El destino, el
azar, o la parte mágica que a veces presentan los días, tiene especial
injerencia en el territorio de la escritura. A través de este oficio trato de
reunirme con historias que puedan, y es más, que deban ser contadas, porque en
ellas se refleja la pulsión esencial de la vida. Hablo especialmente de esas
historias chiquitas, y de esos hacedores y protagonistas de situaciones que no
tuvieron la ayuda del reconocimiento para guardar su nombre en la gran memoria,
esa dama de manos muchas veces descuidada. En esta ciudad de Gualeguay donde
hay tanto nombre de trabajador de la cultura reconocido, entre otros: Juan L.
Ortiz, Juan José Manauta, Carlos Mastronardi, Cesáreo Bernardo de Quirós,
Roberto “Cachete” González, Derlis Maddonni, se puede confeccionar otra lista de
nombres: los de aquellos que se fueron guardando bajo la gran sombra del árbol
notable.
Fui de visita a
la sombra porque la magia de los días lo quiso, y porque muchas veces esa magia
tiene ayudantes, hombres cuya sabiduría natural los impulsa a buscar el
conocimiento, y para ello hablan, escriben, se comunican, y todo lo hacen para aprender
más de la vida. Este es el caso del amigo Deolindo Romero, que fue quien me
acercó el escrito de otro de estos seres especiales: Sixto Miguel Argot.
El texto está
presentado en un cuadernillo de lo más simple, un puñado de hojitas
fotocopiadas y abrochadas: “El barrio”, su título, y una fecha: 15 de octubre
de 2008, que fue cuando su autor terminó la escritura. El barrio referido es el
que en el principio de la historia recibió el nombre de “Barrio de las Ranas”
de Gualeguay. Anota Sixto: “En los primeros tiempos de mi existencia debí
soportar momentos difíciles. La falta de trabajo estable de mi gente, era el
principal escollo. Se las arreglaban como podían: haciendo changas, pescando en
el río, cazando nutrias y vizcachas, fabricando cortes de rancho, cortando paja
brava, trabajando el junco para asiento de sillas y sillones armados con madera
de sauce. Todos trabajos informales, pero era la única fuente de ingresos
posibles. Otros se empleaban en la Municipalidad para hacer el barrido de las calles
del centro, y también en la recolección de basura. La basura por mucho tiempo
fue depositada en los zanjones y lagunas que tenía cerca el río, y que, poco a
poco, se fueron rellenando, haciendo desaparecer a las famosas ranas”. Algo
para señalar, el autor le entrega su voz al barrio mismo, le da la voz necesaria
para que se desarrolle el alma humana que le permita contar su gente y sus
lugares: “Mi nombre “Barrio de las Ranas” impuesto por culpa de los batracios
cantores, producía un sentimiento despectivo y de mal gusto. Para revertir este
antipático apodo, Miguel Argot hizo poner en la ochava del frontón, de reciente
construcción, un cartel que decía: Frontón Progreso Barrio Villa Alegre año 1932” . El frontón de “pelota
a paleta” fue construido, a pesar de que muchos le dijeron que hacerlo en zona
de inundación era una locura, por quien colocó el cartel del barrio, Miguel Argot,
una especie de guía para la gente del lugar, y el padre de Sixto. El barrio
define su declaración: “Nunca imaginé que algún día tendría que hacer un
análisis de mi propia vida. Yo, como barrio, tengo demasiadas cosas que decir y
contar. El barrio es el espíritu resultante del sentimiento de la ciudadanía.
Tengo incorporado a mi memoria oral nombres de mucha gente que integró Villa
Alegre”. Aquí aparece el nudo del escrito, que no es más que una memoria
emotiva desde los primeros tiempos del emplazamiento, allá en los años de lucha
entre el federalismo y el centralismo de
Buenos Aires, hasta la creciente de 1959 donde el barrio quedó prácticamente
sepultado por las aguas.
Después de
recorrer el texto, quise conocer el camino de su autor en la vida. Qué pasó con
Sixto después de Villa Alegre. Deolindo me había dicho que había fallecido. Hablé
entonces con quien guarda su memoria, su mujer, Marta.
Sixto Miguel
Argot (Lito) nació en el 9 de septiembre de1934 y falleció el 25 de noviembre
de 2008. Marta recuerda: “Después de imprimir el librito, yo no sé, él intuía
que se iba a morir, estuvo enfermo poco tiempo, él hablaba de que se iba a
morir desde antes de estar enfermo, fue una premonición. Terminó de escribir “El
barrio” en octubre y murió en noviembre. Hizo unos cincuenta ejemplares y
regaló varios, se interesó mucha gente. Hay recuerdos propios, y después
preguntó a los más viejos. Siempre tuvo la idea de reivindicar el barrio,
porque era un lugar desprestigiado de manera injusta. Allí vivía gente buena,
simple, y pobre. Se habló mucho de los bailes que organizaba Miguel Argot, que
ahí había peleas, prostitución. Lito decía que no era verdad”. Marta cuenta los
primeros pasos de Sixto: “De chico se ocupó solito de ir a la escuela. Sexto
grado lo hizo en una escuela del centro de la ciudad, él siempre quiso
superarse. Empezó a trabajar en una fábrica de escobas, repartió diarios. Se
hizo socio de la Acción Católica
en la parroquia San Antonio y ahí se conectó con gente de la ciudad. Empezó a
leer teatro, y a estudiar con el profesor Hugo Pedrazzoli, creador y director
del Teatro Trinidad Guevara. Llegó a ser actor de teatro vocacional. En Buenos
Aires cursó el primer año de actor de radioteatro en el ISER. Tenía que
trabajar, fue duro, soportó un año y medio. Vivió en una pensión sobre calle
Corrientes. De vuelta en Gualeguay fundó y dirigió la Agrupación Teatral
Experimental Gualeguay, no paraba, era un apasionado”.
