Asistí
hace ya un buen puñado de días a la presentación de un libro en el Club Social.
Una moderada cantidad de asistentes charló en la previa, y se dispuso a recibir
las palabras alumbradas alrededor de la “Antología del Viento ‘Herencia de
Agua’”: un libro editado por la Asociación del Personal Legislativo de Entre
Ríos (APLER).
El
libro ya se había presentado en Paraná, y ahora se hacía en Gualeguay, para que
asistieran los poetas de la ciudad/río: Tuky Carboni, Elsa Serur y Eise Osman; y
Susana Lizzi de Gualeguaychú. Otra poeta fue de la partida: Marta L. Pimentel
Álvarez, que además de integrar la antología, fue la coordinadora de la
edición.
La
antología es una feliz cápsula de tiempo, una nao que refleja, ante todo, el
compromiso de los poetas seleccionados con su lugar en el mundo: su provincia:
Entre Ríos: las maneras de ser habitantes íntimos de la humana “entrerrianía”,
una palabrita muy usada, pero a la que no todos llegan a imprimirle sustancia.
Pude
hablar antes de la presentación con Tuky,
Elsa y Eise. Todos felices.
La
“Antología del Viento ‘Herencia de Agua’” está integrada por los siguientes
poetas: Juan Manuel Alfaro, Alejandro Bekes, Tuky Carboni, Julio Federik,
Miguel Ángel Federik, Héctor Izaguirre, Susana Lizzi, Jorge Enrique Martí, Juan
Meneguin, Eise Osman, Graciela Pacher, Domitila Papetti, Marta L. Pimentel
Álvarez, Juan Emmanuel Ponce de León, Luis Salvarezza, Elsa E. Serur de Osman,
Marta Zamarripa.
Quizá
no haya nada más riesgoso que encarar la construcción de una antología; por lo
general adolecen de rengueras varias. Uno nunca termina de explicarse, por
ejemplo, la presencia de poetas cuya palabra, de momento, no está a la altura
del convite a la reunión. Entonces se alumbran, por lo general, antologías
tristes, pifiadas, misteriosas y hasta mentirosas. Pienso que la diferencia en
la profundidad de los trabajos se nota: el trabajo que sustenta la palabra,
siempre queda a la vista; mañana alguien con sabiduría podrá decir quiénes
llegaron a las altas esferas del arte y su inspiración casi mágica; en el
mientras tanto, creo, es mejor aferrarse al trabajo, la mejor de las llaves.
Bien, todas estas consideraciones, para prologar mi sensación de lector: es
esta antología una reunión de poetas notables, y es un libro para recorrer sin
temores. Las distintas sintonías que forman el libro se ganan la lectura; los
hombres y mujeres que hay detrás de las palabras son dueños de sus voces: esa
voz propia que sólo aparece luego de ofrendar una vida al trabajo hecho a
conciencia.
Conocía
la obra de algunos notables: Alfaro, Tuky, Osman, Salvarezza. Pero casi nada sabía
de la obra de los demás, quizá sí la pista de algunos nombres, o algún poema
encontrado en el camino. Así estaban mis almas lectoras.
La
primera sorpresa, cuando los poetas leyeron, estuvo a cargo de Susana Lizzi. No
tenía ninguna noticia de su trabajo y me encontré con, por ejemplo,
“Mediosiglo”: “A esta edad los muertos se cuelan por la ventana / no responden
preguntas / esperan / son la estepa helada y la llanura inmensurable /desierto
/ grava / mar / vigilan como ángeles / habitan los objetos con suavidad de
pájaro / destilan resonancias desde el borde del tiempo / una vez que han
llegado / no se vuelven a ir: / los muertos con su ausencia amplifican la
vida”. Creo que también leyó “Autorretrato”: “Un día de mayo instauraron mi
presencia burocrática: / el acta decía ‘hija de y de’ / no mencionaba el
nacimiento a contramano / ni el memorable sol que regó mi lamento. / Ésta, mi
hondura / quema / demasiado. / La sonrisa me traiciona / y se suicida en un
gesto contrariado; / mi boca, el precipicio que la anula. / Mi lengua, / ese
quebrado amanecer. / Todas las noches pienso: mañana será un día / diferente. /
Entonces, amanezco”.
Me
sorprendió Elsa Serur -no conocía sus poemas, solo sus cuentos- con la lectura
de “Patio”: “Un grito de jazmines poblaba todo el patio / la siesta florecía
detrás de la enramada / el agua del aljibe se aquietaba en recuerdos / lloraban
los helechos en la noche de su hondura / sonoras cigarras abejas de miel /
patio de mi infancia, sombra de la abuela / vestido negro, pañuelo blanco. /
Debajo del níspero, el crochet en la mano. / Magia del recuerdo, regreso de
otras voces / zumbido de cigarras de hermanos en un patio de mi infancia /
siempre vuelven a iluminar mis noches. / La parra se agobia en el patio, como
brazos desnudos / sus ramas resecas, se olvidan en sombras / que fueron un día,
reposo de sueños, / sonrisas de niños, que lejos quedaron dormidas. // Hoy he
vuelto a mi patio buscando la fruta de marzo, / pero en él se han perdido los
años, tan sólo el aljibe / ocultando secretos recuerdos, se ahonda en mis
sueños. / Me asomo confiada, tal vez, me devuelva / la imagen Aquella que junto
a mi madre / me dio otras mañanas. Pero es cruel la distancia. / Y en el fondo
del pozo dormida en el agua del tiempo / tan sólo ha quedado la anciana. / Y
ahora una lágrima se va de mis ojos / y se pierde también en el agua”.
