La charla se dio
de manera amena, el aire que flotaba sobre el escritorio contenía la confianza
necesaria para que las palabras salieran de ronda, o a escena, como diría José
Manuel “Pepe” Piaggio, director de teatro: el entrevistado. Hombre de palabra e
ideas simples, un tipo alejado de toda pose: no parece sufrir de problemas de
ego, no presenta ningún tipo de maquillaje intelectual. Es un hombre que dedicó
la vida al teatro, su oficio, y que en el “mientras tanto” de la pasión hizo la
vida dentro de su barrio: Gualeguay.
Puede afirmarse
que Pepe no es nacido en la ciudad, y esto es cierto, pero entre los años que lleva
en ella y los datos del principio de la historia de los Piaggio en el país, se
me ocurre pensar que la susodicha afirmación queda un tanto fuera de lugar: “Mi bisabuelo Filippo Piaggio, italiano, vino a Gualeguay en 1860, y
enseguida nació mi abuelo, José Alejandro, y el último de sus hermanos:
Francico. Mi abuelo se casó con María Mihura en 1890, y en 1892 nació mi padre:
Felipe Gregorio. Mi padre decidió estudiar y se fue al Nacional de Concepción
del Uruguay, vivió en La
Fraternidad pero no le gustó y se volvió. Emprendió viaje a Buenos
Aires, se fue a San Fernando en 1909. Empezó estudios en el colegio Mitre, pero
dejó. Mis abuelos vendieron una casa en Puerto Ruiz y lo siguieron. Compraron
una casa en San Fernando donde nacimos con mi hermana. Soy del 47. Mi viejo se empleó en el
Ministerio de Economía. Se jubiló en 1953. Falleció en 1954. Él quería volver a
Gualeguay, era su objetivo después de la jubilación. En 1969, un hermano de mamá
estaba muy viejo y deseaba que nos viniéramos. Así lo hicimos. Desde 1969 mi hermana, mi vieja y
yo vivimos en una casa que está frente a la plaza Constitución. Mi vieja murió
en 1998”.
Pregunto por los
inicios de Pepe en el teatro: “Cuando llegué a Gualeguay, la primera en
hablarme para ingresar al teatro La
Escena fue Pitina: Albertina Sara Quintana
de Olhaberry”. Quise saber quién era Pitina y el teatro La Escena: “El
teatro La Escena
empezó a funcionar alrededor de 1961/62. En esa época el teatro Italia estaba
alquilado a la
Compañía Exhibidora del Litoral que distribuía películas. Monopolizaba
las salas para evitar competencia y cerraba las que no le servían. Eso pasaba
con el teatro Italia. Pitina era el teatro La Escena, era además presidenta de la comisión de
cultura, y a fines de los 60 convenció al Intendente R. Sciutto que alquilara
el teatro para cultura municipal. Así lo hizo y de esa manera ella dispuso del
teatro por muchos años”. Piaggio continúa con su historia, donde el azar o el
costado mágico de los días hizo de las suyas: “Pitina me llamó. Dije ‘bueno’,
pero sin darle importancia. Yo no tenía nada que ver con el teatro. Me encontró
en un curso de relaciones públicas en el Club Social. Le parecí interesante. Un
día de un invierno que no había nada para hacer, me dijo que por qué no iba para
manejar el grabador. Fui, y terminé actuando. Año 70. Integré el grupo que
estaba haciendo ‘Fiebre del heno’ de Coward, y después hice un reemplazo, y al año
siguiente nos presentamos en la muestra provincial de teatro en Paraná. En esa
época se hacían muestras provinciales todos los años. Mucho después Feliciano
Rodríguez Vivanco: Chocho, fue director de cultura de la provincia y propuso
que la muestra se hiciera en los departamentos que la pidieran, y así se hizo.
Chocho también fue integrante de la comisión de cultura de Gualeguay. En el 73
pidieron de Gualeguaychú a Gualeguay dos jurados para un certamen juvenil de
teatro entre estudiantes de algunos colegios. Fue Pitina y Chocho. Cuando
volvieron se les ocurrió hacer algo acá, pero que no fuera solo de teatro,
abrir el juego a todas las artes posibles. Se reglamentó el Encuentro Cultural
de la Juventud
para jóvenes, no solo estudiantes, de hasta 22, 23 años. Yo tenía 27. Pitina
convocó a los que estaban en el teatro La Escena, y ofreció su espectacular biblioteca para
que la usáramos. Dijo que si alguno quería anotarse como director, era la
oportunidad. Lo hice. Me llamó un grupo de chicos de la escuela Normal, y así
empecé. En el 74 presenté una obra. Tenía una experiencia teatral de 4 años, y
además, cuando estuvimos en Paraná, había un director de teatro, que era
tallerista y docente, de Santa Fe: Carlos Thiel, tenía mucho respaldo moral e
intelectual para lo que estaba haciendo. Vino algunas veces a Gualeguay, y
sembró unas bases muy lindas de taller de teatro. Con todo esto me largué a
dirigir”.
