La primera vez
que entrevisté al artista plástico Néstor Medrano, nacido en Paraná en 1955 y
desde hace 6 años ciudadano gualeyo, escuché una frase que se guardó en mi
memoria: “Desde joven tuve la suerte de ir dando con buena gente”. Una frase de
apariencia simple, pero de sustancia reveladora. Medrano recién empezaba a
contar su historia. Yo no tenía referencias previas a su persona, sí sobre su
pintura (Vicente Cúneo lo había destacado), y cuando escuché la frase en cuestión,
pensé en que es bueno que el hombre, y todavía más el hombre dedicado al arte,
sea agradecido. También pensé en que si las palabras de Medrano sustentaban la
afirmación, este hombre artista era una rareza, porque lamentablemente en el
mundo del arte hay superpoblación de pavos reales que no saben más que mirar
una y otra vez sus propias plumas. Medrano es un tipo agradecido, lo comprobé,
y entonces se me ocurrió preguntarle por algún recuerdo sobre la buena gente
que supo conocer.
La primera
aparición, el destacado de esta memoria, es un cultor del grabado: “En mi
relación con Hipólito Vieytes, el Negro, se sumaron las coincidencias. En los
años 70 yo estudiaba arquitectura. Estaba en segundo año. Dibujaba hacía tiempo.
Viéndolo a la distancia, yo hacía algo totalmente distinto a lo que uno podía
ver en esos años. La mayoría trabajaba el paisaje: Julio César Méndez, que fue
Director del Museo de Bellas Artes de Paraná, Gloria Montoya, Carlos Castellán,
Juan Carlos Migliavaca: todos, a su manera, hacían paisaje. En esa época
trabajaba con birome y tintas, que eran los elementos que se usaban en la
facultad. Mi imagen era hiperrealista, hacía una especie de puntillismo. En ese
momento conozco al Negro, una persona muy introvertida, que con la técnica del
grabado había revolucionado la imagen, ha tenido reconocimiento en la provincia
y en el país. Su imagen era muy fuerte, contundente. Le mostré dibujos, enmarcó
algunos, y por respeto, nunca pregunté. Después me pidió dos más. En esa época
mis viejos vivían en Diamante, pero yo paraba en la casa de mi abuela en
Paraná, justo enfrente vivía el Negro”. Se dice que la vida te da sorpresas, y
a veces es cierto: “Al tiempo me llega una carta a Diamante donde me piden que
vaya al Museo. Me recibe Julio César Méndez, y pide hablar con mi padre,
suponiendo que él era el autor del trabajo, quería felicitarlo: había ganado el
primer premio en dibujo. Tenía casi 19 años. Yo no tenía idea de lo que era
ganar un premio, tampoco qué era un salón ni una exposición. La inauguración
fue a fines de diciembre y ahí aparezco. Había sido el Negro, que había
enmarcado y mandado a concurso. Nunca me dijo nada. Así me presentó en
sociedad. Yo 19 y el promedio de ellos, los pintores, 35, 40, la diferencia era
grande. Después me invitan a una exposición colectiva, ahí el Negro también
enmarca, y quedó una foto en el hall del diario en Paraná: Linares Cardozo, que
en aquella época dibujaba, Carlos Aste de Concepción del Uruguay, Carlos
Castellán, Migliavaca, Gloria Montoya: gente grande y yo. Todos pintores
importantes de la provincia”. Pregunto por el trato que recibió el joven
Medrano: “Cada vez que yo exponía o nos encontrábamos en una reunión siempre
existió un mimo muy afectuoso de parte de ellos. Lo mismo con Felipe Aldama,
escultor, que lo conocí de más grande, que era un tipo que salía en páginas de
diarios de Buenos Aires. Sí lamento que, a esa edad en que uno vive con muchas
urgencias, no supe darme un tiempo para establecer una relación más profunda,
porque trabajaba, estudiaba, militaba. Conocí luego al flaco Alfredo Godoy
Wilson, dibujante, escultor, luthier y gran amigo, un poco mayor que yo. Transitamos
juntos en convocatorias, salones. Mandamos al premio Joan Miró que era
