Vicente Cúneo dibujando en la escuela. |
Antes de
entrevistar a Vicente Cúneo, lo adiviné un buen tipo. Después vi algunas de sus
obras, y supe que era buen pintor, que era un artista. Luego leí poemas y
cuentos, y lo supe agradecido con su familia, su gente, su paisaje, es decir,
que había adivinado bastante bien. Por último lo escuché con atención, y supe
que me había quedado corto con todo lo adivinado sobre su manera de ser, y lo
entrevisto en su quehacer dentro del misterio de la creación.
Una biografía
básica del artista plástico Cúneo: fue alumno del reconocido Roberto Cachete
González, también ha enriquecido su alma la relación mantenida con artistas
como Carlos Cúneo, Derlis Maddonni, Antonio Castro y Carlos Montella. El listado
de exposiciones realizadas en los últimos treinta años, es amplio. Una
biografía básica del maestro Cúneo: Nació en Gualeguay el 27 de abril de 1951.
En 1969 se recibió de Maestro Normal Nacional en la Escuela Normal Ernesto
A. Bavio. Se desempeñó como docente, maestro y director de escuelas del nivel
primario en la ciudad, en General Galarza, en Islas de Las Lechiguanas, en el 1º, 2º y 8º Distritos, y como Director
de la Escuela N º
16 de Lazo. Esta apretada síntesis dice mucho, pero es solo el esqueleto de una
vida. Elegí ubicar unos pocos datos para de alguna manera trabajar como el
pintor Vicente Cúneo trabaja el principio de un cuadro. Una vez que sabe o
sospecha o adivina por donde empezar el juego, dice que planta cuatro o cinco
elementos, y que esas líneas son el esqueleto sobre el que luego se amigan la
materia y los colores.
La pregunta
sobre cómo define su pintura lo pone un tanto incómodo, Vicente Cúneo es hombre
de hablar desde el llano: “Un dibujante amigo, Slongo, tiene una página en la
web (ensuciandolasparedes.blogspot.com), me pidió pinturas. Al pie escribió unas
líneas, me define en dos aristas: hiperrealismo y surrealismo, jugando al mismo
tiempo. No me puedo desprender de lo figurativo, en mis cuadros el árbol es
árbol, por supuesto que es mi interpretación del árbol, o de una cara, y a su
vez juego con las imágenes y es donde toco el surrealismo. Trato de buscarle
expresividad a los objetos que uno mete de manera figurativa en el cuadro,
intento que tengan la posibilidad de decir algo más. Trabajo en dimensiones que
no están en las dos que tiene el espacio plástico: el alto y el ancho. El
primer desafío del artista es lograr la profundidad para buscar meter en la
ficción al que mira. Trato también que no se me escape el movimiento. Lo usaba
Cachete González, Maddonni, grandes artistas que venían de una corriente que
trataba de dar a la mirada la posibilidad de recrear, por ejemplo, el
movimiento de una mano. No es que tenga veinte dedos, hay cinco, que al estar
en movimiento, entre dedos esfumados y nítidos, tratan de captar algo tan
difícil de tener en lo estático: lo dinámico. Además superpongo planos, esto lo
usaron los cubistas, trato de encontrar otros elementos en torno a un objeto
para tratar de ver las otras caras, exploto todas las posibilidades que brinda el
mundo de la plástica”.
Los changarines, acuarela. |
La nueva
consulta apunta a la temática de su obra: “La temática gira en torno a mi
paisaje, siempre digo que nací donde me hubiera gustado nacer, vivo en el lugar
donde me hubiera gustado vivir. Quizá mi arte todavía esté en deuda con mi
paisaje, trato de devolver lo recibido en este andar por el mundo: el río, el
campo, la ciudad misma, la cara de nuestra gente. Si trabajo sobre una cara, no
se trata de ser fiel a ella, sino buscar en los ojos, en la boca, todo lo que
significa la expresión humana, y llegar a la síntesis de lo visto. Lo mismo
sucede con el paisaje entrerriano, lo estudio a través de las diferencias con
otros, a través de las líneas, y cuando trato de pintar un cuadro quiero que
sea la síntesis de un momento o de una suma de momentos pasados. Me lo decía
Cachete, se trata de aprovecharlo, sino después se escapa”.
Pregunto cómo es
que funciona Cúneo cuando da los primeros pasos sobre un cuadro: “Cuando abordo
la idea de un cuadro voy definiendo con qué lo voy a hacer, exploro materiales,
la idea me da vueltas en la cabeza, se hace obsesión, inquietud, y encuentro la
tranquilidad cuando lo empiezo a desarrollar, no cuando lo termino. Creo que el
cuadro no se termina nunca. Salgo de la inquietud cuando logré manejar las
posibilidades que te da el mundo de la plástica, cuando siento que puedo
expresar todo aquello que me está inquietando. Vuelco la idea con las cuatro o
cinco líneas primarias como para armar una especie de esqueleto, y después voy
tomando las decisiones, color, materiales. Ahí es cuando se pone en juego algo
digno de comentar. En esa toma de decisiones se puede pensar que entrás en el
mundo de la razón, pero a veces las decisiones se toman con el sentimiento,
incluso hasta con la intuición. Lo que resulta es independiente de este
proceso, que es un momento único, y al que explora este mundo tal vez le
significa la motivación fundamental para hacerlo. Es muy lindo compartir lo que
uno hace con la gente, ese momento sirve para el camino que viene, pero el que está
en la plástica, o en cualquier otro arte, el instante de creación, cuando uno
maneja elementos que tienen que ver con uno mismo, con la memoria del corazón,
la razón, la intuición, eso es lo que ayuda a seguir en la búsqueda constante. Lo
podés llevar al terreno del misterio, empezás con un paisaje y terminás en otro
lado, no te lo explicás porque no está en juego sólo la razón, es una
experiencia grata y única. Maddonni me decía que no dibujara cuando estuviera
con problemas, porque va a salir tu preocupación, y es verdad. Trabajo cuando
creo que el clima es el adecuado. Cachete me decía probá poner música clásica,
de la forma que te guste, suave, un poco fuerte, y vas a ver cómo ganás en soltura,
en comunicar aquello que querés, y también es verdad. Música clásica, una
experiencia artística del hombre”.
