En el inicio de
mi relación con la ciudad entrerriana de Gualeguay, recibí una primera señal cuando
un camino de luz, después de una lluvia, rebotó sobre uno de los tantos
adoquines, que gozan de muy buena salud en sus calles, e hizo centro en mi
mirada. Recibí entonces una señal para reactivar algunos nombres en mi memoria
literaria: Juan Laurentino Ortiz, Juan José Manauta, Carlos Mastronardi, ellos
caminaron este paisaje. En mi acercamiento previo a Gualeguay había agregado
dos nombres a mi memoria pictórica: Roberto “Cachete” González y Derlis
Maddonni. Ellos también caminaron este paisaje en el que hoy trato de andar la
vida.
En los primeros
tiempos de dicha mirada, de visita en el Club Náutico Gualeguay, identifiqué a
no mucha distancia un viejo puente que había caído sobre el río. Se lo nombra
como el viejo puente Carlos Pellegrini, detrás de él, se ve el puente nuevo que
lleva el mismo nombre. Desde el puente viejo se esparcieron las cenizas del
escritor gualeyo Juan José Manauta, fallecido el 24 de abril. Veo la ceremonia
sin haber estado presente. Me enteré tarde.
Desde la orilla
del río me voy con la mirada mientras me pregunto: ¿Quién fue Manauta?, sí,
claro, el autor de “Las tierras blancas”, pero ¿quién?, ¿cuáles eran algunos de
sus pensamientos?, ¿qué anécdotas contaba?
En una
entrevista de Horacio R. Palma para el diario “El día” de Gualeguay, en 2007,
se le pregunta cómo recuerda su ciudad: “Yo nací el 14 de diciembre de 1919.
Los primeros recuerdos que tengo de Gualeguay, son de 1927, 28. Recuerdo el
empedrado infernal de sus calles. Unas cuatro o cinco cuadras del granitullo,
recuerdo bien la “plaza nueva”, que era la Plaza San Martín. Cerca de esa plaza vivían mis
abuelos. Pero el gran recuerdo es el río, el río era un referente, uno aprendía
a nadar mientras aprendía a caminar. Nací en el Gualeguay de Juanele. Juan L.
Ortiz era muy amigo de papá. Juanele andaba en su bicicleta repartiendo los
libros que publicaba, porque como él pagaba las ediciones, las imprentas le
fiaban y él tenía que salir a vender sus libros en bicicleta. Era empleado del
Registro Civil, y papá le compraba varios libros para después venderlos en el
almacén. Pero claro, nosotros no teníamos idea de la dimensión de Juan L.
Ortiz. Y creo que el país no la tenía…”.
Juanele tuvo una
importancia decisiva en la vida del “Chacho” Manauta, en la misma entrevista
cuenta la siguiente historia: “Cuando yo dije en casa que quería estudiar
Humanidades en La Plata ,
mis padres no querían. Entonces yo hablé con Juanele, le mostré los planes de
estudio y él me dijo, “Pero sí, vas a ir a estudiar a la mejor universidad del
mundo”. Entonces fue él y habló con mis padres y les dijo “Déjenlo a Chacho,
déjenlo que vaya. Va a ir a estudiar a una facultad fantástica”. Él me ayudó
mucho, él hizo fuerza para que mis viejos me dejaran ir a estudiar a La Plata. Y me fui nomás en
el 38. Recuerdo que en el 40 llegó al país el poeta español Rafael Alberti.
Anduvo por todo el país dando charlas y conferencias, y después de la gira
llega a La Plata
y da una charla en el centro de estudiantes donde yo militaba. Y entonces
Alberti dice: “He recorrido la
Argentina , y estuve en Entre Ríos, y allí he conocido al
poeta que me parece el más grande de la lengua española de este siglo”, hizo
una pausa Alberti allí, y dijo, “En Gualeguay lo conocí”. Entonces yo le digo,
mire, yo soy de Gualeguay, ¿quién es ese señor? “Pues Juan L. Ortiz”, me
contesta enseguida. Eso nos dijo Rafael Alberti en 1940, y en Gualeguay no lo
sabíamos, nosotros creíamos en aquél entonces que Juanele era sólo un poeta
local que hablaba del río, del sol, y de los sauces”. En esa nota nombra a sus
amigos de Gualeguay: Cacho Gálligo, Roberto “Cachete” González, Rodríguez
Cuenca, Derlis Maddonni. A propósito de la escritura dice: “Yo creo que el
recuerdo, no la nostalgia, el recuerdo, favorece más que la confrontación
inmediata de la realidad. Favorece la expresividad y esa verdad relativa que
nos trae la memoria. Y esa verdad, patinada digamos por el recuerdo, es más
auténtica que la de la confrontación inmediata. {…}El 90 % de lo que he escrito
se refiere a Entre Ríos. Y de ese 90 %, todo se refiere a Gualeguay. Nunca me
fui. Esa es la verdad. Yo soy una especie de hidra de dos cabezas. Una cabeza
en Gualeguay, y otra en Buenos Aires”.
Manauta se
declara comunista, sostiene que la salida está en el socialismo, se ubica en la
línea de José Saramago que afirmaba ser “un comunista hormonal”. De manera obvia,
el Chacho no cree en Dios, y sí en el hombre, a quien señala como creador de
Dios “por necesidad, por ignorancia”.