internacional, fuimos seleccionados y la obra expuesta en el Museo Miró de
Barcelona; y hubo un segundo concurso y la obra se expuso en Taipei”. El Negro
Vieytes reaparece luego de unos años: “A principios de los 80 nos invitan a
Alfredo, a Derlis Maddonni y a mí para exponer en el Museo de La
Paz. Ahí conozco a Derlis. Fue cuando él me
dice: ¿Te acordás cuando ganamos el premio?, y yo no sabía de qué hablaba. Así
me enteré: el Negro Vieytes había mandado tres trabajos míos al concurso de la
revista ‘Crisis’, año 76, y con Derlis habíamos ganado, compartido, el segundo
premio a nivel nacional. En esos años me mudaba mucho, y no me enteré”. Sobre
Maddonni recuerda: “A Derlis lo vi en Paraná varias veces. Me pareció muy
contundente su imagen, me hacía acordar a las carbonillas de Santiago Cogorno. Manchaba
o resolvía en dos o tres trazos, el toque personal por el que uno intenta ser
reconocido, por esa imagen, en lo que hagas, uno lo que busca es eso”. Menciono
la voz propia para el escritor: “Eso mismo. Recuerdo a la señora, a Selva, y a
la hija, que tendría 13 años. Cuando pasaba por Gualeguay y después de ubicar
su casa, le dejaba el catálogo de una muestra por debajo de la puerta. Pero no
volvimos a vernos”.
Cachete González |
Paraná, el
centro del mundo: “Derlis se relacionaba con el Negro Montella y con Cachete
González, y los fui conociendo. A Cahete lo conocí en una exposición. Me lo
presentan, y viste que a veces te parece que a la persona la conocés de antes.
Nos cruzábamos en la peatonal, y por ahí agarraba y me llevaba a la librería
donde él compraba papeles. Me regalaba papeles de muy buena calidad. Una vez lo
encontré acompañado del doctor Pocho Vírgala, que acompañó a Juan L. Ortiz en los
últimos tiempos. Llego a una reunión de café, estaba Pocho, otro muchacho
Morelli, y me quieren presentar a Cachete. Él dice, no, qué me van a presentar
al Negrito, es un gran artista, y yo siempre le digo, y era cierto, que hoy no
alcanza con ser un buen artista, además hay que parecerlo. Me lo decía en
función de cómo uno se tiene que armar en este mundo. Yo siempre tuve un perfil
bajo, se refería a eso, y a la vida social que hay que desarrollar. Pero yo
siempre prioricé la producción por sobre lo social. Conocí también al Negrito
Montella, a principios de los 90. Él trabajaba en una empresa de transportes, y
me ayudaba a trasladar las obras. Por mi militancia me tuve que mudar muchas
veces. En esos tiempos la universidad te habría la cabeza”. Sobre el arte de
sus compañeros: “Montella tenía una influencia importante de Cachete, en
imagen, y usaba los mismos materiales. Cachete manchaba con témpera y veía qué
pasaba con el trazo. En Derlis también hay rastro de Cachete, pero tenía otro
temperamento y eso se notaba en el trazo y cómo resolvía. He visto carbonillas
de Derlis que como imágenes son muy contundentes y simples. La obra de Cachete
tiene un recorrido visual que te permite ir haciendo otra lectura de lo que él
trabajaba. Creo que uno puede reconocer la obra de cada uno de ellos”. Castro
entra en la memoria, y de la misma manera que con Derlis, no volvieron a verse
en Gualeguay: “A Antonio Castro lo conocí en el mismo lugar donde expuso
Derlis, Cachete, Montella, una galería de Paraná llamada El Farol de Pelusa
Fernández, a mediados de los 80. Pelusa hacía restauración de muebles, era muy
amigo de Cacho Garcilaso, que son los que establecieron un vínculo con Cachete,
que cuando iba a Paraná se quedaba en un departamento de Cacho. Pelusa me
enmarcó toda la obra de mi primera exposición en galería Pra. Yo no tenía una
moneda, así que no le pagué, después él guardó unos cuadros por los que nunca
volví a preguntar. En esos años El Farol era la única galería de arte”.