Zapukay, acuarela. |
A esta altura es
necesario preguntar por el maestro: “A Cachete González lo conocía desde chico.
Cuando él andaba por Gualeguay, siempre me quedaba con ganas de poder hablarle.
Conocía su trabajo, yo era vecino de su hermana, en el barrio también vivía la
madre, conocía a sus hijos, su familia, incluso su hermano era pariente de mi
familia. De a poco fui cruzando algunas palabras y viendo sus cosas. Yo andaba
cerca de los treinta años cuando empecé a tomar en serio lo que hacía, y más
cuando empecé a compartir estos temas con él. Yo le contaba que desde muy
chico, en mi niñez en la calle, porque los juegos eran en la calle, en la
vereda, con todos los vecinos, cosa que hoy, bueno, es triste ver que los
chicos juegan con la pantalla y nada más, es más ficción que realidad, y la mía
era, por ejemplo, la bolilla, la rayuela, y yo, terminaba la jornada y tenía la
necesidad de dibujar, como me saliera, el dedo con la bolilla o los pibes jugando
a la pelota. Cachete me decía que yo estaba marcado para este mundo de la
plástica: Vos tenés la necesidad de contar con este lenguaje. Eran clases
maravillosas cuando él me explicaba desde todo su saber cada una de las cosas.
No era solamente probá este material, este papel, era entrarle a lo profundo
del asunto. Bien sabemos que era un expresivo total, qué fuerza vital en sus
trabajos, y lo sabía transmitir. A veces nos poníamos a mirar una revista de
arte sobre Manet, y me hacía ver cómo este tipo metía la pintura, y a esa
enseñanza se agregaban las anécdotas, la biografía, la época, pero importaba,
por ejemplo, cómo había trabajado la luz. Yo atendía con un silencio
respetuoso, y él pegaba bien en el centro de lo que yo quería y sigo queriendo,
mi pasión por la pintura. Estar con él, en las circunstancias que fueran, en el
lugar que fuera, era maravilloso, siempre había lugar para el aprendizaje. Me
hacía ver la composición, la sección áurea, y a veces me lo hacía entender de
una manera muy simple. Un día me dijo que tratara de armar un cuadrito con mis
dedos, y que mirara a través del cuadro un lugar cualquiera: Y cambiás,
cambiás, como quien mira a través de una cámara fotográfica, y te vas a dar
cuenta cómo los elementos tienen su juego dentro del cuadro dependiendo cómo
mires o desde dónde mirés. El cuadro es sujetar en el espacio/tiempo una
visión. Yo andaba como loco con eso en la calle, se habrán reído mucho conmigo.
Cachete me enseñó a tomar apuntes casi como una gimnasia, tratando de conocer
los objetos y grabando sus diferencias, para que cuando dibuje obtenga mayor
libertad. No tuve una enseñanza académica, sí tuve una enseñanza de vida, todos
los detalles los dábamos vuelta en medio del sentir del hombre, de la misión
del hombre, temas profundos. Yo le tiraba mis interrogantes, y él se prendía y
terminaba haciendo maravillas. Comprendí por qué yo renegaba con lo que
dibujaba, lo comparaba, y pensaba que no servía para nada. Cachete me decía que
no, que de alguna manera yo necesitaba dibujar y pintar, y que no importaba lo
que hiciera por otro lado para ganarme la vida: Importa sí, esto que hacés. Si
a vos te parece, dejá todo a un lado, como si este mundo fuera por un costado,
pero en realidad va por el centro, y dale la importancia cuando vos te sientas
bien para dársela. Tenía razón, después uno va buscando una manera, no
metódica, una hora, un momento, hasta que termina haciendo, trabajando, y esto también
implicó un aprendizaje. Cachete me dijo que el hecho de intentar pintar,
dibujar, desarrollar la actividad plástica, no es sólo meterse en ese mundo,
uno debe estar compenetrado con todo lo que va pasando en la cultura, y aprender
quiénes son los mejores escritores, los músicos, para que el desarrollo sea
general”.
En el relato
aparece un segundo maestro: “Cachete me dijo que viera a Roberto Beracochea,
que había sido mi profesor. Una persona que apoyaba a todo aquel que quería
estudiar, así como fue el maestro Epele del Hogar Escuela San Juan Bosco, que
ayudó a Cachete. Me anotó dos o tres libros. Fue reiniciar con Roberto la
amistad que habíamos tenido de profesor a alumno, como profesor me había
encantado. Beracochea me abrió su pinacoteca, pude acceder a su biblioteca. Cachete
y él fueron escalones muy importantes en mi crecimiento. También fue importante
estar con Maddonni haciendo unas rayas, con Montilla viendo su lugar de trabajo,
o después incursionar con ilustraciones en algunos diarios. Todo es
aprendizaje. Hay que conocerse a uno mismo, para saber de sus limitaciones, para
saber de las aperturas”.
Manauta desconocía
la razón por la que su ciudad dio tantos hijos notables a la cultura. Vicente
Cúneo aporta su mirada: “Por suerte en Entre Ríos tenemos a cada metro, cuando
no es un arroyito, una laguna, un estero, el río, y entonces tenemos el cielo
doble, cómo no vamos a ser inspirados para el arte”.
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