Cachete González ilustra el Martín Fierro. |
Roberto “Cachete”
González, artista plástico, un expresionista, un “realista social”, según Aldo
Pellegrini, un mago destacado en los territorios del sueño y de la realidad
-porque mago es aquel que sabe de mundos distintos y logra conjugarlos-, llegó
a mi memoria de manera inesperada.
Evangelina, mi
mujer, el año pasado, en el momento de unir nuestras fortunas para iniciar la
vida juntos, trajo consigo un ejemplar poco común del Martín Fierro de José Hernández: editorial Cátedra, edición de
1978, dibujos y pinturas de Roberto González, dedicado Para mi querido amigo Gustavo, con cariño, Roberto González (02-01-79).
No conocía la edición, y es más, no conocía la obra de González. Abrí el libro
al azar, vi apenas dos de las ilustraciones y supe que estaba frente a la obra
de un grande. Recorrí el ejemplar y me prometí volver a leer el libro: quedé
maravillado.
Rolando, mi
viejo, llegó de visita a casa. Era lógico que le enseñara el Martín Fierro, ya que es artista
plástico. Mientras acercaba el libro en cuestión a la mesa, le comentaba lo
destacado de las ilustraciones y que el dibujante era de Entre Ríos. Mi viejo habló:
¿Entre Ríos?, qué, Cachete González, no… Los puntos suspensivos suplen el
quiebre de su voz, no pudo seguir hablando, tuvo que tomar aire, las lágrimas
quedaron en suspenso, llegaron hasta el borde de los puntos mencionados. No
quiso ni abrir el ejemplar. Quizá había nombrado a González en el pasado y yo
no retuve el dato. Contó que lo había conocido, que Cachete había sido uno de
los habitués de las reuniones de pintores que se hicieron por años, durante los
70, en el Café Florida, sobre Viamonte, donde ahora está el Centro Cultural
Borges. Dijo que era un buen tipo, y que con ese libro lo habían engañado, le
habían prometido un dinero por la ilustración y después le pagaron con
ejemplares para que los vendiera él: Lo vendía a los amigos, para comer, a veinte
pesos. A los verdaderos artistas casi siempre los cagan, agregó. Mi viejo le pidió
un ejemplar pero, por cuestiones de la vida o el destino, no volverían a
encontrarse. También recordó Rolando que a ese café de pintores que se armaba los
viernes, llegó un galerista para hablar con González. Le dijo que no iba a
venderle más obra, porque él después vendía o casi regalaba sus dibujos por
unos mangos. Qué piola, dijo mi viejo, es fácil hablar, pero cuando te falta el
mango, te falta.
Evangelina es
nacida en Gualeguay, y toda su familia es de esa ciudad, el primer lugar en el
mundo para Cachete González. El “Gustavo” de la dedicatoria es mi suegro:
Gustavo Gálligo, abogado, y un gran contador de historias, es memoria viva del
cotidiano “gualeyo” de ayer y de hoy, cantidad de personas y personajes
recobran vida en sus relatos. Es el mito del eterno retorno, y Gustavo dirige
la batuta. Escuché varias de sus narraciones clásicas, con algunas he llorado
de risa, y entre esas historias aparecía Cachete y sus dibujos. Cuando la vida
de mi viejo se cruzó con la de mi suegro y apareció un personaje en común,
pregunté y volví a escuchar anécdotas con un renovado interés. De Gualeguay a
Buenos Aires: fue en medio de esa travesía que Cachete González aparecía como
uno más de esos grandes, tenidos en cuenta en su momento, pero luego casi
olvidados, uno de esos artistas condenados a jugar en segunda división, a vivir
cierto tipo de exilio del centro del mundo donde habitan los “buenos artistas”.
Siempre elijo la vida en los barrios aledaños, y por eso quise saber de Cachete.
Quise ver la
cara del personaje sobre el que escribía, y busqué información en la red.
Encontré unos pocos datos biográficos, reproducciones de no más de diez
pinturas, un poema y una sola foto. Casi nada. El poema, Elegía, dedicado al artista y escrito días después de su muerte
(26/01/1998), pertenece a Pedro L.
Baliña: Elegía su propia elegía, / su
pavana, su oda, su manifiesto. / Delineaba su obituario. / Escribía su propio
epitafio. / Es más… / vivo aún, entonó su propio réquiem. / Acompañado por
el viento y por el mar, / cantaba a todo lo recibido. / Como les cantó
también / a todas las generosidades salmantinas. / Después sobrevino
el silencio. / Un loco, Chaplin y un gato, / elegidos también, /
vinieron por él. / Haciendo rondas / y vueltas espiraladas, / dibujos
únicos, / lo llevaron al encuentro de la Belleza.
