Es una alegría en
esta vida saber del placer que significa detener el paso y dirigir la mirada
hacia el pasado. No todo el mundo tiene presente el río de la memoria. En ese
pasado, si se tuvo viento a favor, aparecen los buenos fantasmas de nuestros
fundadores. Esos personajes que, además del amor, la amistad y el cariño, nos
acercaron las valiosas herramientas con las que iniciamos la construcción de
nuestra esencia e identidad. En el caso de Selva Olivera, al volver la mirada, encuentra
a su abuelo: Valerio Olivera, el Patriarca, y a Felipe Olivera, el cantor de
tangos, su padre.
Selva es, vista en
un rápido travelling lateral, la
Directora de Cultura de la Municipalidad de
Gualeguay. Es la presidenta de la
Sociedad de Escritores de Gualeguay (SEGuay). Su oficio es la
docencia: maestra primaria, profesora de ciencias naturales, profesora de
letras. Fue directora de la
Escuela Marcos Sastre. Es la Vicerrectora del
nivel superior de la Escuela Normal.
A nivel terciario da materias en la Escuela
Técnica 1, y en el Instituto Adveniat tiene dos cátedras:
literatura española y literatura regional. Pero a poco de escucharla hablar, percibo
que su mundo es mucho más amplio, y que su paisaje interno vive intensamente agradecido
a las citadas figuras fundacionales. Hay en sus palabras una mezcla de
nostalgia, de “saudade”, de algo que llamo tristismo existencial, y son esos
registros los que se amalgaman con la felicidad por la vida, la de ayer y la de
hoy. Recuerda los festejos del 1º de enero en la casa vieja: el cumpleaños de
la bisabuela Isidora. Recuerda el arbolito de navidad que encendió sus luces en
una casa de ateos, cuando ella nació: luces que se apagaron recién hace un
puñado de años. Sabe que es bautizada porque su mamá se enfrentó a los
Oliveras, unos hombres duros que gustaban de dar muchos abrazos y besos. Con
orgullo dice pertenecer a la familia de “los zurdos Olivera”, y me aclara: “Hay
dos clases de Olivera, los que cantan y los que son locos. Yo no canto”.
Sabía de la
poesía de Selva, pregunté por sus recuerdos de lecturas y el inicio de la
escritura: “Yo no fui a Jardín de infantes, pero tuve tres maestras jardineras:
mis tías. Aprendí pronto a leer y escribir. Cuando aprendí a leer a los 6/7
años, mi abuelo Valerio me hizo socia de la Biblioteca y me fue
guiando en la lectura. Me hacía sacar libros de Salgari, Luisa M. Alcott, Juan
Ramón Jiménez. Me acuerdo: yo chiquita, sentada con él, y que me preguntara por
los libros; mucho después me di cuenta de que lo que hacía era ver si yo los
había leído. El juego que propuso el abuelo duró muchos años. Él era el
patriarca, vengo de una familia tradicionalista. Mi abuelo se dedicó a mi
enseñanza. Cuando falleció mi papá, fue mi abuelo el que tomó la posta de
protector de las hermanas, y eso que ya éramos mujeres grandes. Y cuando
falleció el patriarca, tomó la posta mi tío Rogelio. Todos en la familia somos
un poco protectores. Empecé a escribir a los 6/7 años, y guardé todos esos
papeles en una carpeta a la que siempre regreso; mi mamá me dijo que no los
tirara, porque eso iba a reflejar quién y cómo era yo. Esas cosas fueron las
que me llevaron a los Encuentros Culturales de la Juventud, en mi
secundaria, en los que tuve mucha participación. La escritura acompaña toda mi
vida. No he publicado libros, pero tengo mucho escrito. Sí publiqué notas en
diarios y revistas, en una Antología de Entre Ríos, o poemas en Cuadernos del
Señalero (suplemento de El Tren Zonal). Al principio escribí poesía, con la prosa
empecé de más grande. Me interesan mucho las leyendas, el relato costumbrista,
siempre dentro del movimiento romántico, que es donde confluye la literatura
regional con sus personajes y paisajes”.
