Luego de la lectura del último libro del poeta Ricardo Maldonado: “Voz
Varia” (2015): un recorrido sobre la totalidad de su obra publicada, más una
cantidad importante de material inédito, quedaron en mi memoria, como
corresponde a las obras que se guardan en el lector, una cantidad de puertas para
el acceso a su universo. Una de esas puertas abría el sendero que me llevó
hasta la vida y obra de tres artistas plásticos nacidos en Gualeguay. Me
refiero a Roberto “Cachete” González, Antonio Castro y Cesáreo Bernaldo de
Quirós. Así, en este orden, los fui encontrando dentro de la poesía.
Maldonado le llevó a Cachete González, allá por 1988, un ejemplar del
que era en ese momento su último libro: “Canción o barbarie”. Se fue hasta
Buenos Aires con la poesía bajo el brazo. Hay en el libro una ilustración de Cachete.
Trazos de tinta, un manojo de líneas de donde brota un personaje típico de la
galería creadora de Cachete. La figura asiente desde su esencia: no hay duda
sobre quién es el autor del dibujo. La voz clara en el trazo de Cachete, y la
voz pura en la palabra y la mirada del poeta. El título del poema: “Sobre un
dibujo de Cachete González”: “Sorbido de acá para allá. / Con la voz sobre la
cuerda del vino. / Con el ojo trunco y al acecho. / Sediento de una luz que es
a penas. / Con la escarapela de la fábula en la cabeza. / Balanceándose entre
dos llamas que sostienen otra gloria. / Abriéndose paso entre la selva propia.
/ Tirado a la fuerza por el genio del sol. / Con el hueso lúcido recuperando la
canción del pueblo”.
Trabajo hace tiempo sobre la vida y la obra de Cachete González, y quedo
asombrado frente a cada uno de los estoques, cada línea que se abre en luz y
contenidos, con que Maldonado define la esencia del artista plástico. El propio
poema es a su vez una obra plástica, palabras como colores, y por sobre todo,
la mirada de quien pinta-escribe, quien compone a conciencia siendo, fundando,
música ejecutada desde el misterio.
Pedí al poeta una memoria de Cachete, un pensamiento: “Mi relación con
la obra de Roberto ‘Cachete’ González fue también de admiración por la
arrolladora textura de su relato histórico-social, extrajo identidad de esa
madera colectiva de la cual él estaba formado, era ese barro de acá que se
manifestaba con fuerza universal, con aspiración al todo y con una valentía
creativa muy próxima a una lírica existencial, su relación con José Hernández,
cuyo Martín Fierro es el más alto y complejo de cuantos han intentado figurar o
simbolizar la contingencia de lucha de clases del siglo XIX en nuestro país y
la substancia del criollo libertario que el mismo ‘Cachete’ era. El factor del
tiempo, la historia, se sobreimprime cuasi fantasmal en las escenas que
plantea, como una atmósfera donde nos reconocemos desde los abuelos.
Precisamente de una serie ilustrativa sobre textos de Enrique Wernicke que
Alberto Burnichón publicó: ‘Tucumán de paso’, tomé un dibujo para ilustrar la
tapa de mi libro: ‘Canción o barbarie’ (1988). Cachete me brindó esa
posibilidad de tratarlo y poder alternar en diálogos y conocimientos mutuos. Lo
considero un maestro insoslayable de la plástica argentina. Falta conocer,
difundir y valorar su obra, a medida que el tiempo pasa más se depura su
presencia en el arte argentino. Tanto Antonio Castro como Cachete me
manifestaron su admiración y gratitud para con Ernesto Harkopf y con Roberto
Epele”.
Cachete González en Canción o barbarie. |
En “Escalón para Musinga” (2005), otro de los puntos altos en la obra de
Maldonado, el poeta pinta la vida y destino de los olvidados de siempre: el
pobre y su lugar en la tierra triste, esa que construyen los intereses
excluyentes del capital, y que es regada con el intento del hombre:
resistencias y desesperaciones. Hay muchos Musingas en este mundo como muchos
Mansa Tuca (otro libro notable de Maldonado), ellos: los excluidos, los discriminados;
de estas cuestiones trata también la escritura y el canto de este poeta.
Antonio Castro, a quien conocí a través del libro de Nidya Rampoldi (Antonio
Castro, Hombre de la costa (2009)), es uno de los Musingas del libro. El poema
“Pintaba Antonio Castro” dice: “Hasta con agua verde pintaba el maestro, con el
agua del mate y con el carbón más viudo del brasero de su pieza. Trazaba un
esquema de tentaciones sobre el plano, hacía tremolar el color sobre cualquier
cartón, terciaba con la luna su desparpajo y arremetía lúcido y recio hasta
nacer un plexo solar de cada cuadro. // Rompía camisas el farol de sus
adentros, constantemente al día, dejaba que la procesión inefable lo llevara en
andas y lo volviera a salvo. // Volteaba sobre la hemiplejía cualquier florero
con tal de pintar y era capaz de transportar a pulso, él solo, a los errantes
del río, Musingas con el piojillo de los gorriones, hasta la costa firme de su
Barrio del Parque: calleja blanca, calentador y galleta, Antonio Castro. Cuando
Gualeguay era un morocho fulgor ido en trenes y levantaba lienzos repletos de
populares cardúmenes sagrados”.