La foto, de
Alicia Schemper, aparece en el blog “En el camino de Tola”, nombre con el que la
autora denominó una muestra fotográfica realizada en el Teatro San Martín en
octubre de 2003. Tola era el nombre con el que llamaban a Anatole Saderman su
gente más cercana. Ahí está Cachete, sonriente, mirada amiga en blanco y negro,
con vaso de whisky al frente.
Gustavo Gálligo
me consiguió una valiosa información sobre el artista, pero antes de anotar
algunos de los datos que aparecen en el libro Formas y colores de Gualeguay (Ediciones del Clé-2004) de Nidya
Rampoldi, Patricia Míguez Iñarra y Daniel A. Gabriel, prefiero consignar la
información que guarda la memoria de mi suegro: El gran amigo de Cachete fue mi papá, Carlos Alberto, Cacho, y lo que
cuento sobre la serie de litografías “Teneme el oso” es porque se lo escuché a él
cuando venía de visita a casa. El título sale de una anécdota ocurrida en el
corso de Gualeguay. La serie está referida a los personajes del carnaval. El mono
Balbuena, que vivía en el barrio Parque, era comerciante, un tipo muy ocurrente,
y siempre preparaba algo para los carnavales. Ocurrió entonces que a Balbuena se
le ocurrió salir disfrazado de domador de osos, y por lo tanto necesitaba un
oso. Cherero, un amigo del barrio, que tenía como característica seguir todas
las ocurrencias de Balbuena, se disfrazó de oso. Cherero tenía un grupo musical
donde él tocaba la verdulera, era un grupo de cuatro o cinco con bailarines que
presentaban el pericón o temas folclóricos, después pasaban la gorra frente al
Jockey Club, la
Sociedad Rural , la confitería El águila, lugares donde había
gente que le podía dar plata. Como Cherero tenía casi toda la noche ocupada,
hacían una sola salida por el corso. Una noche, por problemas de polleras,
paran a Balbuena en medio de la pasada, y la pelea se hacía inevitable,
entonces el mono le dice a uno que estaba ahí parado: Teneme el oso. Le entregó
la cuerda con la que llevaba a Cherero. El ayudante del domador sostuvo la
cuerda para que el oso no escapara durante todo el tiempo que duró la pelea. A
partir de este hecho gracioso, Cachete trabajó la obra que daría título a la
serie que se ocupa del carnaval en Gualeguay. Y dentro de la misma se encuentra
“La familia feliz”, que guarda mi hermana María Eugenia desde la muerte de papá.
La litografía, que como origen tiene la pura realidad, muestra a un hombre
tirando de un carro como si fuera un caballo. En el carro, fabricado por él mismo,
iba la familia: la mujer, conocida como la india, con seguridad una mestiza, y
sus doce o trece hijos. De esta manera salían a pasear por el corso. Yo los vi
pasear por el corso a finales de los 50 y durante los 60. El jefe de familia
era un personaje, un autodidacta, despegado de compromisos y ataduras, vivía de
la caza, de la pesca, era nutriero, vivía en la naturaleza y hacía trabajitos. Un
hombre muy digno, nunca recibió ayuda, y cuando lo quisieron comprar los
políticos, no sé si los conservadores o los radicales, el tipo los sacó
carpiendo. La familia vivía en una casa de chapa y cartón en la costa del río.
Los hijos estudiaron, y se fueron a medida que consiguieron trabajo. La pareja siguió
viviendo en la casita. Aprendió a leer y a escribir con una maestra que vivía
en un barrio vecino, el barrio del molino harinero Armelín en el que trabajaban
unas doscientas personas. Él vivía pegado a este barrio obrero. Fue lector y
sabía hablar con propiedad, un personaje de Gualeguay que Cachete adoraba, sabía
qué era venir de abajo, muchas veces lo pintó en la casita.
Me enteré de otras
circunstancias de la vida de Roberto “Cachete” González a través del capítulo escrito
por Patricia Míguez Iñarra en el libro citado. Nació el 9 de febrero de 1928 en
Gualeguay. Su madre fue Martina González, su padre lo abandonó antes de nacer.