Alejandro
Bekes es otro de los hallazgos en la antología. Cito su “Autorretrato” (escuchando
un andante de Mozart): “No hay rasgo donde el tiempo no haya andado /
esculpiendo o puliendo. No se ve / muy bien qué es esa tosca marca / sobre la
ceja izquierda. La frente se ha ensanchado / y como ahondado, bajo la ardua
franja / que ha nevado en los bosques de otro tiempo. / Leve sombra de barba
cubre el mentón y las mejillas / y unos versos se anuncian, de aire antiguo, /
tal vez, en la cansada boca. / Tantos cofres secretos en la noche / abre la
música, esa antigua / llave maestra de las almas… / Los acordes revelan
penumbras sutiles / que la mano del tiempo bajo la piel impuso, / los jardines
que el hombre sin quererlo clausura. / Hay decepción tal vez y altanería / pero
tristeza sobre todo. Tras los lentes / lentamente la música excava / y hace
aflorar el rojo íntimo de los párpados / y al fin un gesto, espasmo casi, que
podría / parecer risa. Pero no lo es”.
Otro
poeta, Julio Federik, llega y se abraza al paso del tiempo, a los regresos, a
los espejos: “Ellos”: “Ellos viven en mí, en cada gesto / advierto a mi padre o
a mi abuelo; / era esa forma de mirar el cielo / o acaso fuera el corazón
dispuesto. // Y me pregunto a quién llevaré puesto / cuando quiero vencer el
desconsuelo, / cuando por tantas cosas me rebelo / y por alguna sinrazón protesto.
// Ellos viven en mí y yo los siento, / como el aire de enero siente al viento
/ y el remanso del agua siente al río. // Es por eso que ayer, frente al espejo
/ pude ver otra vez en un reflejo / los rasgos de sus rostros en el mío”.
Cito
además unos fragmentos de “El viento y la niña” (mi infancia) de Pimentel
Álvarez: “(…) Sopla el viento y de un giro el aire que sopla estalla, /
caliente como el Caribe con broza fina en la cara, / finge ser un extranjero
con aire de nuez moscada. / Pero, entrerriano como el monte, de espinillo en la
garganta, / canta y brilla como un grillo, entre los aires que danza, / campo
adentro, cementerio de los pueblos y muchachas. // (…) // Es el viento un
fantasma que camina en las mirillas / y se filtra en las puertas, como mendigo
o gitana, / adivina mis sentidos, y me busca, y me llama. // La niña que hoy
recuerdo viene de lejos y es agua. / Se lleva en canto el viento, su cabellera
dorada. / Ríe el viento a carcajadas. Sueña la niña pobre / desde su rancho de
paja. (…)”.
Pienso
que primero nace en el poeta su esencia de maravillada observación; me digo que
su ser interno se funda en los descubrimientos en el paisaje primero (en uno de
los “Casi Haikus” que presenta Tuky Carboni, la poeta me lo confirma: “El aire
habla / de secretas alianzas / con el paisaje”); me digo que esa, su manera de
mirar, irá en profundidad hacia afuera y hacia adentro, irá de búsqueda y
descubrimiento, atenta a los encuentros casuales, porque no creo en la
causalidad que todo lo explica. Me digo por último que todos los hombres
deberíamos agradecer el tránsito de las palabras de un poeta. Por eso se
alientan las reuniones de poetas, por eso se exige el mejor abrazo cuando se
trata de un libro con varias voces. También es cierto que toda antología
siempre puede ser mejorada, Entre Ríos guarda, tiene, en el hacer de la palabra
en la memoria, muchas otras voces. Y siempre se está a tiempo de la suma
atenta.
Los
poemas citados hablan del conocimiento interno del poeta, los poemas
transcurren frente a la mirada aplicada de sus almas creadoras. Y transcurren,
derivan, se hacen parte del río del tiempo. Entonces fundan memoria: establecen
paisajes idos y traen a la vida a personas queridas: para volver a ellas: la
vida y la felicidad en el regreso: una necesidad tan desesperadamente humana. Siempre
el intento por más que el poeta sepa que, en definitiva, los regresos tienen
aristas esquivas: son incompletos, lejanos: y aun así el desafío de templar la
palabra. No hay poeta que no se vaya por esos caminos: descubrirse en un
autorretrato, encontrarse en la infancia, en el agua del fondo del pozo, en los
espejos internos que conducen a la mirada del padre o del abuelo, en el viento
que rodea a la niña del rancho de paja. Pero hay un momento en la escritura del
poema, es un instante ínfimo, una caricia, la mano del hijo rozando la mejilla
del poema: es exactamente ahí, en ese tiempo/espacio de pulsión sobre el papel,
que la escritura es dueña del destino; es cuando mayor fuerza brota del poema,
porque mientras “nace” es verdad el feliz regreso; después sucede que se acurruca
gradualmente en el aire, y se guarda el poema y la prueba de aquella certeza que
el hombre sintió en la creación. Quizás el poema sea como el click de la
fotografía: primero el sonido de la vida para derivar al sonido de la muerte,
como anotó Roland Barthes. Queda la foto, queda el poema. Lo que fue, y
después, lo que sigue siendo: una parada firme en la esquina del barrio
primero: un puñado de palabras en el silencio, la prueba de la felicidad que
sin duda fue. Por eso, el poema escrito es siempre invitación a escribir un
nuevo poema.
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