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Valerio Olivera |
Selva cuenta un
proyecto cercano: “Si bien toda la vida puede ser un tiempo prestado, lo es más
después de los 50. La pared se ve más cerca. Por eso después de mucho
postergar, estoy preparando para el año que viene un libro en prosa. Su título
es ‘Conversaciones con usted, y otras yerbas’. Tiene dos partes, la primera en
forma de diálogo a partir del personaje y un interlocutor imaginario; y en la
segunda son textos de distinta factura. Es ficción, pero en él me permití
incluir historias que circulaban en mi familia, que no sabés si son mentira o
reales. Cuando yo escuchaba hablar al tío Rogelio con el abuelo o con papá (en
la familia cuando uno tenía 12/13 y tenía dominio de algo de historia y
política pasaba a la mesa grande) escuchaba historias, y le decía a mis primos:
va a resultar que vamos a ser parientes de Vértiz. Se iban tan lejos en el
tiempo que me era imposible seguirlos. Relatos sobre la militancia política, de
mi abuelo cuando estuvo preso, de Josefa Silguero, una enamorada de Garibaldi, sobre
el escape de mi bisabuela con mi abuela muy chiquita a Galarza, vivían solas, y
una vez esa nena tuvo que cerrar puertas y ventanas rápido porque se venía la
langosta. Trato de rescatar algunas de esas historias para que no se pierdan.
Me lo dijeron mis tías: sos la que escribe, vas a rescatar la memoria de la
abuela Marta. Vengo de una familia con mujeres muy fuertes y hombres todavía
más fuertes. Así eran los zurdos Olivera”.
El abuelo
Valerio cayó preso por comunista en 1946. Era amigo de otros gualeyos
comunistas como Juan José Manauta y Juan Laurentino Ortiz. Valerio perteneció
al grupo “Claridad”. Los zurdos se reunían en una casa cercana a la plaza San
Martín o en la casa paterna de Emma Barrandéguy, la única dama del grupo.
Selva Olivera afirma
que escribe cuando tiene ganas, y que siempre anda con una libretita tomando
notas. Dice ser noctámbula, y que le gusta leer de noche. Se define como
solitaria: “Me gusta estar sola, pero no sé si uno está solo, porque está
acompañado de sí mismo. Claro que me gusta esta soledad porque sé que afuera
están los demás”.
Cuenta que no le
quedó nada por conversar con Valerio ni con Felipe: “Valerio me decía que se
quería ir. Y yo le decía que le estaba armando la valija para que se fuera al
país de las sombras largas. Se reía. Me decía que estaba cansado. Ese era
nuestro juego. Porque uno es egoísta, no quiere dejar partir a la persona que
quiere. Pero entendí lo que me quería decir, dije: te querés ir, te vas, yo me
quedo con muchas cosas tuyas, con tantos recuerdos. Pasaron apenas unos días y
murió. Se murió cuando quiso. Con mi papá igual, compartimos mucho, la mesa
familiar de los domingos, en esa mesa establecíamos todos los juegos, como el
de hacer enojar a mamá, y como siempre: discutíamos de política. Mi viejo
también me acercó la cultura. Mi casa siempre fue una casa de lectores, lo
sigue siendo”.
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Felipe Olivera |
Con respecto a
la muerte de su padre, hizo una observación: “Con mi papá me pasó que después
de su muerte, yo lo sentía como si estuviera conmigo. Era una presencia
cotidiana. Así hasta que un día tuve una sensación muy extraña. De repente me
sentí deshabitada, abandonada, algo raro, sentí que se fue. Había pasado un año
desde su muerte. En ese momento me largué a llorar, como si ahí sí lo hubiera
perdido de verdad”. Apenas escuché lo sucedido, mi memoria se disparó hacia uno
de los libros notables de José Saramago: “El año de la muerte de Ricardo Reis”.