Ricardo Maldonado, poeta. |
Cuenta Maldonado: “Fui por Antonio Castro al encuentro de una emergencia
visual que estaba ajena al dominio ideológico de contextos de época, modas y
grupos, Castro era/es para mí, desde antes de conocerlo y tratarlo
personalmente, un artista que pone el acto creativo en un estado de “reniñez”
como dijera Gonzalo Rojas. Todos los personajes populares del Gualeguay que él
conoció y del cual provino, resultan en su obra como mariposas salidas de un
proceso larval de historias calladas, todos alcanzan el cielo de la gracia en
cada dibujo y en cada color que llega con su baño lustral de amaneceres en el
barrio pobre, son casi religiosos por su piedad, no están sobrecargados de
psicología política, son solidarios pero ajenos al discurso del partido. Me
gustó su libertad, su modestia y su pasión pura por el arte. Pude grabarlo,
fotografiarlo, dialogar largo y tendido sobre diversos temas, publicar
reproducciones de sus obras, valorar su pensamiento y su actitud, siempre
respetarlo. Antonio no tuvo la soberbia que sí conocí en artistas progres que
leían a Sartre, se planteaban la revolución como alternativa histórica pero no
podían comprender el fenómeno del sentimiento criollo y mantenían un sentido
muy occidental-capitalista de la propiedad privada del arte, de alguna manera
me demostraban una mezquindad burguesa y una soberbia de autovalía de la cual
Antonio Castro estaba exento. En síntesis lo aprendí a querer, fue un militante
genuino de la vida, del arte y de las causas justas; fue un profundo intérprete
que transfiguró los rasgos de Gualeguay”.
Ilustrado por Cachete González. |
Sostiene el poeta: “Antonio Castro y Cachete González son emergentes
subliminales del inconsciente colectivo criollo de Gualeguay, depuradores
simbólicos de una memoria impregnada en el carácter y el comportamiento social,
siempre con una subyacente rebeldía de clase marginada en oposición a los
dueños de la sociedad rural y el Club Social, fueron ‘cabecitas negras’ sabedores
de la jerga orillera de este río y de los suburbios, tuvieron los sentidos
arraigados y fieles a un modo de ser popular que es imponderable tanto para la
antropología como para la literatura, pero que está, se manifiesta en ambos en
patrones de perfiles definidos, con nada de contaminación europeizante, sí con
la magia que bien pudiera entroncarse con lo mítico-poético de la mirada
espléndida americana y que aflora en estallidos de inocencia poderosa en
Antonio Castro o en psicología profunda y desgarrada en Cachete González,
quienes seguramente tuvieron abuelos lanceros, y eso está ahí, por fin
pronunciado de alguna manera en sus obras, los modos de un lenguaje compartido,
una fonética de contraseña de los que han tenido ‘siete oficios y catorce necesidades’.
De Antonio Castro. |
Quirós no fue un Musinga, pero he aquí la magia del poeta: “La maja de
Quirós”: “Se estuvo quieta, morena estelar crecida en la penumbra de los
ranchos. Descendiente de las chinas de Urquiza. Carne de asir, sentida en
vidalitas de malva y jilguero. Modelo argentino, azul de ñandubay quemado,
Musinga coronada por la retama que redimió difíciles días de explicar. // La
enagua genital y el agua junto al santo, con el único espejo de la laguna y el
mentado payador. // La Maja de Quirós ni pestañeaba, cuando lenta e
inexorablemente el cuadro la repetía al detalle y cruzaba sin vuelta hacia una
expectación constante, hasta ser esa sola mirada devorando el porvenir, ese
puro hombro de hembra brotado para el deseo; más fuerte que el paraíso su
manzana”. Maldonado, otra vez con la tinta necesaria, y el pensamiento a la
mano: “Con respecto a Cesáreo Bernaldo de Quirós puedo decir que me encontré
con la obra de un clásico en estas tierra, un hombre que puso todo de sí para
traducir en arte mayor lo que vio, vivió o le contaron de personajes y hechos
del pasado entrerriano. Es un ejemplo de la más alta escuela europea puesta al
servicio de mostrar lo definitorio de nuestra identidad. Sus óleos iluminados
son únicos y son partituras para orquesta sinfónica. Escribí un poema sobre una
de sus obras y allí está lo que pude ver de materia trascendente y de
pertenencia social”.
De Cesáreo Bernaldo de Quirós. |
El trabajo feliz de un creador se nutre con la identidad, la pasión por
el oficio, el compromiso con las ideas, los vaivenes sensoriales del
pensamiento, y la música que vibra entre sus almas. En la nota hay cuatro
creadores: tres plásticos y un poeta.
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