De izquierda a derecha: Mancha Silva, Derlis Maddonni, Antonio Castro y Carlos Ántola |
Medrano pasó
muchas veces por Gualeguay hasta que eligió refugiarse en ella. Recuerda
detalles: “Cuando venía llegando a Gualeguay hice las primeras exposiciones,
año 2008. Junto a un grupo de amigos (Gabriel Benedetti, Beatriz Valaro, Diana
Palavecino, Alicia Cichero, Ricardo Mugnai, Vladimir Firpo, Carlos Zárate,
Tomás Ferreira, Raúl Gastaldi), se nos ocurrió que podíamos hacer una
asociación de artistas plásticos. Se llamó ‘Despertarte’, la cuestión era
compartir, la plástica como construcción colectiva, hacer algo entre todos.
Empezamos en la planta baja de la biblioteca popular, y después en una galería
sobre San Antonio, cerca de plaza San Martín. Duró un año y medio. En una de
esas exposiciones me encuentro con Eise Osman y la señora, Elsa Serur. Ella me
pregunta si conozco a un pintor Medrano de Paraná. Le digo que tuve un alumno
Medrano, pero de Nogoyá. Dice: No, debe ser una persona mayor, porque nosotros
llegamos a ver una muestra colectiva con Castellán, y nombra algunos pintores más;
entonces le digo: y con Migliavaca, Montoya, y sigo dando nombres. Claro, me
dice la señora. Recién ahí le digo: Ese Medrano soy yo. No, pero no puede ser,
dice ella. Claro, lo que te decía, tipos grandes y yo un pibe”.
Antonio Castro |
Néstor Medrano
opina sobre el destino de la obra de los pintores gualeyos: “Castro no
trascendió mucho con su obra a la provincia. Y en eso quizá tenga que ver su vida
social. Quizás aquella vez Derlis lo llevó a Paraná. Y Derlis a su vez tenía
una postura ideológica muy definida, no sé si transaba con ciertos lugares. Cuenta
la leyenda que cada vez que tenía que pasar por el Club Social, se cruzaba de
vereda. Creo que la obra de Derlis podría haber trascendido más, no sé si a él
le hubiese interesado, de haber tenido otra vida social. Y Cachete, no sé si
vivir en una bohemia determinada te permite asumir la totalidad del trabajo
artístico, es decir, la relación con el medio y la sociedad. No digo vivir negociando,
pero creo, es mi manera, que hay que tener en cuenta este costado que tiene que
ver con la difusión de la obra y del artista en los tiempos que nos toca vivir.
Estoy a favor del equilibrio”.
Equilibrio
parece ser la palabra, y ciertamente la idea no molesta. Claro que la actitud
del artista frente a su obra está en relación directa con la identidad y con las
patrias de ese universo privado. Medrano eligió un camino: compromiso con el
trabajo y no tanto en los sociales del mundo arte, pero dentro de esta elección
no cierra la puerta para salir a jugar fuera del taller. Considera que en estos
tiempos tratar de difundir el trabajo es parte del compromiso con el oficio y la
obra. Concuerdo en que ello no es entregar el alma al Diablo, sino, por el
contrario, el intento sincero por dar el presente de una obra verdadera. Carlos
Alberto Montella fue un hombre que pudo trabajar de otra cosa, su identidad se
lo permitía. Cachete, en cambio, sólo podía pintar e intentar vivir de la
pintura. Maddonni tenía territorios que no pisaba debido a su ideología y a su
filosofía en relación al arte. Castro, luego de finalizado su periplo en Buenos
Aires, nunca quiso abandonar el río. Pudo haber ido a Italia, cuenta Nidya
Rampoldi en “Antonio Castro, hombre de la costa” (2009), pero decidió quedarse
en Gualeguay. Todos ellos hombres artistas tratando de hacer lo mejor que
podían frente al desafío de la vida. En eso mismo anda Néstor Medrano, y en el
“mientras tanto” hace memoria y piensa sobre la buena gente que tuvo la suerte
de conocer en estas tierras.
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