La lectura puede
alumbrar dimensiones donde viven hombres notables: puertas abiertas a otras
sintonías, a otros mundos, a realidades y encrucijadas donde llegan calles
diferentes, verdades otras. La utilización de esta máquina del sueño y el
asombro, encendida a conciencia abierta, lleva al lector a conocer los distintos
matices del riesgo. Un libro puede llevar, por ejemplo, a la ensoñación
fantástica o a un compromiso sustancial con la realidad. Puede el lector
abismarse de tal manera, que esa memoria de lectura durará en su pensamiento
durante toda su eternidad limitada. Este puerto es de las categorías más puras que
posee la felicidad: gloria a aquel que haya sabido atrapar las bondades de un arte
tan efímero a través de un libro. La felicidad de correr riesgos permite
asomarnos a paisajes poco conocidos, a paisajes descuidados en el diario
laborar en este mundo veloz.
Mi última
lectura me mantuvo feliz durante unos meses.
Gracias a la
amiga Silvia Rodríguez Paz que consiguió el libro en Paraná de manos de su
autor, y gracias al escritor Daniel González Rebolledo que ofició de correo
hasta Gualeguay, hoy puedo decir que las buenas señales acompañaron: “El canto
entero de Marcelino Román” del poeta Juan Manuel Alfaro hasta mi escritorio.
Alfaro convoca a
distintas personas para dar testimonio sobre Marcelino Román: poeta, un hombre
que portaba ideas propias, y que sabía muy bien que tanto él como su poesía
guardaban un lugar entre la gente, con su pueblo, con el paisaje y con la vida
toda que en él acontecía. Lo recuerda Beatriz Repetto, su segunda esposa, el
poeta Jorge Enrique Martí, amigo, el profesor Elio C. Leyes, el poeta Amaro
Villanueva, Luis Alberto Ruiz, Luis Sadí
Grosso, Juan Laurentino Ortiz, Luis Gudiño Krámer, Carlos Alberto Álvarez,
Marta Zamarripa. El poeta Alfaro utiliza además la palabra del mismísimo
Marcelino, que escribió un prólogo para cada uno de sus libros: palabra viva,
pensamiento del poeta que se agregaba así al contenido de la obra. Concuerdo
que aquello que tiene para decir el escritor deberá estar reflejado en su obra;
y creo, a la vez, en la importancia de los testimonios que acentúan ideas:
bienvenidos los prólogos o la charla periodística. Este libro es prueba de ello.
Ahora bien, cité algunos de los invitados, incluido Marcelino, que Juan Manuel
Alfaro convocó en su libro, porque además de informar sobre el mismo, sentía la
necesidad de anotar que la maravilla de esta lectura ha sido compuesta por dos
poetas: el visitado: Marcelino Román, y el que lleva el bote por su río: Juan
Manuel Alfaro, y otra vez anoto su nombre porque al hacerlo nombro a la más
alta poesía, y nombro a un hombre generoso.
Alta poesía es
la de Alfaro, se guardó en la emoción de mi memoria, y digo que el poeta es
generoso porque no cualquiera emprende semejante trabajo, sólo con amor y
respeto se puede llevar a buena orilla un desafío como este: una mirada sobre
la obra completa (el canto entero) de Román. La voz que invita desde cada una
de las páginas, es la voz de un amigo que dice desde la sombra, lo dicho, por
respeto, por compromiso con las ideas, por el placer que, desde hace años, le
dispensa la poesía y la persona de Román.
“El canto
entero…” es desde todo punto de vista: un libro necesario. Porque muchos saben
del poeta Marcelino, entre tantos lugares por los que anduvo de mirada a
conciencia, está Gualeguay: trabajó en el diario El Día a mediados de la década
del 30, pero hay un detalle, que se suma al silencio de ciertos popes de la
cultura con respecto a su obra, como afirma la poeta Tuky Carboni: ¿dónde
encontrar los libros del poeta?, y todavía más, ¿dónde encontrar aquellos
trabajos de quienes escribieron sobre él? El libro de Alfaro tiene voz propia,
detrás de la tinta hay un poeta que recorre la palabra de otro poeta, y es el
lugar donde renueva el aire la palabra dicha y escrita hace años: “El canto
entero…” habla de ayer, y puede ser escuchado en este presente confuso, y podrá
ser escuchado mañana, ojalá, porque en él se apuesta a un futuro donde los
hombres vivan como verdaderos hermanos. Marcelino, poeta, pensador entrerriano:
pero su poesía debería ser bandera de esperanza en todo el país, y en toda la
región: la América Criolla,
la Patria Grande.
Marcelino Román |
La obra completa
de Román (1908-1981), poesía: “Cantar y soñar” (1931) (libro eliminado por el
propio autor), “Calle y cielo” (1941), “Tierra y gente” (1943), “Pájaros de
nuestra tierra” (1944), “Coplas para los hijos de Martín Fierro” (1949),
“Tierra de amor” (1950), “Canciones del mar Caribe” (1953), que es un anticipo
del próximo libro: “América Criolla” (1953), “La querencia y los caminos”
(1961), “Comarca y universo” (1964), “Tiempo y hombre” (1967), “Nuevas coplas
para los hijos de Fierro” (1968), “Vida y canto” (edición póstuma, 2003). En
prosa: “Sentido y alcance de los estudios folklóricos” (1951), “Itinerario del
payador” (1957), “Reflexiones y notas sobre poesía y crítica” (1966).