En la entrevista
realizada por Rodrigo Díaz y Mariano Di Blasi para la revista Sudestada nº
78 de mayo de 2009, Manauta habla del escritor: “El trabajo de un escritor es
poder convertirse en otra cosa: una madre, un ladrón, personificar y encarnar.
Escribir es el último paso, por eso transformarse en el personaje es lo más
difícil”. Cierra el pensamiento con una línea para destacar: “Desde la
encarnación, el cuento no es más breve que la novela”.
En la entrevista que figura en la página web de la Universidad Nacional
de Entre Ríos realizada por Ángel Berlanga en 2007 (originalmente hecha para
Radar de Página 12) con motivo de la aparición de los cuentos completos de
Manauta, editados por la misma Universidad, el escritor desliza comentarios que
avalan la valiosa existencia de una identidad de pensamiento, una ética, una
manera de mirar y de interesarse por el mundo:
“El lenguaje entrerriano tiene
características particulares: es una especie de isla. Durante décadas no hubo
túneles ni puentes, era difícil llegar. A veces un viaje a Gualeguay desde acá
duraba doce horas: ahora cuesta tres. Durante mi infancia Buenos Aires estaba
lejos, y eso incluía también al lenguaje. En ese sentido, Entre Ríos fue lingüísticamente
autosuficiente durante muchos años. Le doy un ejemplo sencillo: a un pan que
acá le llamamos felipe, allá le llamamos telera. Es un término que viene de
España, directamente. Esa palabra quedó en Gualeguay, nomás. Bueno, yo creo que
esa característica geográfica le impuso al entrerriano cierta autonomía,
autosuficiencia cultural. Probablemente eso esté patentizado en mis textos: no
es algo que yo haya querido evitar. Pese a lo que digo, he escrito muchísimas
cosas sobre Buenos Aires, porque amo a esta ciudad”.
“Pocas veces he escrito sobre amores triunfales. Los
verdaderos amores son los imposibles. Los más auténticos, entrañables,
profundos y sufridos son los amores imposibles. Aunque yo no me puedo quejar.
Incluso a esta edad tengo una compañera a la que amo profundamente. Pero eso no
deja de suscitar, en la imaginación, amores imposibles”.
“El deseo de lo que no se tiene. El sentirse
satisfecho no es un estado recomendable para un escritor o para cualquier
artista. No tener excita la imaginación, las ganas de tener, de manotear: a
veces así se acierta con la verdad”.
Manauta afirma
que su infancia fue feliz, un niño muy mimado por la familia, y con muchos
amigos. Vivían en la escuela donde su madre era maestra, dice: “Eso configuró una infancia feliz, no obstante la
confrontación con los niños de la escuela que dirigía mi madre, que padecían
hambre, marginalidad, exclusión. La comparación surgía naturalmente: si yo
tenía diez centavos compraba caramelos, si los tenía mi amigo compraba galleta”.
El escritor siempre marca la diferencia entre apetito y hambre, tener hambre
significa no saber cuándo se va a volver a comer.
En el noticiero nocturno de Canal 2 de Gualeguay, el
periodista dijo que fue una vergüenza que ninguna autoridad de la ciudad haya
estado presente en la ceremonia en que se arrojaron las cenizas de Manauta al
río. Dijo que le constaba que habían sido anoticiados. En la página web de
Noticias Gualeguay 21 se destaca el hecho y recoge las palabras que una de las
hijas del escritor, Leticia, dijo a la prensa: “El hecho de tirar las
cenizas de mi papá en el río Gualeguay fue un deseo de hace mucho tiempo; él
quería descansar en el río Gualeguay y creo que el río, que está absolutamente
presente en su obra, es el lugar donde debe estar. Cuando una persona está
lúcida, me parece que es dueña de su vida y de su muerte, él no dijo “Quiero ir
al Danubio”, él dijo: “Quiero ir a mi tierra”, y me parece que esto es
absolutamente coherente con toda su vida y con toda su obra. {…}El río siempre está,
pero nunca es el mismo. Como el viejo era como era, él quiso volver al río, que
es como volver a la vida. Conocemos este río, veraneábamos siempre en
Gualeguay, las vacaciones siempre eran acá, aquí estaban mis abuelos y mis
tíos, conocí mi bisabuela, mi papá me enseñó a nadar en el río Gualeguay y el
río era una presencia, ya sea por lo dramático cuando se inundaba o por la cosa
festiva cuando uno era niño y pasábamos las navidades en Gualeguay”.
Juan José
Manauta se recibió de maestro en Gualeguay, y de profesor de letras en La Plata. Escribió novelas: “Los aventados”,
“Las tierras blancas”, “Papá José” y “Puro cuento”; libros de cuentos: “Cuentos
para la Dueña Dolorida ”,
“Los degolladores”, “Disparos en la calle”, “Colinas de octubre” y “El llevador
de almas”; poesía: “La mujer de silencio”; y dos guiones para cine: “Las tierras
blancas” y “Río abajo”.
Desde mi mirada, en mi orilla, y también desde la
orilla del Gualeguay en tierra del Club Náutico, veo el puente recostado sobre
el agua, como haciendo una reverencia. Desde la altura de una mañana de mayo un
hombre en cenizas garúa, acaricia el agua del río: se mece primero en el
viento, por historia, por identidad. “El río siempre está”, en su quehacer
cotidiano: el hombre que anotó las palabras del hombre, vuelve a la vida.
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