domingo, 27 de agosto de 2017

Rosa Elyn Díaz en el Quirós

El oficio de periodista me permite conocer las historias de algunos habitantes de la ciudad/río de Gualeguay. A esta altura del camino, insisto en señalar las mágicas orillas que guardan a esta aldea: un espacio/tiempo: un río en el que trabajan, casi siempre rodeados de amigable silencio, hombres y mujeres que practican la memoria mientras intentan acercarse a los territorios del arte. Cada trabajador de la cultura y del arte guarda un relato de vida, de ideas y sensaciones. Es apasionante saber de los orígenes,  más allá de la mirada valorativa que se arriesgue sobre la obra realizada. Cada historia se construye en base a distintas miradas. En esto pienso antes de ser el nexo entre los lectores y mi entrevistada: Rosa Elyn Díaz (1942), ceramista y escultora. Fueron once hermanos, todos nacidos en esta aldea. Dice Rosa: “Siempre viví en Gualeguay”, salvo en esos momentos en que, llevada por su pasión, habitó un par de ciudades cercanas.
Había una vez una nena que se portaba mal: “Desde chica lo mío fue el barro, siempre me castigaban porque yo me perdía en el campo, y andaba amasando barro al lado de las vacas; vivía embarrada. Me gustaba dar forma, hacer formas; tenía 4 años, y sabía que quería jugar con barro. Después, con los años, me di cuenta de qué era aquello que me atraía”.
Rosa Elyn Díaz y el Quijote.
Rosa hizo la escuela primaria en la Chiclana. Fue una nena, con seguridad una más, que lloró en la vereda de la escuela Normal, cuando no pudo inscribirse: quería estudiar para maestra, y la situación económica no lo permitía. Pero estaba en su destino ser maestra; claro que nadie imaginaba que enseñaría técnicas artísticas.
Qué pasó con Rosa después de la escuela, fue la pregunta obligada: “Ayudé en mi casa. Y vivía todo el día tallando palmeras; trabajaba con un puñal que me había regalado papá. Juntaba las hojas en el Parque. Hacía máscaras. Éramos muy pobres. Y empecé a luchar; tenía 16 años cuando pagaba el terreno, para tener todo esto: la casa, este taller. Esta es la casa familiar, antes alquilábamos. Mis padres se separaron cuando yo tenía 6/7 años”.
La pasión exigía lo suyo: “Fui a Gualeguaychú porque se abrió una escuela para estudiar cerámica, y yo estaba enloquecida por modelar, tenía 17 años; pero la escuela no pudo comprar horno; era en el Círculo Italiano, muy hermoso. Hicimos muchos trabajos, pero sin horno. En Gualeguaychú conocí gente de Fray Bentos: el señor Jara, que enseñaba encuadernación en esa ciudad de Uruguay. Yo quería estudiar, así que le dije a mamá; era Buenos Aires o Fray Bentos, que quedaba enfrente; cruzaba en lancha para ir a una escuela de arte. Estudié cerámica y escultura, los esmaltados blancos, y lo que a mí más me interesaba, la materia roja, la que llaman: primitiva. Viví y trabajé 6 años en Uruguay; cada dos meses volvía a Gualeguay. Terminé de estudiar y regresé a mi casa. Empecé a trabajar para el frigorífico Soychú; el dueño era muy exigente, me decía que no sabía modelar; yo le hacía ceniceros en cerámica con la marca; me decía que tenía que ir a una escuela de arte; yo volvía llorando. Fue cuando me pude comprar el horno. Muchos comercios me compraban las cerámicas. A Santángelo le hice un mural grande en el garaje de su casa, cerca del 90; es un relieve con cemento blanco y pintado con óleo. También modelé la figura del bombero, en el 94, que está en la vereda del cuartel; me lo critican siempre, yo lo amo, pesa 700 kilos. Y también el monumento de Malvinas en Plaza San Martín. Fui dejando de hacer cerámica con el inicio de los estudios”.
Homenaje a Piazzolla.
Rosa fue capaz de un acto de valentía, volver al estudio: “Cursé el profesorado en Artes Visuales, eso me abrió una gran ventana. Lo empecé a los 42 años. Salí, 4 años después, con el título de maestra en Artes Visuales, y empecé a dar clases. Fue maravilloso llegar a esta escuela. Al principio en mi hacer fue lo figurativo, copiaba de la naturaleza, era un antojo que tenía, pero necesitaba modelar libre. Después trabajé haciendo automatismos, como ese Quijote o la Mujer Mono”.
Recuerda un lugar de felicidad en el fondo de la casa; en esa memoria hay, como en cada historia humana, un toque de dolor, de final no feliz: “Tuve un galponcito en el fondo, lo había hecho hacer mamá con un vagón de ferrocarril; yo era de aislarme, de pasarme todo el día ahí. Después se quemó. Tenía horno. Se quemó o me lo quemaron en el 87, el día en que me recibía de maestra. Ahí trabajé el mural grande para Santángelo”.
La docencia: “Fui docente por 20 años en la escuela de arte, en cerámica y escultura, en nivel medio y superior. En todo ese tiempo la cerámica que hacía estaba relacionada con la escuela. Mi taller solo servía para que todo lo que en él había, los esmaltes, fuera para los chicos; durante los 20 años doné el material cerámico. Después de jubilarme no trabajé mucho en escultura, tengo algunos problemas de salud”.