Por dónde
comenzar para bosquejar una imagen de Marcelino y de su obra, que felizmente
contiene el libro de Alfaro. Elijo los fragmentos citados de “El cardo” de
“Tierra de amor”: “(…) La dulzura materna de la tierra / se da en el ríspido
cardo / como en el fruto del pisingallo y la raíz del miquichí. / Cardo: algo
de dulzura y mucha espina: / también mi infancia fue así. // (…) En la
andariega infancia campesina, / tiernas varas de cardo / me dieron el sabor de
la hora feliz, / cuando el tiempo era mío y la tierra era mía / y la inocente
dicha de vivir. // (…)”.
Elijo la cita del
prólogo de “América Criolla”: “(…) si reparamos un poco, será dable comprobar
que no hemos escrito sino versos de amor. // Porque la obra del poeta –como la
vida misma de la criatura humana- no puede tener sino un sentido y un destino
de amor. No ya únicamente el amor de la pareja esencial, sino la total
realización del ser humano como criatura de amor. Amor a la vida, a la
naturaleza, a nuestros semejantes. Mas no el amor que simplemente se conduele,
sino el amor traducido en solidaridad efectiva con el pueblo, expresado en
indeclinable militancia a favor de la cultura, la justicia y la libertad. No el
amor que se arrodilla, implora y gime, sino el amor que se yergue y pelea en
defensa de sus creaciones, tan a menudo destruidas por el sistema de la
desigualdad, la opresión y el crimen (…)”.
Y esta
declaración de principios en “Poema de la tierra indiana, II” del mismo libro: “Vengo
de la hondura de la tierra, de la profundidad del paisaje, / de la entraña del
pueblo, blindado de optimismo; / prendidos a mi voz vienen los ríos, la montaña,
la pampa y la selva; / las penas de la choza, del jacal, del huasipungo, del
rancho, del bohío; / soy un brote de la América Criolla, desvelado y
alegre; / un corazón ingenuo y corajudo y primitivo; / lleno de amor para
comprender a mi pueblo, / lleno de fe para compartir su destino. / Los pueblos
más extraños, los hombres más lejanos, / de distintas costumbres y de idiomas
distintos, / ¡a dónde irán que yo no los entienda!; / soy un gaucho, un charro,
un chagra, un caboclo, un huaso, un guajiro; / yo, humilde como la gramilla; /
yo, un negro, un indio, / sé que comprendo a todos, soy el amor que todo lo
supera; / todos los pueblos en mi corazón están reunidos. / Como leen los
geólogos en la tierra y los arqueólogos en las ruinas antiguas / puede leerse
en las napas de mi sangre este amor de siglos”.
Anoto la copla
de inicio de “La querencia y los caminos”: “El río crece y decrece, / pero
nunca se termina; / aquello que más camina / es lo que más permanece”.
Refiere Alfaro
que en “Sentido y alcance de los estudios folklóricos”, Marcelino: “Agudiza su
crítica contra los versificadores y literatos tradicionalistas, por ser ‘ciegos
buscadores de lo pintoresco’ y que ‘por el hecho de emplear una jerga torturada
que a ellos se les antoja típico lenguaje criollo, ya les parece estar haciendo
poesía popular (…) honrando a la tradición’. // Y los califica como
‘falsificadores de lo popular, malos caricaturistas del gaucho, deformadores de
la realidad…’. // Finalmente, insiste en que ‘el poeta popular, el escritor
folklórico, no es aquel que se sirve de las cosas del pueblo para producir
páginas pintorescas y reideras, con el fin de divertir o entretener a la gente
llamada culta, sino aquel otro cuyas producciones son verdaderos documentos de
la vida popular’”.
De “Reflexiones
y notas sobre poesía y crítica” me detengo en: “Hay quienes pretenden ser
expertos en lejanías cuando no han sabido ver lo que tienen a su alrededor”.
Son tan felices las elecciones de Alfaro: “La técnica sola no basta. Hay una
raíz de pasión y misterio, de ansiedad y desafío; un fuego de vida y un viento
de muerte”. Escribió Román: “Si lo que produce el poeta no sirve para el hombre
común, habría que preguntar para qué sirve. Y a quién sirve”. Definió
Marcelino: “El poeta no es un malabarista que juega con las palabras, sino un
hombre que se juega en las palabras”.
Juan Manuel Alfaro |
Un poeta cuenta
a otro poeta, el visitado se cuenta a través de su obra, y de las palabras
dichas por fuera de la misma. El poeta que escuchó, vio y anotó, sabe, estoy
seguro, que entre ambos han pintado el maravilloso paisaje.
“El canto entero
de Marcelino Román” es un libro hecho a conciencia, y un libro que puede ayudar
a abrir conciencias; un libro que puede invitar al diálogo, que le apunta a la
poesía, a la identidad, a los derechos de las personas, a la vida toda: un
toque certero de poesía sobre la tierra y el cielo de las aldeas. Escribo esto
y pienso en los maestros y los alumnos de las escuelas secundarias de este
país. Pienso en la tan necesaria presencia de libros como el de Alfaro en las
aulas. Libro de poetas: una sustanciosa práctica de la memoria.
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