El fantasma fue parte
de un todo, para otra ocasión dejo la duda de si en realidad el mismísimo
fantasma es el todo, porque en él es posible encontrar la esencia, la sustancia
primera, la identidad que busca eternizar el tiempo en la esquina de la vida.
El amanecer del buen fantasma: de algunas personas, de otras criaturas: hermano
perro, árbol o maravilla alada, de algunos objetos. Una raigambre de fantasmas,
digo, para fundar pista, señales del mundo que de a poco fue dejando de ser. Sé
que vivo entre fantasmas de distintas intensidades.
Deolindo Romero,
memorioso de Gualeguay, en su libro “Nacer en las tierras blancas” afirma que
siente, al concurrir de visita al cementerio, que el alma del ausente se acerca
a la tumba. Deolindo habla de “duendes protectores”. La imagen es válida para
contar mi manera de seguir en el camino. Sé que están ellos, los distintos
representantes del más allá de la memoria. Tengo a mis muertos lejos, no
necesito la tumba, alcanza una foto, una lectura, una sensación de compañía, y
el sueño: donde todo aquello que fue, vuelve a tener oportunidad de ser. Arthur
Conan Doyle, famoso autor de las novelas y cuentos con su inolvidable
personaje: Sherlock Holmes, y además famoso espiritista, afirma en sus libros
que el sueño es la zona de encuentro entre los vivos y los muertos, entre lo
que fue y ya no es.
Entre otros papeles
que Deolindo Romero dejó sobre mi escritorio, los dejó a modo de invitación, encontré
un cuadernillo perteneciente a alguna revista vieja. En el momento apenas le
presté atención. Me dije que era para después. Fue así como luego reparé en
detalle sobre aquello que claramente se presentaba como un fantasma. Entrar a
investigar las páginas, el cuadernillo va de la 5 a la 36, fue como encontrarme
dentro de un sueño.
Busqué el nombre de la
revista, lo encontré en la nota “‘25 de Mayo’ de Victoria, Vanguardia del
Deporte Entrerriano” que abre de esta manera: “LITORAL comienza desde hoy con
un desfile interesante: las entidades deportivas de mayor prestigio de la
Provincia”. Entonces tenía entre manos el fantasma de un número de “Litoral”.
Referida a la fecha encontré que el texto “Vidas Humildes” de Violeta Arrighi,
de Gualeguay, consignaba el año: 1939. Me faltaba confirmar la fecha y pude
hacerlo al leer la nota sobre el club 25 de Mayo, al final de la misma se
nombra la hasta ahí última comisión directiva: del período 1939-1940. El
fantasma aparecido era de 1939. La lectura puede disparar lecturas, si esto
sucede se está cerca de una de las maravillas que puede brindar la poesía y la
literatura. No tenía noticia de la escritora Violeta Arrighi, y entonces empecé
a buscar, y encontré un dato: es autora del libro “La cruz de las horas” (1961)
que lleva en su interior fotografías del señor Kayayán, que hizo historia con
su oficio en Gualeguay.
La revista parece que
reunía temas de actualidad, información sobre las necesidades del campo: La
crianza de porcinos, El trébol de olor, Semillas de trigo y lino; historia y
literatura: Instituto Entrerriano de Estudios Históricos, “Dos trenzas negras”
(cuento de Carlos del Campillo), un poema: “La tarde” de Olga Zandalazini de
Lucas Sud; temas varios como la Construcción de viviendas escolares, o una
página, la 36, de sociales: noticias de Gualeguay, Victoria y Concepción del
Uruguay.
Dejé para el final la
nota destacada: el hallazgo en “Litoral”: dos páginas, la 34 y 35, la sección:
“Literarias”, donde aparecen tres poemas de Alfredo Martínez Howard.
“Elegía: Rueda de
corazones. Tu recuerdo en el centro. / Lejos de tu destino la risa madurando /
hacia el claro septiembre del encuentro. // Ninguna adivinanza vigilando su
suerte / pero ya las campanas estrenando / ternuras elegidas para decir tu
muerte. // Superados los altos caminos verticales. / Para todos cumpliendo la
esperanza / de ingresarte a estrellados liceos siderales. // Colegial vaporosa.
Pronombre. Transparencia. / Si tu alma uniformada de último azul, alcanza /
para vencer promedios celestes tu inocencia. // Nada más que pronombre de la
voz sin consuelo / por saberte en recuerdo tiene alumnos azules / la tarde que
te explica con memoria de cielo. // Hasta que tu presencia suceda entre las
cosas. / Cuando la fronda gastes. Cuando en flor disimules. / Cuando tu
ausencia pida compañía de rosas”.
“Geografía: Estás en
mí, callada como un árbol / que hacia la inmensa tarde toda su luz declina. /
En mi pecho se pueden encender tus veinte años / claros como el profundo
palomar con que miras. // Estás en mí pero eres de la estrella y la tarde, /
del ala, del aroma, del vuelo, de la risa, / de todo lo que es alto y asciende
claramente / hacia ese cielo tuyo que te tiene perdida. // Y no eres de mis
lágrimas aunque me duelas tanto / ni de la voz que nombra mi terrena desdicha.
