Jorge Luis Borges |
Borges conoció a Mastronardi en 1921, a poco de haber
regresado de Europa. Mastronardi había dejado su Gualeguay natal y buscaba
refugio en Buenos Aires. En la gran ciudad se relacionará con los escritores de
la revista Martín Fierro.
En “Siete conversaciones con Jorge Luis Borges” (Fernando
Sorrentino, 1973), el autor de “El Aleph” dijo: “Nos hicimos muy amigos y nos dimos al
curioso vicio de descubrir la ciudad de Buenos Aires. De suerte que yo recuerdo
muchas noches y muchas madrugadas pasadas con Carlos Mastronardi, desflorando
los fondos de Palermo, el bajo de Saavedra, el barrio de la Chacarita , el puente
Alsina, las largas y apacibles calles de Barracas, y discutiendo siempre sobre
problemas estéticos, ya que la poesía era nuestra pasión”. En 1986 Borges dijo
al diario “El País” de Madrid: “Con
Mastronardi profesamos una curiosa amistad. Una amistad que no necesitó de la
frecuencia; a veces pasamos un año sin vernos, pero eso no significaba una
sombra en nuestro trato. Nos sentíamos amigos y podíamos serlo sin
frecuentarnos, sin confirmaciones, sin dudas de ninguna especie”. En esa misma
entrevista agregó: “Era, como yo, un autodidacto ajeno al rigor azaroso de los
exámenes y a esa “contradictio in adjecto”, la lectura obligatoria. Leía por
placer, y sólo interrogaba los textos que realmente le interesaban, los que nos
acompañarán hasta el fin. Durante más de medio siglo fuimos amigos”.
En otro
fragmento: “(46) En gira de conferencias, visita la ciudad entrerriana de
Gualeguay. Se aloja en la casa del joven poeta Alfredo Veiravé, que siente a su
vecindad una alegría reverente y tímida. Al término de la sobremesa, poco antes
de acostarse, Borges le pide un elemental vaso de agua. Veiravé se lo trae y le
dice que alguna vez podrá contar a sus hijos que un poeta ilustre bebió en ese
vaso. Borges sonríe nerviosamente y le contesta: ‘Dirán que Ud. dio de beber a
un impostor.’”.
Mastronardi
consigna la siguiente anécdota: “(64) Borges acaba de ascender a un tranvía con
su amigo C.M., paisano del general Urquiza, es decir, hijo de Entre Ríos. En
una especie de lucha cortés, uno detiene las manos del otro, pues ambos quieren
pagar el boleto de la conducción. El porteño logra poner las monedas en la
diestra del guarda al tiempo que pregunta a su amigo: ‘¿Querés otra Pavón?’”.
En el libro sobre
Borges su autor, de manera inevitable, vuelca pistas sobre él mismo: “(69) Se
atribuyen muchas demoras y dilaciones a C.M., poeta ligeramente entrerriano. Su
proverbial lentitud ya es festiva leyenda. Quienes lo citan o lo invitan, dan
por sabido que llegará con una hora de retraso, por lo menos. Por su parte,
C.M. observa irónicamente que el espacio es menos accesible que el tiempo, ya
que requiere el auxilio instrumental del cuerpo, cuando no el uso de esos otros
instrumentos que son los vehículos. Asimismo, confiesa que todas sus
felicidades se parecen a la quietud. Innecesario es decir que este rasgo de su
naturaleza cuenta con la benignidad de sus amigos, que de antemano lo
disculpan. Tan morosa costumbre inspira a Borges el siguiente comentario
risueño: ‘Creo que C.M. llega con puntualidad a las citas, pero quiere ser fiel
a una tradición, y para ello se impone un adecuado retraso. Ya no es tardío.
Sospecho que cuando lo cito en mi casa, llega a tiempo, pero da varias vueltas
a la manzana para mantener una leyenda, para librarnos de lo imprevisto. Se
demora por cortesía. Claro está que si las comidas o las cenas a que es
invitado sufren muchas dilaciones, habrá que fijarlas para el día siguiente…’”.
Casa de Carlos Mastronardi en Gualeguay (hoy Cruz Roja). |
Borges afirma en
el libro de Sorrentino: “El caso de Mastronardi me parece raro en la historia de la literatura,
porque, aunque ha publicado varios volúmenes, y últimamente un admirable libro
de recuerdos titulado ´Memorias de un provinciano´, él sigue siendo una suerte
de ‘homo unius libri’, (hombre de un solo libro): él sigue siendo autor de ese
poema dedicado a Entre Ríos, a la nostalgia de Entre Ríos. Y yo diría que una
de las razones que hacen que Mastronardi viva, solitario y noctámbulo, en
Buenos Aires, es que en Buenos Aires puede sentir mejor la nostalgia de su
Entre Ríos, que él quiere tanto”.
