El pasado se
manifiesta por caminos inesperados: fluye en distintas sintonías hasta que
entreabre una puerta, hasta que encuentra la sortija que habilita su esencia en
otro espacio/tiempo. Tengo una amiga poeta en Merlo, San Luis: Mirta Abruzeci.
Desde que comencé a contar historias relacionadas con Gualeguay, ella es fiel
lectora. Cada tanto hace un comentario generoso. La última vez saludó la nota
que hice sobre el cementerio. Mirta nombró a una tía, o la tía se nombró a
través de ella, y así, la encrucijada temporal descorchó, al mismo tiempo, su
memoria y mi interés.
Mirta atesora una
memoria gualeya: “Mis abuelos maternos se llamaban José (Giuseppe) Gallina y
Clementina Gallardo. Él era italiano y supongo que ella de Gualeguay. Él
trabajaba en la estancia ‘de los ingleses’ decía mi tía Adela. Tuvieron ocho
hijos: Laura María (1900), Rosa Doralisa (1901), mi mamá nacida el 19 de octubre,
José Luis (1902), Adela Josefa (1904), Blanca Clementina (1906), Alfredo
Policarpo (1909), Florinda Inés (1911) y Ramona Antonia (1914)”.
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Blanca (sentada) y Rosa, mamá de Mirta. |
A poco de
describir la familia, Mirta aclara: “Tres de los hijos permanecieron en Entre
Ríos. Mi tío José Luis Gallina fue cura gaucho de dos localidades: Larroque y
Gualeguaychú. Murió en Gualeguaychú, creo que en 1980. Estudió sacerdocio en
Paraná. Alfredo Gallina tuvo como ocho hijos, y vivió casi toda su vida en
Gualeguay. Murió en Buenos Aires más o menos en la misma fecha que mi tío José
Luis. Ramona Gallina era la más chica, llegué a conocerla, vivía en el campo, tuve
poco contacto con ella”.
Había una razón
para la aclaración anterior. Sobre el paisaje familiar se dibujó la tragedia: “Sucedió
que mis abuelos fallecieron en 1915, con muy poca diferencia de meses. Se enfermaron
de algo grave. Los hijos iban a quedar sin ninguna protección”.
Entonces la
abuela Clementina hizo una última jugada: “La hija mayor tenía 14 y la menor no
llegaba al año. Mi abuela tuvo la precaución de dejarlos a cargo del intendente.
Se firmó lo que se llamaba una hijuela, documento que vi, pero que
lamentablemente no quedó en mis manos. El intendente era don Domingo Giménez y
su esposa era una Chichizola. Lo tomaron con mucha responsabilidad, pero solo
criaron a una de las niñas: Adela. Me crié con esa tía. Ella vivió con los Giménez
en Gualeguay hasta la muerte de ellos. Mi tía se fue a Buenos Aires alrededor
de 1930/32. Nunca vivió en la casa que le dejó el matrimonio, la herencia por
haber estado con ellos desde los 11 años. Ella hacía las cosas de la casa. La
trataron como a una hija. No tenían hijos. Me consta que adoraba a esa gente. Conoció
Montevideo, donde la señora tenía parientes, y otros lugares de la provincia. Cuando
ellos fallecieron, mi mamá, que ya estaba casada con Rafael, mi papá, la
recibió en su casa. Con el tiempo se casó con un hermano de mi papá, Nicolás,
en 1934. Al nacer yo, como vivían todos juntos, mi tía estaba
incorporada a la familia. El intendente repartió a los demás. A mi tío, el que
luego fue cura, lo dejaron en un convento. Así con todos. Mi mamá, que mucho no
hablaba del tema, fue con una familia que se portó muy bien con ella. Laura se
casó en Gualeguay muy joven, tuvo seis hijos allí. De a poco los hermanos
fueron viniendo a mi casa paterna en Buenos Aires, y vivieron en ella hasta que
se acomodaron en sus trabajos y consiguieron vivienda. Eso pasó con Laura y su
familia, con Adela, y con Blanca y Florinda. Los demás permanecieron en
Gualeguay. Mi tía Blanca fue a parar al convento de unas monjas. Según ella, eran
odiosas, porque hacían trabajar a las chicas pobres. A Tina o Florentina
tampoco la trataron muy bien, seguramente gente que la tenía de criada”.
