenido veinte años y pensar que uno lo sabía todo”. Me aseguró que: “Cuando vos trabajás en lo que te gusta y encontrás algo, eso es la felicidad”.
Recuerda: “Cuando Maddonni estaba jodido, yo lo llamaba cada día y medio, y él me llamaba a mí. Un día le digo: No sé de qué se trata, pero yo estoy en contra, me dice: Eso lo dijo Unamuno. Le digo otra vez: Loco, el que conoce la aldea, Gualeguay, en realidad conoce al mundo. Sí, ya lo dijo Tolstoi. Pero andá, engañame una vez, siempre llego tarde, nos reímos… esa vanidad imbécil que tiene uno cuando se complace de encontrar en otro el pensamiento que sostiene”.
Pipo Etulain se considera un afortunado por haber sido amigo del plástico Derlis Maddonni. Fue amigo además de Carlos Alberto Montella (el Negro), Carlos Ántola y Peruco Correa.
Pipo Etulain y Peruco Correa
Cuando la charla llegaba a su fin, Pipo dejó su sillón de pensar y entonces tuve frente a mí a un tipo que me llevaba por lo menos una cabeza: había sido alto el muchacho. Me señaló un cuadrito que había apoyado sobre un mueble: “Ese cuadro es de Montella, me lo dedicó, llevátelo”. Pensé que estaba escuchando mal. Él insistió. Resistí la tentación de decir ‘Sí’ de inmediato. Lo traje a la luz. El marco estaba hecho por Etulain. El dibujo de una mujer está dedicado “Para Luis Alfredo” y es de julio del 95. Pipo me dijo: “Si tuve la suerte de ser amigo del Negro, por qué no te puedo regalar su cuadro”. Caminé en la noche rumbo a casa, feliz por el encuentro. Cambié pareceres con Deolindo. En mi mano llevaba el cuadro.
El tío Cachete invitó un amigo a Gualeguay: Jaime Dávalos. En ese mediodía del pasado Pipo lo escuchó con atención y dio algún “parecer”. Jaime comentó: “Muchacho, tenés mucho para decir”.
Y no se equivocó.
Pipo Etulain (centro), a su izquierda: Pepo Petroff, primero a la izquierda: Eise Osman, primero a la derecha: Derlis Maddonni.

2 comentarios:

  1. Hola, ando buscando al Dr. Jorge Alberto Miguez Iñarra.
    Quisiera saldar una deuda antes de que el tiempo siga pasando.
    Muy agradecida

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  2. Tal vez Patricia Miguez Iñarra pueda ayudarme, veo una cantidad de gente con el mismo apellido y estimo que Gualeguay no es una ciudad tan populosa.
    El Dr. Jorge Alberto Miguez Iñarra parece que ha sido un importante médico legista, he leído sobre él en Internet. Hasta lo han premiado en un acto en noviembre de 2013 por sus 25 años de servicio y su jubilación.
    Agradeceré datos sobre su persona en la actualidad

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