domingo, 11 de diciembre de 2016

Basureros de Gualeguay de Mauricio Echegaray

La mirada hace foco sobre dos contenedores plásticos con rueditas, cajas y cajones, cartón y madera: dentro de los envases, las sobras de un día más: las sobras provenientes de unas cuantas historias que transitan cerca de la Plaza San Martín. Toda sobra guardada en contenedor se convierte en basura, toda altura de descarte en cordillera. Detrás de la basura de los hombres, se ve el monumento del padre de la patria. San Martín sobre su caballo se mantiene alejado de la basura amontonada en la cercanía. Tres focos de iluminación al fondo alcanzan para dibujar árboles y plaza. Llega el camión de la basura, se lee en su costado: Municipalidad de Gualeguay. En un momento, San Martín y su caballo parecen salir de dentro del camión, limpios a pesar de los tiempos. Dos hombres pisan tierra, saltan desde el estribo trasero del camión. Mauricio Echegaray dice que no son recolectores de residuos; los llama basureros, y los filma como tales: hombres corriendo tras el sustento diario, trabajadores; ellos también miembros de la sociedad. El paisaje filmado está encerrado en una clásica noche gualeya: silenciosa, deshabitada. Los basureros comienzan a remontar las hilachas del día, nada de pandorgas: basura al pie, mano con guante, olfato y mirada atenta.
Mauricio Echegaray
Para esta secuencia, Mauricio Echegaray, fija la cámara sobre un trípode, y la deja respirar; la cámara quieta comienza a alimentarse del trabajo de los dos hombres. El sonido ambiente es marcado por la voz de los mecanismos que viven en el camión: contenedor que va alta en el cielo, cajas en las manos de los hombres, revoleo de los bultos hacia las sombras donde continuará la vida en salud de la basura. La cámara sigue quieta: el paisaje y sus criaturas son los que se mueven, como en cada noche. A poco de iniciada la labor, aparece, a la izquierda del cuadro, la proa de un auto. Luces nerviosas, el auto avanza unos centímetros, se detiene, vuelve a avanzar, se detiene. Su conductor se siente atrapado, ha sido escindido del tránsito seguro de su vida. Quiere escapar, pero el camión y los trabajadores tienen todavía para un rato. Vergüenza por el apuro: el auto retrocede hasta salir del cuadro, solo sus luces avisan que sigue allí. Los trabajadores colocan los dos contenedores, uno al lado del otro, sobre la orilla de la plaza, dan la voz de aviso al conductor y se montan sobre el estribo trasero. El camión sale de cuadro, y antes de que pueda pasar el auto con conductor escindido, se lee el título de la película: “Basureros de Gualeguay”.
Esta larga toma de inicio es una declaración de principios, con ella el director avisa que la película tiene sus tiempos, que hay una voluntad y una elección en la persona que respira en el fuera de escena. La cámara quieta avisa que es una película poco conveniente para apurados, para aquellos que no saben de bajarse del auto que los lleva seguros y distraídos por la vida rutinaria de todos los días. Echegaray invita a bajarse de esa nave y tomarse un tiempo a conciencia para mirar las historias otras. Invita a bajarse de la nave embarullada, y a subirse, durante 45 minutos, a la nave en la que, una noche, decidió subir con cámara en mano.
Existen diferentes tipos de naves, diferentes apariencias, pero el valor supremo de la nave está dado por la dimensión del puerto al que nos ha acercado. Cuando vi por primera vez el documental, mi memoria salió disparada hacia distintos destinos, y uno de ellos fue el espacio sideral. Recordé la película “Alien” del director Ridley Scott. Sus personajes, trabajadores, viajan en la nave Nostromo. Reciben un pedido de auxilio desde un planeta desconocido. Se dirigen hacia el lugar, y sobre su superficie se posa la Nostromo. Esa escena vino a hasta mi presente cuando vi la llegada del camión al basural. Ese era el nexo, la llegada a otro mundo: el paisaje visto por Echegaray: fogatas, perros, chicos, caballos, humo, y basura, y el límite salvaje, inconmensurable, que en colaboración construyen los desperdicios, la noche y el olvido. Más allá de ese mundo están las luces de nuestra Gualeguay, y más allá de los habitantes del vaciadero, nuestras cómodas y civilizadas existencias. El camión de los basureros habita la noche, es una nave espacial que recorre las calles de la ciudad/río, de esta galaxia con apariencia de aldea. Y pensé además en que la nave misma es un planeta a descubrir: porque en ella está el trabajo de cada noche; y es entonces ese planeta el que a su vez se abisma ante otro universo, que se presume vasto, eterno y doloroso: pienso en las almas que viven en el basural, en las sombras que se mueven entre la basura. Otros planetas se iluminan cada noche, lo señala el documental de Echegaray, y hacia ellos se desciende cuando se mira sin apuro y con atención.
