domingo, 8 de noviembre de 2015

Tres creadores en la poesía de Ricardo Maldonado

Luego de la lectura del último libro del poeta Ricardo Maldonado: “Voz Varia” (2015): un recorrido sobre la totalidad de su obra publicada, más una cantidad importante de material inédito, quedaron en mi memoria, como corresponde a las obras que se guardan en el lector, una cantidad de puertas para el acceso a su universo. Una de esas puertas abría el sendero que me llevó hasta la vida y obra de tres artistas plásticos nacidos en Gualeguay. Me refiero a Roberto “Cachete” González, Antonio Castro y Cesáreo Bernaldo de Quirós. Así, en este orden, los fui encontrando dentro de la poesía.
Maldonado le llevó a Cachete González, allá por 1988, un ejemplar del que era en ese momento su último libro: “Canción o barbarie”. Se fue hasta Buenos Aires con la poesía bajo el brazo. Hay en el libro una ilustración de Cachete. Trazos de tinta, un manojo de líneas de donde brota un personaje típico de la galería creadora de Cachete. La figura asiente desde su esencia: no hay duda sobre quién es el autor del dibujo. La voz clara en el trazo de Cachete, y la voz pura en la palabra y la mirada del poeta. El título del poema: “Sobre un dibujo de Cachete González”: “Sorbido de acá para allá. / Con la voz sobre la cuerda del vino. / Con el ojo trunco y al acecho. / Sediento de una luz que es a penas. / Con la escarapela de la fábula en la cabeza. / Balanceándose entre dos llamas que sostienen otra gloria. / Abriéndose paso entre la selva propia. / Tirado a la fuerza por el genio del sol. / Con el hueso lúcido recuperando la canción del pueblo”.
Trabajo hace tiempo sobre la vida y la obra de Cachete González, y quedo asombrado frente a cada uno de los estoques, cada línea que se abre en luz y contenidos, con que Maldonado define la esencia del artista plástico. El propio poema es a su vez una obra plástica, palabras como colores, y por sobre todo, la mirada de quien pinta-escribe, quien compone a conciencia siendo, fundando, música ejecutada desde el misterio.
Pedí al poeta una memoria de Cachete, un pensamiento: “Mi relación con la obra de Roberto ‘Cachete’ González fue también de admiración por la arrolladora textura de su relato histórico-social, extrajo identidad de esa madera colectiva de la cual él estaba formado, era ese barro de acá que se manifestaba con fuerza universal, con aspiración al todo y con una valentía creativa muy próxima a una lírica existencial, su relación con José Hernández, cuyo Martín Fierro es el más alto y complejo de cuantos han intentado figurar o simbolizar la contingencia de lucha de clases del siglo XIX en nuestro país y la substancia del criollo libertario que el mismo ‘Cachete’ era. El factor del tiempo, la historia, se sobreimprime cuasi fantasmal en las escenas que plantea, como una atmósfera donde nos reconocemos desde los abuelos. Precisamente de una serie ilustrativa sobre textos de Enrique Wernicke que Alberto Burnichón publicó: ‘Tucumán de paso’, tomé un dibujo para ilustrar la tapa de mi libro: ‘Canción o barbarie’ (1988). Cachete me brindó esa posibilidad de tratarlo y poder alternar en diálogos y conocimientos mutuos. Lo considero un maestro insoslayable de la plástica argentina. Falta conocer, difundir y valorar su obra, a medida que el tiempo pasa más se depura su presencia en el arte argentino. Tanto Antonio Castro como Cachete me manifestaron su admiración y gratitud para con Ernesto Harkopf y con Roberto Epele”.
Cachete González en Canción o barbarie.
En “Escalón para Musinga” (2005), otro de los puntos altos en la obra de Maldonado, el poeta pinta la vida y destino de los olvidados de siempre: el pobre y su lugar en la tierra triste, esa que construyen los intereses excluyentes del capital, y que es regada con el intento del hombre: resistencias y desesperaciones. Hay muchos Musingas en este mundo como muchos Mansa Tuca (otro libro notable de Maldonado), ellos: los excluidos, los discriminados; de estas cuestiones trata también la escritura y el canto de este poeta. Antonio Castro, a quien conocí a través del libro de Nidya Rampoldi (Antonio Castro, Hombre de la costa (2009)), es uno de los Musingas del libro. El poema “Pintaba Antonio Castro” dice: “Hasta con agua verde pintaba el maestro, con el agua del mate y con el carbón más viudo del brasero de su pieza. Trazaba un esquema de tentaciones sobre el plano, hacía tremolar el color sobre cualquier cartón, terciaba con la luna su desparpajo y arremetía lúcido y recio hasta nacer un plexo solar de cada cuadro. // Rompía camisas el farol de sus adentros, constantemente al día, dejaba que la procesión inefable lo llevara en andas y lo volviera a salvo. // Volteaba sobre la hemiplejía cualquier florero con tal de pintar y era capaz de transportar a pulso, él solo, a los errantes del río, Musingas con el piojillo de los gorriones, hasta la costa firme de su Barrio del Parque: calleja blanca, calentador y galleta, Antonio Castro. Cuando Gualeguay era un morocho fulgor ido en trenes y levantaba lienzos repletos de populares cardúmenes sagrados”.
Ricardo Maldonado, poeta.
Cuenta Maldonado: “Fui por Antonio Castro al encuentro de una emergencia visual que estaba ajena al dominio ideológico de contextos de época, modas y grupos, Castro era/es para mí, desde antes de conocerlo y tratarlo personalmente, un artista que pone el acto creativo en un estado de “reniñez” como dijera Gonzalo Rojas. Todos los personajes populares del Gualeguay que él conoció y del cual provino, resultan en su obra como mariposas salidas de un proceso larval de historias calladas, todos alcanzan el cielo de la gracia en cada dibujo y en cada color que llega con su baño lustral de amaneceres en el barrio pobre, son casi religiosos por su piedad, no están sobrecargados de psicología política, son solidarios pero ajenos al discurso del partido. Me gustó su libertad, su modestia y su pasión pura por el arte. Pude grabarlo, fotografiarlo, dialogar largo y tendido sobre diversos temas, publicar reproducciones de sus obras, valorar su pensamiento y su actitud, siempre respetarlo. Antonio no tuvo la soberbia que sí conocí en artistas progres que leían a Sartre, se planteaban la revolución como alternativa histórica pero no podían comprender el fenómeno del sentimiento criollo y mantenían un sentido muy occidental-capitalista de la propiedad privada del arte, de alguna manera me demostraban una mezquindad burguesa y una soberbia de autovalía de la cual Antonio Castro estaba exento. En síntesis lo aprendí a querer, fue un militante genuino de la vida, del arte y de las causas justas; fue un profundo intérprete que transfiguró los rasgos de Gualeguay”.
Ilustrado por Cachete González.