Carlos
Mastronardi llevó entre 1930 y
1974 un diario de escritor “Cuadernos
de vivir y pensar” (póstumo, 1984). Algunas de sus obras: “Tierra
amanecida” (1926); “Conocimiento de la noche” (1937), que contiene “Luz de
provincia”, el poema a que hace referencia Borges; “Memorias de un provinciano”
(1967), donde cuenta su vida hasta la aparición de las primeras canas, y donde
Buenos Aires ocupa un lugar de privilegio. A ese período en la gran ciudad se refiere
Borges en la entrevista citada de “El País”: “Pocos hombres conservaron la soledad con la minuciosidad de
Mastronardi. Era un inseparable amigo de la noche que sabiamente abusó de la
noche y del café, que tanto se le parece a la noche. Para vivir eligió la
avenida de Mayo; acaso una de las zonas más tristes de Buenos Aires. Como
Augusto Dupin, el primer detective de la literatura policial, que de noche
recorría las calles de París en compañía de sus amigos, Mastronardi recorría
las calles de Buenos Aires buscando ese estímulo intelectual que sólo puede dar
la noche de una gran ciudad”.
En “Memorias de un provinciano” Mastronardi da varias
pistas sobre Borges, a continuación dos de ellas:
“En el bar Muñich, de la avenida de Mayo,
solían reunirse los jóvenes poetas. Fue en ese bar, ante cinco o seis amigos,
donde Borges pidió opinión acerca de unos versos octosilábicos que le habían
llegado de México. Los circunstantes los oyeron y los aprobaron con entusiasmo.
Dos meses después, cuando publicó ‘Luna de enfrente’, libro que contiene
algunas coplas, comprobé que eran suyos. En la incertidumbre, que tanto se
parece a la modestia, los atribuyó a un autor lejano para obtener el juicio
imparcial de los presentes. Siempre fue hábil en este género de sondeos”.
“Cierta mañana
de primavera, Borges y su primo Guillermo Juan fueron en mi busca, pues se
había organizado un almuerzo en honor del primero –acababa de aparecer ‘Luna de
enfrente’- y el lugar del agasajo sólo distaba una cuadra de mi casa. Cuando
llegaron yo dormía. Apenas salido del sueño, no acerté sino a saludarlos con
unas palabras confusas. Nada más natural en aquella circunstancia. Como hacía
poco tiempo que nos conocíamos y como era muy dado a definir personas y cosas
por un atributo, Borges afirmó, lleno de asombro, que estaba ante un fantasma.
A pesar de mis bromas, durante muchos meses me confundió con un espectro. Claro
está que la suya era una ocurrencia festiva, pero me sentía un poco extraño en
este mundo. Quizá me pensó incorpóreo o transparente como cierto personaje de
Wells. Esa inclinación (nada inglesa) a ver siempre arquetipos o símbolos,
determinaba todos los movimientos de su espíritu”.
Cuando muere su padre, Mastronardi vuelve a Gualeguay, a
fin de la década del 20, y vuelve a Buenos Aires en 1937.
Para Mastronardi
la vida en la provincia era la luz, a la oscuridad se la encontraba en la
ciudad. Emma Zunz, el personaje de Borges, también supo de la luz: “Recordó
veraneos en una chacra, cerca de Gualeguay…”, y de la luz también sabe Aron
Jajan, el hombre memoria de Gualeguay. Conocí a Jajan preguntando por la
historia de la desaparecida confitería El Águila, un lugar donde no es difícil
imaginar a los amigos escritores ocupando una mesa. Jajan, un testigo de
Mastronardi y de Borges, tiene 89 años, una memoria clara, relato certero, y
una voz agradable. Recuerda: “Carlos Mastronardi vivió sobre calle San Martín,
en una casa grande que todavía está (Sociedad Pro Copa de Leche). Mi padre
tenía almacén enfrente. Fue en los años treinta y pico. En la casa de los
Mastronardi trabajaba una mujer, la cocinera, algo muy común en esa época. En
esos años había que ir temprano a la cocina y avivar el fuego. Era una mujer
mayor. Ella contó en el almacén que tenía una preocupación por el niño Carlos,
y yo la escuché. Sucedía que en las mañanas, casi de madrugada, cuando se
levantaba para encender el fuego de la cocina, muchas veces lo encontraba al
niño Carlos: Que debe estar enfermo, dijo ella, porque a veces está mirando
para arriba y escribe en un cuaderno. El niño Carlos debe estar enfermo, esa
era la conclusión de la mujer. Yo era chico y escuché. Yo era un gurí y él un
muchacho grande, no teníamos nada de qué hablar. Debido a su enfermedad, cuando
lo veía en la vereda, lo miraba con atención”.
De izquierda a derecha: Jorge Luis Borges, Sergio Piñero, Carlos Mastronardi y Guillermo de Torre, 1927. |
Aron Jajan guarda
un último recuerdo en la galera. Esta vez habla de Borges y Mastronardi:
“Cuando se descubrió el busto a Mastronardi en el cementerio, vino Borges. Dio
una conferencia y contó muchas cosas de sus caminatas por Corrientes, desde el
Bajo hasta la
Chacarita. Mientras hablaba decía: ¿Te acordás, Carlos?, y
contaba el siguiente recuerdo. Contó muchos. Mientras hablaba miraba hacia el
busto. Cuando ya terminaba, dijo: Nunca le pregunté si era casado, si estaba separado
o si era soltero”.
Aron Jajan dice que pensó: Claro, no tuvieron tiempo.
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