Pepe remarca dos
experiencias posteriores: “En el 85 hice un taller con Norman Briski en Buenos
Aires. Fue una muy buena experiencia. Duró un año, iba todos los lunes. Briski
me aportó una parte de técnica muy rica. En 2006 hice pedagogía teatral con
Raúl Serrano”.
Pregunto si
pensó en salir de esta ciudad: “En ningún momento salí de Gualeguay, desde el
vamos todo lo que hacía lo hacía pensando en este lugar. Briski me dijo: Por
qué no te quedás, por qué no te venís acá, qué vas a hacer en Gualeguay. Le
dije que yo fui para aprender, no para quedarme, para proyectarme en Buenos
Aires. Fui a adquirir un conocimiento para volcarlo acá. Pude haberme ido, pero
no lo hice, y creo que no sé todas las razones de la elección. Yo me sentía
cómodo en Gualeguay”. En relación a la figura de la ciudad, Pepe dijo: “En
Gualeguay hay un atractivo: es la gente. Pitina decía algo que no era del todo
mentira: ‘Gualeguay es el gran osario nacional’, porque todos se iban, hacían
su vida en otro lado, porque Gualeguay no le daba posibilidades, se jubilaban y
venían a morir acá, o pedían que los entierren acá. Se quedaban en la memoria con
ese amor por la gente y su ciudad”. Mientras lo escuchaba pensaba en que
Piaggio nunca se quiso ir, quizá para no tener que volver; tal
vez se le grabaron esas palabras dichas por Pitina, tal vez no quiso correr el
riesgo que corrió su padre y quedarse sin regreso; tal vez por eso, me digo, se
quedó haciendo sus propios escenarios en Gualeguay.
¿Qué fue el
teatro en las vidas de Pepe?: “El teatro ha sido todo para mí, porque como no
he podido vivir del teatro, siempre tuve una actividad paralela, o sea, el
teatro era esa actividad, además tenía un ‘trabajo’: empleado de banco,
empleado de una peletera, fui docente: di clases de teatro, fui preceptor, soy
maestro mayor de obras, pero todo eso nunca me identificó: para los demás yo
era gente de teatro. Alguna vez dije basta, dejo todo, pero no pude, volví a
caer. Me gusta el teatro y pude perfeccionarme”.
Sobre el teatro
en la ciudad, dijo: “El público que ve mis obras es gente a la
que le gusta el teatro, muchos de ellos van a ver teatro a Buenos Aires. Este
año ha sido fuera de lo común, ‘Jardín de otoño’ de Diana Raznovich, una
comedia, la vieron mil personas. ‘Corpiñeras’ de Miriam Russo, es un drama,
tuvo menos suerte. Nunca busco la conveniencia, era una posibilidad para las
actrices y la hicimos. Hay un público en Gualeguay que sigue ciertos nombres
que hace años están en relación al teatro, como el elenco de ‘Jardín de otoño’,
mi última puesta: Patricia Da Dalt, Indiana Bonfanti y José Della Giustina. A
esto se le suma lo que mueven los talleres”. Aclaró que en la sociedad gualeya
hay, como en todas, prejuicios, y que la bulla palabrera nunca le importó.
Afirma que “El
respaldo del escenario no está en los libros”. Parece haber tenido en claro que
quería hacerse desde el trabajo. Su extenso historial así lo cuenta. Ha
adaptado y dirigido obras de diversos autores: Roberto Fontanarrosa, Humberto
Costantini, Eduardo Rovner, Javier Daulte, Griselda Gambado, por citar algunos.
Entre manos
tiene un proyecto “Santa Bárbara S. C. A.”, una obra de su autoría. Cuenta Pepe
que el origen de la idea está en sus años de empleado bancario. Fue testigo de
la caída en desgracia de la economía de muchas personas. Dice que a algunos les
pasó por dilapidar aquello que tenían, pero que hubo otros a los que les tocó
perder, y que esa variable estaba más allá de su entendimiento: “La imposibilidad de darse cuenta de lo que está pasando”. Cuenta
Pepe: “Me parte el alma ver que gente que tenía un muy buen pasar, hoy ande en
bicicleta”. Gente a la que le pasó algo, pero no sabe qué. Haber sido testigo
de esas historias marcó a Piaggio; él mismo dice que hoy no entiende bien lo
que es la economía, y que si él no ha perdido todo es porque decidió, y así
pudo oponerse, privarse de casi todo. En la obra se da pista de culpas propias
y ajenas en la historia de una familia, pero esto no es lo central, sino el
hecho de que no ha quedado nada, ni un elemento que pruebe la existencia de una
larga historia familiar. Entre recuerdos del despilfarro y los cambiantes
vientos económicos del país, la acción se lleva a cabo en los momentos previos
a que los ejecutores de los nuevos dueños tomen posesión de lo material.
Bárbara guarda la memoria de la familia, pero también la ignorancia sobre el
final que se avecina.
La obra está en proceso de macerado, ojalá asome a la superficie: el
escenario del teatro Italia. Todo se hace a pulmón en el teatro gualeyo, Pepe bien
lo sabe.
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