Sostiene el poeta: “Antonio Castro y Cachete González son emergentes subliminales del inconsciente colectivo criollo de Gualeguay, depuradores simbólicos de una memoria impregnada en el carácter y el comportamiento social, siempre con una subyacente rebeldía de clase marginada en oposición a los dueños de la sociedad rural y el Club Social, fueron ‘cabecitas negras’ sabedores de la jerga orillera de este río y de los suburbios, tuvieron los sentidos arraigados y fieles a un modo de ser popular que es imponderable tanto para la antropología como para la literatura, pero que está, se manifiesta en ambos en patrones de perfiles definidos, con nada de contaminación europeizante, sí con la magia que bien pudiera entroncarse con lo mítico-poético de la mirada espléndida americana y que aflora en estallidos de inocencia poderosa en Antonio Castro o en psicología profunda y desgarrada en Cachete González, quienes seguramente tuvieron abuelos lanceros, y eso está ahí, por fin pronunciado de alguna manera en sus obras, los modos de un lenguaje compartido, una fonética de contraseña de los que han tenido ‘siete oficios y catorce necesidades’.
De Antonio Castro.
Quirós no fue un Musinga, pero he aquí la magia del poeta: “La maja de Quirós”: “Se estuvo quieta, morena estelar crecida en la penumbra de los ranchos. Descendiente de las chinas de Urquiza. Carne de asir, sentida en vidalitas de malva y jilguero. Modelo argentino, azul de ñandubay quemado, Musinga coronada por la retama que redimió difíciles días de explicar. // La enagua genital y el agua junto al santo, con el único espejo de la laguna y el mentado payador. // La Maja de Quirós ni pestañeaba, cuando lenta e inexorablemente el cuadro la repetía al detalle y cruzaba sin vuelta hacia una expectación constante, hasta ser esa sola mirada devorando el porvenir, ese puro hombro de hembra brotado para el deseo; más fuerte que el paraíso su manzana”. Maldonado, otra vez con la tinta necesaria, y el pensamiento a la mano: “Con respecto a Cesáreo Bernaldo de Quirós puedo decir que me encontré con la obra de un clásico en estas tierra, un hombre que puso todo de sí para traducir en arte mayor lo que vio, vivió o le contaron de personajes y hechos del pasado entrerriano. Es un ejemplo de la más alta escuela europea puesta al servicio de mostrar lo definitorio de nuestra identidad. Sus óleos iluminados son únicos y son partituras para orquesta sinfónica. Escribí un poema sobre una de sus obras y allí está lo que pude ver de materia trascendente y de pertenencia social”.
De Cesáreo Bernaldo de Quirós.
El trabajo feliz de un creador se nutre con la identidad, la pasión por el oficio, el compromiso con las ideas, los vaivenes sensoriales del pensamiento, y la música que vibra entre sus almas. En la nota hay cuatro creadores: tres plásticos y un poeta.

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