Fui a la
imprenta El Pato porque quería imprimir una cantidad de señaladores para
libros. Cuando Santiago vio el grabado a imprimir, me dijo que el trabajo era
para que lo viera su papá: “Al Pato le va a encantar”. Ya tenía información
sobre el susodicho Pato: sabía que había trabajado en El Debate Pregón una
buena cantidad de años. Una tarde fui a hablar con Ubaldo Arnaudín. Hablamos de
algunos temas y apareció una referencia explícita a su oficio gráfico y su
historia. Supe que debía charlar con el grabador encendido: había un oficio o una
vida para contar. El Pato invitó mate en su casa.
Los Arnaudín
fueron dos hermanos inmigrantes, que venían de los Bajos Pirineos que lindan
con España. Eran vascos franceses. Se radicaron en Entre Ríos.
Ubaldo nació el
día en que los generales Rawson y Ramírez dieron el golpe militar que terminó
con el gobierno del presidente Ramón Castillo: el 4 junio 1943.
Arnaudín en la imprenta El Pato. |
La entrevista
comenzó con toda una definición: “La imprenta es un oficio que empieza cuando
uno le toma el olor a la tinta: ya no la deja más”.
Pregunto por el
camino hecho hasta llegar a la revelación del oficio: “Yo empecé a trabajar como
canillita a los 8 años, en el 51. Vendía el diario ‘Justicia’, que nació en los
años 40. Era un diario peronista que se hacía en la imprenta de José Costa Comesaña.
Ya existía ‘El Debate’, que era de 1901, y el ‘Pregón’, de 1945. ‘Justicia’ se
cerró en el 55, después del golpe de estado de Aramburu. Éramos nueve hermanos,
y cada uno hacía lo que podía, porque en esa época el único que tiraba del
carro era el viejo. Había que rebuscársela. Me acuerdo que una hermana
trabajaba en el Molino Santa Luisa, dos trabajaban en la fábrica de caramelos
de Cherkasky, mi hermano mayor era mecánico de autos, una hermana no trabajaba,
y la más chica estudiaba, con el tiempo se recibió de maestra. Mi hermano
Alberto también era canillita de la ‘Justicia’, y después del cierre, entró de
panadero. Yo seguí trabajando con Comesaña, porque cerró el diario, pero seguía
la imprenta. Ahí se hacían sellos de goma, que todavía hago, y compaginábamos
un diario de Galarza. Ahí estuve hasta 1957, que pasé a trabajar en ‘El Debate’,
pero antes de eso, con mi hermano, de tarde, ya vendíamos ‘El Debate’, hacíamos
toda la San Antonio ,
hasta donde llegaba la ciudad, y buena zona de chacras”.
Ubaldo Arnaudín en El Debate. |
Ubaldo no tenía
manera de saber que en ese momento iniciaba una larga amistad: “En el 57 entré
para hacer los títulos. Componía a mano, letra por letra, yo era tipógrafo. En
el 59/60 el trabajador que manejaba la linotipo dejó el puesto. En ese
entonces, el director del diario era Enrique Lafourcade, que era senador. Los
dueños eran Lafourcade y Luis Mac’ Kay, que fue designado Ministro de Educación
en el gobierno de Frondizi. Mac’ Kay tuvo que ir a Buenos Aires, y entonces
Lafourcade quedó a cargo del diario. Fue a Paraná, al Boletín Oficial de la
provincia, y contrató dos linotipistas para hacer el diario. Ahí me prendí yo
con la linotipo, la empecé a manejar. En el año 61/62 había quedado solo, los
contratados se fueron: Martínez volvió a Paraná y Sommer fue a hacer ‘El
Argentino’ de Gualeguaychú. A Sommer después lo veía porque yo iba a trabajar
también a ‘El Argentino’ los fines de semana”.