Vivió una infancia pobre, el padrastro lo sacó de la escuela para trabajar. Fue
repartidor de leche, lustrabotas, vendedor ambulante de golosinas. En la
adolescencia brilló como arquero en el club Estudiantes de Gualeguay; el Racing
Club se interesó por el muchacho. Pero Cacho (Cachete es su derivación) ya
tenía una persona a quien escuchar. Al entrar al Hogar Escuela San Juan Bosco
conoció al maestro Roberto Epele. Él fue quien había alentado sus cualidades
artísticas, y fue él quien lo puso frente a la disyuntiva: ¿la pintura o el
fútbol?, el pibe eligió el arte y se quedó en su ciudad. En 1950 viajó a Buenos
Aires. Al principio no la pasó nada bien, hasta durmió en la calle. Obtuvo
luego una beca de la provincia de Entre Ríos para asistir al taller de Juan
Carlos Castagnino. Luego estudió con Emilio Pettoruti, el maestro no le
cobraba, pesaba el afecto por el alumno. Más tarde estudió composición con la
escultora Cecilia Marcovich. En la
Facultad de Filosofía y Letras asistió a clases de Historia
del Arte a cargo de Julio Payró. En 1955 expuso por primera vez en su ciudad,
en la librería de Ernesto Hartkopf, un hombre de la cultura que convocaba
alrededor de su librería a hombres de distintas disciplinas del arte. En 1957
obtiene la máxima distinción en el Salón Mar del Plata. En 1960 es becado por
concurso por el gobierno de Entre Ríos para hacer un viaje a Europa. En 1963
fue invitado a la muestra “Juventud del mundo”, llevada a cabo en el Museo de
Arte Moderno de París. En 1967 fue distinguido con el gran premio de honor en
el salón María Calderón de la
Barca. Obtuvo el gran premio Fondo Nacional de las Artes en
1971. Ilustró una publicación titulada El
mate (junto a pintores como Policastro, Castagnino, Berni), El barón rampante de Italo Calvino, Hombre al margen de Marco Denevi, el Martín Fierro citado, Tucumán al paso de Enrique Wernicke, Sinfonía de la llanura de Hamlet Lima
Quintana, La sonrisa de Hiroshima de
Eugen Jebeleanu (junto a Laxeiro, Soldi, Carlos Alonso). En 1993 organizó en
Gualeguay la muestra Pintura Argentina. En 1996 es designado padrino del IV
Congreso de Artistas Plásticos de Entre Ríos, llevado a cabo en el Club Social
de Gualeguay.
Míguez Iñarra
señala en su texto lo siguiente: Alguna
vez un crítico de arte dijo que su pintura no se cotizaría lo que realmente
merecía, hasta que él dejara de regalar cuadros. Esta afirmación me lleva
al diálogo de Cachete con el galerista presenciado por mi viejo. Y a estos dos
momentos sumo la situación de la obra de González en el mundo del arte: a la
sombra, un grande casi olvidado, conocido por pintores y gente del ambiente,
pero guardado, como para que no moleste, desde ya que no con su arte notable,
pero sí con su manera de ser. Afirma mi suegro: Tuvo un gran desprecio por las cosas
materiales. Por poco dinero se pueden adquirir hoy dibujos y óleos de Cachete. Produjo
mucha obra y la regalaba o la vendía por los mangos que precisaba; luego, fue
imposible que los que más lucran con la pintura, los galeristas, los marchands,
pudieran hacer buena moneda con su obra. La idea me ronda hace días, Cachete
González, un grande exiliado por el mercado. Un mal ejemplo el de este chico
pobre que nunca dejó de serlo, un tipo que nunca se olvidó del barrio primero
ni de sus maestros.
Murió el 26 de
enero de 1998 en Buenos Aires, enamorado de Lidya Tchira, retratista ella, con
quien tuvo cuatro hijos. Tuvo amigos muy especiales, entre ellos: Juan L. Ortiz
y Carlos Mastronardi, y también tuvo relación con Cuchi Leguizamón, Mercedes
Sosa, Osvaldo Pugliese, Carlos Alonso, Ernesto Sábato, Julio Payró, Hamlet Lima
Quintana, Horacio Guaraní, Rómulo Macció, Armando Tejada Gómez, Luis Felipe
Noé.
En octubre de 2012 hubo una muestra de sus pinturas en
Hoy en el Arte.
Muy lindo y completo! Aunque debo hacer una correccion.. él era impresionista.
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