En el amplio taller de Rosa pude ver un homenaje a Piazzolla, una figura mediana: “Es un automatismo en alambrina; la estaba trabajando y se me cayó al piso. Y ella quedó parada, se notaba que se quería incorporar, quería ser algo, insistía, entonces la levanté; estaba como esperando que la completara. Fue cuando supe que tenía que hacer el bandoneón; lo hice en cartón y listo. El material es cemento blanco y yeso, patinado”. Otra figura, al lado del hombre del bandoneón, es: “La Fuerza del Destino, es un homenaje a Verdi, me gusta mucho la ópera… y porque al final fui maestra; ella tiene la mano sobre el corazón, tengo la costumbre de agarrarme el corazón”.
Materia de la aldea: “Trabajé la arcilla roja de la zona, la junté en bolsas cuando hicieron el pozo en la calle para el paso de la red cloacal. Llegué a amasar 700 kilos; con parte de ella modelé el bombero, y todavía guardo una buena cantidad. Me quedaron pocos trabajos en este material: el minuán, y otras cuatro figuras. En el incendio del vagón perdí 14 esculturas. Tengo ganas de volver a hacer La Riña, una de las perdidas”.
Noto en la manera de hablar de Rosa la existencia de un diálogo, de un toque de magia, un delicado nexo emotivo entre la hacedora y sus criaturas: “Hablo con todas mis figuras, siempre. A este busto le digo: ‘Vos sos un ejercicio’, fue mi primer trabajo figurativo, es el portero de la escuela de arte, me sirvió de modelo; siento que él sufre dentro de esa forma tan cerrada, como la Mona Lisa, tan perfecta en forma; ya no me nacía copiar, en cambio sí hacer la Mujer Mono, llena de imperfecciones, y siempre con esos brazos, como si quisieran decir algo más. Amo a mis figuras”. Esta relación de Rosa con sus personajes, me recuerda a mi gente: la nacida para habitar mis novelas.
La felicidad: “He sido muy feliz trabajando en estas figuras; era como una fiebre, venía al taller y no me iba más; mi mamá me traía la comida, y siempre recuerdo mi tallercito en el vagón de tren. Los momentos en el taller fueron de una gran felicidad, con tanto para sentir”.
En el taller hay un Quijote: “Amo al Quijote, es un sueño, el caballero andante; está hecho en alambrina y telgopor diluido con nafta, se lo trabaja a pincel o espátula, es una pasta”. En el mismo material hizo una pareja de bailarines. En cerámica se ve a uno de sus admirados: Beethoven. Nombra a dos admirados más: Sarmiento y Piazzolla.
Otra sintonía del trabajo de Rosa, desprendida de la libertad de sus automatismos, es su manera de componer esculturas con restos de la naturaleza. Por ejemplo: Máscara de Palo: un par de finas e imperfectas rebanadas de un tronco de árbol, y en ellos los ojos agregados, simples desprendimientos de corteza. O un ojo: “Es una forma de madera que encontré tirada, un pedazo de árbol, de planta; le dije: ‘Yo te voy a apoyar y vas a poder mirar’; ese ojo me mira y me bendice”. Rosa también trabaja en obras realizadas sobre la base de una caña extraña, se la envía una amiga desde Villa Gesell; dice Rosa: “No tengo nada que hacer, lo hizo todo la naturaleza”. La realización de “Camino al cielo” está detenida; si bien Rosa afirma que hay almas que van a llegar y otras que no, se me ocurre plantear su terminación, de a poco, para que sus criaturas puedan conocer su suerte.
Todo un tema para la escultora: la maternidad: “En cerámica guardo una maternidad que tiene en el centro un gran hueco; digo que soy yo, que no fui madre; recuerdo que estaba cansada de modelar y no podía hacer la panza; era de madrugada. Le dije que ella era una caprichosa, y entonces agarré el cuchillo; eso me quería decir: ‘Vos no me pongas el hijo’. Es una maternidad frustrada. Y en esa otra maternidad había hecho a la mujer en la posición de amamantar, pero no le había hecho el bebé; ella, desde la inclinación de su cabeza, lloraba, y tenía un problema en la mano; claro, no podía agarrar bien, entonces rompí una parte y coloqué el bebito; ahí cambió todo, ahora hay paz”. Percibo que puedo preguntar sobre el tema, en la vida y en el arte: “A estas figuras las podía hacer y no me dolían. Era chiquita cuando escuché en casa dos o tres partos de mamá; y gritaba ella, y el nene; yo dije: ‘Nunca, los voy a hacer de barro’. No me quise casar y no quise tener hijos. Y además éramos muchos; era chica, siempre había un bebé para cuidar, y yo quería jugar; todo eso te va marcando. Esas fueron mis decisiones”.
Bailarines
Pienso en las palabras de la poeta Tuky Carboni. Me explicaba que en ella, la ficción tenía lugar solo en sus cuentos y novelas, pero que cuando escribía poesía, era ella y nadie más, en la poesía estaba su verdad, sus ideas, su vida. Es cuando me digo que la escultura de Rosa Díaz es la manera de componer su poesía: hacer poesía como una manera constante de cotejarse con el que fuimos ayer, de hacer memoria.
Cuando estamos llegando al inevitable final de charla, Rosa me confiesa: “Tengo una soledad multitudinaria, nunca estoy sola; estoy llena de ideas, de proyectos, de momento no los hago, por la enfermedad, pero ya los haré”.
Afirma: “Así voy transitando hacia el lugar que me corresponde. No le tengo miedo a la muerte. Solo quiero poder hacer algunas esculturas más”.
Aquello que empezó con el barro cuando era niña la acompañó siempre, en el taller, en la docencia, en los días de su vida cruzada por las distintas maneras de amasar las materias de origen. Esas materias que, después del azar, en muchos casos terminan fundando una identidad.

Rosa Elyn Díaz inaugura su muestra el 08 de septiembre en el Quirós.

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