Pregunto por la
linotipo, Ubaldo sonrió ante la invitación a contar a su amiga: “Era una
maravilla ver funcionar una linotipo. Fue una máquina única en ese momento, y
hasta el día de hoy debe haber alguna funcionando en el país, quizás en Santa
Fe, yo anduve por ahí un tiempo atrás, y había gente que tenía un tallercito,
como el que tiene mi hijo Santiago, y hacían trabajos con linotipo. Tenía un
teclado de 90 letras y símbolos: las minúsculas, mayúsculas, las acentuadas, y
los números, dispuestos en tres sectores. A través de un sistema perfecto,
usted apretaba la tecla y se descolgaba la matriz, la letra con la que se iba
armando la palabra. Tenía un reunidor donde iban a parar esas letras. A través
de un sistema de palancas y una bomba de aire se componía el texto que era
llevado frente al crisol de donde salía el plomo que se estampaba en el molde
que uno armaba. Había un límite, pero después usted disponía la medida del
molde, la extensión de la columna que salía de la máquina y con el que se
componía la rama, que es donde se presentaba la página completa a imprimir.
Había un brazo que bajaba y luego subía llevando nuevamente las matrices a sus
respectivos lugares, era un sistema que asombraba, la sincronización era
perfecta, cada letra en su lugar correspondiente dentro del magazine: el
depósito de letras que estaba en la parte alta. Luego venía el tipógrafo y
levantaba lo que nosotros llamábamos ‘galera’. Con esas galeras se armaban, en
grandes mesas de madera, las páginas. La linotipo era una máquina para hacer
moldes de impresión”.
Arnaudín anticipando a Giger. |
El Pato Arnaudín
está emocionado, para explicar el funcionamiento de esta maravilla mecánica, se
ayuda de viejas fotografías en donde se lo ve al mando de los controles de lo
que parece ser la consola de una nave espacial. Ese universo tecnológico me
recuerda la estética de H. R. Giger, y en especial la desarrollada para la
película de Ridley Scott: Alien, el octavo pasajero. Insisto sobre esta nave
llamada linotipo: “La manejé durante 30 años, su funcionamiento era mecánico y
eléctrico, porque había que mantener en estado líquido el plomo con el que se
hacían los moldes. La armaba y desarmaba como quería. La usaba y le hacía el
mantenimiento, cada quince días se limpiaban y lavaban todas las matrices, y cada
tanto se renovaba las partes de caucho que se desgastaban con el funcionamiento.
Empecé a trabajar como mecánico de estas máquinas en el 73/74. En Gualeguay no
había sindicato gráfico. Primero nos adherimos al sindicato de Concepción del
Uruguay, pero en el 76 vino un muchacho de Paraná, Cottonaro, y dijo que quería
que Gualeguay se sumara al sindicato gráfico de allá, y de esta manera unió a
toda la provincia. En Paraná conocí a Abel Rojas de Gualeguaychú; a muchachos
de Colón, como Besson; a Cicerone de Villaguay; en Victoria estaba Leiva. Conocí
gente que manejaba la máquina, pero que no tenía mi conocimiento. Empecé
arreglando las máquinas del diario ‘La Mañana ’ del Chacho Jaroslavsky, en Victoria también
trabajé con las máquinas del diario ‘Paralelo 32’ ; en Gualeguaychú presté
servicio a ‘El Argentino’, y al ‘Entre Ríos’ de Colón. En ‘El Argentino’
trabajé además de linotipista, iba los sábados a la mañana como refuerzo, más
en época de vacaciones del personal, para cubrir los posibles avisos, por
ejemplo de los fallecimientos, se hacía hasta una página completa con la
invitación a un funeral. A la tarde entraba a ‘El Debate’, donde armaba para el
otro día”.
El Pato en su nave espacial. |
En el año 1973/74
una sociedad de la que forma parte su hermano Alberto, compra el diario “Pregón”
a doña Francisca Garibotti de Arrighi. Contratan al Pato como linotipista. Trabaja
a la mañana en el “Pregón”, y a la tarde en “El Debate”. Por trabajar en el
otro diario, tuvo problemas con la señora de Lafourcade, Enrique ya había
fallecido. Quedó afuera. Estuvo en esta condición desde mediados del 74 hasta
el 76, cuando se fusionan los diarios y aparece la denominación “El Debate
Pregón”.