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José Luis. |
Sobre Adela, y después
de leer la nota sobre el cementerio, Mirta agregó: “Adela, hasta su muerte en
1994, cuidó que estuvieran pagas las sepulturas de los Giménez, así como la de
mis abuelos”.
Busqué rastros
del cura gaucho. Pude averiguar que José Luis Gallina fue titular de la
parroquia Sagrada Familia de Gualeguaychú. Tomó posesión de ella el 3 de marzo
de 1958. La parroquia tenía los siguientes límites, al norte: arroyo El Gato,
al sur: arroyo El Sauce, al este: calles Chacabuco e Irigoyen hasta arroyo
Gualeyán por el norte y El Sauce por el sur, al oeste: arroyo Pehuajó y García.
La Sagrada Familia
es de estilo románico y posee cinco altares. José Luis Gallina perteneció al
clero diocesano y su ordenación data del 30 de noviembre de 1928. Figura
también su nombre relacionado con el templo de la ciudad de Larroque.
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Adela. |
Mirta refiere la
historia de amor de sus padres: “Mi mamá fue con 15 o 16 años a trabajar a la
casa de una señora de Gualeguay en Buenos Aires. Así fue como conoció a mi
papá, que tenía una parada de diarios en Avenida de Mayo y San José. Ella
tendría en ese momento unos 19. Cuando descubren el romance, la fletan a
Gualeguay, con prohibición de ver a mi papá. Pero Rafael no se arredra y por
eso, de punta en blanco, se va a ese pueblo desconocido para él, a pedir la
mano. ¿A quién?, pues a la hermana Laura, que era una señora casada, y además
al ex intendente. Mis padres se casan en 1922. Mi mamá tenía 21 y
mi papá 22. Tengo cartas de ellos, por lo que sé que la situación económica era
malísima en esa época, pero mi mamá, después de casada, no trabajó más. Ella me
contaba que cuando llegó mi papá en tren desde Buenos Aires a pedir su mano, fue
un terrible alboroto en el pueblo. Llegaba el porteño y llegaba vestido como un
señorito: traje con chaleco, sombrero, zapatos impecables. Tengo, por suerte,
las cartas que mi papá le mandaba a mi mamá a Gualeguay. Son un tesoro para mí.
Por supuesto que son cartas sencillas, ninguno de los dos tenía hecho más que
los primeros estudios, por eso mismo les doy muchísimo más valor. Mi viejo fue
un tipo que privilegió toda su vida el estudio de sus hijos. Mi hermano me
contaba que lo llevaba al teatro a ver a Margarita Xirgu y a gente de la época de
la que hoy no recuerdo los nombres”.
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Laura y su familia. |
La poeta guarda
momentos y sensaciones de infancia de dos lugares de Entre Ríos: Gualeguay y
Rosario del Tala: “Mis recuerdos de infancia son la prueba de haber ido con
mucha frecuencia a Gualeguay. Recuerdo una historia que me contó mamá. Todavía
vivían mis abuelos. Los hijos iban a caballo a la escuela. Para esto debían
cruzar un desvío del arroyo Clé. Iban en tres caballos, dos chicos en cada uno.
Había llovido mucho y por lo tanto la correntada era importante. Los caballos
se negaron a cruzar, y según mi mamá eso les salvó la vida. Guardo historias
pequeñas como esta. Me quedaron porque en la infancia se agrandan las cosas y
uno siente que la madre vivió una gran hazaña. Sería el año 1906 o 1907, pensándolo
bien, tal vez sí fue una hazaña. Desde chica fui a Entre Ríos, más precisamente
a Rosario del Tala, ya que la esposa de Giménez tenía allí una hermana: Bertha
Chichizola, casada con Rafael Zavalla, quien fundó en el lugar una
escuela/granja. Él era el director, maestro y propietario de ese campo. Tenían
un lazo afectivo muy grande con mi familia, al punto de ser considerados como parientes.
Tengo grabada en la mente y en el corazón a esa parte de Entre Ríos, porque era
un lugar mágico. Tenía tres meses la primera vez que fui y unos diez años la
última, cuando vendieron el campo. A Gualeguay fui entre el año 50 y 55, o tal
vez un poco antes. Yo tendría unos 6, 7 años. Yo sentía Gualeguay como un
lugar triste, apagado. Y posiblemente lo fuera en ese tiempo. Nunca volví por
ahí. De todos modos, mi gente me transmitió el sentimiento de amor a su tierra a
través de la palabra, recordaban siempre cosas que habían vivido. Yo
siento una ligazón muy fuerte con Gualeguay. Los viajes a la ciudad eran independientes de
mis viajes a Rosario del Tala. Íbamos expresamente a un lugar o al otro.