Quise saber de
qué manera se ganó la vida: “Trabajó en la Municipalidad , en
Casa Bisso. En la esquina, en una parte de la casa, levantó un local y pusimos
un quiosco que atendíamos entre varios. En esa época fue viajante de comercio.
El quiosco sumó papelería. Cuando nuestro hijo empezó la secundaria le pidieron
muchos libros. Y terminamos vendiendo libros. Lito se iba con la lista de
pedidos a la distribuidora Luongo de Buenos Aires y los traía en colectivo. Se
llamó Librería Argot, en casa y en el centro. En 1985 inauguró un local en Monte
Caseros y Pellegrini, cerca del Normal, ahora hay una florería. Duró veinte
años. La librería tenía su temporada, pocos meses, después era tranquila. Lito
leía y hablaba mucho, ahí se juntaban los amigos a charlar. Entre ellos estaba
Cachete González, y Pipo Etulain, carpintero, que era sobrino de Cachete, y Lito
era muy amigo de él. Iba Mario Vigliano. Muchos ya murieron, como el pintor
Antonio Castro, que tenía su casita cerca del río, en Villa Alegre, y que nunca
tuvo para comer. Iba a la librería y dejaba láminas originales para vender.
Lito lo ayudó a hacer una exposición, a enmarcar los cuadros, hizo las
invitaciones para la muestra en la biblioteca”.
El señor Argot
realizó audiovisuales inspirado en la técnica de “foto documental” utilizada
por Fernando Birri en su corto “Tire dié” (1960). Su primer título fue “El
fracaso” (género policial). Después siguieron: “Un día de recuerdos” (homenaje
a los 75 años de la Escuela Normal ),
“Juancho y el globo” (inspirada en la película “El globo rojo” (1956) de Albert
Lamorisse), “La historia de Gualeguay” ((1910-1940) sobre textos del
historiador Humberto P. Vico) (1993), “Antonio Castro, El pintor de la costa”
(sobre vida y obra del artista plástico) (1995). Recuerda Marta: “Los
audiovisuales se hacían con diapositivas, fotos que Lito sacaba, después elegía
la música y le ponía texto, todo por separado, era mucho trabajo. Se pasaba la
foto al tiempo que desde el grabador salía la música, luego se decía el texto. Él
escribía las historias. Después conoció a Jorge Surraco, que hace cine, y se
hicieron muy amigos. Lito lo ayudó a hacer el documental sobre la vida del
maestro Roberto Epele del Hogar Escuela San Juan Bosco”.
Marta es de
palabra tranquila, pero se nota su emoción con cada recuerdo: “Ir al teatro era
como ir a misa, para mí el teatro Italia es un templo, íbamos todas las
semanas. No nos perdíamos ninguna presentación de libros o charlas. Él me
enseñó muchísimo. Nos dejó tantas enseñanzas, de la nada fue una persona de
bien. Estoy orgullosa de su manera de ser, y lo extraño muchísimo”.
“El barrio”
tiene un epílogo: “Las casas son otras, la gente es otra, la vida es otra, el
barrio es otro. Es como que mi barrio no hubiera existido nunca. Recorro las
calles como un peregrino, como un extranjero en mi propio lugar, dicen que por
aquí pasó mi niñez. Soy el desconocido, el forastero, como siempre le sucede a
quien retorna cuando ya se extinguió lo que fue suyo. Pasaron muchos años. Nada
de lo que poseí me espera en este barrio ni la querida gente, que como
fantasmas desaparecieron. Y yo me pregunto ¿no habré desaparecido también?”.
Sin dudas son palabras de final de recorrido, palabras con ese comprensible sabor
a derrota que, de aparecer en los últimos capítulos de una vida, puede nublar
los valores construidos en la memoria. Así es la vida, alegrías y amarguras
sucesivas. A tener en cuenta, la felicidad es un arte efímero, y si no se la
deja para mañana ni para otra historia, la vida es pura victoria frente a la
presencia de la muerte. Sixto Miguel Argot pertenece a los que vivieron con
pasión, lo demuestra su hacer como trabajador de la cultura, que lo deja bien
lejos del sinsentido de la simple repetición de los días. Prueba de ello es
esta memoria del barrio cuyos límites eran: “Me encontraba ubicado en el
extremo suroeste de la ciudad: al sur Río Gualeguay, al este, Puente
Pellegrini, al norte, la bajada del puente, y al oeste, la calle ancha o
avenida de circunvalación Humberto Primo, nombre puesto en homenaje al rey
italiano asesinado por el anarquista Bresci”. Argot consiga el nombre de muchos
de los habitantes del barrio, por ejemplo: “El hojalatero Torres, salía con su
mujer y sus pequeños hijos, en una carretilla destartalada. Le habían puesto el
sobrenombre “La familia feliz”, era notable la popularidad que había alcanzado.
Vivía en un rancho de lata, el piso era de lata”. Esta familia fue retratada
por Roberto “Cachete” González en una serie de litografías titulada “Teneme el
oso”donde el artista reflejó el carnaval en la ciudad.
Como cierre de la nota un recuerdo notable de “El
barrio” de Sixto Miguel Argot, Lito, para sus seres queridos: “El Coyita
tampoco vivía en el barrio. Pero casi todos los días me visitaba. Iba a los
almacenes y bares, era muy silencioso y callado. Había fabricado un estoque
como defensa personal. En una bolsa de arpillera tenía sus enseres y petates,
incluso su pequeña acordeón. La gente le pedía “Tóquese algo, don Coyita”. Y
sin hacerse rogar sacaba su acordeón, y decía: “Algo va a salir”, y para
asombro de todos, en una ocasión, salió un ratón”.
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