Saramago arma su ficción de esta manera: dota con las cualidades de personaje de
novela a Ricardo Reis, que fue una de las personas que habitaba dentro del
poeta Fernando Pessoa, uno de sus heterónimos, una de sus almas, y lo hace
regresar a Portugal, vivía exiliado en Brasil. Vuelve a poco de la muerte del
propio Pessoa. La novela se desenvuelve entre los encuentros entre Reis y el
fantasma de Pessoa, unos diálogos maravillosos que van a terminar cuando se
cumplan nueve meses desde la muerte del poeta. El planteo esencial de Saramago
es que así como hizo falta nueve meses para nacer, hacen falta nueve meses para
terminar de morir. En ese lapso el fantasma recorre sus lugares queridos, se
acompaña con su gente.
Entre los
escritores de la región, Selva menciona a Juan L. Ortiz: “Su primera etapa
comprometida con la gente y el paisaje, y la segunda donde avanza el compromiso
con los desposeídos”, María Esther de Miguel, Amaro Villanueva y destaca su
ensayo “El mate. Arte de cebar”, Emma Barrandéguy, Tuky Carboni, Alfredo Veiravé,
Eise Osman: “Su contundencia en los aforismos, las palabras justas, exactas”;
le gusta “la cadencia provinciana” de Elsa Serur; también nombra a Diego Angellino,
Leoncio Gianello y su novela “Delfina”, Chacho
Manauta, Daniel González Rebolledo.
De oficio
docente, siempre piensa en los alumnos. Insiste en la necesidad de divulgar la
literatura regional: “Es lo primero con lo que se enfrenta el niño, por el boca
a boca. Formo profesores de lengua y literatura, y en mis clases Gualeguay y la
provincia están presentes. Hay que utilizar en primer lugar lo nuestro, mitos,
leyendas; al hacerlo se acerca a abuelos, padres e hijos: porque el estudiante
sale a rastrear las historias. De iniciativas como ésta va a depender que
mañana el alumno lea”.
Pregunto por su
trabajo como Directora de Cultura: “En el municipio es mi segunda gestión,
estuve cuatro o cinco años en la dirección departamental como directora de escuelas.
Estoy en Cultura desde 2009, es un trabajo porque debo respetar horarios, pero tengo
claro que trabajo en lo que me gusta, muy cómoda. Es muy diverso trabajar en
cultura, tenés que organizar una presentación de un libro, una muestra de arte
o un recital, o colaborar con chicos que están empezando a grabar. Es bueno
estar en contacto con artistas. Lo difícil es a veces decir ‘no’. Y aprendés a
decir ‘no’, te obliga a ello la distribución de los recursos. Hay más para
hacer que recursos, pero creo que nos hemos arreglado muy bien, tanto en lo
público como en lo privado, como es el Club Social o la Biblioteca”.
De “El
Patriarca” (Cuadernos del Señalero 21) elijo precisamente el poema que da
título a la publicación: “Como el algodón blanco / y tibio, fue parido / por el
vientre tibio / de Isidora, y holló / el suelo / de un pueblo que nacía / bajo
un estío de frescos / perfumes de naranjas / y aromos en flor. / Él, de ideales
rojos / como su sangre / de ansiada bandera libertaria / para la madre patria. /
Ésa que quiere llevarse / en su último viaje. / En sus manos, libro y pincel /
para ser el maestro / del oficio duro y la palabra sabia. / Él, que supo ser
hijo, / esposo, padre, abuelo, / con la misma rectitud / del yatay más altivo.
/ El de las manos fecundas / en colores. / El del cuento fácil, / y la moraleja
justa. / El Patriarca: mi abuelo”.
La charla se
desarrolló en el Museo Quirós, de paredes con pintura impecable a la calle y
puertas adentro. Una exposición aguardaba su turno: obras de Derlis Maddonni,
Roberto “Cachete” González, Alfredo Martínez Howard y Nicolás Passarella. Al
día siguiente se presentaron dos libros: “Derlis Maddonni” de Luis Alberto
Salvarezza y “Tres dibujantes entrerrianos” (González-Howard-Passarella) de
Marcelo José Vázquez. Una noche sin desperdicio. Organizó y presentó: Selva
Olivera.
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