/ Eres de lo que asciende, del arrullo, del canto, / de todo lo que al puro
cielo te repatria. // Tan solo yo te encuentro por detrás de la noche, / por
detrás del lucero que apenas te ilumina. / Tú que no tienes sombras como si
amanecieras. / Tú que estás en el mundo para siempre perdida”.
“Poema: Verdes marinos
a la mar. Mis ojos / navegando el azul del planisferio. / Península polar.
Blanco misterio. / Presa en la red de meridianos rojos // -pez de escarcha y
coral- tu mano fina. / Por un itsmo de hielo desemboca / -mapa tu cuerpo,
Capital tu boca- / a un país de redonda orografía. // Sobre la arena litoral,
tu anillo, / deletrean sus rosas de los vientos / y helados, por tu brazo, al
amarillo // clima de rubias lomas y serenas / islas azules, van, ebrios,
violentos. / Y a su paso sangrando las arenas.”
¿Quién es el poeta? Mi
amigo, el poeta Rubén Derlis, lleva adelante un blog: “Decidor” donde reúne las
voces de poetas notables: consigna un poema y una acotada biografía: “Alfredo
Martínez Howard (1910-1968). Poeta y periodista nacido en Paraná, provincia de
Entre Ríos y fallecido en ‘La Serranita’, provincia de Córdoba. Cursó el
magisterio en su ciudad natal; posteriormente inicia estudios universitarios
hasta obtener el título de escribano. En 1940 dirige el diario ‘La Calle’ en
Concepción del Uruguay. Reside en Buenos Aires en varios períodos, durante los
cuales colabora en revistas y medios periodísticos de la Capital. De regreso a
Paraná, se integra a la bohemia de esa ciudad, donde comparte sus vicisitudes
junto a Alfonso Sola González, Reynaldo Ross y Jacinto Zaragoza, entre otros
cofrades. ‘La palabra poética de Martínez Howard nos invade con su mágica
iluminación de la penumbra, con su ardiente diafanidad y con los bellos seres
que pueblan un mundo mítico de ausencias y de adioses al que acuden presencias
que ya no son de este mundo, las preciosas nieblas donde caduca el polen de la
vida y una voz –acaso la más honda– dice la palabra permanente: trigo, tierra,
esperanza, hierro, ciudad natal’, según apreciación de Marta Zamarripa,
escritas en el poemario póstumo del poeta: ‘Eco y espejo’. Algunos de sus
libros de poesías: ‘Presencia por el aire’, ‘La heredad’, ‘Libro de ausencias y
adioses’”.
El poeta Francisco
Madariaga, en junio de 1992, en conversación con Félix della Paolera, cuenta: “Este
es el poema que yo más quiero. Una vez en un viaje que hice a esa zona de campo
-esto fue en el 67... 68- yo tenía una de esas pequeñas radios, de esas
primeras que salieron a transistor, y pesqué la parte final de un informativo
de la radio de Corrientes que decía: Paraná. Acaban de ser sepultados los
restos del poeta Alfredo Martínez Howard, que han sido trasladados desde La
Serranita en Córdoba a Paraná, su ciudad natal. Ese fue el origen del poema.
Martínez Howard me hablaba siempre del tema del oro a través de toda la
historia de la poesía. Me leía lo que él conocía sobre el tema del oro y leía
poemas relacionados con el oro. Le gustaba hablar de eso. Cuando me enteré,
este fue el homenaje. Salí, era la tardecita, estaba por entrar el sol, y tuve
la sensación de que todo se transformaba, estaba todo como una especie de
cuadro vivo, en el paisaje todas las palmeras parecían lámparas encendidas,
todas doradas, las vaquitas estaban en unas cuchillas pastando, doradas por el
sol, todo era un paisaje de oro. Entonces surgió el poema. Por eso está
dedicado a él”.
El poema es “Tembladerales
de oro”, que da nombre al libro de 1973: “El dolor ha abierto sus puertas al
agua de oro del oro que / arde contra el oro el oro de los ocultos
tembladerales / que largan el aire de oro hacia los rojos destinos / pulmonares
con el acuerdo de los fantasmas de oro / coronados por los juncos de oro
bebiendo los / caballos de oro los troperos de oro envueltos en los / ponchos
de oro -a veces negro a veces colorado / celeste verde- y el caballero que
repasa las lagunas de / los oros naturalmente populares el que se embarca / en
las balsas de oro con todos los excesos de / pasajeros de oro que manejan los
caballos de oro con / los rebenques de oro bebiendo en la limetilla de oro / del
barro de oro de los sueños de los frescos del / oro entre la majestad de las
palmeras de oro y de los / ajusticiados y degollados en las isletas de oro bajo
de / yacarés de oro del oro del Amor”.
Alfredo Martínez Howard por su hijo Julio "Freddy" Martínez Howard. |
Cuando “Litoral”
publicó los poemas de Martínez Howard, el poeta estaba parado a la mitad de su
vida. Pienso ahora en la totalidad del paquete, la vida y su amiga inseparable,
la muerte, y digo amiga, porque sin ella no habría fantasmas. Hay que estar atento
al ayer y a toda su gente.
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