Es Mauricio Echegaray un trabajador que ilumina historias mientras viaja entre mundos. Su manera de mirar, y de contar, me llevaron hacia otro recuerdo, esta vez una lectura. Echegaray se preocupa, en los otros mundos señalados, por vislumbrar y registrar la vida de las criaturas, y me digo, lo hace a la manera de Ray Bradbury en sus “Crónicas marcianas”, donde el egregio escritor hace centro una y otra vez en la eterna necesidad de los hombres: establecer su propio relato, la construcción de una memoria de los hechos, la prueba de que, en efecto, estuvimos en este paisaje. Bradbury cuenta historias de los hombres habitando el planeta Marte. Echegaray cuenta de los habitantes de algunos de los planetas que hay dentro de este planeta.
“Basureros de Gualeguay” trata de tres hombres que hacen un trabajo al que muchos miran de costado. Una de esas tareas que remiten a palabritas como: sucia, desagradable, feíta, o sea, una tarea de dudosa buena prensa entre la gente linda que precisamente mira casi todo a la distancia. Ser basurero es un trabajo que, como tantos otros, exige, además, un extra: hay que tener la suficiente entereza para subirse al camión cada noche. Que la verdad sea dicha: se los mira torcido. En un momento aparece la cuestión en el relato de Marcos. Correa y Marcos son los muchachos que corren detrás de la nave, y Mico, el capitán. Echegaray, que es de los prefieren observar el paisaje y ver qué colores encuentra, toma su decisión, y cuenta a los tres basureros, los personajes de esta novela documental, de manera acertada y utilizando caminos diferentes. Desde que sube por primera vez al camión, sabe, percibe, que Correa no está muy dispuesto al diálogo. Entonces lo cuenta en imagen: detalles del laborar de Correa en el silencio de las noches; Correa en movimiento: contado desde distintos ángulos y perfiles. Para el relato de Mico, Echegaray suma imagen y palabra en la cabina, el refugio del conductor; el director usa además su panorámico mirador: todo lo ve Mico, quien da pista de algunas sensaciones, y mucho dice con sus silencios: sus manos sobre el volante del destino cercano. Finalmente es Marcos el que deja lugar para una entrevista en su casa. Entra mucha luz de la mañana por la ventana que está sobre su cama. Marcos cuenta, se cuenta, entre mate y mate; de a poco habla de su pasado, el presente, el futuro, el trabajo en la noche. Su palabra se suma al testimonio fílmico de su quehacer como trabajador. Hacia el final de la película, una voz en off dará unas pocas pinceladas más sobre la biografía de los tres basureros.
Hay en la mirada de Mauricio Echegaray (1979, Gualeguay) una búsqueda poética. Dicha búsqueda tiene que ver con el punto de vista elegido para registrar, y el tiempo que le dedica a cada mirada: como si lo convocara el paisaje, el personaje o el plano de detalle, y como si conectara desde otras razones, no puramente fílmicas; prueba de ello es el corto “Serenata por los bares de Gualeguay” (2015). En todo universo las invitaciones a mirar y registrar son muchas, es entonces cuando se establece una relación directa entre lo elegido y el resultado de la incursión. Echegaray se detiene en el paisaje de los bares gualeyos, y se detiene, por ejemplo, en este, su primer documental, en los planos majestuosos de la tragedia que se vive en el basural. Reitero: la Nostromo llegando al planeta desconocido. Dos incursiones: dos aciertos que quedan en la memoria. Echegaray muestra, pero lo hace desde detrás de la humareda, para que espiemos, para que la gente linda vislumbre las dimensiones apocalípticas del paisaje. Muestra lo necesario, no hay palabras que lo describan. Sabe el director que para entrar a ese otro universo, deberá acondicionar otro viaje. Él se montó sobre el camión y trabó relación con los tripulantes, sabe que lo mismo deberá hacer en un próximo desafío: esta vez no tratará de subir, en esta segunda travesía deberá bajar, y para ello, como los mismos basureros, deberá de aceitar su entereza para enfrentar un mundo en el que casi nadie piensa, salvo sus habitantes.
“Basureros de Gualeguay”, el documental de Mauricio Echegaray, invita a conocer, a través de distintas sintonías, los paisajes alumbrados. La película es de andar silencioso y certero, contiene las palabras justas. Interesa la mirada del director, su decisión de forma y contenido, sus permisos con el tiempo.

Con entrada libre y gratuita, se la podrá ver el viernes 16 de diciembre, a las 21.30, en el Museo Quirós.

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