Como en casi
todas las historias contadas por los hombres, aparece el conflicto, un elemento
muy valorado por creadores de distintos géneros que hacen al arte. En el caso
de Arnaudín creo que muy feliz hubiese sido si hubiera podido evitarlo. Pero
las razones iban más allá de su historia de trabajador que había aprendido a
querer su linotipo: como un músico quiere a su guitarra o su piano, el Pato
había desarrollado una respetuosa amistad con su herramienta. Su conflicto
tiene que ver con el paso inexorable de los años. Ubaldo lo sabe, entiende lo
inevitable de la situación: porque fue progreso dejar de acomodar letra a letra
cuando llegó la linotipo, y es otra vuelta de tuerca, esta vez dolorosa, la aparición
del sistema offset: “Yo viví a lo largo de mi juventud la evolución de ‘El
Debate’, vi por ejemplo las máquinas que había en el 57: había una sola
linotipo, una sola impresora manual, después vi que había dos linotipos, tres,
hasta seis, había una máquina que hacía solo los títulos, y vi que en el 72 se
compró una impresora automática que solita ponía el pliego. Vi todo eso a
través de mi vida. En el 92 estaba el doctor Alberto ‘Bocha’ Lagrenade al
frente del diario. Fue cuando se cambió de sistema: del linotipo al offset, que
es todo automático. Se imprimían cuatro páginas a la vez y después se
guillotinaba. Llegó el 92 y esas máquinas dejaron de funcionar, ya no había más
ruido. Vino la computadora y se acabaron los ruidos. Entonces era entrar a un
depósito de cosas viejas que no servían para nada, máquinas que 24 hs. antes
funcionaban en su plenitud. Ese ruido era como el alma del diario. Y fue peor
para mí ver cómo una persona, martillo en mano, se encargaba de reducir esas
máquinas a fierro viejo. Se me partía el alma, era como que me golpeaban en la
cabeza. En el diario siempre había un ruido, empezaban a la una de la tarde: la
linotipo, la impresora. Se acabó así lo que uno había vivido, se había
terminado la esencia de una etapa, de una época, era el progreso”. Cuenta
Ubaldo: “El trabajo fue diferente. Se hacía lo mismo pero de otra forma. Se
escribía en la computadora. Todo era más sencillo, más llevadero, hasta la
página se componía en la computadora. Trabajé así, en silencio, diez años más,
hasta 2003 que me jubilé”.
Mesas de armado en El Debate. |
El Pato Arnaudín
afirma que nunca hizo la carrera de la plata, dice que podría haber hecho
diferencia con el mantenimiento de las linotipos, pero él trataba con
conocidos, con amigos: “Nunca hice uso y abuso de lo que sabía, le enseñaba a
los muchachos, me gustaba hacerlo”.
El señor
linotipista habla de su presente: “Cuando uno le agarra el olor a la tinta no
lo deja más, yo hoy ayudo a mi hijo en la imprenta, voy porque voy, no porque
haga falta, voy porque llevo el oficio adentro, lo siento, tengo que hacerlo,
me gusta, no vengo por un peso, vengo por otro tipo de necesidad. Me da orgullo
sentir que sé hacer mi trabajo”.
En vuelo. |
Soy un
convencido de que la mayor distinción a que puede llegar una persona en esta
vida es a ser buena gente: un buen tipo (y los perfeccionistas abstenerse) con
aciertos y errores: alguien que fue amigo, que fue solidario, que fue
compañero. Mientras escuchaba a Ubaldo Arnaudín pensaba en estas cuestiones. Me
dije: se le nota. Y me dije además que puede haber una distinción aún mayor
para un hombre, y es cuando se suma a la festejada categoría, la de haber sido
una persona apasionada. No es lo mismo un hombre que ha sabido cultivar una
pasión, que aquel otro en el que la sangre circuló como en tanque australiano.
El Pato es un apasionado, su oficio es su pasión, ese olor a tinta primordial,
fundante, todavía lo recorre. Por eso sintió el martillo sobre la linotipo, por
eso lo golpeó el final de una época.
Ubaldo Arnaudín y su amiga. |
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