Rosario del Tala para mí era el lugar donde me esperaban los brazos abiertos
del cariño desbordante de Bertha. Ocurría además que yo era la benjamina, llegada
en un momento trágico en la vida de mis padres. Yo tenía tres meses cuando murió
mi hermano de 17 años. Eso marcó mucho a todos, incluidos los Zavalla. Creo que
por esa razón viajábamos tanto al campo, mi mamá necesitaba distraerse, salir”.
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Desde la izquierda: Bertha Chichizola, Rafael Zavalla, Adela Gallina. De pie: Baldomera Gigena y Roberto Abruzeci. Rosario del Tala cerca de 1937. |
En medio de las
palabras, Mirta me envió uno de sus últimos poemas “Abuelos”: “No sé por qué / mi abuelo golpea / las
puertas de mi memoria. / Quiere estar presente / entre su sangre. / Aunque no
lo conocí, / lo pienso. / Sé que tenía los ojos azules / como el mar que lo
engendrara. / Nada más sé de él. / Ni gestos / ni voz. / ¿Vendrá de ahí la
mirada / tierna burlona / en los ojos de
mi madre? / ¿O vendrá de los otros abuelos / los paternos / de los que no sé
nada más / que sus nombres? / Indago en el vacío / y aún tengo la esperanza / de
llenar ese vacío. / No sé con qué, tal vez / sólo con ilusiones”.
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En el centro: Adela, detrás Baldomera, a la derecha: Bertha. |
Durante muchos
años fui de visita a Merlo, al pie de las Sierras de los Comechingones. En ese
lugar maravilloso levantó su casa mi amigo y maestro, el escritor Gabriel
Montergous junto a su compañera Mónica Stefani. A través de ellos conocí a la
poeta María Neder, y a cuatro poetas que asistían al taller de María: Élida
Rovelli, Elsa Abate Daga, Mirta Abruzeci y Ángela Intelesano.
Pasó el tiempo y
el paisaje mutó. Murió Gabriel, sus cenizas se mezclaron con la tierra de la
cima del Mogote Bayo, la Neder
solo va a Merlo de visita o por trabajo, Elsa dejó Cerro de Oro y ahora vive en
Córdoba. Queda mi amiga Mónica en La
Caramba, en Rincón del Este, quedan las amigas poetas: Élida,
Ángela y Mirta. Queda la memoria de aquellos días.
Las cuatro
poetas publicaron un libro: “Cuatro voces en acorde”. En el libro se informa que
Mirta Abruzeci nació en Buenos Aires el 14 de diciembre de 1943 en el barrio
porteño de Parque Patricios. Y de sus poemas, elijo “La taza”: “Se ha roto mi
taza / la pequeña taza de la infancia / cayeron al suelo las tiernas huellas de
mi madre / la leche blanca con su nata espesa / el chocolate espumoso ligero como un globo / todos los
cumpleaños el rumor de la casa / las
voces perdidas / la extrañeza de guardar tantas cosas / en el frágil espacio de
la mente. / Se ha roto mi taza. / Un pedazo de mí se precipita al olvido”.
Sucede que de
manera inevitable el poeta mira, en medio de un desbordado puñado de sensaciones
opuestas, los paisajes que lo construyen: señales desde su sangre y más señales
desde los días que vive. Cuando su viento palabrero le mueve el alma, sabe que
la felicidad en la vida es inconmensurable, y sabe al mismo tiempo de la
fragilidad, y sabe que nos espera el más desesperante de los abismos: la muerte
y el olvido. Un poeta vive en los extremos de manera inevitable, por eso el
lamento por la rotura absoluta de la taza y el alma, y por eso mismo el
nacimiento de la escritura que dota al elemento, al gesto y la memoria, de la
más pura eternidad, la única posible, la de los hombres. Ha pasado la poesía
por la ausencia de la taza, ha pasado este relato a través de la memoria de
Mirta Abruzeci. Eterna en su finitud anda su historia relacionada con la ciudad
de Gualeguay.
Mirta, Rosa y
Rafael vuelven a caminar por mi Gualeguay. En ellos vive también la rotura, el
descalabro que produce la ausencia.
Me encantaria contactarme con Mirta Abruzeci soy familiar lejano de ella.
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